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domingo, 16 de abril de 2023

Ayudándonos a decir adiós

Fue uno de los inviernos con más nieve en Manhattan. O al menos eso recuerdo que decían. Eran los primeros días de febrero en 1993. En mi memoria, la nieve comenzó a caer justo el día de nuestra llegada a la isla. Revisando registros de prensa, veo que fueron días de intensas nevadas que precedieron a una de las "tormentas del siglo", registrada a mediados de marzo.

Mi papá iba a una reunión de trabajo y había visto la oportunidad de llevarnos a mi hermano y a mí. Yo estaba justo a la mitad del bachillerato y visitar la gran manzana era una de mis máximas ilusiones. De los muchos motivos que hacían de aquel viaje un sueño estaba un hecho que me marcaría profundamente. Mi papá había conseguido entradas para 'The Phantom of the Opera', que se encontraba en su quinto año en cartelera. Eran los primeros años de una larguísima temporada que haría de esta producción la más longeva en la historia de Broadway hasta ahora. 

Sí, ese soy yo en aquel febrero del 93. La foto la tomó mi papá; a unos metros a mi derecha -fuera de la imagen, claro- está mi hermano.


El musical de Andrew Lloyd Webber se había convertido en una obsesión para mí desde un par de años antes, cuando compré su primer gran recopilatorio de canciones de distintos trabajos. Mi entusiasmo por el teatro musical era ya evidente y había logrado contagiarlo a mi papá. 

El caso es que en aquel febrero del 93 tuve la dicha de asistir al Majestic y quedar abrumado por la espectacularidad de la producción dirigida por Harold Prince con diseño escénico de Maria Björnson. No tiene sentido intentar contar todo lo que desde entonces ha significado el fantasma en mi vida. Sin duda la banda sonora de mi existencia mortal no tendría sentido sin esta obra, pero esto es así en buena medida gracias a la brillante producción original que hoy baja el telón para siempre en el 245 de la 44 Oeste. 

El programa de aquella función. Se entenderá que lo atesoro en condiciones especiales. Curiosamente no encuentro el boleto que también guardé por muchos años.

Por mucho tiempo pensé que los recuerdos de aquella función a la que asistí en el 93 eran probablemente exagerados o producto de mi adolescente romanticismo. Había visto un par de veces la producción que se presentó en México a finales de los noventa y dos la alucinante y espectacular versión que se diseñó para Las Vegas a inicios de este siglo. Siempre la disfruté, pero en mi memoria el fantasma de Nueva York era distinto. 

Consciente de que aquel recuerdo adolescente probablemente era una quimera, regresé al Majestic casi veinte años después, en el otoño de 2012. El fantasma estaba por cumplir un cuarto de siglo en ese escenario. Y yo volví a tener 17 años. Como con la primera, nunca olvidaré esa última experiencia. 


Dato curioso: el nombre de un actor, Hugh Panaro, destacaba tanto en mi Playbill de 1993 como en el de 2012; en el primero interpretando a Raoul y en el último al Fantasma.


Hoy el mítico candil cae por última vez en aquella sala. Es evidente que 'The Phantom of the Opera' vivirá siempre y que más pronto que tarde volverá a estar en las marquesinas de Broadway. No termina la música de la noche; sin embargo, es evidente que nunca será lo mismo. Hoy muchos necesitamos ayuda para decir adiós. 

martes, 10 de abril de 2012

Música para Semana Santa (en Semana de Pascua)

Hace tiempo no elaboraba una entrada musical para este blog. Este lunes, mientras conducía por la autopista, sonó en mi coche una grabación que se tradujo en invitación para compartir aquí un poco de música. Música para Semana Santa, en Semana de Pascua. Y es que la semana anterior estuve en una tregua digital que me impidió tuitear o bloguear con presteza. Ayer decidí que, pese a que la Semana Mayor había terminado, no estaba de más compartir algunas sugerencias musicales, con sonidos que me suelen acompañar en estas fechas. Van aquí cinco provocaciones.

5. "La Pasión según San Mateo", de J. S. Bach. Empecemos por algo muy clásico, no por el periodo musical al que pertenece la obra, por supuesto, sino por la dimensión sacra de este oratorio, estrenado hacia 1729. Grabaciones existen muchas (si no, revísese esta relación con más de un centenar de ellas). La obra es la más larga del célebre músico representante del barroco alemán, pero bastan unos minutos para descubrir su inigualable valor, como demuestran aquí la contralto Eula Beal y el violinista Yehudi Menuhin interpretando el momento más célebre del oratorio.



4. "Passion: Music for The Last Temptation Of Christ", de Peter Gabriel. Se trata de selecciones de la banda sonora compuesta por el músico inglés para la película de Martin Scorsese, basada en la novela de Nikos Kazantzakis. Con esta grabación entró Gabriel a mi vida hace algunos años. Desde entonces, con momentos más lúcidos que otros, sigo considerándolo uno de los mejores álbumes en mi colección. En este widget tomado del portal del ex-Genesis, se puede uno dar una buena idea del material.



3. "Requiem For My Friend", de Zbigniew Preisner. Originalmente parte de un proyecto en el que colaboraría Krzysztof Kieslowski, la obra terminó convirtiéndose en homenaje tras la repentina muerte del cineasta polaco. Recientemente uno de los momentos más poderosos de este réquiem, la "Lacrimosa", fue empleado en una de las secuencias de The Tree of Life, de Terrence Malick. Si bien no se trata de una obra cuyo tema gire explícitamente en torno a la pasión de Cristo, por tratarse de una misa de difuntos no nos viene nada mal en estos días de guardar. A reserva de que se consigan el disco completo, aquí va "Lacrimosa", en un montaje con imágenes de la película de Malick.



2. "Jesus Christ Superstar - A Resurrection", de Andrew Lloyd Webber en una producción encabezada por Michael Lorant y con las Indigo Girls interpretando a Jesús (Amy Ray) y María Magdalena (Emily Sailers). Se trata de la obra completa original del célebre compositor inglés de musicales, pero en arreglos alternativos en los que aparecen agrupaciones y solistas como Dew (a cargo de la obertura), The Feed and Seed Marching Abominable (acompañando a Ray en el "Hosanna"), Kelly Hogan (con una estupenda versión de "Simon Zealotes") y Social Insanity (interpretando el tema principal de la obra en la pista más desafortunada de todo el álbum doble). No es fácil conseguir esta grabación de la cual pueden escucharse fragmentos en la página de Indigo Girls, pero puede suplirse con la grabación que se hizo de una presentación en vivo en Austin, Texas, en 1995, publicada en VHS y disponible en el tubo.



1. "El Mesías", de Haendel. Toda la obra es una dicha, pero son las partes II y III las que suelen vincularse con la Semana Santa, por ser éstas las dedicadas a la pasión y muerte de Jesucristo. El viernes previo al inicio de este receso de primavera, tuve la dicha de asistir a la presentación que hizo de estas dos partes la Camerata de Coahuila con el Coro de la Ópera de León en el Teatro del Bicentenario del Fórum Cultural Guanajuato. Durante la ejecución de la parte final, experimenté algo que nunca antes me había sucedido con tal intensidad: la música acarició mi alma con un misticismo tal que ambas comenzaron un diálogo místico cuyos efectos aún operan en mi interior. Dejo aquí una grabación en vivo, elegida no por ser la más destacada sino por tratarse de un video de cerca de media hora que permite apreciar la ejecución íntegra de la sublime parte III de la obra.

domingo, 15 de mayo de 2011

León no merece este Teatro

[Nota. He leído con calma lo que escribí y admito que puede molestar cierta pose elitista en mi texto. Es posible que alguien encuentre en mis palabras, además de una postura sibarita, un desprecio por la gente de esta ciudad en la que hoy paso los más de mis días. Admito que hay en mis afirmaciones ciertas generalizaciones que bien admiten excepciones. Mi única intención es dar salida a una inquietud personal que, seguramente, bien puede rebatirse o ponerse en duda.]

Triste, dolorosamente, anoche volví a pensarlo: esta ciudad no se merece su Teatro del Bicentenario.

Pasé prácticamente todo el sábado en el Forum Cultural Guanajuato, en León. Un espacio que siempre me ha parecido pertenece a otra dimensión.

En la mañana llegué al Auditorio Mateo Herrera para la transmisión de La Valquiria, cerrando la temporada 2010-2011 de el Met en vivo y HD. Un detalle técnico en la complicada máquina sobre la que se construye la nueva producción del Ciclo del Anillo dirigida por Robert lapage para el Met de NY, provocó el retraso de la función, que inició poco antes del medio día. Cinco horas y veinte minutos en los que la obra de Wagner me condujo por todos los rincones del alma. Debora Voigt, Eva-Maria Wesbroek, Stephanie Blythe, Jonas Kaufmann, Hans-Peter Köing y Bryn Terfel, bajo la conducción del maestro James Levine, imprimieron a la partitura de Wagner la fuerza necesaria con una dosis de realidad y emotividad que solo los grandes consiguen.

Fue mi primera vez en el Mateo Herrera, y quedé gratamente complacido. Sus terrazas y salas tipo lounge resultan cómodas alternativas para los intermedios, que pueden completarse con vino y bocadillos que ofrece la cafetería.

