jueves, 26 de noviembre de 2009

Recuperar la posibilidad (II)

«Si pudieran concederme riqueza, no pediría riqueza ni poder, sino el sentido del apasionamiento hacia lo que puede llegar a ser, por el ojo que, siempre joven y ardiente, ve lo posible. El placer defrauda, la posibilidad no lo hace nunca. ¿Qué vino es más aromático, más incitante, más embriagador que la excitante posibilidad?»
Søren Kierkegard
Son muchas, para variar, las cosas que quisiera traer hoy aquí. Y al mismo tiempo es tarde y no debería dejar que la media noche me alcance despierto. Pero la necesidad pesa hoy más que la conciencia de madrugar mañana. Y aquí estoy. Queriendo escribir sobre exploraciones y hallazgos recientes en las profundidades de mis confusiones cotidianas. Queriendo compartir de nuevo algunas estampas musicales que ayudarían a ilustrar mis paradójicos sentimientos de cara a tantas cosas. Queriendo poner sobre la mesa mis más recientes expediciones literarias y la forma en que me han tocado.

Pienso en una idea que pueda hilar todo lo que me gustaría escribir esta noche. Y me viene nuevamente la idea de «posibilidad». Hace poco más de un mes escribía sobre la recuperación de lo posible. El subir y bajar de todos los días ha hecho desde entonces que esa extraña idea funcione unos días con más solidez que otros. Pero no he querido abandonarla. Y hoy, por una infinidad de asuntos, me vuelve a atrapar. Explorando algunos materiales que quiero compartir mañana con mi equipo de trabajo, me topo con el texto que aparece aquí de epígrafe y que a su vez cumple esa función en un capítulo de El arte de lo posible, de Roz Stone Zander y Benjamin Zander. Llegué a este libro hace ya varios años, tras asistir a una conferencia del segundo. El texto puede ser tomado como material de desarrollo personal, literatura de segunda, dirán algunos. Pero aún en esa categoría, la obra me parece de primera. Y en este momento me está ayudando a reorganizar mucho de lo que quiero desencadenar mañana en mi trabajo.

Descubro, con la claridad absoluta de algo que siempre se ha sabido pero que se aprende siempre como por primera vez, la urgencia de creer que las cosas son posibles para poder dar un nuevo paso. Me descubro y me observo haciendo ese esfuerzo cada mañana, a veces con más éxito que otras, pero siempre logrando hallar un destello de esperanza. Las subidas y bajadas recientes han sido tan pronunciadas que quizá de ahí venga mi necesidad de tanto énfasis en algo que para muchos puede ser tan trivial. Pero lo subrayo porque si, como dice sabiamente alguien que quiero y admiro, no está bien "proclamar esperanza cuando no la vives", es casi una obligación moral hacerlo cuando estás convencido y tus actos pueden hablar por ti.

Decía al inicio que quería explorar música y textos. Lo de mis lecturas recientes tendrá que esperar, pero algo diré de música. Esta tarde recibí de una de mis hermanas un correo que me cimbró. Me hizo ver que, en medio de mi pequeño caos cotidiano, siempre es posible encontrar un intenso rayo de luz para recordar aquello que merece la pena. Me hizo pensar en los que quiero y tengo lejos. Me hizo valorar tanto la posibilidad de, aunque sea a través de bits informáticos, recordar a quienes amo lo que significan.

No sé bien cómo fue, pero pronto dos canciones me vinieron a la mente. Quienes me conocen de hace tiempo, sea personal o virtualmente, saben de mi eclecticismo musical, así que se sorprenderán menos que otros al escucharlas. Canciones que, en su cursilería, tienen un significado especial en mi piel. La primera, me traslada cada vez que la escucho a diciembre de 1996. Yo cumplía 21 años y mi hermana 15. Cuando en nuestra fiesta-doble bailamos esta canción yo no paraba de llorar. (Así como no paro de llorar mientras lo narro.)


