miércoles, 27 de enero de 2010

De la memoria

—¿El profesor Ernesto P?

—Servidor...— respondí intrigado ante el sujeto que llegaba mientras yo salía de las oficinas para ir a buscar a alguien.

—Qué tal, vengo de la empresa D., tenemos una cita...

Empezó pronunciando la última parte como una afirmación, aunque —seguramente ante mi mirada de sorpresa— el tono fue convirtiendo la frase en pregunta.

—Perdón pero... no sabía, no lo tengo en mi agenda... Si me permite, atiendo un asunto y estoy con usted en cinco minutos.

Salí a lo que iba y me interceptó la chica que atiende normalmente mis llamadas y agenda mis citas: "Sí le dije profesor, ¿no se acuerda? Desde la semana pasada le dimos esta cita al señor."
Pues no, no me acordaba, lo confieso. Una posterior reconstrucción de hechos me obligó a ofrecer disculpas con la chica y con el señor, pues sí, sí me habían dicho y yo había dado el día y la hora.

Cuando al fin me senté a atender al hombre —vendedor de materiales didácticos— sus primeras palabras nuevamente me sorprendieron.

—¿No trabajaba usted en el Colegio P., en el D.F.?

Entre curioso y extrañado respondí un "sí" más con la cabeza que con palabras. Cuando vi los materiales que me ofrecía recordé que hace más de dos años había comprado algunos en mi empleo anterior, pero el sujeto no me resultaba familiar. Y se lo dije.

—¡Ah, no!— reaccionó de inmediato. —Yo tengo varios años como representante en el Bajío. Pero en una ocasión estando en México fui a recoger unos materiales con el responsable de la zona y lo acompañé hasta el Colegio P.; yo ya no entré a esa cita, pero recuerdo que ahí estaba usted.

—Su memoria es impresionante.— No se me ocurrió decir otra cosa. En el fondo, pensaba en lo envidiable de su capacidad para registrar y recuperar información. ¡Yo no había recordado siquiera anotar en mi agenda que tenía una cita con él!

El incidente puede ser una estupidez. Pero pone sobre la mesa por enésima ocasión el problema de mi pésima memoria. Problema que se ha agudizado en los últimos meses y que intento subsanar haciendo anotaciones por doquier y grabaciones en la memoria del móvil. Ambas cosas, notas y audios, luego olvido haberlas registrado, por supuesto.

El colmo fue el viernes: mientras conducía en la autopista me vino a la mente una idea que —lo juro— era brillante. Mi reacción inmediata fue: "debo grabar esto, para que no se me olvide". En cuestión de segundos saqué el móvil, activé la grabadora y... ¡Diablos! ¡Había olvidado lo que quería registrar!

lunes, 25 de enero de 2010

Varia

Llevo muchos días sin detenerme aquí. Días anotando frases por doquier y grabándome mensajes de voz recordatorios para posibles entradas. Son cerca de las once de la noche y, aunque estoy exhausto —como cada lunes de estos que comienzan a las tres y media de la mañana— me decido a soltar algunas cosas aunque sea en formato de telegrama.

- De libros y moralinos... En esta zona del país hablar de venta de libros es referirse a Librerías Gonvill. El viernes escuchaba una entrevista con Elena Sevilla, quien relataba que en esta cadena se negaban a vender sus novelas De chica quería ser puta y De princesa a perra, por considerar que sus títulos no eran aptos para la gente decente que frecuenta sus establecimientos. Cuando preguntó por qué sí vendían Memoria de mis putas tristes de García Márquez le dijeron que cómo se comparaba con el Nobel. En fin, Gonvill sería algo así como la versión en librería de la Farmacia Guadalajara.