En el público de una sala para 260 personas, menos de un centenar —varios de ellos extranjeros— disfrutaba la transmisión. Así es: en una ciudad con casi un millón y medio de habitantes y cuya zona metropolitana disputa con Toluca la quinta posición entre las más grandes del país, menos de cien personas decidieron esa mañana ir a la ópera. Mi sorpresa se acentuó, quizá, al estar acostumbrado a las abarrotadas transmisiones que esta misma temporada presencié en el Auditorio Nacional.

Pero mi sorpresa —mi tristeza— aumentó en la noche, al asistir al Teatro del Bicentenario a un concierto de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, cuyo programa incluyó la Suite Orquestal de "El Cid" de Massenet, selecciones de "Carmen" de Bizet y las "Danzas Sinfónicas" de "West Side Story" de Bernstein.

Hace un par de meses tuve oportunidad de asistir a un concierto con la Orquesta Filarmónica de Jalisco en el mismo recinto, entonces casi recién inaugurado. Me sorprendió entonces el casi lleno total. En cambio, anoche estaban ocupadas quizá la mitad de las 1,500 butacas del que ha sido presumido por el Estado como "el mejor teatro del País en 100 años". Recordé entonces que los leoneses tienden a abarrotar todo lo que es nuevo... claro, mientras es nuevo.

La OSUG ofreció una destacada interpretación de Massenet, mientras la batuta de Eduardo Álvarez, director huésped, alternaba entre dirigir a los músicos y contener los aplausos de parte del público que insistía en celebrar cada movimiento. Apareció después la soprano mexicana Violeta Dávalos para ofrecer un aria de "El Cid" y, tras un interludio de "Carmen", dos de las piezas más representativas de esta ópera de Bizet: la Seguidilla "Préz de ramparts de Séville..." y la Habanera "L'amour est un oiseau rebelle...".

Dávalos, Álvarez y los músicos de la OSUG lograron cautivar a pesar de los teléfonos celulares —que no solo sonaban, sino que ¡eran contestados! durante la función—, aunque la acústica del teatro no fuera suficiente para lidiar con los espectadores que encontraban cualquier momento propicio para comentar el programa, sus impresiones o cualquier otra inquietud que al instante atravesara su mente.

Tras el intermedio vino el momento que yo más ansiaba: las "Danzas Sinfónicas" que Leonard Bernstein estructuró a partir de los principales temas de su tragedia "West Side Story". La interpretación de la OSUG fue intensa y emotiva, destacando su sección de vientos —maderas y metales— y sus percusiones. En una variación a la presentación tradicional de las Danzas, Violeta Dávalos se incorporó en el adagio "Somewhere" para interpretar una versión vocal de la pieza. En general, la OSUG consiguió provocar todas las emociones que transitan a lo largo de la partitura de Bernstein. El movimiento final me atrapó ya con las lágrimas. El aplauso general me hace pensar que no fui el único emocionado.

Admito que, más allá de lamentar la falta de audiencia, por momentos me molestó mucho el ruido que hacía el público y el cinismo con el que alargaba sus conversaciones a pesar de los gestos de incomodidad que manifestábamos algunos. Quizá con cierta de soberbia, pero no sin convicción, llegó un momento en que recordé que nadie da lo que no tiene. ¿Por qué sorprenderme de las butacas vacías o de los celulares a media función, si estoy en la misma ciudad donde hace una semana, tras días de largas filas para conseguir entradas, la afición abarrotó su estadio de fútbol para terminar dando una de las más lamentables muestras de incivilidad deportiva? Para eso sí estamos buenos. O para invertir millones en la construcción y remodelación de un nuevo palenque que bien remite a una suerte de circo romano del siglo XXI. Ni el futbol ni el palenque tienen nada en sí mismos que los hagan denostables, pero no solo de futbol y palenque vive el hombre.

"Esta ciudad no merece este Teatro", volví a pensar mientras caminaba por la explanada del Forum al salir del concierto. "O quizá sí, quizá lo necesita justamente para que algún día los leoneses vean más allá del estadio y del palenque".

sábado, 16 de abril de 2011

Ópera en pantalla grande (II)

La temporada perdida

Tosca, Aída, Turandot, Carmen y Hamlet fueron las producciones del Met que, pese a contar con entradas pagadas, me perdí durante las transmisiones de la temporada 2009-2010, como consecuencia de mi traslado al Bajío. Algunas porque tenía que impartir clase en Salamanca, otras porque tenía que atender como alumno a mi Diplomado en Filosofía para Niños. Repartí los boletos a gente cercana que sabía podría disfrutar de las transmisiones y me conformé con sus reseñas.

Llegó entonces el anuncio de la temporada 2010-2011 y el calendario para las emisiones en HD. Para el primer semestre mis clases sabatinas impedían nuevamente cualquier intento, pero mi firme decisión de descansar de las aulas los fines de semana durante un semestre me permitían aventurarme a comprar boletos para algo entre enero y abril. Y así lo hice, comprando para las tres producciones que tenía certeza podría atender con relativa seguridad, lo cual afortunadamente se logró sin contratiempos. Aquí, las micro-reseñas de estas tres experiencias con un bonus: una referencia a la transmisión 3D de Carmen producida por la Royal Opera House de Londres.


El hallazgo de Gluck

Sí. Quizá confesarlo evidencie lo realmente lejos que estoy de ser un experto, pero debo admitir que hasta hace unos meses ignoraba la genialidad de Gluck y su cercanía con músicos cuyas partituras admiro inmensamente. El atractivo para asistir a la trasmisión de Iphigénie en Tauride era el cartel encabezado por Susan Graham acompañada de Plácido Domingo. La experiencia fue casi mística, tanto por la fascinante música como por las portentosas interpretaciones de Graham y Domingo —quienes, según nos advertían al inicio de la función, atravesaban sendos resfriados ese medio día—. Un apunte sobre el tenor español: no imaginé que pudiese resultar tan convincente la interpretación que un septagenario en el papel de un personaje con la juventud y la fuerza de Orestes; sorprendente la frescura que conserva su voz después de tantos años. Una auténtica leyenda viva.


La locura encarnada

Natalie Dessay siempre me ha parecido el rostro del desequilibrio mental. Lo digo en serio. Desde que la vi por primera vez en alguna grabación, quedé cautivado por su forma de interpretar globalmente a sus heroínas. Sé que los más ortodoxos suelen criticar algunos de sus atrevimientos y tropiezos vocales. Sin embargo, la manera en que la soprano francesa encarna sus personajes me parece realmente única. La producción de Mary Zimmerman para Lucia Di Lammermoor es soberbia. En su temporada de estreno, fue parte de las transmisiones HD con Anna Netrebko. En aquella versión, además del montaje impecable, engalanaba la función también el excelente tenor Piotr Beczala. La Lucía de la Dessay no consigue, por supuesto, la sensualidad que le imprimía la soprano rusa, pero sí atrapa con un magistral recorrido desde la frágil Lucía enamorada y temerosa de su entorno hasta la pérdida de la razón y su desenlace fatal.


Paréntesis: Sexy-Carmen-3D

No recuerdo con claridad cómo supe de las funciones de la producción Carmen 3D que la Royal Opera House lanzaba a diferentes recintos cinematográficos. Lo cierto es que fui, compré mi boleto y fui uno de los menos de 30 que ocupamos la sala de Cinépolis en León destinada a tal fin. La producción muy bien lograda en lo general. A destacar, el carisma y la interpretación —vocal y sobre todo histriónica— de los protagonistas. La heroína que da título al clásico de Bizet nunca antes me había parecido tan convincente. Quizá fuera la sensualidad desbordada de la pantalla a través de las gafas que juegan con nuestros sentidos para hacernos creer que los objetos proyectados realmente tienen volumen. Y ahí quizá mi única objeción para esta transmisión: ¿realmente hacía falta la tercera dimensión? Personalmente me sigo resistiendo al cine en 3D, no consigue atraerme ni motivarme lo suficiente, me parece engorroso, incómodo y me suele provocar jaquecas. Supongo que el sello 3D llevaría la intención de acercar a un público más joven a la Ópera. No sé si tal propósito se cumpla en otros lares, porque en León, no.


El Conde Flórez

Para El Conde Ory, mi principal motivación era el cartel. La ópera cómica de Rossini me resultaba completamente ajena, pero Juan Diego Flórez, Joyce DiDonato y Diana Damrau eran suficiente pretexto para asistir. ¡Y vaya que valió la pena! Por más de una razón, por supuesto. Valió por la bella producción imitando un escenario medieval y una obra dentro de la obra. Valió por la frescura de una gran comedia en medio de tanta muerte y engaño al que uno suele acostumbrarse en la ópera. Valió por la ingeniosa manera de proponer algunas escenas que, sin duda, demandaban una gran precisión vocal y actoral a los protagonistas, que en todo momento enfrentaron con éxito. Y valió, claro está, por el talento de todos los que se pararon sobre el escenario. Damrau interpretando al paje de Ory, con quien pelea el amor de la condesa Adèle, excelente. La química que además consigue con esta última, interpretada impecablemente por DiDonato, es maravillosa. Y el carisma que envuelve la portentosa voz del tenor peruano Juan Diego Flórez es muy difícil de describir. Durante casi tres horas reí y disfruté inmensamente la calidad en todos los sentidos de una producción que ya ansío se distribuya en video para poder disfrutarla una vez más.


Y...

