miércoles, 24 de diciembre de 2008

Con los aromas de la chimenea...

Mi Navidad está cargada de aromas y sonidos. El olor y el crujir de la leña en la chimenea. Aromas y sonidos que producen sensaciones paradójicas: huele a viento frío pero suena como un cálido abrazo. Aunque aquí no hay chimenea, el olor y el crujir de la leña son intensos. Cierro los ojos.

Faltan pocas horas para la nochebuena. Y Ernesto niño-adolescente se sienta un rato en la sala de la casa, cerca del árbol de navidad —árbol cargado de adornos un año, minimalista otro, antes lleno de muñequitos de todo tipo acumulados con el paso del tiempo, después con figuras temáticas y monocromáticas, otrora rodeado por luces de colores una fundida y dos no, ahora siempre con series de luces blancas que se encienden y se apagan a diferentes ritmos—. A lo lejos puede escucharse algún disco con música de la temporada. Desde la cocina se desprenden aromas que hipnotizan —¿cómo puede uno esperar hasta la medianoche para cenar? ¿cómo aguanta el estómago ese mágico tormento?—. En un rato papá estará presionando justamente al resto de la familia para salir a Misa —el resto, que primero era sólo mamá y más tarde eran mamá y R, después mamá, R y MJ, más adelante serían mamá, R, MJ y J, para finalmente ser mamá, R, MJ, J y M—. Y mientras el resto termina de prepararse, Ernesto contempla el árbol y se pierde en sus figuras y sus luces y sonríe y se llena de nostalgia y de pronto llora un poco. Y platica con Dios. 

Y le da gracias por la familia que le dio y por su hermano con quien ha creado historias y que ha crecido y ha seguido creando sus propios mundos llenos de magia y por sus hermanas que han sido su público y la materia prima de sus locuras —la primera que fue parte de sus juegos infantiles hasta antes de aquel verano en que a él se le fuera la fantasía y la segunda que fue y es motor de su hemisferio derecho últimamente apagado pero recién resucitado y la tercera que a veces es un poco su clon y cada vez más es un ser cuya magia le supera con creces— y por sus abuelos y por sus tíos y por sus primos y por sus pocos pero buenos amigos y por las cosas que tiene y las que no tiene porque seguramente no le conviene tener y por los dones que ha recibido y por los talentos aunque a veces y cada vez más se pregunta si ha sido capaz de aprovecharlos y hacerles justicia y compartirlos suficientemente con los demás y se da cuenta de que nunca es suficiente pero al mismo tiempo eso lo alienta a seguir adelante y por eso vuelve a dar gracias por tantas y tantas cosas... 

Y de pronto ya está el resto listo y es hora de salir a Misa. Y salen y Ernesto no deja de pensar en su lista de agradecimientos que cada año es más grande.

A ti, que indudablemente eres parte de mi lista este año, muchas felicidades.

martes, 23 de diciembre de 2008

Actualización

Hace casi una semana que este espacio no se actualizaba. Quizá ha sido éste el periodo de abandono más prolongado desde que en octubre me entró una intensa racha inspiradora, cuyos rezagos todavía podían percibirse en las entradas de las últimas semanas. 

El hecho es que entre cuestiones laborales, festejos y escapadas repentinas, he pasado varios días alejado de mi faceta digital. Así, desde que relaté mi crónica taxista hasta ahora, han sucedido muchas cosas. Probablemente la más evidente sea el cambio de edad: desde este domingo tengo la simbólica cantidad de 33 años. 

El caso es que hay varias cosas por compartir. Ocurrencias que tengo muchas ganas de comentar aquí, en este peculiar y mágico refugio que me he venido construyendo a lo largo de un año. Sin duda las notas que ya se cocinan en mi cabeza están claramente cargadas de nostalgias. No sólo he cumplido un año más; también, como cada año, mi espíritu Grinch cede a las reflexiones de temporada. 

Y en esta ocasión, las divagaciones navideñas y de fin de año se mezclan con un motivo más para celebrar: el primer aniversario de mi llegada a la blogósfera. El haber publicado mi primer post en enero de 2008 hace que coincida el cierre del año civil con el cierre de mi primer año como blogger

Aunque sé que el rating también baja en estas fechas en que todos andamos en otros rollos, mi intención es recuperar algunas de mis notas pendientes e ir celebrando durante varios días este primer aniversario. Así que, ya sea en tiempo real o recuperando lecturas más adelante, me encanta saber que aquí andamos compartiendo juntos.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Percepción

En estos días mi estado de salud ha sido tal que hoy fue muy difícil levantarme a tiempo. Dudé un rato si venir a trabajar, pero al final decidí presentarme al menos un rato y cumplir a las 7:00 la guardia de exámenes finales que me correspondía. Así que, para estar a tiempo, renuncié hoy a mi traslado cotidiano en autobús y tomé un taxi. El vehículo que abordé parecía estar esperándome en la esquina de la avenida. Justo la luz del semáforo cambiaba a verde cuando alcancé a hacerle la señal y abordarlo. 