- Del camino... Durante seis meses he recorrido más de 20,000 kilómetros de carretera. Dos cosas me vienen a la mente cada fin de semana que vengo o voy. Primero, este país entero está en obras, en reconstrucción permanente; no deja de ser una potente metáfora de los tiempos que vivimos. Segundo, ¿por qué demonios nadie en México se siente digno del carril de la extrema derecha? (Y hablo literalmente, sin connotaciones ideológicas, por supuesto.) Sucede que cuando uno tiene tres o hasta cuatro carriles de autopista para transitar, el carril destinado a tránsito pesado va siempre vacío: trailers, autobuses y carcachas se rebasan unos a otros ignorando la existencia de ese virgen carril. Y luego se quejan de que uno se desespere y termine rebasando por la derecha.

- De cine... Este fin de semana me eché doble función de cine, con ganas de recuperar el promedio después de un año en que inexplicablemente me mantuve lejos de las pantallas. Gocé plenamente Up in the air: una de esas delicias para recordar que el cine puede ser divertido, inteligente, original y artesanal a la vez. Inevitable por momentos verme reflejado en el solitario protagonista sin hogar para luego volcarse sobre la metáfora de lo que uno lleva en su back-pack. Excelente, pues. Y luego repetí la de Sherlock y me divertí nuevamente como enano, qué le vamos a hacer, esas son las pelis que me gustan. [Por si quieren buscar Up in the air en la cartelera, se exhibe como Amor sin escalas, pero, por favor, hagan como si nunca hubieran leído semejante bodrio de título, simplemente porque no tiene sentido.]

- ... Y de retrogradas... En general, no me gusta meterme en política. Al menos no en este espacio. No me identifico con ninguna corriente en particular y a veces me califican de volátil o inconsistente. Pero hay cosas que de plano me prenden. Como ésta. En días recientes el Partido Acción Nacional del Distrito Federal organizó un sondeo que —sin ningún rigor metodológico, por supuesto— pretende demostrar que la gente se opone a los matrimonios entre personas del mismo sexo y a la posibilidad de que estos adopten hijos. Más allá de lo que la gente opina —cosa que, por cierto, se puede analizar con más seriedad en numerosos sondeos— me encabrita la tercera pregunta de su ridículo ejercicio: "¿Cree usted que un niño adoptado por homosexuales sería víctima de discriminación por parte de sus compañeros de escuela?" Podrán estar a favor o en contra del asunto, y seguro tendrán sus razones. Pero lo que me enoja de la pregunta es que parte de un criterio absurdo: evitar que un niño sea adoptado es evitar que lo molesten sus compañeros. Siguiendo ese criterio, no deberíamos evitar sólo que las parejas del mismo sexo adopten, sino prohibir también que los niños sean gorditos, que a un niño no le guste jugar soccer, que los niños usen lentes... ¡Imagínate! ¡Si permites que tu hijo use gafas corre el riesgo de ser acosado por cuatro-ojos! Me explico: detrás de una pregunta tan pendeja (creo que es la primer "palabrota" en mi blog) está una concepción que niega el respeto a la diversidad y propone en su lugar promover la homogenidad: ¡que todos sean iguales para que nunca los molesten por diferentes!

Me quedo con algunas para más adelante en la semana: algo más de cine, algo más de lecturas... En una de esas, algo más sobre mí.

lunes, 18 de enero de 2010

Algo de cine

El arranque de este año ha sido particularmente vertiginoso. Demasiadas cosas. Muchas notas acumuladas. Poca voluntad para dedicarme a lo que oficialmente resulta prioritario. Y a ratos incluso falta de energía para un poco de solaz y esparcimiento. Pero estoy ya en proceso de auto-rehabilitación, recetándome una que otra ida al cine, recuperación de alguna peli de mis pendientes en DVD y ratos para leer algunos de los libros acumulados a la lista de espera. También como parte de mi tratamiento para evadirme de las penas y los corajes que me hace pasar el mundo, me he indicado hacer aquí una pseudo-micro-reseña colectiva de algunas pelis del 2009, con el pretexto de la recién entrega de los Globos de Oro, que para variar —y como sucede siempre con este tipo de premios— han desatado las eternas polémicas sobre lo "justo" o "injusto" de los fallos, como si se pudiera esperar de semejantes entregas algo así como el auténtico veredicto definitivo sobre lo que es el "buen" cine.