Quedan tres transmisiones de la temporada en HD. Capriccio, de Staruss y protagonizada por Renée Fleming me la perderé inevitablemente pues andaré de vago. En el caso de Il Trovatore de Verdi, ya planeo comprar entradas para el Fórum Cultural en León. Y para cerrar, en el caso de La Valquiria, en su nueva producción para el Met, no me decido aún, pues me hubiera encantado ver hace unos meses la transmisión de estreno de la primera parte de la tetralogía Wagneriana. De cualquier modo, se ha anunciado ya el programa de la temporada 2011-2012. Promete. Y bastante.

domingo, 10 de abril de 2011

Ópera en pantalla grande (I)

Hace unas semanas un amigo me preguntó, auténticamente intrigado, sobre el origen de mi afición por la ópera. Al responderle, noté que se trata de uno de tres géneros musicales que nunca sonaron en mi casa y a los que ningún amigo cercano me empujó (los otros son el jazz y el tango). Al reflexionar sobre ello, resultó curioso encontrar que en los tres casos, la semilla para explorar sus territorios se sembró desde el cine (y curiosamente los tres en mis años de universitario).

En el caso particular de la ópera, dos bandas sonoras produjeron la chispa que poco a poco me llevaría a adentrarme en ese mundo que a ratos se me antojaba distante pero que siempre terminaba conservando mi curiosidad por alguna razón. Las grabaciones a que me refiero pertenecen a Age Of Inocence y The Fifth Element, dirigidas por Martin Scorsese y Luc Besson respectivamente. Dos películas que no podrían ser más dispares entre sí pero que algo tienen en común: en ambas hay un momento decisivo para la trama que tiene como fondo la partitura de una ópera. En el primer caso, una brevísima escena del Fausto de Gounod; en el segundo, la primera parte de la escena de locura de Lucia de Lammermoor de Donizetti. Los dos momentos aparecen en las respectivas bandas sonoras de las citadas películas. Desde mi absoluta ignorancia del mundo del bel canto, me fascinaba escuchar esos fragmentos una y otra vez.

Hasta que en 1998 una obra de teatro terminó empujándome a romper mis miedos. Me refiero a Master Class, pieza del dramaturgo Terrence McNally que narra magistralmente un oscuro fragmento de la biografía de Maria Callas, que en México fue interpretada la primera actriz Diana Bracho. Durante el montaje, se escuchaban algunos fragmentos de piezas del repertorio tradicional de la Diva. Al día siguiente fui a una tienda de discos a comprar una antología de la llamada Voz del Siglo y empecé a explorar sus grabaciones poco a poco.

Por fin meses después terminé asistiendo por primera vez a una función de ópera en el Palacio de Bellas Artes. Se trataba de La Boheme, de Puccini. Imposible describir lo que viví. Con el tiempo vinieron ya las investigaciones, la adquisición de grabaciones, la asistencia cuando era posible a una función en vivo.

Hace un par de años, la posibilidad de seguir adentrándome en este fascinante mundo llegó nuevamente a través de una pantalla, esta vez cuando supe de las transmisiones que la Metropolitan Opera de Nueva York estaba realizando en vivo y alta definición hacia diferentes recintos del mundo, entre ellos, el Auditorio Nacional en la Ciudad de México. Mi primera función en HD fue otra obra de Puccini: Madama Butterfly, en la bellísima producción de Anthony Mingela. Meses después, en el verano, pude ver la retransmisión de La Boheme en la mítica producción de Franco Zeffireli para el Met.

Ambas transmisiones me condujeron a un par de conclusiones contundentes. Primero, corroborar la maestría de Giacomo Puccini para musicalizar emociones y hacer que lo invadan a uno desde los oídos hasta recorrer el sistema circulatorio por completo. Segundo, la maravillosa oportunidad que ofrece la tecnología para acercarnos a manifestaciones artísticas que usualmente las limitaciones materiales y temporales nos impiden disfrutar como quisiéramos. Me propuse entonces no perderme en lo posible las futuras transmisiones desde el Met. Se anunció la temporada 2009-2010 y de inmediato compré boletos para 4 funciones.

Y entonces, semanas antes del arranque de la temporada... me fui a vivir a León, Guanajuato.

En la siguiente entrega: un breve relato de mis frustraciones con la temporada 2009-2010 y el poderoso reencuentro con la temporada 2010-2011 del Met de Nueva York, además de un apunte acerca de las transmisiones de la Royal Opera House de Londres.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Rendez-Vous

Hace 6 meses mi amigo JuanPa inició un proyecto de colaboración en torno a la música.
Desde el primer momento, tuve el deseo de sumarme a la propuesta. Un sinfín de asuntos hicieron que los postergara una y otra vez. A ratos empezaba a hacer listas en el iTunes con la intención de convertirlas en mixtapes para La Bitácora Pop. Y así pasaron seis meses.
Finalmente, conseguí hacerme de un espacio para integrar Rendez-Vous. La primera, y espero no la última, de mis colaboraciones con JuanPa en esta aventura. Transcribo aquí el texto que escribí para presentar el mixtape.

En mi cerebro, música es una de las palabras con mayor cantidad de representaciones mentales. Algunas resultan especialmente poderosas. Entre éstas, la idea de encuentro. A lo largo de mi vida, la música ha jugado un papel fundamental en la construcción y el registro de todo tipo de encuentros. Alegres, dolorosos, emocionantes, inquietantes, divertidos, misteriosos, apasionados, sutiles, repentinos, memorables… En Rendez-Vous he intentado sintetizar algunos de ellos. Y he querido hacerlo usando un único instrumento: el piano.

Más allá de este criterio, no hay otra lógica en la selección. Aparecen obras de compositores de diferentes géneros, corrientes, épocas: Chopin, Gershwin, Bernstein, Piazzolla, Morricone, Glass… interpretadas por músicos de igual variedad: Rubén González, Bebo y Chucho Valdés, Leszek Mozdzer, Emanuel Ax, Pablo Ziegler, Bill Evans, Andre Previn…. Un trío de compositores repiten en algún momento; uno de ellos —Tiersen— quizá demasiadas veces, hecho que responde simplemente al valor que personalmente hallo en sus notas como acompañamiento de mis múltiples encuentros.

Para ordenar las melodías que integran esta compilación, quise imaginar un día plagado de encuentros. 24 horas comprimidas en 80 minutos de música. Propongo el track list dividiendo la selección en los diferentes momentos de esa jornada: Amanecer, Mañana, Mediodía, Tarde, Atardecer, Noche, Medianoche, Madrugada... (y un bonus track).


(Quizá por ahí los oídos más aguzados notarán que se cuelan un par de sonidos que “manchan” el criterio de “sólo piano”, cuestión que noté tardíamente y que espero disculpen.)

jueves, 4 de noviembre de 2010

Soundtrack de mi vida (por si muero mañana)

De entrada me pareció que sería fácil. Mi única complicación inicial era definir un criterio para poner un tope al número de pistas que debería incluir mi banda sonora. Primero pensé en mi referente habitual: 80 minutos. Pero me pasaba por poquito y no quería dejar fuera ninguna de las piezas que ya había elegido. Entonces vino la idea: una por cada año de vida transcurrido hasta el día de hoy. No quiere decir que cada canción corresponda a cada vuelta que he dado alrededor del sol. De algunas épocas apenas tengo conciencia y difícilmente soy capaz de evocar sus sonidos; en cambio, hay años atiborrados de canciones muy concretas.

Una vez definida la cantidad de melodías, vino el proceso de selección. Algunas se escogieron solitas, en otros casos tuve que escarbar un poco más con tal de invocar lo que podía estar sonando a mi alrededor, sobre todo en esos años casi borrados de mi memoria. Entre las elegidas, hay piezas de las que puedo asegurar que cambiaron mi vida marcando en sí mismas un antes y un después; otras simplemente fueron testigos casuales de momentos o periodos que marcaron un antes y un después; algunas más ayudan a completar el juego de esas etapas que mi conciencia no tiene muy claras pero que sin duda habrán estado llenas de pequeñas grandes cosas.

Va pues la lista. Intentaré justificar la selección, aunque anticipo que en ciertos casos me reservaré los detalles.

1. "This is my life", Shirley Bassey. Esta canción es algo así como el prólogo de lo que vendrá. Es la primera pero no es una canción de mi infancia, pues descubrí a Bassey hace menos de una década, a través de una compilación que se titula como esta canción. En fin, la letra lo dice todo.

2. "Nosotros", Eydie Gorme y Los Panchos. No sé qué edad tendría, pero sé que no llegaba a los 10 años cuando me topé con esta joya mientras curioseaba la colección de discos de 45 rpm de mi mamá. No me pregunten qué me cautivó de esta melodía, pero lo cierto es que se convirtió de inmediato en una pequeña y secreta obsesión. Mi debilidad inicial por esta grabación era el sonido en sí mismo: la deliciosa voz de Eydie Gorme y la sutil cadencia del ritmo del bolero. Con el tiempo, fue la letra la que se apoderó de mí. A la fecha me pregunto aunque me digan que no me pregunte más: ¿por qué deben separarse si no es falta de cariño?, ¿por qué decir adiós en nombre de ese amor? Sigo sin respuestas que me convenzan.

3. "Todo se derrumbó", Emmanuel. Esta se me atravesó en un acetato de 33 rpm. Íntimamente. A la fecha creo que es el mejor disco de Emmanuel. Lo chistoso es que eso pensara yo a los 10 años. Elijo esta canción en particular porque, igual que "Nosotros", se me grabó en la cabeza muy pronto. Y sigue ahí desde entonces.

4. "On Earth as in Heaven", Ennio Morricone. La historia de mi temprano encuentro con Morrcione y la banda sonora de La Misión, está registrada por aquí, así que no me extiendo más.

