martes, 20 de julio de 2010

Aunque suene mal

Comencé el día leyendo un texto cuyas ideas me han quedado dando vueltas en la cabeza. Me refiero a la entrada más reciente de Ángeles Mastretta en su blog. Tomando prestado el primer verso de un poema de José Emilio Pacheco, Mastretta titula su entrada "No amo a mi patria". Inicia citando los tristes acontecimientos del fin de semana en Torreón, una gota más en ese vaso de a violencia que se nos derramó hace tiempo. En un tono poco optimista la escritora reconoce que nadie sabe qué hacer ante el negro panorama. Yo por lo pronto, paulatinamente he abandonado ya mi deber cívico de escuchar noticias en la radio o leerlas en los diarios. (En la televisión nunca las he visto, así que eso no cuenta.) Y sé que no resuelvo nada, pero me frustra un poco menos. Y, como dice Ángeles en su reflexión, uno no sabe cómo reaccionar.
«Por más que nos la espantemos, por más que ande uno cantando al subir las escaleras o riéndose porque la vieja perra se planta en la puerta del estudio para no dejarnos salir, por más que menos, nos da tristeza ir sabiendo, todos los días, que no sabemos cómo hacerle. Y que contra esta novedad que es el terrorismo de las bandas, no tenemos ni idea. No sabemos nada. Nosotros menos que nadie. Nosotros querríamos leer a Sor Juana, oír a Beethoven, ver la puesta del sol. Nosotros queremos dormir en paz, que los nuestros no tengan pesadillas y que nuestros sean todos los hombres y mujeres de bien que hay en este país. ¿Qué más?»
El poema de Pacheco de donde se desprende esa provocadora línea que Mastretta usa como título, se llama "Alta traición". Es éste:
No amo a mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
Lo leo y vienen a mi mente las imágenes de esos lugares de mi patria por lo que (aunque suene mal) daría la vida. Pienso en el azul del cielo que me acompañó ayer en la carretera. Pienso en las primeras e incomprensibles palabras de mi sobrino. Pienso en esa cierta gente que quiero y que es mucha. En esos tres o cuatro ríos.

domingo, 18 de julio de 2010

Veremos

Hace una semana hablaba de mis dificultades para terminar con una entrega que debía hacer al día siguiente. Y apenas hoy conseguí tal meta. Una semana después. Se entenderá, pues, que tampoco haya conseguido venir a plasmar algo a partir de mis anotaciones en servilleta. La tengo a mi lado. Me dan ganas de empezar. Pero son más de las diez de la noche y mañana antes de las cinco de la mañana debo estar ya saliendo rumbo al Bajío nuevamente.

Vuelvo a guardar la servilleta en la agenda. Las pocas anotaciones son suficientes para recordarme lo esencial. He sumado un par de apuntes adicionales. Material suficiente para escribir al menos una entrada diario a partir de mañana y hasta que la semana concluya. No sé si seré capaz de tanto. Veremos.

Mientras tanto, he escrito alguna que otra tontería en algún lado. Soltando un poco. La verdad es que a pesar del sinfín de cosas que pasan por mi mente, estoy bien. Me siento bien. Acaso lo que me llega a frustrar a ratos es no darme el tiempo y espacio suficientes para escribir y leer lo que quisiera. Quiero ya acabar pronto con las obligaciones que me he impuesto con el exterior, para saldar cuentas conmigo. Veremos, también.

domingo, 11 de julio de 2010

Deberes

Debería estar escribiendo un libro. No, no lo digo en el sentido de esa combinación de deber moral y auténtico anhelo que siento. Me refiero al carácter mandatorio de una obligación contractual por la que mañana debería entregar un capítulo más de una serie de libros de texto con los que estoy colaborando. Pero no lo consigo. Este dichoso libro se ha convertido en un verdadero tormento. Quizá porque de alguna manera sintetiza mis profundas contradicciones, mis prolongadas crisis existenciales, o yo qué sé. Lo cierto es que llevo un rato frente a la página en blanco y en el reloj la arena sigue sin piedad pasando de un compartimento a otro.

Tengo, en cambio, una servilleta llena de anotaciones sobre ideas que quisiera soltar aquí, un poco como desahogo, un poco como terapia, un poco como necesidad de compartir. Esas notas me han acompañado durante días y días, esperando un instante de debilidad en mis imperativos laborales en combinación con una pizca de fortaleza en mi voluntad creativa. Pareciera éste uno de esos momentos. Y, sin embargo, lo dejaré ir para ver si me sirve de inercia o impulso para escribir lo que debo escribir. Si lo consigo, esperaría que esa misma fuerza me permitiera plasmar al menos la síntesis de la varia que tenía prevista para arrancar esta segunda mitad de 2010.