Así que me voy directo: ni me sorprende ni me enfurece que Avatar ganara como mejor película. (¿Como por qué habría alguien de enfurecerse si no es en todo caso el que se quedó literalmente sin algún premio?) No digo que necesariamente se trate de "la" película, pero ¿realmente es una basura llena de efectos que no merecía ni la nominación? Vamos, estos premios son para lo que son, y esperar mucho más de ellos a estas alturas es por lo menos ingenuo.

De las cinco que competían para mejor película "dramática", sólo he visto dos: la ganadora y la de Tarantino; y ciertamente la segunda me parece una joya. Desde diversos criterios puede incluso calificarse de superior. Y, sin embargo, resulta difícil negar que Avatar ha reinventado al cine como industria del entretenimiento. Y eso es en buena medida lo que reconocen estos premios, como en unos meses harán lo propio los de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas —que más allá de las ciencias y las artes ha dedicado legítimamente su historia a los estados de cuenta—.

Inglourious Basterds me estremeció. Me divirtió. Me reconcilió con Brad Pitt. Me encantó, pues. Y hubiera estado chido que Tarantino se llevara algún trofeo —aunque el de Christoph Waltz representa una suerte de justo reconocimiento a la película—. Quentin se quedó con las ganas, ni hablar. ¿De plano está eso como para quemar la "Meca" del cine o crucificar a los periodistas que dieron el premio a Cameron?

¿Y qué con Avatar? Como le he dicho a los pocos que aún no la han visto: todo lo que escuchen de Avatar es cierto, lo bueno y lo malo. Y al final, con todo eso, para mí la película sigue valiendo la pena. ¿Que la historia es un remix de todos los lugares comunes habidos y por haber? Quizá. ¿Que el guión es un refrito de una trama trillada contada mil veces? No lo dudo. Al fin y al cabo, la historia de la literatura y en general la historia del arte están llena de cosas así. Calma... No quiero entrar en un debate inútil sobre qué es arte y qué no es, ni comparar la obra de James Cameron con alguna pieza de museo —piezas que por cierto no siempre han llegado ahí por la aclamación de sus contemporáneos—. No, no es la obra definitiva en la historia de la cinematografía (¿desde cuándo estos premios reconocen eso?). Simplemente me parece que todos los defectos de la película no alcanzan para restarle brillo a sus pocas —poquísimas si se quiere— pero invaluables aportaciones. Vale, que tampoco pretendo sobrevalorar la película, pero creo que tiene importantes méritos, algunos difíciles de recuperar ante la parafernalia de sus efectos especiales.

Sólo por seguir poniendo desorden, recupero dos categorías más de lo que premiaron los periodistas extranjeros en Hollywood: mejor actor de comedia y mejor película animada.

El premio al payaso de Robert Downey Jr. por Sherlock Holmes me encantó. Me encantó porque su personaje ha sido de lo más divertido y cautivador que he visto en el cine en mucho tiempo. Odio las comparaciones literatura-cine porque me parecen siempre absurdas, sin sentido. Me encanta el personaje que he leído en Conan Doyle y no veo por qué tenga que ser el mismo que sale en el cine. Así que me evité la desgarrada de vestiduras y disfruté de las ocurrencias del detective en la pantalla. Y me la pasé como hace mucho no me la pasaba viendo una película. ¿Acaso el cine no se trata también de eso?

Y en lo de las pelis animadas, como me sucedió en 2008, creo que lo mejor del cine estuvo en manos de dibujos, computadoras y monitos. Mis dos películas favoritas de aquel año fueron Wall•E y Persépolis; esta vez Up y Coraline me cautivaron con secuencias magistrales y guiones impecables que le hacen a uno recuperar el sentido del lenguaje cinematográfico. Y tristemente me perdí Fantastic Mr. Fox, que espero ver pronto.