5. "La fuerza del destino", Mecano. Descubrí al trío español en primero de secundaria, durante un paseo a Veracruz con compañeros del colegio. Viajábamos en el auto de algún maestro que llevaba puesto el cassette de Descanso Dominical. Me enamoré del álbum de principio a fin. Con el tiempo, eso de "pero la fuerza del destino / nos hizo repetir", se ha convertido en otra de mis obsesiones musicales. La música de Mecano es la música de mi adolescencia. Punto.

6. "Somewhere", Leonard Bernstein & Stephen Sondheim. Aquí puede que esté rompiendo un poco la cronología, no lo sé. No tengo muy claro en qué momento se cruzó el emblemático tema de West Side Story en mi camino. Recuerdo que fue a través de una grabación en vivo de Barbra Streisand. De ahí pasé a la película y el resto es historia. Para mí WSS es la película. Y "Somewhere" me parece una de las canciones más hermosas de todos los tiempos.

7. "Castillos en el aire", Alberto Cortez. De nuevo, ni idea de cómo llegó esto a mis oídos. En su momento me pareció simplemente una canción divertida. Con los años se ha vuelto terriblemente poderosa. (Para el anecdotario: es una de las canciones que más gozo cantar en un karaoke.)

8. "Con los ojos cerrados", Gloria Trevi. Elijo esta porque tengo que elegir una. Como Mecano, la Trevi fue parte clave de mi adolescencia. Pero, a diferencia del trío español, fue una de esas debilidades secretas. Hoy lo admito sin broncas: me encantaba y me encanta. Uno puede tener sus gustos culpables, ¿qué no?

9. "Phantom of the Opera", Sarah Brightman & Steve Harley. Estaba en el primer año de preparatoria cuando compré The Premiere Collection de Andrew Lloyd Webber. Fue mi primer contacto con este musical que un par de años después marcaría mi vida. (Soy de los que cree que el fantasma es y será siempre Michael Crawford, pero cito la versión de Harley por ser la primera que tuve y la que me enganchó en aquel entonces.)

10. "Holiday", Madonna. The Immaculate Collection fue uno de mis cassettes predilectos siempre. Pero mi casi devoción por la reina del pop nació el día que la vi en vivo por primera vez, en el entonces provisional escenario del Autódromo Hermanos Rodríguez (hoy, Foro Sol). No hay forma de describir cuando en la recta final del concierto sonaron las primeras notas de "Holiday". Mi piel aún recuerda ese momento. (La liga manda a la versión del Girlie Show, la gira de aquel mítico concierto.)

11. "Como hemos cambiado", Presuntos Implicados. Llegan años donde la secuencia se me pierde. Estoy ya en la licenciatura. Y este tema de Presuntos era nuestro tema. En cierto modo lo sigue siendo.

12. "Iremos juntos", de Vaselina. Quienes conocen la historia no necesitan detalles. Verano de 1995. Con el tiempo, un periodo que ha ido tomando su justo lugar en mi biografía. No sería el que soy sin ese verano.

13. "Las mil y una noches", Flans. La canción era ya un clásico en esos días. Una canción que acompañó quizá mis mejores momentos como universitario.

14. "Because you loved me", Celine Dion. Sí, soy fan y no tengo por qué negarlo. Pero esta canción no está en la lista por la cursi debilidad que siento por esta mujer, sino porque fue el tema que bailé con mi hermana MJ el día que celebramos sus 15 años. Solo describirlo me arranca nuevamente una lágrima y me recuerda lo difícil que es crecer.

15. "I will survive", Gloria Gaynor. Como con tantas canciones, me cuesta trabajo explicar cómo surgió mi fascinación por ésta. Por más trillada que esté, nunca me cansaré de escucharla. Es además una canción llena de momentos. Para fines de mi banda sonora, es además la representante de mi lado discotequero, ese lado que ya dos veces he tenido la dicha de celebrar brincoteando acompañado en vivo y en directo por la voz de la mismísima Gloria.

16. "Il dolce suono", de Donizzetti. Concretamente, en la versión que aparece en la película de El Quinto Elemento. Cuando vi la peli de Luc Besson no sabía que lo que escuchaba en la épica escena de la Diva era un aria de Lucia de Lammermmoor. Tendrían que pasar años para que me atreviera a explorar el mundo de la ópera, pero la ciencia ficción había ya sembrado esa semilla. (Hoy, la escena de locura de Lucia es sin duda una de mis grandes obsesiones, al grado que vivo coleccionando versiones.)

17. "Vesti la giubba", Luciano Pavarotti. La semilla que depositó Besson germinó poco después con Pavarotti y sus amigos. Compré un par de sus discos por "borrego", lo confieso. Y con el tiempo agradezco a esa serie de grabaciones el haber derrotado mis prejuicios y haberme atrevido a explorar sin temor el mundo del bell canto. Sobre la pieza en particular, el canto del payaso que antes de salir a escena descubre la traición de su mujer es para mí casi un himno.

18. "Para vivir", Pablo Milanés. Otro giro. No sé el momento, pero esta canción se me coló a las venas desde la primera vez. Hoy, la escucho y confieso que me estremece su sentido casi profético.

19. "I saw no shadow of another parting", Kiri Te Kanawa. Se trata de una sencilla pero poderosa aria compuesta por Patrick Doyle para la película Great Expectations, de Alfonso Cuarón, basada en la obra de Charles Dickens. La letra está tomada literalmente de un pasaje de la novela. Su valor para mí es infinito pues encierra muchas cosas: libro, película y banda sonora son de mis favoritas cada una en su respectiva categoría. Además el disco representó para mí el hallazgo de Te Kanawa, a quien desde entonces admiro y sigo fervientemente.

20. "Favola", Eros Ramazzotti. Sigo atrapado entre 1995 y 1999. En esos años, esta fábula, inspirada en un texto breve de Hermann Hesse, era para mí una especie de micro-biografía musicalizada con la que solía torturarme a ratos.

21. "Balada para un Loco", Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Se acercaba el final del siglo XX y yo descubría el folclor argentino a través de un espectáculo llamado Forever Tango. Hacia el final del show aparecía esta obra maestra del poeta Ferrer con música del genial Piazzolla. "Ya sé que estoy piantao..." Y así, a ritmo de tango nuevo, de nuevo cambió mi vida.

22. "Bésame mucho", de Consuelo Velázquez, en todas las versiones de músicos callejeros, particularmente en las plazas y transportes públicos de París, Roma, Florencia, Barcelona... En distintos viajes durante los primeros cinco años del nuevo milenio, eso de "como si fuera esta noche la última vez" se aparecía con inesperada magia en los momentos y lugares más imprevistos. Y siempre conseguía arrancarme una lágrima de nostalgia.

23. "The way you look tonight", Frank Sinatra. Lo que escriba sobre el sentido de esta pieza será insuficiente. Baste decir que dejarla fuera de mi banda sonora sería excluir una de las partes más valiosas de mi vida.

24. "Huapango", de Moncayo, con la OSN. Y un día me fui a Barcelona, sin saber naturalmente lo que implicaría esa aventura. Allá, entendí por qué hay quien dice que esta obra de Moncayo es como el segundo Himno Nacional Mexicano. Y sobre eso escribí desde Catalunya algo que aún puede leerse por acá.

25. "When your mind's made up", Glen Hansard y Marketa Irglova. Una canción tremendamente poderosa, inevitablemente asociada a un periodo que terminó provocando nuevos giros imprevistos en la gráfica de mi existencia.

26. "Esta madrugada", Amaral. Sucede con este dúo algo semejante a lo que me ocurre con la canción anterior. Son piezas que quizá por estar aún tan cerca en mi biografía no consigo traducir con claridad. Pero ahí están.

27. "Vuelvo al Sur", Astor Piazzolla. Y un día regresé al Sur... distinto, en cierto modo distante. Por momentos incapaz de incorporar los sueños recuperados a la realidad circundante. (De nuevo, Piazzolla: el primer compositor —creo que será el único— que se repite en esta lista.)

28. "Camins", Sopa de Cabra. "Mai no es massa tard per tornar a començar..."

29. "Two out of three ain't bad", Meat Loaf. Jim Steinman tenía que aparecer en algún momento de mi soundtrack. Cronológicamente parece que la canción debería ir mucho antes. Si bien hace años que es parte de mi fondo musical, recientemente ha tomado nuevos significados. Y cambia todos los días.

30. "Nice 'n' easy", Frank Sinatra. Es muy pronto quizá para hablar sobre por qué meter de nuevo a La Voz y por qué con este tema. Pero me pareció que no podía dejarla de lado.

31. "La longue route", Yann Tiersen. Era necesario incluir a este músico francés. Muchas eran mis opciones y elegí una a modo de sintetizar todo lo que representa su música en mi vida desde hace una década. Esta melodía fue una de las que escogí para anclar una reciente escapada a Peña de Bernal. Es una anécdota larga que quizá convendría recuperar en otro momento. Para fines de este ejercicio, diré solo que la música de Tiersen me ayuda a registrar esos momentos que no puedo permitirme olvidar.

32. "E lucevan le stelle", Plácido Domingo. Otro que no podía quedarse fuera en la banda sonora de mi vida al día de hoy es Giacomo Puccini. Elegir una pieza me resulta particularmente difícil, pues casi podría contar mi vida con una una antología basada exclusivamente en arias de este compositor. Escogí este momento casi final de Tosca por el sentido que a estas alturas de mi lista producen sus versos finales: "L'ora è fuggita... E muoio disperato! E non ho amato mai tanto la vita!"