Hoy, mi hermana es mamá de un ser lleno de luz, un niño que ha crecido quizá demasiado rápido, dejándonos a más de uno con las ganas de eternizar el tiempo. Pronto serán dos años de la llegada de ese hermoso niño al mundo. En aquellos días, estando yo con un océano de por medio, mientras escuchaba por enésima vez la segunda canción en cuestión, encontré en su letra un significado que hasta ese momento me había permanecido oculto. Vamos, sé que es otra cursilería, pero también de eso está uno hecho.



Aniversario de una posibilidad

Hace un par de días se cumplió el primer aniversario de este espacio. Quise venir y festejarlo, pero se me escapó el chance. A reserva de lograr dedicar una entrada íntegra al asunto, celebro agradeciendo tus visitas, tu compartir silencioso. Las huellas del paso de otros por aquí han disminuido notablemente en los últimos meses, pero sé que por ahí andas: tú que me sigues desde hace poco y tú que me lees desde hace mucho, tú que conoces mi voz y tú que aún no tienes rostro para mí, tú que llegaste buscándome y tú que apareciste aquí por accidente. Lo he dicho antes y lo repito, tú, con o sin nombre, estés donde estés, eres quien termina de dar sentido a esas ocurrencias. Un año de este espacio equivale, también, a un año después de la aventura en Barcelona. Y si has leído el alfa y omega con que inició este blog, sabes que eso no es sólo aniversario de un viaje, sino de un completo renacimiento. Renacimiento que no termina y del que eres parte. Gracias por eso y por tanto. Y cerrando en línea con las ganas de recuperar lo posible, celebro este primer año (y casi segundo en la blogósfera) con una maravillosa rendición al "sueño imposible".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Hay días...

Reconozco que la idea con la que llegué aquí esta vez es una obviedad. Venía con la intención de decir que hay días de todo. Días geniales, de esos que se van rápido, sin darnos cuenta; que llegan de vez en cuando y nos dejan con ganas de más. Días difíciles, de esos que pasan lento, casi insoportablemente; que llegan y se estacionan sumiéndonos largo rato en la nada. También días sin gracia, que no terminan de tener rostro; días que casi podríamos borrar —y con frecuencia borramos— de nuestras biografías. Y, por supuesto, días que tienen de todo un poco. Días inclasificables.

Los últimos han sido para mí días de estos últimos. Con destellos de entusiasmo y toques de hastío. Con largos minutos vacíos, también. Anoche quise explorar un poco el asunto. Pero una de las cosas que han caracterizado a estos extraños días ha sido la inmensa dificultad para escribir. Dificultad que contrasta, por supuesto, con las tremendas ganas de exponer al mundo lo que pasa por aquí dentro. Mientras divagaba, me fui topando con un puñado de canciones que me ayudaron a explorar, como tantas veces, a partir de las palabras de otros. Sin mucha presentación, pero sí con referencias mínimas, aquí cuatro que terminaron siendo curiosa síntesis de estos días extraños.

Conocí esta canción a mediados de los noventa en una versión de Annie Lennox. Desde el primer momento me pregunté cómo había hecho Paul Simon para describir algo que me parecía tan mío. Seguro es un sentimiento frecuente, de modo que quien lo ha vivido entenderá el lugar que la canción ocupa desde entonces en la banda sonora de mi vida.


Un par de años antes, la misma Annie Lennox me cautivó con su clásico primer sencillo como solista. Me encanta todo lo que hace esta mujer. Pero nunca nada ha alcanzado, para mí, la genialidad de ese primer destello. Me parece siempre una canción tan nueva. Cuando ayer me vino a la mente, quise lanzarla por el Twitter y me topé con esta versión en vivo con puro piano. Así, desnuda, la canción se me mostró con toda su fuerza. Y me deshizo.



Una querida amiga llegó, sin saberlo, a rescatarme de la depresión absoluta al colgar en su Facebook un recordatorio de que "sucede también" que hay cosas que nos "rescatan del naufragio".