Mi espíritu de taxista siempre ha facilitado que estos trabajadores del volante y yo sepamos identificarnos. Con la misma atención que les distingue ellos, suelo sondear la personalidad de mi conductor en las primeras palabras. Como me dijo uno de ellos alguna vez, el saludo y un respuesta sencilla pueden decirnos si estamos ante alguien dispuesto a conversar y en qué direcciones, o si nos hemos topado con algún cascarrabias que prefiere le dejen tranquilo. Así, conmigo sucede que al tiempo que un taxista me sondea yo lo estoy sondeando a él.

En este caso fue evidente desde el "buenos días" que estábamos encontrándonos dos idealistas dispuestos a encontrarle el lado positivo a cualquier circunstancia. Más allá de quejarnos del frío, ambos comenzamos agradeciendo la posibilidad de sentir estas bajas temperaturas, de percibir a través de los 4 grados centígrados el contundente hecho de estar vivos.

La charla atravesó varios derroteros que han venido aflorando en mi cabeza en estos días. Lo curioso es que no era yo quien ponía los temas sobre la mesa, sino mi amable conductor que igual que agradecía a Dios gozar de salud y de la posibilidad de trabajar día con día, citaba la dicha que encierran las luchas cotidianas. "Cómo hay gente que desde que se levanta se está quejando... Que porque se le hace tarde o por el tráfico, o porque hace mucho frío." De pronto me estaba ya hablando del "mundo materialista" en que vivimos y en cómo la riqueza dificulta ser auténticamente dichosos.

"Todos los días pongo dos despertadores, con cinco minutos de diferencia", me dijo. "Con el primero me despierto, pero espero esos cinco minutitos para levantarme." En esos "cinco minutitos" agradece el día que comienza y se convence cada mañana de la importancia de poner buena cara al día. "Alguien me dijo una vez que hay que vivir feliz tu segundo, alegre tu minuto y dichoso tu día." 

Cuando faltaban poco metros para llegar a mi destino, soltó una última provocación. "Hay una película que me gusta mucho, se llama Pide al tiempo que vuelva. ¿Usted no la ha visto?" Respondí que no, reconociendo que es uno de esos filmes míticos que tengo pendientes, y añadía que hace poco alguien me había preguntado lo mismo. "¡Ay, joven! Tiene que verla. Pero la tiene que ver tranquilo, atento... que no se pierda ningún detalle." "Sí", le dije, "ya tenía en mente que debo verla... y ahora más, pues lleva doble recomendación." 

Bajé del taxi con una melancólica sonrisa. Durante el trayecto, mientras escuchaba y alimentaba las reflexiones de mi interlocutor con una que otra ocurrencia, pensaba en cómo este hombre tenía claras tantas cosas sin necesidad de haberlas explorado a través de textos como los que han venido provocando mis descubrimientos recientes. Sus hallazgos han sido seguramente espontáneos en general. La clave para percibir las cosas, como sugirió al recomendarme la película, es estar atento.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Letras solitarias para un rato

«hay que ser siempre otro para ser feliz»

«las palabras ausentes, los silencios ausentes, 
son los que terminan por enamorarnos»

José María Pérez Álvarez, 
La soledad de las vocales

Existen novelas de las cuales es imposible decir sobre qué hablan, cuál es su historia. El que leí la semana pasada es uno de esos libros. ¿De qué trata? No soy capaz de explicarlo. Creo que trata de nada. Y quizá de todo, a la vez. 

Una novela escrita sin mayúsculas y sin puntos, jugando con el monólogo interior que inevitablemente remite a Joyce, ese escritor al que uno de los personajes —escritor a su vez— no cesa de invocar. 

Por momentos, parece que se trata más de un poema disfrazado de novela. ¿O una novela vestida de poesía? Un grito a versos cuya longitud alcanza decenas de páginas, aglutinados en estrofas que se pisan los talones y que pese a su carencia absoluta de rima y métrica constante no pierden su musicalidad.

Un libro "para un rato, o, a lo mejor, para muchos ratos", diría quien lo puso en mis manos. Esther Tusquets, responsable de haberle adjudicado al texto el III Premio Bruguera de Novela, afirma que no se trata de una "novela triste" sino "implacable". Yo afirmo que me topé con un texto plagado de melancolía. Y con ello no sugiero que su lectura deprima. Pero sí duele. Llama a la nostalgia. Provoca. Y así invoca también a la dolorosa dicha que caracteriza a la realidad. De cosas así uno alimenta su interior. Y entonces experimenta una peculiar y misteriosa alegría.