33. "La Martiniana", Susana Harp. La letra del poeta Andrés Henestrosa explica por sí misma el sentido que cumple esta pieza. "No me llores, no, porque si lloras yo muero. En cambio, si tú me cantas..."

34. "Somewhere over the rainbow / What a wonderful world", Israel Kamakawiwo'ole. Sí, para cerrar mi lista hago trampa y cuelo dos en una. Dos canciones que podrían ir en cualquier momento de mi cronología. No sé cuándo las escuché por primera vez. Sé que tengo muchas versiones de ambas. Y en esta grabación no solo se combinan sino que lo hacen de una manera que siempre me arrebata una sonrisa (y de vez en cuando una lágrima). Dentro de ambas melodías están el que fui, el que soy y sin duda el que seré... Están mi familia, mis amigos, mis amores, mis dolores, mis esperanzas, mis sueños...

jueves, 17 de junio de 2010

Inspiración (II)

Claudia: Io non capisco, incontra una ragazza che lo può far rinascere, che gli ridà vita e lui la rifiuta?
Guido: Perché non ci crede più.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: Perché non è vero che una donna possa cambiare un uomo.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: E perché soprattutto non mi va di raccontare un'altra storia bugiarda.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Hace ya más de dos semanas que anticipé una serie de reflexiones en torno a 8 1/2 y mi actual falta de inspiración. No tengo idea de qué pretendía entonces. Es decir, en varias ocasiones he intentado recuperar el asunto y simplemente no consigo recordar cuál era mi intención cuando pretendía hablar de 8 1/2. Lo cierto es que en aquellos días recuperé este clásico del cine italiano para darme cuenta de los enormes paralelismos entre mi actual crisis y la encarnada por Mastroniani en el memorable personaje de Guido, un director de cine que no consigue hacer una película cuando su potencial creativo se atasca en medio de las expectativas que todos desarrollan en torno a él. Del mismo modo que esta crisis creativa desencadena un viaje de introspecciones y proyecciones en Guido, durante semanas he estado yendo y viniendo a mi niñez e intentando reconstruir ciertos episodios de mi vida en busca de esos momentos que pudieran representar puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. No he encontrado mucho, pero he encontrado algo. Particularmente, he conseguido recuperar alguno que otro destello en la mirada del pequeño Ernesto que terminaba la primaria, otro más en el rostro del adolescente que sin saber bien cómo sobrevivió a la adolescencia temprana y alguno más en los ojos del soñador que estudiaba la licenciatura cargado de ilusiones. No sé bien qué hacer con todos esos rastros. Algunos acontecimientos paralelos, además de una severa saturación de compromisos laborales, me tienen aún estancado. Pero voy encontrando la luz al final del túnel, sea lo que sea que eso signifique. Quiero decir que pese a todo, empiezo a trazar planes. Falta acaso la voluntad.

PD. Decía también hace un par de entradas que quería hablar de Nine, adaptación cinematográfica de una obra musical inspirada en 8 1/2. La obra de teatro no es una joya, pero tiene algunas piezas que desde hace años se incorporaron a mis playlists de cabecera. La que más me entusiasma, "Be on your own", fue eliminada de la película. Otras dos sobrevivieron en la versión fílmica: "I can't make this movie" y "Unusual Way". La película no es ninguna obra maestra, pero me parece que consigue un buen guión a partir de un mal libreto. Rob Marshall se equivoca quizá al usar un lenguaje muy semejante por momentos al que tan bien le funcionó en Chicago, pero al menos yo se lo perdono por un par de razones. Primero, me encanta la estética que consigue en varios de sus cuadros tanto en lo visual como en el acompañamiento de arreglos musicales que construyen melodías memorables a partir de canciones mediocres. Segundo, un elenco extraordinario con destellos cautivadores. El cast está plagado de estrellas, la mayoría galardonadas justamente con el Oscar en algún momento de su carrera. Daneil Day-Lewis consigue un genial retrato de otro Guido, con un perfil muy lejano al de Mastroniani, pero efectivo en su desparpajado personaje. Judi Dench y Marion Cotillard aparecen soberbias a través de sendas interpretaciones caracterizadas por la mesura reflejada en la contención de sus personajes. Nicole Kidman, Sofía Loren y Penélope Cruz completan el elenco de oscareadas actrices. La película retoma la anécdota de 8 1/2 y la carga de edulcorantes, creándose así algo absolutamente distinto pero nada desdeñable. El 8.5 se redondea a 9 y pierde por supuesto la genialidad y complejidad de la obra de Fellini. Pero regala un par de momentos que, siendo sincero, me encantaron y dejaron en mí una huella significativa. Quizá sea por el momento en que Nine vino a ponerme en la cabeza a 8 1/2. Por lo que sea, confieso que la disfruté.

lunes, 10 de mayo de 2010

Sueños realizados en la Gran Manzana (II)

«To flirt with rescue when one has no intention of being saved...
Do try to forgive me.»
[Fredrik Egerman a Desireé Armfeldt en A Little Night Music,
mientras ella interpreta "Send in the clowns"]

Aquí voy, finalmente, intentando reconstruir con palabras una experiencia más. Una de esas que se graban en la piel y el corazón y que después descubrimos son imposibles de transmitir fielmente, pues por más poesía de la que sea uno capaz —y no es mi caso, además— no creo que exista un traductor capaz de convertir íntegramente en frases las emociones.

Contaba hace unos días que de improviso y sin la planeación que suele caracterizar a mis viajes, estaba yo en Nueva York. Contaba que la premura hizo imposible programar algo de teatro y contaba que dejé a la suerte la posibilidad de entrar a alguna producción en el mítico distrito teatral de la isla.

Recién desempacado en Manhattan, di un recorrido para reencontrarme con la ciudad que hace 17 años había capturado un pedazo de mí. Aquel primer viaje se había dado en circunstancias radicalmente distintas: mi hermano y yo acompañábamos a mi papá en un viaje de negocios y, por nuestras edades y por las condiciones que caracterizaban al Nueva York pre-Giuliani, habíamos recorrido la ciudad de los rascacielos en una absoluta relación de dependencia con mi padre. [Fue un viaje breve pero extraordinario, sobre el que quizá debería volver aquí un día de estos.] El caso es que ahora, en circunstancias insisto muy diferentes, me encontraba el primer día por mi cuenta explorando los rincones de una ciudad que hasta hace poco era sólo mezcla de recuerdos adolescentes con escenas de un sinfín de películas. No tardé en llegar a Times Square y quedar atrapado por las marquesinas de los teatros y sus grandes anuncios espectaculares. Mi pasión por el teatro —todo el teatro, el clásico, el de búsqueda, pero también ese, el musical, que tantos acérrimos enemigos tiene— provocó de inmediato una aceleración en mi ritmo cardiaco. Ahí, en medio de Times Square, me daba cuenta de la infinita gama de posibilidades y a la vez lamentaba no sólo el no haber conseguido entradas para algo desde el siempre infalible internet, sino también mi triste situación financiera, que me impedía convertir esa semana en una estancia permanente en las salas de teatro.

Pronto me di cuenta que además de las obras que había visto en internet antes de partir, otras me seducían con sus coloridos carteles. Pero un espectacular en lo alto de la esquina de Broadway con la calle 47 me paralizó: la imagen anunciaba una nueva producción de A Little Night Music, un mítico musical de 1973 compuesto por Stephen Sondheim a partir de una película de Ingmar Bergman. Confieso que sabía poco de la obra y que no me considero además fan de Sondheim. Sin embargo, el reparto anunciado en el cartel me dejó helado: la legendaria Angela Lansbury y la mismísima Catherine Zetha-Jones.

Ubiqué el teatro y descubrí en su entrada un pequeño letrero donde se anunciaba que en la función de ese día el personaje de Zetha-Jones sería interpretado por otra actriz. Sin embargo, todo indicaba que el resto de la semana la esposa de Michael Douglas estaría en forma regular. ¿Sería posible conseguir entradas?

Los días siguientes el viaje siguió su curso y traté de no pensar ya en esto. Pero a media semana decidimos que era momento de apostar a la suerte en el módulo de boletos con descuento ubicado en Times Square. Era miércoles, día en que la mayoría de los teatros de Broadway tienen una función adicional entre una y dos de la tarde. Decidí formarme y esperar qué sucedía. Si no conseguía nada digno, habría chance de intentarlo en la tarde para la función de la noche y, si no, elegir otra de las diversas alternativas que había. No fue necesario: en el primer intento conseguí entradas con 40% de descuento en la sección de Orquesta para la primera función. Casi fue salir de la taquilla del módulo para entrar al teatro Walter Kerr, en la calle 48.

De nuevo, como me sucedió con la crónica de mi experiencia en el Met, no sabría cómo describir la función. Puedo decir que la producción del genial Trevor Nunn es de una precisión absoluta, sin más. En ese sentido, el diseño de sonido fue quizá algo de lo que más me impactó, de ahí que no me sorprendiera en absoluto la nominación que recibió hace unos días para el Tony en esa categoría.

La música, como me sucede siempre con Sondheim, me resulta casi indiferente. La genialidad de A Little Night Music nace, sin duda, del material en que está inspirada. La película de Bergman es extraordinaria y el relato está cuidadosamente trasladado al lenguaje del musical para sorpresa de propios y extraños. Si a un buen libreto se suman una dirección impecable y un elenco de talento superlativo, donde no hay un solo actor ni actriz por debajo del resto, el resultado solo puede ser genial.

