jueves, 29 de enero de 2009

Recaída

He recaído. Hace un año que no me pasaba. A finales de enero de 2008, una fuerte sacudida emocional acompañada de claras señales enviadas por mi organismo, me hizo tomar la decisión de cambiar ciertos hábitos. Fue complicado pero con el tiempo logré ir cumpliendo los objetivos que me iba proponiendo. Uno de los primeros y más significativos fue dejar de consumir ciertas cosas. Entre ellas, una de esas sustancias que bien sabemos tienen poco beneficios pero producen una irresistible atracción y dependencia. Llegaba a consumir dos litros diarios. Y de un día para otro, lo dejé. Pero hoy, decía, recaí.

Después de 12 meses de un exitoso ejercicio de voluntad, me estoy bebiendo una Coca-Cola. 

lunes, 26 de enero de 2009

Mañanero

You've got to get up every morning 
With a smile in your face
And show the world all the love in your heart 
The people gonna treat you better 
You're gonna find, yes you will 
That you're beautiful as you feel 

Carole King
La canción se llama "Beautiful" y pertenece al mítico Tapestry de Carole King. Como sucede con tantas de mis canciones imperdibles, di con ella por casualidad. Y no tardó en convertirse para mí en una suerte de himno al cual recurrir de vez en cuando. Durante ciertas temporadas me ha acompañado casi en automático cada mañana. Así fue que a M se le ocurrió bautizarla un día como el "himno mañanero".

No creo en el optimismo desbordado; soy escéptico ante las redondas y amarillas caritas felices; me permito dudar de quienes viven proclamando la felicidad como el valor maximum maximorum de la vida terrenal. Creo firmemente que nuestra existencia es mucho más que sonrisas. Pero hay días, lo reconozco, en que pensamientos como los que expresa la cantautora estadounidense vienen más que bien. Hoy ha sido uno de esos día.

Reconocimiento

A lo largo de éste, mi primer año en la blogósfera, varias veces he visto entregas y recibimientos de premios. Me refiero a esos reconocimientos en serie que algún blogger desencadena, permitiendo que los que formamos parte de esta comunidad digital extendamos los alcances de nuestra lectura y nos acerquemos a otros bloggers cuyos méritos son reconocidos por otros a quienes ya veníamos siguiendo. 

Y así, hoy resulta que me toca a mí. Diliviru ha considerado este blog digno de recibir un premio que lleva el misterioso nombre de Luz en el Alma.

El nombre es ya en sí mismo provocador y me lleva a preguntarme seriamente si mi bloggeramiga de Coatza ha encontrado un mínimo de semejante luz en algún rincón de estas exploraciones y ocurrencias. Lo agradezco de corazón y enfrento ahora la complicada tarea de hacer extensivo el premio a otros blogs. Digo que la misión es difícil porque Diliviru se ha encargado ya de asignar el reconocimiento a espacios que frecuento y que sin duda son dignos merecedores del envío. 

Así las cosas, pa' no dobletearle, he elegido de entrada dos blogs que, aunque a últimas fechas no se han actualizado con frecuencia, siguen siendo fuente de inspiración para mí. 

Uno es Signo de Pregunta, de Jake, quien publica su blog desde Buenos Aires, en ese Sur hermoso que, como Serrat y ella se encargan de recordarme regularmente, también existe. 

El otro es Lecciones de Vida, de mi entrañable amigo Luiser, a quien conocí hace más de una década, en momentos muy especiales de mi vida. El tiempo —y la geografía— nos han distanciado un poco; paradójicamente cuando más lejos y por más tiempo he estado lejos de mi patria, me he reecontrado con Luiser a través de la blogósfera.

Sé que la intención de estos premios es continuar con ese efecto dominó. Y reconozco que mis asignaciones posiblemente no concreten tal propósito. Sin embargo, dado el nombre tan peculiar del premio —y teniendo presentes a quienes ya han recibido el envío de otras manos—, Jake y Luiser eran mis candidatos obvios. Si hacen eco o no de este otorgamiento me parece secundario.

miércoles, 21 de enero de 2009

Obligación

Un día despertamos conscientes de tener una cierta obligación con el mundo. Una obligación con el otro. Una obligación con el que viene detrás, con el que camina a nuestro lado. Un día adquirimos la conciencia de que aquello que vamos acumulando lleva implícito un compromiso.

