Frecuentemente se cuestionaba acerca del sentido que tenían algunas de sus iniciativas; se interrogaba sobre las posibles causas de lo que —al menos en su perspectiva— eran rotundos fracasos en ámbitos donde el éxito parecía inevitable; invertía largas horas en encontrar el origen de esos tropiezos que pronto se convertían en pesadas cargas morales. Y siempre esas divagaciones terminaban en profundos silencios. O en señales contundentes que sus sentidos rechazaban admitir.
Hasta que una tarde, mientras caminaba intentando neutralizar la razón y dejar la mente en blanco —actividad que emprendía con cierta regularidad mas con escaso éxito—, tuvo una visión que explicaba su innegable sentimiento de frustración: nadie le había pedido que hiciera cuanto hacía; más aún: sus esfuerzos eran incluso incompatibles con las expectativas de esos a quienes creía ayudar. Recordó en ese momento de iluminación la historia de Iwri y las catacumbas de Misraim. Cierto, en este caso la leyenda no permitía establecer un paralelismo puntual, pero resultaba práctica para destacar la inutilidad de sus esfuerzos. Al fin y al cabo, pretendía ayudar donde nadie había solicitado su ayuda. Y, más allá de si sus intenciones eran buenas y sus fines legítimos, estaban de por medio las aspiraciones, creencias y convicciones de los otros.
Era necesario, pues, aceptarlo con humildad ya que, ¿quién es uno para imponer sus ocurrencias a los demás?
1 comentario:
Nadie... no somos nada. Cada quien con sus ocurrencias ilumina la vida de quien se deje y el que guste ser iluminado. Los que se resisten, se lo pierden. Ningún esfuerzo es inutil. El primo de su amigo ha de ser alguien grande. ;)
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