Y hablando justamente del elenco, tanto Lansbury como Zeta-Jones resultan arrolladoras. La primera, una auténtica leyenda que jamás imaginé llegaría alguna vez a ver en vivo; a sus casi 85 años la mujer tiene una proyección sobre el escenario como pocas actrices en el mundo. Su interpretación de Madame Armfeldt encierra una acidez divertida y entrañable difícil de alcanzar. De Catherine Zeta-Jones, ¿qué puedo decir? Primero, reconozco que mi conocida debilidad por esta mujer puede hacerme perder objetividad. Y no me importa. Con una frescura impresionante retrata a una Desireé Armfeldt con la que uno se involucra desde el primer momento. Cuando llega el momento climático en que interpreta "Send in the clowns", uno permanece al borde de la butaca, queriendo inevitablemente acercarse para consolarla.

Quizá suena exagerado lo que escribo pero en verdad, mientras lo hago, revivo esa tarde en el Walter Kerr y vuelvo a emocionarme como no te imaginas. Desde ese miércoles, "Send in the clowns" dejó de ser una melodía más de Sondheim para convertirse en un auténtico himno para las tardes de melancolía.

sábado, 8 de mayo de 2010

Sueños realizados en la Gran Manzana

Esta entrada debió ser escrita haca ya un mes, cuando los recuerdos estaban frescos, cuando la experiencia que pretendo relatar apenas había sucedido. Hoy, un mes y no-sé-cuántos-acontecimientos después, corro el riesgo de ser infiel a los hechos y dejarme llevar por la imaginación, la cual con frecuencia suele aderezar nuestros recuerdos sin respetar lo que haya sucedido en realidad.

Ya anticipaba en mis dos divagaciones más recientes que hace unas semanas tuve oportunidad de materializar un par de sueños. Ambos sucedieron durante mi reciente e inesperada escapada a Nueva York. Cuando de último minuto tomamos la decisión de pasar unos días en la Gran Manzana, lo primero que lamenté fue que, ante lo repentino de la idea, sería muy difícil conseguir buenas entradas para al menos un par de espectáculos. El lapso entre la decisión de hacer el viaje y hacer la fila para abordar el avión, duró apenas 5 días.

Lo primero que hice fue revisar —según yo "a fondo"— qué novedades había en el mítico Broadway. Vi que aún permanecían ciertos éxitos de la última década, como Wicked o más recientemente Billy Elliot. Ambos, misiones imposibles. En mis breves revisiones de cartelera, me atrajo la posibilidad de clásicos recién repuestos como West Side Story o South Pacific. Consideré también la posibilidad de encontrarme en el Majestic con el Fantasma de la Ópera, como sucedió hace 17 años. Al final, no encontraba ninguna fórmula que ajustara mi interés con mis posibilidades financieras y la disponibilidad de lugares. De las cosas más nuevas, pese a mi amor por el teatro musical confieso que había escuchado poco y no me había dado el tiempo de explorar con calma qué había de nuevo en el distrito teatral de la isla. Me di por vencido y decidí dejarlo a la suerte, esperando ver cómo estarían las posibilidades de algo que valiera la pena en el módulo de entradas con descuento para el mismo día, ubicado en Times Square.

Una vez descartado el teatro, intenté otra idea, más descabellada aún. ¿Sería posible encontrar algo accesible para la Metropolitan Opera House? Mi presupuesto era realmente limitado, pero tenía fe en la posibilidad de presenciar alguna producción del mítico Met. En las 6 noches que pasaría en la isla, no había muchas alternativas. No conseguí ya nada para aplaudir a Angela Gheorghiu en La Traviata. Sí encontré de último minuto un par de entradas en precio razonable para escuchar La Flauta Mágica desde un balcón superior. Oportunidad extraordinaria: ir al Met, escuchar una gran obra de Mozart, gozar la creativa producción de la genial Julie Taymor... Y así fue.

Me emociona relatar cómo se fue dando todo. Pero si me piden reseñar la función, me voy quedando ya sin palabras. ¿Qué puede decirse? La experiencia completa fue única. Una energía particular flota en la sala del Met: tantas leyendas han engalanado su escenario; el eco de privilegiadas voces ha ido impregnándose en sus paredes. Cuando los candiles laterales comenzaron a elevarse sobre las cabezas de los espectadores, casi lloro de emoción. Tantas veces había visto imágenes en video de esos segundos previos al inicio de una presentación... Apenas podía creer que estaba yo ahí.

Dije que fueron dos sueños. Este fue el primero. Intenso. Único. Mágico. Los siete días que pasaron desde que compré las entradas hasta que entré a la sala, fueron alimentando una ilusión que se vio no sólo satisfecha, sino ampliamente rebasada, convirtiendo la experiencia en combustible para los días por venir.

¿Y el segundo? Sucedió al día siguiente. Fue aún más inesperado. Y lo dejo para mañana. Prometido.

viernes, 16 de abril de 2010

12 monos, 2 pianistas y una cursi canción enamorada

... o de "cómo las películas han traído a mi vida buena música".

La tarde cayó con todo su peso y sin piedad sobre mí. El cansancio acumulado a lo largo de una intensa y extraña semana, caracterizada en buena medida por noches de insomnio y despertares de madrugada, intentó pasarme una primera factura y me quedé dormido unos treinta o cuarenta minutos mientras escuchaba un poco de música.

Y desperté con ganas de explorar aquí una idea que he tenido en el tintero durante largos meses y que una experiencia fílmica reciente me puso en la cabeza de nuevo: la forma en que cierta música aparece en nuestras vidas y se convierte en fundamental. La música siempre ha sido parte de mí. Desde pequeño mis padres nos rodearon de sonidos a veces consciente y estratégicamente, otras tantas sin darse cuenta. Sin duda muchos de mis gustos musicales se cultivaron así, en familia. Pero otros aparecieron de forma absolutamente inesperada. Me refiero al gusto por sonidos que no existían habitualmente en casa: el jazz, la ópera, el tango. Estos, entre otros, llegaron a mí casi invariablemente a través de películas. Comparto dos casos que, curiosamente, se dieron en la misma época, hará cosa de 15 años.

12 monkeys, impecable película de ciencia ficción, me permitió por ejemplo conocer a Astor Piazzolla, hoy uno de mis compositores fundamentales. La partitura de la Suite Punta del Este que funciona como tema recurrente en la cinta de Terry Gillian me hipnotizó. ¿Qué era ese sonido? Desde entonces a la fecha he acumulado en mi biblioteca musical poco más de horas de música del genial compositor argentino, y muchas de sus composiciones resultan hoy indispensables para explicarme.


Más intrincado resultó mi camino hasta el mundo del jazz. Poco antes de los 12 monos, vi por accidente en algún canal de televisión The Fabulous Baker Boys, película protagonizada por Michelle Pfeiffer y los hermanos Jeff y Beau Bridges, interpretando ellos a un par de pianistas de jazz y ella a una sensual vocalista. La banda sonora original es compuesta por Dave Grusin, y a lo largo de la película se escucha uno que otro clásico. Fue curiosamente en voz de Pfeiffer como conocí una cursilería que desde entonces me fascina: "My Funny Valentine". [Acepto, por supuesto, que lo suyo lo suyo no es la cantada.] A partir del disco de la película, todo fue cuestión de ir escarbando hasta armar mi colección de jazz en permanente evolución gracias a las sabias recomendaciones de conocedores del género y las extraordinarias casualidades que me siguen enfrentando igual con clásicos que con absolutos pero maravillosos desconocidos.


En los mismos años conocí a Madredeus gracias a la Historia de Lisboa de Win Wenders, y descubrí el mundo de Zbigniew Preisner mientras descubría el cine de Kieslowski. También tuve uno de mis primeros tímidos contactos con la ópera gracias a The Age of Innocence, de Martin Scorsese, basado en la novela de Edith Wharton. (De hecho, creo que gracias a Scorsese he descubierto muchas cosas, como me sucedió apenas hace unas semanas con el hallazgo de Kryzstof Pendereki vía Shutter Island.)

Esta divagación podría ser interminable. Pero al menos he tenido chance de sacarme una espina guardada hace tiempo y, a la vez, seguir mi proceso de recuperación de la escritura en este espacio. Si todo marcha bien, pronto regreso con los pendientes anticipados aquí hace un par de días, para seguir compartiendo algunas alegrías y exploraciones de las últimas semanas.

domingo, 28 de febrero de 2010

Vértigo (II)

Los últimos días han sido dominados por el vértigo. [Tengo la impresión de ya haber comenzado así alguna entrada alguna vez. Ni idea.] Vértigo en todas partes. Acaba una semana en la que apenas me habré dedicado a mí mismo unos instantes. Pocos, pero valieron la pena. Lo cierto es que no me alcanzaron para venir aquí y contar tantas cosas que quisiera compartir. Desde mis crisis laborales hasta mi rescate la mañana de ayer al comenzar un curso de Diseño Curricular en Salamanca. Rescate que merece ser descrito con detenimiento en cuanto pueda. Ayer otra bocanada de aire en mi visita relámpago al DF para el concierto de Alejandro Sanz para festejar el próximo cumpleaños de M. Inolvidable. Lo he visto en cada gira desde hace más de diez años. Pero anoche fue simplemente inolvidable. Esta mañana a primera hora volví al Bajío para la kermés del Colegio. Llegué poco después de las 10 y hace un rato salí apenas. Escribo esto mientras disfruto mis primeros diez minutos continuos sentado desde que me bajé del auto esta mañana. Me seguiría, pero tengo cuadernos que calificar y una presentación por terminar para mi junta de mañana temprano. Una reunión que durará cinco horas y que debería ser determinante para imaginar mis próximos tres años. Veremos.

martes, 16 de febrero de 2010

Omara

Para variar, el cansancio y el exceso de pendientes compiten y me arrebatan el tiempo de venir y contar todo lo que quisiera. Para salvarle de morir en el tintero digital de mis buenas intenciones, apuesto por compartir aquí la experiencia del sábado por la noche en la Calzada de las Artes de León, Gto., donde estuvo la mismísima Omara Portuondo.