Es casi lugar común afirmar que el saber compromete. Pero no por ordinario el planteamiento es menos cierto. Y pienso no sólo en el saber que se adquiere en los libros de texto o en las aulas de una escuela. Pienso también —y sobre todo— en el saber que se nos revela con un atardecer, el saber que descubrimos en el susurro del viento, el saber que emerge de las profundidades de nuestra alma cuando abrimos las compuertas del corazón y permitimos que se dé un breve intercambio entre la atmósfera y nuestro torrente sanguíneo. 

Un día descubres la fuerza de un verso y contemplas con dicha la luz que irradia. Semejante hallazgo no puede menos que comprometerte con el humilde esfuerzo de diseminar en otros la posibilidad de revelaciones así. 
 
Reconocimiento. Esta entrada no hubiese sido posible sin las ideas que desencadenó ayer la grata charla con Y, querida ex-alumna y amiga. Gracias por ello.

Reencuentros. En los días recientes las paradójicas comunidades virtuales han propiciado encuentros curiosos. Además de compañeros de la infancia, han establecido contacto conmigo numerosos ex-alumnos de diferentes etapas de mi vida. Este año cumpliré diez años dedicado a la docencia; a la nostalgia y las reflexiones que el mero aniversario ya estaba desencadenando en mí, se suman estos invaluables reencuentros. 

lunes, 19 de enero de 2009

Cuando sea grande...

Hubo un tiempo en que cuando a los niños y jóvenes se les preguntaba qué querían ser cuando fuesen mayores, éstos respondían con una amplia gama de profesiones, en función de sus tempranos intereses, los modelos que veían en sus padres o cualquier otro estímulo de los muchos que estaban disponibles en sus comunidades. Ya fuese que eligiésemos algún oficio mítico —como bombero, policía, doctor o maestro— o nos aventurásemos con actividades menos comunes —desde veterinarios hasta astronautas, pasando por reporteros, pilotos, pintores o yo qué sé—, lo cierto es que en aquellos días el "qué quieres ser", tenía sentido.

Hoy esa interrogante parece haber perdido toda vigencia. (Quizá exagero cuando escribo "toda vigencia", cierto; pero corro el riesgo con plena conciencia a fin de imprimir fuerza a mi argumento.) El hecho es que hoy, cada vez más, esa pregunta suele responderse en función de otra: ¿qué quieres tener cuando seas grande? 

En los más pequeños esto todavía puede parecer poco importante. Pero los hechos parecen confirmar que el "todavía" está contando sus últimos días. No importa qué actividad profesional elija, lo relevante es que me permita obtener determinadas cuestiones materiales, a cualquier precio. Qué más da si esa actividad me hace sentir pleno, si me transforma y me invita a transformar el mundo... mientras me ayude a tener más. 

Sé que no digo nada nuevo. Reconozco que mi ocurrencia del día suena nostálgica, anticuada e ingenua. Pero a veces me gusta aferrarme a estas anclas enmohecidas. Me gusta pensar que, pese a tantos mensajes que invitan a nuestros niños a pensar sólo en términos de consumismo, hay una chispa encendida en su interior. Una chispa que nos permitirá regresar el anhelo de una dicha auténtica, de una plenitud inspirada en cuestiones intangibles.

Mientras escribía, me vino a la mente un pequeño de siete años al que entrevistamos hace más de una década, mientras hacíamos un proyecto para la clase de televisión. La pregunta central de nuestra charla con Juanito —quien vivía en una de las zonas más marginadas de la Ciudad de México— era qué quería ser cuando fuese grande. "Chofer del metro", fue su respuesta. Era contundente; en su voz no había la menor duda. Cuando le preguntabas el por qué, describía emocionado sus viajes en este transporte subterráneo; según nos contaba su mamá, pocas cosas producían en su hijo tanto entusiasmo como ver entrar al andén el primer vagón del metro: a Juanito se le iluminaban los ojos cuando imaginaba la posibilidad de transportar tanta gente en aquel artefacto casi mágico. Hoy debe ser mayor de edad. Más allá de imaginar si finalmente logró conducir un tren del metro, me gusta pensar que, en cualquier actividad que haya elegido o encontrado, aún es capaz de encontrar la chispa que le hacía sonreír mientras nos compartía sus ilusiones. 

viernes, 16 de enero de 2009

Señales (II)

Hay de señales a señales. Y en estos días he recibido muchas. La más contundente apunta a algo incontestable, al menos desde mi experiencia. Se trata de una clara señal que indica que las señales no existen. Al menos no las señales a las que hacía alusión hace unos días. No existen esas señales que uno invoca con desesperación. Cuando uno clama por un signo que dicte lo que ha de hacerse, lo más que puede suceder es que todo sea interpretado según convenga.