De lo demás que se premió no he visto casi nada. Independientemente del descenso en mi promedio anual de películas —como en el de libros—, me quedé también con la impresión de que no fue un año muy bueno en las carteleras. Y las pocas que quise ver se me escaparon sabrá Dios a qué hora. Ya habrá chance de irlas viendo aunque sea en video unas, y cuando lleguen a algún cine en este pueblo, otras.

miércoles, 13 de enero de 2010

Claridad

"Claridad para este 2010." Esta entre muchas otras cosas escribió la tía Catarina en la tarjeta que me dio en Navidad. Claridad. La palabra aparacía también en los mensajes que envié por diversas vías a mis amigos. Quizá era evidente lo nublado que arrancaría el nuevo año. El hecho es que pese al entusiasmo que he intentado imprimir a mis movimientos en este arranque, las piernas han resultado más pesadas de lo que había calculado. Después de dos semanas de sentir cerca la energía de los 5 herman@s que somos, no tardé en echarles de menos y pensar que no supe aprovechar del todo la inercia de esos días y no supe quizá acumular el alimento suficiente de esa alineación planetaria poco frecuente. Pero estoy siendo muy severo. En todo caso, aunque estemos nuevamente repartidos en distintas coordenadas, estamos cerca. Mientras escribo me doy cuenta lo absurdo que resulta reaccionar viniendo aquí en primer lugar a hablar de mi falta de claridad o de lo mucho que los extraño. Apuro pues el final para enviarles directamente lo que estoy pensando. La benjamina de los cinco nos emocionó hasta las lágrimas la noche del 24 cuando, leyendo unas palabras que había escrito para la ocasión, nos hizo notar que si estábamos juntos nuevamente era quizá porque atravesábamos momentos en los que nos necesitábamos de un modo especial. Lo comprendí entonces, pero creo que apenas voy reaccionando.

lunes, 11 de enero de 2010

Recuentos 2009: Cancelación de último minuto

Así es. Decidí cancelar este año la ronda de recuentos musicales, literarios y cinematográficos. ¿La causa? Simplemente no consigo poner en orden mi cabeza. Un recuento exige hacer uso de la memoria. Y ésta me ha estado haciendo muy malas pasadas últimamente. Revisar el pasado exige también hacer valoraciones que en apariencia resultan inocentes. Pero sólo en apariencia. En el fondo, detrás de cada reflexión en busca de sentido —"cuando leí tal cosa recordé...", "al escuchar tal melodía me viene a la mente...", "ver tal escena despertó en mí..."— hay una potencial confrontación conmigo mismo que actualmente no creo estar en condiciones de superar.

Hace poco prometí que arrancaría los recuentos en cuanto acabara la novela que traía entre manos, misión que cumplí hace un rato. Y quizá sea justamente el haber concluido esa lectura lo que detona mi resistencia a elaborar mis reseñas. Hace meses, cuando supe de la existencia de Netherland, de Joseph O'Neill, me propuse a toda costa conseguirla; unos días después logré tal objetivo en la enésima librería a la que entré en el aeropuerto de Amsterdam Schiphol. Y la guardé. Hasta hace unas semanas en que decidí que sería ésta mi lectura del receso decembrino. Me atrapó de inmediato. Pero mi poca práctica leyendo inglés, aunada a mi creciente falta de concentración, hicieron que el avance fuera lento.