A sus 79 años, la mujer es una auténtica diosa. Ya un par de veces la había visto en vivo, acompañada primero por la alineación original del Buena Vista Social Club y después en una gira del mismo colectivo cuando éste ya mostraba algunas bajas. Esta vez era ella sola, con toda su inmensidad. En un foro abierto —al aire libre y con entrada libre—. Llenando la noche con nostalgia y energía.

La mezcla de su sangre cubana con el espíritu del jazz que la habita, hizo de la velada una experiencia única. La primera hora se la echó sin descanso, con un repertorio dominado por su más reciente producción, Gracias. Cedió luego unos minutos el escenario a sus maravillosos músicos para regresar una última media hora con un par de encores incluidos.

No me alcanzan las palabras para describir lo que me provocó su voz, su presencia. Baste decir, como escribí al día siguiente en Twitter, que si llego a los 80 con la mitad de esa energía, me doy por bien servido.

Aquí dos pequeños ejemplos de lo que vivimos esa noche. Los videos corresponden a su participación en el Northsea Jazz Festival en 2008; así estuvo aquí el sábado y así cantó ambas canciones: con esa calidad, con esos músicos, con ese entusiasmo.


jueves, 26 de noviembre de 2009

Recuperar la posibilidad (II)

«Si pudieran concederme riqueza, no pediría riqueza ni poder, sino el sentido del apasionamiento hacia lo que puede llegar a ser, por el ojo que, siempre joven y ardiente, ve lo posible. El placer defrauda, la posibilidad no lo hace nunca. ¿Qué vino es más aromático, más incitante, más embriagador que la excitante posibilidad?»
Søren Kierkegard
Son muchas, para variar, las cosas que quisiera traer hoy aquí. Y al mismo tiempo es tarde y no debería dejar que la media noche me alcance despierto. Pero la necesidad pesa hoy más que la conciencia de madrugar mañana. Y aquí estoy. Queriendo escribir sobre exploraciones y hallazgos recientes en las profundidades de mis confusiones cotidianas. Queriendo compartir de nuevo algunas estampas musicales que ayudarían a ilustrar mis paradójicos sentimientos de cara a tantas cosas. Queriendo poner sobre la mesa mis más recientes expediciones literarias y la forma en que me han tocado.

Pienso en una idea que pueda hilar todo lo que me gustaría escribir esta noche. Y me viene nuevamente la idea de «posibilidad». Hace poco más de un mes escribía sobre la recuperación de lo posible. El subir y bajar de todos los días ha hecho desde entonces que esa extraña idea funcione unos días con más solidez que otros. Pero no he querido abandonarla. Y hoy, por una infinidad de asuntos, me vuelve a atrapar. Explorando algunos materiales que quiero compartir mañana con mi equipo de trabajo, me topo con el texto que aparece aquí de epígrafe y que a su vez cumple esa función en un capítulo de El arte de lo posible, de Roz Stone Zander y Benjamin Zander. Llegué a este libro hace ya varios años, tras asistir a una conferencia del segundo. El texto puede ser tomado como material de desarrollo personal, literatura de segunda, dirán algunos. Pero aún en esa categoría, la obra me parece de primera. Y en este momento me está ayudando a reorganizar mucho de lo que quiero desencadenar mañana en mi trabajo.

Descubro, con la claridad absoluta de algo que siempre se ha sabido pero que se aprende siempre como por primera vez, la urgencia de creer que las cosas son posibles para poder dar un nuevo paso. Me descubro y me observo haciendo ese esfuerzo cada mañana, a veces con más éxito que otras, pero siempre logrando hallar un destello de esperanza. Las subidas y bajadas recientes han sido tan pronunciadas que quizá de ahí venga mi necesidad de tanto énfasis en algo que para muchos puede ser tan trivial. Pero lo subrayo porque si, como dice sabiamente alguien que quiero y admiro, no está bien "proclamar esperanza cuando no la vives", es casi una obligación moral hacerlo cuando estás convencido y tus actos pueden hablar por ti.

Decía al inicio que quería explorar música y textos. Lo de mis lecturas recientes tendrá que esperar, pero algo diré de música. Esta tarde recibí de una de mis hermanas un correo que me cimbró. Me hizo ver que, en medio de mi pequeño caos cotidiano, siempre es posible encontrar un intenso rayo de luz para recordar aquello que merece la pena. Me hizo pensar en los que quiero y tengo lejos. Me hizo valorar tanto la posibilidad de, aunque sea a través de bits informáticos, recordar a quienes amo lo que significan.

No sé bien cómo fue, pero pronto dos canciones me vinieron a la mente. Quienes me conocen de hace tiempo, sea personal o virtualmente, saben de mi eclecticismo musical, así que se sorprenderán menos que otros al escucharlas. Canciones que, en su cursilería, tienen un significado especial en mi piel. La primera, me traslada cada vez que la escucho a diciembre de 1996. Yo cumplía 21 años y mi hermana 15. Cuando en nuestra fiesta-doble bailamos esta canción yo no paraba de llorar. (Así como no paro de llorar mientras lo narro.)


Hoy, mi hermana es mamá de un ser lleno de luz, un niño que ha crecido quizá demasiado rápido, dejándonos a más de uno con las ganas de eternizar el tiempo. Pronto serán dos años de la llegada de ese hermoso niño al mundo. En aquellos días, estando yo con un océano de por medio, mientras escuchaba por enésima vez la segunda canción en cuestión, encontré en su letra un significado que hasta ese momento me había permanecido oculto. Vamos, sé que es otra cursilería, pero también de eso está uno hecho.



Aniversario de una posibilidad

Hace un par de días se cumplió el primer aniversario de este espacio. Quise venir y festejarlo, pero se me escapó el chance. A reserva de lograr dedicar una entrada íntegra al asunto, celebro agradeciendo tus visitas, tu compartir silencioso. Las huellas del paso de otros por aquí han disminuido notablemente en los últimos meses, pero sé que por ahí andas: tú que me sigues desde hace poco y tú que me lees desde hace mucho, tú que conoces mi voz y tú que aún no tienes rostro para mí, tú que llegaste buscándome y tú que apareciste aquí por accidente. Lo he dicho antes y lo repito, tú, con o sin nombre, estés donde estés, eres quien termina de dar sentido a esas ocurrencias. Un año de este espacio equivale, también, a un año después de la aventura en Barcelona. Y si has leído el alfa y omega con que inició este blog, sabes que eso no es sólo aniversario de un viaje, sino de un completo renacimiento. Renacimiento que no termina y del que eres parte. Gracias por eso y por tanto. Y cerrando en línea con las ganas de recuperar lo posible, celebro este primer año (y casi segundo en la blogósfera) con una maravillosa rendición al "sueño imposible".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Hay días...

Reconozco que la idea con la que llegué aquí esta vez es una obviedad. Venía con la intención de decir que hay días de todo. Días geniales, de esos que se van rápido, sin darnos cuenta; que llegan de vez en cuando y nos dejan con ganas de más. Días difíciles, de esos que pasan lento, casi insoportablemente; que llegan y se estacionan sumiéndonos largo rato en la nada. También días sin gracia, que no terminan de tener rostro; días que casi podríamos borrar —y con frecuencia borramos— de nuestras biografías. Y, por supuesto, días que tienen de todo un poco. Días inclasificables.

Los últimos han sido para mí días de estos últimos. Con destellos de entusiasmo y toques de hastío. Con largos minutos vacíos, también. Anoche quise explorar un poco el asunto. Pero una de las cosas que han caracterizado a estos extraños días ha sido la inmensa dificultad para escribir. Dificultad que contrasta, por supuesto, con las tremendas ganas de exponer al mundo lo que pasa por aquí dentro. Mientras divagaba, me fui topando con un puñado de canciones que me ayudaron a explorar, como tantas veces, a partir de las palabras de otros. Sin mucha presentación, pero sí con referencias mínimas, aquí cuatro que terminaron siendo curiosa síntesis de estos días extraños.

Conocí esta canción a mediados de los noventa en una versión de Annie Lennox. Desde el primer momento me pregunté cómo había hecho Paul Simon para describir algo que me parecía tan mío. Seguro es un sentimiento frecuente, de modo que quien lo ha vivido entenderá el lugar que la canción ocupa desde entonces en la banda sonora de mi vida.


Un par de años antes, la misma Annie Lennox me cautivó con su clásico primer sencillo como solista. Me encanta todo lo que hace esta mujer. Pero nunca nada ha alcanzado, para mí, la genialidad de ese primer destello. Me parece siempre una canción tan nueva. Cuando ayer me vino a la mente, quise lanzarla por el Twitter y me topé con esta versión en vivo con puro piano. Así, desnuda, la canción se me mostró con toda su fuerza. Y me deshizo.