La tarde/noche estaba ya enfilada en la melancolía. Llegó otra persona cercana a mi alma para rematarme al arrojarme, sin advertencia previa, una canción —y un video— que hace años marcó mi adolescencia. Con esta evocación las interrogantes contenidas durante un par de días empezaron a desbordarse. Aún sigo recolectando fragmentos aquí y allá. Espero volver pronto a compartir aquí algunos de mis hallazgos.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pausa

Comencé a escribir esta entrada anoche. No. Quise empezar anoche. Pero apenas logré arrojar una palabra. Pausa. Y entonces la anoté como título para lo que entonces era una divagación en potencia. Aunque al final nada tendría que ver con lo que habría de venir. ¿O sí? Difícil anticiparlo.

Mientras intentaba transferir las ocurrencias en palabras, el iTunes empezó a reproducir una pieza de Zbigniew Preisner. Y me perdí en el sonido, como tantas veces.


No fui capaz de seguir escribiendo nada. Una palabra. Algo de música. Y nada más.

¿Qué quería decir? No lo sé. Llevo varios días incapaz de encontrar palabras para tantas cosas. Desde asuntos banales hasta aquellos que son —al menos en apariencia y de cara al mundo cotidiano— relativamente importantes. Las palabras han empezado a evadirme. Sobre todo al hablar. Pero no solamente. También al escribir. Si las obligo, si les pongo un ultimátum, parecen reaccionar.

La última vez que vine aquí, cerraba una complicada semana. Creía que cerraba. Faltaba el último jalón. El fin de semana —el largo fin de semana— llegó cargado. De todo un poco. Quizá más vértigo del que hubiera querido. Pero en medio de comidas, almuerzos, cines, clases, hubo tiempo para pensar. Y escribir.

Lo que no he escrito aquí ha empezado al menos a encontrar una salida en el papel. He estado pariendo anotaciones como hace mucho no lo hacía. Y quizá eso me ha estado salvando.

Una vez más digo mucho y nada a la vez. No sé por qué he venido aquí. Quizá solamente para enfrentarme al recuadro vacío, retándome a desarrollar más de dos líneas con sentido. Y aunque parece que el recuadro empieza a ganar este ingenuo duelo, algo queda. Quisiera explicarlo pero, ya lo decía, no encuentro las palabras. Baste decir que mientras las letras escapan, resurge el sentido en algún rincón aquí dentro.

Al margen. Creo que la nostalgia de los días recientes ha sido acentuada en buena medida por ese espíritu pre-navideño que hace ya varios días ha invadido el paisaje, anunciando que se acaba otro año. Pero queda una décima parte, que no es poca cosa.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Cordura

La semana ha sido terrible. Lo digo claro y con todas sus letras, sin ganas de hacerle al mártir. Simplemente ha sido una de esas semanas donde no doy una.

Debo corregir. Tres días de la semana han sido terribles. Del martes a hoy, jueves. El lunes fue como de otro mundo, así de contundente. Y aunque el viernes no pinta sencillo, tengo esperanza en que será un mejor día que hoy. Y con eso será suficiente.

Será cansado, de eso no tengo duda. Pero será preámbulo de un fin de semana que ya necesito con urgencia. Para encontrarle una punta a esta extraña madeja en que se ha convertido el mundo.

Hace unos días anotaba en algún sitio: "He dudado tanto últimamente de mi cordura". Venía después una disertación conmigo mismo sobre el problema de la realidad, que a últimas fechas se me ha convertido en una obsesión.

Distinguir las fronteras entre lo que es real y lo que no me parece cada vez más complicado. "Sueño y vigilia se alternan con insoportable insistencia, disolviéndose la línea —si es que la hay— que representa el límite entre un mundo y otro." Eso escribía hace sólo unas noches, siendo absolutamente impreciso pero dejando huella de mi absoluta confusión.