Ahora bien. Decía que hay de señales a señales. Al tiempo que descubrí que ciertas señales no existen, comprobé que otras están a la orden del día. Hablo de esos signos que uno no pide, esos que llegan sin avisar y se revelan ante la mirada atenta de la que tanto he hablado en otras ocasiones. 

Resumiendo: ponernos a esperar señales forzadas nos lleva a correr el riesgo de no identificar las verdaderas. [Es la historia del sujeto que ante la inundación de su pueblo se niega a recibir la ayuda de todos cuanto se la ofrecen, aduciendo que Dios lo salvará; cuando muere ahogado reclama a Dios que no le haya rescatado de la tragedia, y Éste se limita a recordarle cómo rechazó todas las vías de auxilio que le envió a través de los demás.]

martes, 13 de enero de 2009

Señales

«Oh, I am fortune's fool!»
Romeo, en Romeo and Juliet de Shakespeare

Hace unos años, una persona muy querida me contaba las emociones y pensamientos que le habían ocupado durante los meses previos a casarse. Ella esperaba, según me relató, alguna señal divina que le dijera si al contraer nupcias con quien se lo había propuesto estaba haciendo lo correcto. Según recuerdo, esa señal nunca llegó. La lección, que entonces me parecía lógica y razonable, era que eso de las señales no necesariamente existe. 

Pese a la contundencia de semejante moraleja, desde aquella conversación a la fecha han sido numerosas las ocasiones en que me he propuesto a mí mismo esperar un signo del destino que me ayude a tomar tal o cual decisión. En muchas de ellas he terminado creyendo ver tal o cual señal en favor o en contra de la deliberación en juego. 

Si lo pienso con calma, es evidente que esas "señales" fueron más producto de mi propia sugestión, mi necesidad de encontrar un punto de apoyo en una dirección que ya se prefiguraba en el fondo de mi ser. A final de cuentas, las dichosas "señales" terminaban siendo los pretextos que me faltaban. Me parece que en cada caso la verdadera señal se hallaba siempre al explorar con serenidad mis más profundas sensaciones. 

Sin embargo, la magia de pensar que una señal desde fuera terminará por confirmar la legitimidad de mis ocurrencias suele brotar de vez en cuando. Asoma así la extraña  curiosidad por transformar mis pasos en el producto de un plan que me es ajeno. Quizá no sea más que una forma de desprenderme en cierto grado de la responsabilidad que habita en cada una de mis decisiones. Pero también es posible que sea mi reconocimiento intermitente de que la energía o el destino se mueven siguiendo entramados mágicamente desconocidos.

El caso es que hoy es uno de esos días en que quisiera ver una señal.

domingo, 11 de enero de 2009

Momentos memorables

«Fue aquella una fecha memorable para mí, pues a ella debí grandes cambios en mi existencia. Pero en la vida de todos sucede lo mismo. Suponed que se suprime de ella un día determinado, y pensad cuán distinto habría sido. Los que estáis leyendo esto meditad por un instante sobre la larga cadena de hierro o de oro, de espinas o de flores, que nunca os habría sujetado de no haber sido por un primer eslabón que se formó en un día memorable.»
Grandes esperanzas, Charles Dickens

Hace tiempo tengo esta obsesiva manía de pensar en mis propios días memorables. Manía que recientemente se ha acentuado. Me entretengo escombrando entre mis escasos recuerdos, intentando identificar esos momentos aparentemente insignificantes en los que uno decide esto o aquello y entonces la vida se transforma. Instantes que, por lo regular, se cruzan también con acciones de otros. Acciones que, a su vez, suelen ser producto de una motivación igual de intrascendente, al menos en apariencia. 

No quiero hablar de "destino". No sé si se trate de la palabra adecuada. Lo cierto es que existen esos momentos que conducen nuestra existencia a rumbos imprevistos. Que nos acercan a otros sin que los estuviésemos buscando. Que nos llevan a sitios a los que nunca previmos llegar. 