Apunte. Con la misma actitud que los fumadores empedernidos encienden un cigarrillo aprovechando los restos de fuego que subsisten en la colilla del anterior, dejé la última página de La soledad de las vocales para arrancar con un impecable texto de Eric C. Wilson que lleva el provocador título de Contra la felicidad (cuyos primeros capítulos han dejado ya huella en mi comentario a la novela de Pérez Álvarez). No se trata de un libro largo pero merece ser masticado con calma. En unos días espero estar aquí con alguna ocurrencia al respecto.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Imágenes pendientes

Hace una semana Y alías K cumplió un año. Aquí algunas imágenes de la tarde en que festejamos su bautizo y su primer aniversario.


























Todo vestido de blanco...


























Bellísimo...


























¿Qué podían regalarle sus tíos Ernesto y M?...


























Cautivados por la marimba...


























Sobrino y Tío...



























Arrullado con la música de la marimba.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

I get wings to fly...

Otra noche memorable. Hace un mes, cuando se anunció el concierto y las entradas se pusieron en venta, me costaba trabajo creerlo. Era una de esas presentaciones que yo daba por hecho nunca sucederían en México por ene mil razones. Y evidentemente me equivocaba. El caso es que compré cuatro entradas para el gallinero, la sección más alta del Palacio de los Deportes. Fuimos M y yo con mis papás, a quienes invité como parte de sus regalos de cumpleaños (aprovechando que el evento caía entre uno y otro aniversario). La noche fue simple y sencillamente maravillosa.

Hace un par de años cumplí uno de mis anhelos asistiendo al impecable A New Day que se presentó a lo largo de cinco años en el Colosseum del Caesars Palace. En aquella ocasión salí fascinado. Esta vez esperaba un buen concierto y pasar un buen rato, dándome el gusto de ser parte de este "acontecimiento". Pero algo inesperado sucedió anoche. 

Desde que la introducción en las pantallas gigantes anunciaba "Tonight... Mexico City", la piel se me puso de gallina y así se mantuvo el resto del concierto. Canté, grité, bailé... y lloré. Interpretaciones que me enloquecen como I Drove All Night, Taking Chances o It's All Coming Back; algunas que me emocionan hasta las lágrimas por diversos motivos, como Because You Loved Me; otras que simplemente no me esperaba como All By Myself, I'm Your Angel o The Prayer; y, por supuesto, el mágico himno que representa I'm Alive. Vamos, ¡hasta la trilladísima My Heart Will Go On me motivó! (El repertorio cubrió tantos momentos de mi vida, que le perdoné que el set de canciones para México no incluyera su homenaje a Freddie Mercury con The Show Must Go On.) 

En fin: una noche extraordinaria. Lo sé: soy un cursi. Y me encanta.


Interrogante. ¿Por qué la gente se empeña en racionalizar todas sus percepciones y emociones? ¿Por qué la gente se aferra a analizar cualquier tipo de experiencia y no se limita simplemente a abrir los sentidos y atender? No deja de sorprenderme la paradoja en que nos encierra la lógica racional del mercado, cuyos imperativos terminan haciendo que la gente valore sus experiencias más subjetivas a la luz de criterios económicos o dictados por la "objetividad" de las mayorías, marginando o incluso silenciando la voz de sus interior.

lunes, 8 de diciembre de 2008

El misterio de lo conocido

Hay letras que atrapan por lo que dicen, esas cuyo contenido posee tal peso que si están bien o mal escritas resulta casi irrelevante. Otras letras producen el mismo efecto por la forma en que dicen lo que dicen, sin importar si eso que dicen produce en sí mismo el menor interés. Y, finalmente, están esas Letras —con mayúscula— cuya fuerza radica en la combinación del qué y el cómo

El producto de tan venturosa convergencia se valora positivamente en términos históricos cuando sus particularidades le hacen destacar en medio del contexto en que se producen. Y su registro en la historia personal del lector como sujeto particular se corona cuando esta combinación se revela en el momento adecuado. 

Todo este embrollo para decir que ayer terminé de leer Drácula, de Bram Stoker. Mi lectura resultó tan accidentada que tardé casi dos semanas en completar la hazaña, pero cada segundo invertido valió la pena, pues en mi opinión se trata de una obra que ejemplifica con maestría el equilibrio entre la magia del qué con la originalidad y la precisión del cómo

Quizá lo que más me entusiasmó fue el modo en que cada página mantuvo viva en mí la intriga de una historia tan conocida: caer en las redes de una narración cuyos acontecimientos resultan casi de dominio público, me parece de lo más divertido y apasionante. Las diversas voces de las que Stoker se vale para narrar la incursión del Conde Drácula en suelo inglés y la cacería de la que será víctima, consiguieron sembrar en mí un sinnúmero de imágenes, ocurrencias, inquietudes y posibilidades. 