Por las razones que ya he citado, no haré aquí —al menos ahora— la reseña. Diré, sí, que estoy aún atrapado en la brillante narración del escritor irlandés. Igual y exagero. Igual y mi fascinación es producto de mi distanciamiento ante la lectura durante 2009. Pero da igual. Y sólo para justificarme a mí mismo, diré que si bien me enganché al relato desde el primer párrafo, fue ya avanzada la historia que se dio ese brutal colapso lector—protagonista que se da no muchas veces en la historia de uno, cuando Hans (el narrador) afirma: “Nobody understands better than I that this was a strange and irresponsible direction in which to take one’s life. But it is what happened.” Tal cual.

jueves, 7 de enero de 2010

Cruda realidad

Hoy pintaba como un buen día para retomar mis recuentos del 2009, pero una vez más las circunstancias me lo impiden. Esta vez dolorosamente. Y no sólo eso. Me provocan también la necesidad de violar una de las reglas-no-escritas que han regido buena parte de mi vida. Ante la impotencia, ante la frustración que me produce la injusticia, rompo el silencio.

Advierto: no quisiera cansar con una historia que, para ser completa, me obligaría a escribir varios tomos, así que arriesgando un poco la claridad intentaré ser breve. Pero no garantizo nada.

Cuando hace ya varios meses decidí renunciar a mi empleo anterior, lo hacía motivado por mi propio cansancio, mi desgaste y mi crisis vocacional, pero también decepcionado, fastidiado del hedor que desprendía la forma en que se tomaban ciertas decisiones a mi alrededor y pasando por alto mi supuesta jerarquía. El hartazgo pronto alcanzó otro nivel: mi impresión era que, al mantenerme en el sitio que ocupaba, era cómplice y responsable del maltrato, la humillación, que recibían determinadas personas, incluyendo, ¿por qué no decirlo?, aunque fuese de modo indirecto, quienes se suponía habían de beneficiarse de mi trabajo y el del equipo a mi cargo.

No quiero parecer ingenuo. Tras una década en el 'negocio' de la educación privada en nuestro país, tengo claro que lo último que mueve a ese aparato son las ganas de sacar adelante cualquier cosa distinta a los intereses particulares —muchas veces, aunque afortunadamente no todas, mezquinos— de quienes emprenden en el ramo. Pero también soy un convencido de que estos intereses podrían ser compatibles, como en cualquier otra industria, con una vocación de servicio y una cultura de respeto hacia sus empleados. Tristemente no siempre se aprovecha esa oportunidad.

Seis veces en diez años he dejado un trabajo. En dos ocasiones fue con dolor pero creyendo que al hacerlo accedía a una oportunidad superior de hacer algo en lo que creía. Una más, lastimado por tres años y medio que concluyeron en una larga cadena de frustraciones y confusiones internas, creyendo que al despedirme hacía lo mejor para todos. Las dos últimas, en diferentes momentos pero en la misma institución, cansado de creer. En medio de todas, cuento también la única despedida involuntaria, cuando la incomodidad que provocaba en algunas personas en mi alma mater terminó en una gentil invitación a firmar una renuncia, sin conseguirlo pero sí logrando el efecto esperado de mi salida —muy escoltado y a la fuerza, eso sí—.

Pero regreso a hace un año, en mi empleo anterior. En diciembre de 2008 me notificaban la necesidad de un absurdo —y en sentido estricto, innecesario— recorte de personal en diferentes áreas del colegio. En aquel entonces, recién desembarcado del viejo mundo, logré aprovechar el valor de mis bonos con los jefes para encontrar una salida que, si bien implicaba algunos costos —incluyendo el sacrificio de la mitad de mis ingresos en aquel entonces—, permitía dejar intactas a otras personas y seguir adelante con el sueño que intentaba recuperar tras mi primer renuncia, en 2007.

No pasaron más de tres o cuatro meses para que me diera cuenta de la realidad: las cosas no mejoraban, muy al contrario; empezaban las decisiones a mis espaldas. Comenzaba el ataque para desmembrar, sutilmente todavía, el equipo que paulatinamente veníamos consolidando. Quizá no éramos los mejores. Cierto que no habíamos logrado resultados espectaculares en los estados de cuenta, pero no tengo duda de que estábamos colocando a la institución en una posición que difícilmente habrían imaginado quienes conocieron el "proyecto" en vías de putrefacción que había recibido yo tres años atrás.