Paulo Coelho habla de "instantes mágicos" para referirse a esos momentos en los que "un sí o un no pueden cambiar toda tu existencia". Sin embargo, me parece que, al menos en cierto modo, cualquier instante es "mágico". Cualquier momento, por insignificante que parezca, es susceptible de derivar en una decisión —a veces aparentemente intrascendente—, producir un sí o un no y, de ese modo tan simple, transformar nuestra existencia.

Apunte. En esta semana una larga serie de sencillos incidentes se empeñaron en recordarme algunos de los días y momentos memorables que han dado a mi existencia giros impredecibles. Incidentes (los de esta semana) producidos —¡vaya cosas!— a partir de alguna chispa digital: un correo electrónico, un mensaje a través de Facebook, un texto vía SMS.

viernes, 9 de enero de 2009

Recuentos: Cine

El número de películas que vi durante 2008 disminuyó notablemente con respecto a años anteriores por una sencilla razón: la austeridad a la que me sometí durante mi estancia en Barcelona (estancia que ocupó la mayor parte del año) me impedía ir al cine con la frecuencia que hubiese deseado. Lo cierto es que las limitaciones presupuestales me obligaron a ser más selectivo en esta materia. Aún así, el espíritu cinéfilo logró exponerme ante un buen número de películas (número que incrementaba generosamente durante mis breves estancias en México).

Hacer una reseña de todas sería, como con las lecturas y la música, pretenciosamente ridículo. Con muchas reí, con más lloré, con otras reflexioné y con unas cuantas se dio de todo. Entre las que más goce en el cine por diversas razones están It's a Free World, August Rush, Sweeney ToddMamma Mia!, The Women... Otras —más "viejitas— las descubrí a través del DVD, como las de Jia Zhangke (The World, Still Life) o la hermosa Elsa & Fred

Entre tantas películas, cuatro me cautivaron en modo especial, al grado de —al menos mientras escribo esto— merecer el calificativo de mis favoritas de este 2008, por razones varias.

Primero, la ya muy citada Once. Lo dije entonces, lo reiteré ayer y lo renuevo hoy: una película sencilla pero poderosa. Una cinta de una sola pieza. No hay más. 

Meses después vino Wall•E, la cual alcancé a ver en la pantalla grande en sus últimos días, después de frustrados intentos. Y sin duda valió la pena. Una joya de animación con imágenes potentes que aún revolotean en mi cabeza.

Poco antes de dejar Barcelona, tuve oportunidad de gozar in situ la maravilla que Woody Allen rodó en esos sitios que recorrí una y otra vez a lo largo de poco más de un año. Y, más allá del escenario, Vicky Cristina Barcelona me secuestró por la síntesis extraordinaria de todas las obsesiones del cineasta neoyorquino, en explosivo coctel con personajes y diálogos que retoman lo mejor de sus mejores momentos. 

Y, finalmente, un día antes de que el año se evaporara por completo, vi Australia. El genial Baz Luhrmann —responsable de una de mis all time favorites, Moulin Rouge— construye una épica fascinante a través de esos excesos que en manos de cualquier otro director correrían el riesgo de parecer ridículos. Para muchos, la cinta dura más de lo que debería. Y bajo cierta perspectiva puede ser cierto. Pero yo no sólo goce con intensidad cada cuadro sino que me quedé con ganas de más. Con ganas de convertir esos 165 minutos en una mini-serie completa (pero una mini-serie para verse en pantalla grande). 

Apunte a modo de conclusión. Con este recorrido cierro el ciclo de recuentos sobre 2008. Quedaría uno pendiente. El recuento de aquello que realmente cuenta. Eso que hay detrás de mi filiación con cada lectura, con cada nota musical y con cada imagen contemplada en el cine. Eso que no siempre aparece en el blog pero que de una u otra manera le da sentido. Eso que convierte a una canción en un himno o a una página ajena en parte del propio testamento. Dentro de eso seguro estás tú y están muchos. Y posiblemente mientras leías ésta o alguna de las entradas previas alcanzaste a reconocerte. Ese otro recuento es imposible de poner en palabras. Lo atesoro en el corazón y lo convierto en alimento para este 2009 que ya se mueve con velocidad.

jueves, 8 de enero de 2009

Recuentos: Sonidos

Quiero despertar
porque no puede ser verdad
esta mala hora

"Esta madrugada", Amaral

La música, bien sabemos, es otra vía útil al momento de reseñar un periodo de tiempo. A lo largo de mis doce meses en la blogósfera he dejado varias piezas del rompecabezas auditivo de mi 2008. Así, este recuento pretende simplemente hilar algunas de las piezas fundamentales.