Así, piano piano, voy saldando conmigo mismo deudas literarias y, simultáneamente, explorando mis propios laberintos.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Diciembre 7

Se acerca el último minuto de un fin de semana que tuvo de todo. Bautizo. Cumpleaños. Comida. Cine. Lecturas. Más comida. Reencuentros. Y... más comida. 

Cada momento de estos tres días merece una ocurrencia por separado. Ahora mismo no creo tener suficiente cabeza como para dedicarle a cada cosa las palabras justas. Quizá en el transcurso de la semana tenga oportunidad de compartir divagaciones sobre algunas de tantas cosas. 

Por lo pronto, me preparo para un lunes más. Un lunes que me propongo dedicar a organizar un poco lo mucho que me espera para esta nueva semana. Y en ese proceso ir decidiendo qué diablos haré para festejar mi pronto arribo a los treinta y tres inviernos.

Es curioso, pero tengo la impresión de que diciembre solía ser un mes tranquilo, de asentamiento de lo que se fue procesando a lo largo del año, cuya serenidad sólo se veía violentada por las desatadas y enfermas compras navideñas. Pero este diciembre está resultando distinto. Gratamente distinto. Y sólo han pasado siete días. 

Envío doble. Esta vez la felicitación pudo hacerse en persona. Pero, ya que es la única de mis herman@s a quien no había festejado a través de la blogósfera, envío un cálido abrazo digital a MJ, que ayer cumplió años. Ayer celebramos, además, el bautizo de Y alías K. Y hoy compartimos la felicidad de haberlo recibido en este planeta hace 365 días. ¡Feliz cumpleaños a los dos, hermosa madre y luminoso hijo! 

[Es increíble cómo pasa el tiempo. Hace exactamente un año escribí el texto que días más tarde utilizaría para inaugurar mi blog barcelonés.]

lunes, 1 de diciembre de 2008

Gran noche

La catarsis fue absoluta. No fue difícil dejar que la euforia colectiva se apoderara de uno. Y gritar. Y saltar. Y perderse en la multitud. Liberar energía y recargar energía. Emocionarse. Vivir.

Fue inevitable recordar la experiencia vivida hace 15 años. Sin duda aquel concierto fue uno de los más divertidos y emocionantes de mi vida. Y el de anoche evidentemente se le une por méritos propios, pero también por el simbolismo que encierra. El recinto era el mismo, pero diferente: en aquel entonces las gradas eran una estructura desmontable, temporal. Eran también tiempos de crisis. Se acercaban el levantamiento del EZ, los magnicidios y un año después el error de diciembre. Y, como he contado en otras ocasiones, el fin de la inocencia. Pero en noviembre de 1993, yo no alcanzaba a ver señales de nada de eso. En aquel entonces, yo cursaba el último año de preparatoria y la pequeña Monch tenía poco más de un año: ayer, con mis más de tres décadas a cuestas, saltaba eufórico a su lado, cuando ella atraviesa ya la mitad de la prepa.

Percepciones y opiniones las habrá por montones. Yo lo disfruté como enano cantando, bailando, gritando y saltando en medio de la zona de entrada general del Foro Sol. Gozando de cada segundo. En especial, del Borderline y el You Must Love Me que hasta hace poco nunca imaginé escuchar en directo, y del Like a Prayer y el Ray of Light que me hicieron sentir literalmente en la caída más pronunciada de una montaña rusa.

Cada centavo gastado y cada segundo de espera valieron la pena. Habrá quiénes crean que exagero. Que no es para tanto. Que pudo ser mejor. Que ha tenido mejores giras. Y quizá sea cierto. Pero lo que sentí la noche de anoche, es mío... y lo demás me importa poco.


Interrogante. ¿Por qué la gente se obstina en vivir a través de un pequeño display? Parece que la vida "en directo" se convierte en una cuestión marginal, algo que es necesario atravesar para llegar a la vida que importa, la que queda registrada en la memoria del teléfono móvil o cualquier otro dispositivo capaz de almacenar unos minutos de video. Parece que dejamos de vivir con todos los sentidos las experiencias... todo con tal de dejar registro de que "estuvimos ahí". Nos aferramos a la necesidad de conservar para siempre cada instante. Ignoramos el placer que hay detrás de la naturaleza efímera de una experiencia. Y en ese afán por conservarlo todo, dejamos de disfrutarlo mientras sucede. O al menos esa es la impresión que me queda.