Vuelvo a los hechos: tomé una decisión convencido de que mi visión radical de las cosas era incompatible con lo que sucedía a mi alrededor, pero creyendo —otra vez, creyendo, vaya ingenuidad— que los demás, desde sus trincheras a nivel de cancha, desde sus aulas, desde sus pequeños territorios, podían mantener viva una delicada lucha, como sucede en tantas y tantas aulas a lo largo y ancho del país. No contaba con que el grado de ambición de unos cuantos podía cegarles al grado de asfixiar esos brotes de pequeñas pero significativas posibilidades.

Apenas un mes después de mi salida empezaron las señales de que no habría empacho en pisotear lo poco o mucho que se había cultivado. Pero las noticias que recibo esta semana rebasan cualquier límite. "Quisiera no hubiera terminado así", me escribía esta mañana uno de los caídos. Nadie quiere que las cosas acaben así. Y desde aquí solo puedo decir que los abrazo. Diré una tontería, pero quiero decirla: me siento incluso responsable; quizá si no hubiéramos formado un equipo tan sólido hoy no dolería tanto. Vale, no pretendo cargar con esto. Suficiente cargo ya que no me corresponde. Pero es una forma de decir que me duele su dolor, que desde acá les acompaño.

No sé qué hago ventilando esto aquí. Decía que estoy rompiendo una de mis propias reglas. Quizá lo hago porque escribir esto aquí es lo más cercano que conozco a dar un grito en la calle, a los cuatro vientos. Total, igual y nadie se entera.

miércoles, 6 de enero de 2010

Buscando una cura

Me descubro con dos síntomas contundentes —¿alarmantes?— del padecimiento (aún sin nombre claro) que me aqueja: adquisición acelerada y sin empacho de libros y libretas, acompañada de una absoluta incapacidad de sentarme a leer o a escribir.

En los últimos meses —pero sobre todo en las últimas semanas— he acumulado en el librero una inmensa cantidad de materiales (cuento, novela, ensayo, divulgación...) que me invitan a la lectura: unos cuyas portadas o títulos me atrapan sin pudor; otros que han quedado registrados como impostergables pendientes con las recomendaciones —y provocaciones— de sabedores amigos; unos más que han resucitado de mis empolvados libreros.

Al mismo tiempo, he ido reuniendo también libretas, libretitas y libretotas con la ilusión de ponerme —por fin— a escribir otra vez. Escribir de todo: de mis reflexiones como 'pedagogo', de mis ocurrencias como observador de un mundo que se mueve vertiginoso en torno a mi pazguato andar; de mis exploraciones en las profundidades de un mundo emocional que con frecuencia tiendo a evadir; de las historias que desde hace tiempo se acumulan en algún rincón de mi interior e intentan llamar la atención de mi yo consciente.

Pero las letras de esos libros permanecen ocultas y las páginas de esas libretas siguen en blanco. Y yo perdiendo el tiempo. Hojeando a veces unos y otras. Pero nada más.

Hoy comencé a explorar lo que puede haber detrás de mi enfermedad. Y empiezo ya a toparme con algunas causas. Por lo pronto, me propongo terminar el último libro que empecé a leer en 2009, para sentir que esa dimensión del año está cerrada y publicar aquí el recuento correspondiente. Quizá así alcance la cura y pueda comenzar mi rehabilitación.

martes, 5 de enero de 2010

Miedo

Para celebrar su segundo aniversario, Esta Boca Mía lanzó una provocación fascinante. Y caí. Pronto me di cuenta de que el reto era complicado, pero persistí porque me parecía una manera maravillosa de rendir homenaje a una pluma que admiro y a una persona por quien siento un gran cariño. Al decidir participar de su festejo, me di cuenta además de que llegamos prácticamente al mismo tiempo a la blogósfera, pues fue justamente en enero de 2008 que abrí mi primer libreta digital (aunque mañosamente ajusté la fecha de la primer entrada como si hubiese sido publicada en diciembre del 2007). Va pues, mi manoseo a uno de los textos incompletos de Jacka.