2008 le regaló una novedad a mi lista de grupos favoritos. Si mis late eighties estuvieron musicalizados por Mecano y mis noventas fueron sonorizados por Presuntos Implicados, Amaral es la pieza que faltaba a mi primera década en el siglo XXI. Me llegó tarde, ya se ve, pero estos meses me bastaron para hacerme de toda su discografía, que abarca justamente los nueve años recorridos de esta década. Un dueto sin desperdicio cuyas letras, siguiendo una suerte de método retrospectivo, construyen una eficaz banda sonora para mis años recientes. (JuanPa: gracias compadre por echarme la mano en este hallazgo.)

Uno de los momentos climáticos de la pista musical de 2008 llegó con Once —una película extraordinaria que lamentablemente no llegó al circuito comercial de cine en México—. En esta sencilla pero poderosa cinta, Glen Hansard y Marketa Irglova narran una historia mágicamente sencilla a través de una serie de magníficas canciones, con letras sutiles, honestas, sencillas, intensas, a veces estremecedoras.

El año que recién se nos fue trajo también mi reencuentro con Serrat. Un reencuentro tímido pero con poderosos momentos como cuando, poco antes de volver a México, descubrí que la letra de una de las canciones que marcaron mi infancia, "Los fantasmas del Roxy", gira en torno a un cine que años atrás se encontraba a unas calles de donde estuve viviendo mis últimos tres meses en Barcelona. 

A mi lista de reproducciones frecuentes se sumó también la "Sinfonía de los Temperamentos" de Nielsen, músico danés hasta hace unos meses desconocido para mí. Desde aquella noche en que las notas de esta majestuosa sinfonía se introdujeron por vez primera en mis oídos, no pasa una semana sin que dedique unos minutos a escuchar con absoluta solemnidad al menos uno de sus cuatro movimientos. (Además, la sinfonía completa acompaña regularmente mis sesiones de estudio o lectura.)

El año tuvo sin duda una inmensa cantidad de momentos auditivamente mágicos: desde descubrir una canción de Arjona que me gustara a través de la Fuente Mágica de Montjuïc, hasta los conciertos de Madonna y Celine Dion en México, pasando por la bossa nova de Toquinho en el Palau y por mis dosis periódicas de "Huapango" y "Bésame mucho" para apaciguar la nostalgia por mi patria; de la música étnica en el Parque Güell a "La Revolución Sexual" de La Casa Azul en una noche de marcha, ya se ve que el repertorio del 2008 resultó más que variado y lleno de contrastes. Como el año mismo.

miércoles, 7 de enero de 2009

Recuentos: Lecturas (II)

Paralelamente a mi reconciliación con la narrativa, 2008 representó mi introducción a nuevos paradigmas a través de otro tipo de lecturas. Mi encuentro con algunos autores estuvo claramente mediado por mis maestros en el doctorado, mientras otros cruces fueron producto de un aparente azar. Lo apasionante fue el modo en que estas diversas lecturas comenzaron a articulares con las de ficción y con los hechos cotidianos. De pronto, hace doce meses, las circunstancias me pusieron ante auténticas dudas existenciales. Algunas llevaban años enterradas, cubiertas por el polvo acumulado a lo largo mi andar en las rutinas de lo cotidiano; otras parecían completamente nuevas pero, al explorarlas con serenidad, descubría que quizá se trataba simplemente de pequeñas interrogantes que discretamente me acompañaban desde siempre, latentes, creciendo sin hacerse notar. El hecho es que en cosa de unas semanas se desencadenó una avalancha de descubrimientos que con el paso de los meses fue dejando en su lugar un nuevo paisaje. Ése en el que ahora, cautelosamente, intento moverme.

La forma en que ciertas páginas colaboraron con esta revolución interior puede resultar trivial o incomprensible para algunos. Quizá porque este tipo de metamorfosis sólo pueden valorarse cuando uno se pone en blanco lo más posible, desprendiéndose de todos sus esquemas previos, intentando asumir un estado de atención absoluta. Cuando uno está abierto. Atento a sí mismo y a lo que le rodea. Consciente de estas limitaciones, pongo sobre la mesa, un poco a modo de ejercicio introspectivo, algunas de las lecturas clave en este proceso de transformación.