Lo cierto es que sueño y vigilia aparecen como símbolo de mundos más complejos que han comenzado a alternarse y en lo que mis diversas facetas han comenzado a convivir desprendiéndose con cinismo unas de otras. El asunto se extiende entonces no sólo a la realidad, sino al problema de la identidad, que me ha perseguido desde hace tiempo.

Cierto que siempre hemos sido muchos aquí dentro. Pero solíamos ser más cautos, más ordenados. Más cuidadosos unos de otros. De pronto algunos han comenzado a asumirse con inusual independencia, mientras otros insisten en seguir los patrones que la costumbre o la presión social impone en sus agendas. Todo bien, mientras sus rutas no se vuelvan abierta y trágicamente incompatibles.

¡Cómo no dudar de mi cordura! ¡Leo lo que vengo escribiendo aquí mismo y me parece tan insensato!

Debería estar preparando algunas cosas para el trabajo y clases para el sábado. Y aquí estoy, divagando. Cierro el cuaderno por un rato. Ya regresaré el fin de semana a dar cuenta de mis saldos pendientes.

Al pie. Mientras escribía esta entrada recordé otra publicada desde Barcelona, en los días previos a mi regreso hace un año. Sí. Hace casi un año exactamente escribí algo sobre estas identidades en conflicto y edité un video que era casi homenaje a la vanidad pero que ilustraba en cierto modo algo que en estos días ha resucitado poderosamente. Aquí ese apunte del 18 de noviembre 2008.

martes, 10 de noviembre de 2009

Recuperando

Las últimas semanas han sido poco ordinarias. O al menos así me lo han parecido. Quizá algunas cosas han sido trivialmente comunes y haya sido entonces mi inusual estado de ánimo lo que les haya hecho contrastar con lo cotidiano. No lo sé. Lo cierto es que me siento con tantas cosas por decir y no logro hallar la forma de articularlas. Pese al relativo abandono del blog, he logrado escribir largas notas en una libreta de papel de bambú con un formato semejante al del "legendario" Moleskine que me conseguí hace un par de semanas. El 29 de octubre registré la primera anotación, un breve apunte sobre todo y nada en el que me prometía a mí mismo regresar para desarrollar un puñado de ideas. He vuelto pero no necesariamente he cumplido ese compromiso. He logrado, sin embargo, plasmar una que otra inquietud como hace mucho tiempo no lo hacía. Pero llevar de arriba a abajo la libretita negra no ha sido suficiente, y tengo claro que muchas cosas se me están quedando pendientes.

Pero me he desviado ya de mi intención inicial, que era relatar en lo posible algo de lo extraordinario de los días recientes. Hace apenas unas semanas hablaba aquí de una chispa que me hacía recuperar la posibilidad. La posibilidad así, en abstracto, en genérico. No me refería a una posibilidad en concreto, sino al mero hecho de que las cosas son posibles. En ese momento no encontraba otra palabra para referirme a lo que sentía. A partir de ese momento, unos cuantos encuentros me fueron ayudando a ponerle nombre al niño. Recuperar la posibilidad de crecer; recuperar la posibilidad de transformar una que otra cosa en mi entorno; recuperar la posibilidad de perderme en la belleza solamente porque sí; recuperar la posibilidad de una sonrisa espontánea o de una lágrima incontenible; recuperar la posibilidad de reconocerme en otros y de encontrar en la mirada de otros una señal de que la humanidad sobrevive en semejantes reflejos.

Llevo ya muchos días particularmente sensible. Todo anda bien, de veras. Es sólo que me he descubierto con la piel más frágil y el corazón más propenso a la nostalgia. Quizá no sea un estado pasajero sino afirmación de una condición permanente que a veces no he sido capaz de reconocer como tal. Como sea, ando bien aunque a ratos con ese huequito en el alma haciéndose notar. Perdón que insista: todo anda bien.

