Parece claro que el tiempo es más un invento del ser humano que una realidad objetiva. Hablo al menos del tiempo como lo entendemos habitualmente: ese recurso que empleamos para valorar y emitir juicios sobre los ires y venires de todos los días...
El tiempo en sí mismo es algo tan vacío, tan hueco. Hace falta llenarlo y después marcarlo por doquier para que eso que llamamos «tiempo» cobre alguna clase de sentido. El antes y el después no son per se, sino en la medida que existe para ellos un referente subjetivo, una línea definida arbitrariamente por alguien.
Es el registro que hacemos —o intentamos— del tiempo —o sobre el tiempo— lo que da sentido a una idea de presente y hace posibles las lógicas de pasado y futuro. Sin ese registro —sin esos millones de registros— que hacemos sobre la «línea» del tiempo, antes y después serían palabras absurdas, carentes de sentido.
Para muchos —¿para los más?— parece que vivir es llenar el entorno de registros. De marcas que funcionan como parámetros para juzgar, medir, evaluar. Huellas cargadas de soberbia. Aquello que no pasa el filtro de tales medidas difícilmente será aceptado por el «objetivo» mundo que habitamos. Más vale hallar medidas de conversión para esa alegría que ya brota en tu rostro o para esa tristeza que tímida asoma en tu corazón.
Nos hemos inventado mil y un artefactos para producir tan preciados registros. Para dejar nuestras huellas. Y parecemos necesitarlos cada vez más. Como urgidos de evidencias de aquello que hemos sido. Necesitados de marcas que permitan reconstruir nuestra propia historia. Algunos de tales artilugios intentan burdas copias de la «realidad». Dejan una buena labor de reconstrucción a la memoria. Otros resultan más «fieles» y parecen reproducir tal cual «lo que ha sido». Fue en su momento el caso de la fotografía, quizá ese primer dispositivo que respondía a la posibilidad de atrapar un fragmento de presente «tal cual» es.
Y, sin embargo, pese a la fidelidad de la imagen atrapada —otrora en sales de plata, hoy en bits y pixeles— el punto de vista, el ángulo, las fronteras del lente, terminan haciendo de esa imagen «objetiva» una burda imitación de la realidad. Por más mega-pixeles de resolución que ofrezca el artefacto en cuestión, su resultado no será sino una versión de lo que fue. Y lo mismo podría decirse de la cámara de cine o de video.
Y a pesar de todas esas limitantes, semejantes tecnologías son hoy, si no lo más cercano al cáliz de la vida eterna, al menos una vía de embalsamamiento, instrumentos para atrapar el tiempo, ya sea en presentación analógica o digital.
2 comentarios:
Existe algo mejor que atrapar el tiempo y eso es: compartirlo. Espero verte pronto amigo.
Gracias por años de amistad y enseñanzas compartidas...te quiero mucho.
Un abrazo
ya sabes que soy espejo y me reflejo amiga... y, bueno, ya sabes que yo encantado de compartir tiempo contigo... nomás habrá qué ver qué nos depara la dichosa alerta sanitaria jeje... un abrazo digital exento de virus ;)
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