Cuando Simone Weil habla de "un método para el ejercicio de la inteligencia, que consiste en mirar", me ayuda a explicar un poco la perspectiva de la que vengo hablando, esa disposición de apertura ante la realidad. En una de las notas compiladas en La gravedad y la gracia, Weil escribe:
El poeta produce lo bello con la atención fija en lo real. De igual modo que un acto de amor. Saber que ese hombre que tiene hambre y se existe tan verdaderamente como yo, basta —lo demás se desprende por sí solo.
Intentar, en la medida de mis limitadas posibilidades, ese modo de atención, me llevó pronto a ver ciertas cosas con una suerte de naturalidad que nunca antes había experimentado. Y después, al irme topando con ciertos textos, no encontraba sino la corroboración de aquello que —a veces con palabras y a veces sin ellas— había venido experimentando. 

Con esa naturalidad cayeron dentro de mí expresiones como las de Vandana Shiva, cuyos planteamientos reseñé en mis blogs en la primera mitad del año. Así, no pude menos que sentirme identificado con la pensadora india cuando afirma:
El acto de vivir y de celebrar y conservar la vida en toda su diversidad –en las personas y la naturaleza- parece haber sido sacrificado en aras del progreso, y la santidad de la vida sustituida por la santidad de la ciencia y el desarrollo.
Su propuesta ecofeminista me parece hoy no sólo impecable, sino urgente. En Abrazar la vida, Shiva propone una filosofía que "no tiene su fundamento en el género" ya que "el principio femenino no está únicamente encarnado en la mujer sino que es el principio de actividad y creatividad de la naturaleza, la mujer y el hombre".

Con semejante espontaneidad se acomodaron también en mi estructura los planteamientos de Zygmunt Bauman, sociólogo al que nunca había leído y que me tiene todavía cautivado. En las páginas de Modernidad y Holocausto, Bauman invita a dejar de ver el genocidio como una herida, y enfrentarlo como una “prueba rara, aunque significativa y fiable, de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna”. Reconoce que la civilización moderna no fue condición suficiente para semejante tragedia, pero sí una "condición necesaria". Y su argumentación al respecto me parece impecable. (Mi deuda con Bauman es grande, pues este mismo texto sembró en mí ideas fundamentales para los temas que hoy estoy estudiando.)

Vidas desperdiciadas, otra obra del mismo autor, refleja con fuerza muchas de las reflexiones e inquietudes sobres las que he venido dando vueltas en estos meses. Sólo por citar un ejemplo:
Si la vida premoderna era una escenificación cotidiana de la infinita duración de todo excepto de la vida mortal, la líquida vida moderna es una escenificación cotidiana de la transitoriedad universal. Nada en el mundo está destinado a perdurar, y menos aún a durar para siempre. Con escasas excepciones, los objetos útiles e indispensables de hoy en día son los residuos del mañana. Nada es realmente necesario, nada es irremplazable. Todo nace con el sello de la muerte inminente; todo sale de la cadena de montaje con una etiqueta pegada de fecha de caducidad […]. Ningún compromiso dura lo suficiente como para alcanzar un punto sin retorno.
En una línea cercana se me apareció una y otra vez Richard Sennet, quien —con La corrosión del carácter— me ayudó a ordenar buena parte de mi crisis en el ámbito laboral y comprender significativamente mis tribulaciones al respecto. Sennett considera que vivimos tiempos ilegibles que confunden impactando trágicamente en el carácter de las personas, en el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y relaciones con los demás, ya que se genera una ruptura entre el buen trabajo y el buen carácter: entre las cualidades que exige el primero y las que supone el segundo. En clara armonía con los planteamientos de Bauman, Sennet escribe:
¿Cómo pueden perseguirse objetivos a largo plazo en una sociedad a corto plazo? ¿Cómo pueden sostenerse relaciones sociales duraderas? ¿Cómo puede un ser humano desarrollar un relato de su identidad e historia vital en una sociedad compuesta de episodios y fragmentos? Las condiciones de la nueva economía se alimentan de una experiencia que va a la deriva en el tiempo, de un lugar a otro lugar, de un empleo a otro.
En las últimas páginas, concluye que "un régimen que no proporciona a los seres humanos ninguna razón profunda para cuidarse entre sí no puede preservar por mucho tiempo su legitimidad". Y lo que sucede a nuestro alrededor creo que le da la razón.