Una querida amiga llegó, sin saberlo, a rescatarme de la depresión absoluta al colgar en su Facebook un recordatorio de que "sucede también" que hay cosas que nos "rescatan del naufragio".



La tarde/noche estaba ya enfilada en la melancolía. Llegó otra persona cercana a mi alma para rematarme al arrojarme, sin advertencia previa, una canción —y un video— que hace años marcó mi adolescencia. Con esta evocación las interrogantes contenidas durante un par de días empezaron a desbordarse. Aún sigo recolectando fragmentos aquí y allá. Espero volver pronto a compartir aquí algunos de mis hallazgos.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pausa

Comencé a escribir esta entrada anoche. No. Quise empezar anoche. Pero apenas logré arrojar una palabra. Pausa. Y entonces la anoté como título para lo que entonces era una divagación en potencia. Aunque al final nada tendría que ver con lo que habría de venir. ¿O sí? Difícil anticiparlo.

Mientras intentaba transferir las ocurrencias en palabras, el iTunes empezó a reproducir una pieza de Zbigniew Preisner. Y me perdí en el sonido, como tantas veces.


No fui capaz de seguir escribiendo nada. Una palabra. Algo de música. Y nada más.

¿Qué quería decir? No lo sé. Llevo varios días incapaz de encontrar palabras para tantas cosas. Desde asuntos banales hasta aquellos que son —al menos en apariencia y de cara al mundo cotidiano— relativamente importantes. Las palabras han empezado a evadirme. Sobre todo al hablar. Pero no solamente. También al escribir. Si las obligo, si les pongo un ultimátum, parecen reaccionar.

La última vez que vine aquí, cerraba una complicada semana. Creía que cerraba. Faltaba el último jalón. El fin de semana —el largo fin de semana— llegó cargado. De todo un poco. Quizá más vértigo del que hubiera querido. Pero en medio de comidas, almuerzos, cines, clases, hubo tiempo para pensar. Y escribir.

Lo que no he escrito aquí ha empezado al menos a encontrar una salida en el papel. He estado pariendo anotaciones como hace mucho no lo hacía. Y quizá eso me ha estado salvando.

Una vez más digo mucho y nada a la vez. No sé por qué he venido aquí. Quizá solamente para enfrentarme al recuadro vacío, retándome a desarrollar más de dos líneas con sentido. Y aunque parece que el recuadro empieza a ganar este ingenuo duelo, algo queda. Quisiera explicarlo pero, ya lo decía, no encuentro las palabras. Baste decir que mientras las letras escapan, resurge el sentido en algún rincón aquí dentro.

Al margen. Creo que la nostalgia de los días recientes ha sido acentuada en buena medida por ese espíritu pre-navideño que hace ya varios días ha invadido el paisaje, anunciando que se acaba otro año. Pero queda una décima parte, que no es poca cosa.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre la muerte

«Hoy que Dios me deja de soñar...»
Horacio Ferrer

Me cuesta tanto trabajo pensarte, muerte. No sé si decir que tengo miedo fuese la forma más adecuada de referirme a ti. Es sólo que, cuando se da la ocasión, prefiero no pensarte. Te siento tan lejana y tan cerca, siempre. Quizá porque al mantenerte tan distante todos estos años, me recuerdas inevitablemente que estás allí.

Cuando Jacka y Rodo convocaron este año a la segunda edición de la Semana Mortuoria, decidí que quería sumarme nuevamente. Diversas circunstancias me hicieron creer que esta vez no lograría siquiera cumplir uno de los retos. Pero aquí estoy. Comenzando con el que más trabajo me significa. Reflexionar sobre ti, que tanto me cuestas.

Hace unos minutos que me decidía a escribir unas líneas sobre ti, vinieron a mi memoria unos versos de Sabines en el largo y entrañable poema que escribe a la muerte de su padre... «Morir es retirarse, hacerse a un lado / ocultarse un momento, estarse quieto / pasar el aire de una orilla a nado / y estar en todas partes en secreto».

Hace poco más de diez años que un par de colegas y yo preparamos un video documental/experimental sobre la forma en que has sido vista desde la poesía mexicana. Viajábamos desde textos míticos de poetas nahuas, hasta uno que otro autor contemporáneo. En ese entonces me topé en la biblioteca de mi padre con un puñado de libros de Elías Nandino, que pronto me cautivó; en uno de ellos escribe: «Morir es / alzar el vuelo / sin alas / sin ojos / y sin cuerpo».

Ya se ve que, ante mi incapacidad para referirme directamente a ti, muerte, he terminado acudiendo a otros, que han sabido acercarme un poco a ti.

Curiosamente en estos días me ha rondado una pieza de Piazzolla con letra del poeta Horacio Ferrer: Balada para mi muerte. Dice ahí que la muerte le llegará de madrugada, «que es la hora en que mueren los que saben morir». En eso creo estar de acuerdo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Varia

Siguiendo una ya casi tradición involuntaria, la primer entrada del mes será un poco de chile, mole y pozole, a fin de no dejar saldos pendientes y, además, no correr el riesgo de que el ajetreo de la semana produzca una mayor acumulación de ideas por compartir.
  • París. Hay sitios ante los que la indiferencia es prácticamente imposible. La capital francesa es uno de ellos. Es algo en el aire, algo en la energía acumulada en sus calles a lo largo de siglos de historia. De ninguna manera pretendo idealizarla. Ya alguna vez he hablado sobre las paradojas que encierra para mí la Ciudad Luz. Más allá de los casi inevitables lugares comunes, París es una provocación. Esta vez fueron menos de 48 horas. Y la ciudad no fue la protagonista, por supuesto. Pero sí fue silencioso y poderoso testigo de un entrañable encuentro con mi hermana J, quien a su vez me permitió reencontrarme con parte de mí, con una de esas dimensiones que uno archiva e incluso llega a olvidar, pero que brota con intensidad en cuanto se roza la fibra adecuada. Me cuesta mucho poner en palabras lo que significó ese par de días, pero he de decir que ahí se sembró al menos uno nuevo de esos puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. Nunca alcanzará para agradecer, como siempre, a J como al resto de mis herman@s, lo mucho que me enseñan y alimentan todos los días. Es difícil describir la experiencia de aprendizaje que día con día me brindan l@s cuatr@, haciendo que la edad se desvanezca, convirtiéndome —a pesar de lo que digan las actas de nacimiento— en un bendecido «hermano menor» que gracias a ell@s crece un poco más cada día.
  • Montserrat. Me refiero a la montaña que alberga a la patrona de Catalunya. Esa montaña que he tenido la suerte de recorrer ya varias veces. Esa montaña que en dos años se ha convertido ya en un referente indispensable en mi vida. Hablaba hace unas líneas de puntos de inflexión. Los seguidores más «antiguos» de mis blogs han leído ya al respecto. En verano del año pasado publiqué una entrada sobre el agradecimiento, donde hacía referencia concretamente a la experiencia legada por esa mística montaña. Pronto será un año de mi primer ascenso a la cima. Poco después, regresaría con J a ese lugar, semanas antes de volver a México. En estos días difíciles por los que atravieso, no está nada mal reencontrarme con mis propias palabras, como mensajes enviados hacia el futuro, para momentos como éstos. Cito un fragmento:
«[...] pensé en esa imagen ante la que me rendí a las pocas semanas de mi llegada a este país... la imagen del sol en la montaña [...]... Ahí, en Montserrat, viví una de las místicas experiencias con las que iniciaría esta travesía. Ahí, hice un resumen de mí mismo y agradecí a Dios (mirándolo de frente bajo ese resplandeciente sol) el sinfín de bendiciones que ha puesto en mi camino a lo largo de toda mi vida. Aquellas que he comprendido a tiempo y también las que no he sido capaz de reconocer en su momento. Aquellas que habrían de venir (y han seguido llegando) y las que seguro están todavía en el camino.

En general, toda mi vida he intentado tener presente ese sentido de agradecimiento. Seguro que hay días en que el ajetreo me hace pasarlo por alto. Pero siempre es buen momento para hacer una pausa, echar un vistazo atrás, agradecer... y continuar.
  • Abuela. Y siguiendo con aniversarios, mañana se cumple el primero de la partida de la abuela. Hoy particularmente la eché mucho de menos. Cosas de la vida. Fueron simplemente unas ganas de ver su rostro. De recibir una dosis de la fortaleza que siempre le admiré. ¿De qué estaba hecha esa mujer? Igual que mis abuelos maternos que todavía se acompañan uno al otro en esta tierra. Ahora que cada semana cruzo unos cuantos centenares de kilómetros de carretera, la recuerdo dándome su bendición antes de cualquier viaje. Sé que en mis nuevas travesías me acompaña. Igual que a tod@s sus niet@s y bisniet@s.
  • Creer. Murió Mercedes Sosa. Alguna vez tuve la suerte de escucharla en directo. Una de esas presencias poderosas, que irradian una energía peculiar. Y una voz sobre la cual no tiene sentido decir gran cosa. Basta volver a escucharla. Fue en aquel ya lejano concierto donde me enamoré del credo compuesto por Silvio Rodríguez. La trova no es muy lo mío, lo reconozco, pero algo encontré en esa canción que hasta entonces me era desconocida. Algo que a la fecha me hace estremecer cuando la escucho, particularmente en la voz de la Negra cantora.