Miedo

Ese menudo cuerpo estaba lleno de resentimiento. Parecía imposible que tanta ira, tanto rencor y tanto dolor, cupieran en el espigado contenedor de su alma.

Sólo se podía adivinar la oscuridad que lo habitaba cuando su mirada se perdía en el horizonte. Probablemente porque en ese momento bajaba la guardia y la marea de agua putrefacta alcanzaba la superficie. El resto del tiempo era difícil descifrarle, aunque parecía justamente lo contrario: quien se topaba con él creía adivinar de inmediato una luminosa presencia: “transparente como pocos”, solían decir.

Raro que alguno imaginara las tinieblas que operaban en su interior, pues si bien sus ojos viajaban con frecuencia en dirección del ocaso, pocos llegaban a atestiguarlo. De ahí que resultara improbable imaginar que aquella ira, aquel rencor y aquel dolor eran producto de una poderosa incapacidad de afrontar eso que suelen llamar la realidad.

Llevaba una vida entera viviendo de sus propios temores, sin atreverse a llamarles por ese nombre. De alimentarse de ellos primero y después de los residuos derivados de tal ingestión. Curioso que, pese a ser tantos sus recelos y tan variados, quienes le rodeaban lo percibieran como valiente. Aplaudían su “fortaleza” y algunos incluso envidiaban el modo en que, según decían, “hacía frente a la adversidad”.

Más de una vez escuchó él mismo tales adulaciones. Lejos de reconfortarle, sólo nutrían el cúmulo de ira, reforzaban el rencor y ahondaban el dolor, sin que de ello se diera siquiera cuenta.

Hasta el día en que la mierda no encontró más espacio bajo su piel.

Fue en ese último minuto cuando, por fin, le puso nombre a aquello que hasta entonces su soberbia se había obstinado en disfrazar de ira algunas veces, de rencor otras tantas y de dolor las más.

sábado, 2 de enero de 2010

Recuentos 2009: Divagaciones

La primera entrada del 2010 está dedicada al 2009. Echando un vistazo al centenar de notas que registré a lo largo del año, se me ocurrió elaborar el Top10 de mis propias divagaciones. Algunas más breves que otras, las diez entradas seleccionadas podrían ayudar a sintetizar el modo en que viví la más reciente vuelta al sol completada por nuestro planeta. En orden estrictamente cronológico, aquí están.

9 de febrero. Luz y oscuridad. [El punto de partida. Curioso que en la recta final del 2009 volviera más de una vez a ideas semejantes.]

20 de febrero. Silencio. [Sin palabras.]

26 de febrero. Visión. [Otra más de febrero; una revelación clave en la primera etapa del año; una idea que quizá debería tener presente con más frecuencia.]

23 de mayo. Gente de bien. [Un episodio clave para comprender el 2009 y cerrar una década; una valiosa estación para recargar combustible.]

20 de abril. Atrapar el tiempo. [Una divagación que tuvo segunda y tercera parte; una mirada a una de mis obsesiones recurrentes.]

7 de junio. Terapias. [A mitad del año, nueva carga de energía justo a unas semanas de la transición. Dato curioso: escribía esto sin imaginar las horas de carretera que me esperaban.]

24 de junio. Vocación. [Un mensaje para mí disfrazado de mensaje para otros; una forma de cerrar un ciclo.]

30 de agosto. Presiones y coincidencias. [Otra dosis de combustible, esta vez celebrando una década de coincidir.]

24 de septiembre. Recuento antes de partir nuevamente. [Una pausa: una bocanada de aire desde la cuna de aquel Ernesto-en-Barcelona.]

10 de noviembre. Recuperando. [Una divagación que sintetiza los contrastes que acompañaron al año: las luces, las sombras, la necesidad de creer...]