Podría extenderme. Está mi descubrimiento de Susan Sontag. Mis reencuentros con Ernesto Sabato y Roland Barthes. Mis cercanías y mis diferencias con Pascal Bruckner o con Giovanni Sartori. Pero esta entrada se volvería probablemente tediosa. Si has leído hasta este punto y alcanzas a comprender un poco el entusiasmo que sostiene este recuento, lo celebro gustoso. Si mis emociones te resultan extrañas, no hay de qué preocuparse. Uno se acostumbra a esas pequeñas soledades.

martes, 6 de enero de 2009

Recuentos: Lecturas (I)

«A veces, hay personas que pueden herir a los demás por el solo hecho de existir.» 
De Al sur de la frontera, al oeste del Sol, Haruki Murakami

Durante 2008 me reconcilié con la narrativa. Hablar de una reconciliación puede sonar fuera de lugar pero creo que es la palabra que mejor describe mi reencuentro con la literatura y, en particular, con la novela. El hecho es que los últimos años mis lecturas se habían venido concentrando cada vez más en textos argumentativos: materiales vinculados con mi profesión y mis intereses académicos. El mundo laboral me tenía tan absorto que no había lugar para historias. La esperanza de recuperar las letras de la ficción me llevó a acumular numerosos volúmenes en mis libreros: ya llegaría el momento de leerlos con calma. Pero lo cierto es que ese momento se postergaba indefinidamente. Así, aunque acumulé muchas y apasionantes páginas, pocas —muy pocas— pertenecían a la narrativa. 

Partí a Barcelona llevando en el equipaje muchos de los libros pendientes. Y paulatinamente comencé a saldar mis deudas literarias. Comencé devorando el primer volumen de la antología de cuentos completos de Isaac Asimov y poco después Canta la hierba, cuando Lessing fue galardonada a fines de 2007 con el Nobel de Literatura. 2008 comenzó con Mirror, Mirror y Jekyll & Hyde (ambos puntualmente comentados en el blog de aquellos días). En particular, el mítico relato del científico que busca separar el bien del mal representó una experiencia de peculiar intensidad, sembrando en mi interior, con fuerza y claridad, el apasionante tema de la identidad. 

Así, pronto se desencadenó un año lleno de memorables momentos literarios. Mis ocurrencias para el colegio, por ejemplo, me traerían la oportunidad de reencontrarme con títulos que marcaron mi adolescencia, como las Crónicas Marcianas de Bradbury, un texto con momentos aterradoramente brillantes. El mismo proyecto me ayudó a ponerme a mano con autores de referencia a los que no me había acercado con suficiente cuidado —como Agatha Christie o Conan Doyle— y a explorar textos que tenía pendientes de antaño, como Drácula, que reseñé aquí hace poco. 

Sería imperdonable dejar fuera el descubrimiento de Murakami que J me regaló a través de Sputnik, mi amor; hallazgo que me llevó a cerrar el año con otra novela del autor japonés: Al sur de la frontera, al oeste del Sol. Como pronosticó mi hermana, la pluma de Murakami resultó adictiva, al grado de verme obligado a beber las más de 250 páginas del texto de un trago, como si leyese un cuento. El relato de Hajime, el narrador-protagonista, se convirtió pronto en uno de mis referentes literarios indispensables.

Otros muchos textos fueron parte de esta reconciliación. Pero sin duda son más los que se sumaron a la lista de lecturas pendientes. Y yo estoy entusiasmado con la posibilidad de perderme largas horas de este 2009 en sus letras.

lunes, 5 de enero de 2009

Recuentos

El cierre de un año, como el de cualquier otro ciclo, siempre es buen pretexto para los recuentos. Doy un vistazo al recién finalizado 2008 y encuentro doce meses cargados de aprendizaje, descubrimientos, transformaciones...

A través de los registros publicados a lo largo de mi primer año en la blogósfera resulta aparentemente sencillo reconstruir mi 2008. Pero lo cierto es que tal crónica, si bien resulta útil, termina siendo insuficiente para abarcar lo que el año pasado significó en mi proceso de construcción personal.

Como siempre, un buen número de canciones, películas y libros que se cruzaron en mi camino a lo largo de estos 365 días ayudan a dar cuenta de mis ires y venires. En los próximos días, pretendo compartir aquí los más significativos.

Por lo pronto, celebro y agradezco el inicio de 2009 y, por supuesto, celebro y agradezco comenzar un segundo año en la blogósfera, que en los doce meses previos no sólo me permitió estar cerca de mis seres queridos, sino que también me acercó a nuevas y maravillosas personas.