jueves, 15 de septiembre de 2011

Viva

Va un texto apresurado pero urgente, antes de que me quede sin internet. No habrá tiempo de revisarlo, pero va como me sale de la cabeza...

Para quienes me conocen bien no es un secreto que la noche del 15 de septiembre tiene un sentido especial en mi vida. Es una fiesta que desde hace muchos años celebro no solo con entusiasmo, sino con seriedad. No quiero decir que me ponga muy solemne —aunque a veces pueda sucederme—, me refiero a que me la tomo muy a pecho. Me gusta celebrar con la cabeza, reflexionando sobre mi País, sobre mi gente, sobre el futuro, sobre nuestro presente.

Me parece que hace un año no lo relaté aquí con calma, pues me encontraba en proceso de "bajar la cortina" (sí, hace un año que dejé de publicar sistemáticamente en este espacio, reservándolo solo para ocasiones muy particulares). Hace un año, decía, me tocó "dar el grito" en el Colegio donde trabajo actualmente. Fue una experiencia casi mística. 500 chamacos respondiendo a una arenga que con todo respeto decidí lanzar desde uno de los balcones del plantel. Muchos me dijeron que el acto les enchinó la piel. A mí me dejó temblando un rato. Gritar esos "vivas" y recibir los de mi comunidad, ondear la bandera sobre un montón de pequeños que agitaban las que habían elaborado un par de horas antes... Imposible describir lo que sentí. Esa combinación de dolor con esperanza.

Una combinación que hoy se repitió. Hoy, a un año de la fiesta bicentenaria, decidí dar el grito a nivel de cancha, entre los niños. Casi 600 este año. Igual que hace un año, a los "héroes de la Patria" les agregué algunas ideas paralelas. Hoy, antes del triple "viva México" gritamos un viva por el diálogo para construir la paz. No lloré porque me aguanté "como los hombres" (que no deberíamos aguantarnos). Pero al llegar a mi oficina las manos todavía me temblaban.

No soy capaz de describir las miradas de los más pequeños. Los de preescolar me miran siempre de una forma tan especial. Y hoy, con la bandera en mis manos, me veían como si estuviera el padre de la Patria a su lado. Sonreían con cada "viva", creyendo realmente en su grito. Hace unos días recibí un correo de mi hermana invitándome a una cadena de fotos en el Tumblr donde los participantes se cubrían la boca con una cinta que decía "Yo no grito". Me pareció interesante e incluso pensé sumarme. No lo hice porque no me dio tiempo. Pero anoche que preparaba la ceremonia de hoy, me di cuenta de que necesitaba gritar. Que quería gritar. ¿Qué hay de malo en hacerlo? No grito "viva México" para responder a la arenga del Presidente (a pesar de que incluso ese grito me parece válido, aunque cuestionable sin duda). No grito para decir que legitimo a nadie. Grito porque "viva México" es algo que siento y pienso. Pienso, sobre todo.

Mi amor a México no es un amor irracional, patriotero, fácil. Es un amor como pocos de mis amores. No es ciego. Sí es vital. Respeto y entiendo en buena medida a quien decide no gritar esta noche. Pero pienso que se vale gritar "viva México". Más todavía: pienso que cuando el grito es auténtico, no es solo válido, es necesario.

Y para mí cada mañana es una necesidad decir "viva México" como es también esencial decir "viva" tantas cosas. "Viva". "Viva".