Hoy ciertas palabras me hicieron recordar un pasaje de la literatura que me une a varios de los que aquí suelen detenerse de vez en cuando. Me refiero al encuentro y posterior despedida del Principito con el Zorro, en el entrañable relato de Saint-Exupéry. Quizá el relato de la domesticación ayude a expresar mi actual sensibilidad: de pronto me descubro nuevamente el valor de ciertos lazos y la intensidad que pueden producir. Da miedo pero al mismo tiempo empuja. Por años he evadido reconocerlo. Pero lo cierto es que esos lazos han estado y siguen ahí. Acompañándose sin duda de nuevos vínculos. Y descubrir eso es siempre extraordinario, pese a lo cotidiano que pueda parecer.

Como tantas veces, no sé si era de esto de lo que quería escribir hoy. Había pensado dirigir mis palabras a algunas cuestiones más concretas del pasado fin de semana. Habrá tiempo de ello. Por lo pronto, parafraseando a quien hoy me hizo pensar en el Principito, aquí estoy, recuperando esta vez las posibilidades que ofrece volver a tener fe en la gente, en las buenas intenciones... y en el instinto.

Al margen. Releyendo el pasaje del Principito que he ligado a esta entrada, me topo con esa frase que tanto me ha provocado a lo largo del tiempo: "Eres responsable para siempre de lo que has domesticado". Creo que hoy el ser responsable para siempre, admite para mí una nueva interpretación, pues uno corre el riesgo de entender tal responsabilidad como una carga, un lastre. Pienso en esa responsabilidad como un vínculo que compromete en primer lugar con uno mismo, para entonces poder mirarse en los ojos del otro y decir: respondo por ti.

martes, 3 de noviembre de 2009

Sugerencias para mi funeral

Debo advertir que no ando muy inspirado, pero realmente tengo ganas de cumplir un segundo reto de la Semana Mortuoria 2009. Poco inspirado y muy cansado. De pronto se me olvida que el día comenzó a las tres y media de la mañana con tres horas y media de carretera para llegar a mi trabajo. Los ojos pesan. La ardilla del cerebro cuando mucho trota a paso lento. Quizá este estado entre vigilia y sueño sirva para hablar de algo tan poco ordinario como mi propio funeral.

El reto sonaba divertido de entrada. Pero mientras se acercaba el día propuesto para publicar mis expectativas sobre el asunto, las cosas se fueron complicando. Cierto que en mi adolescencia el tema de mi muerte y el consecuente sepelio fueron un tema recurrente en sueños y divagaciones más o menos conscientes. Sin embargo, hacía mucho que no me planteaba el tema. Ya advertía hace unos días que tiendo a evadir el hablar de la muerte. Quizá más en tiempos recientes. Pero la provocación lanzada este año con motivo del día de muertos me obliga una vez más a plantearme el asunto. Esta vez con el pretexto de "qué hacer y qué no hacer en mi funeral".

Mientras intento arrancar mi lista de indicaciones, descubro que las complicaciones derivan de no estar seguro de querer un funeral. Pero entiendo que al final eso me rebasa. Ya decidirán otros por mí y, siendo francos, muy en su derecho. En cierto modo, a mí qué más me da. Vale: algo me importa, se trata de mí, pero en cierto modo se trata de la forma en que otros querrán "despedirse" de mí.

Como suele suceder con tantas cosas, pensé que sería más fácil comenzar con lo que NO ha de hacerse. Pero me doy cuenta que, como suele suceder en tantas facetas de mi vida, me cuesta trabajo prohibir. Descubro después que casi todas mis restricciones van asociadas a una afirmación en positivo. En cualquier caso, dado que no me gusta mucho la idea de dar órdenes, tómense estas ideas como sugerencias, propuestas que ya en su momento decidirán los involucrados cumplir o no.

Imagino mi "funeral" en un espacio poco común. No me imagino en una agencia funeraria. Me gusta pensar en un espacio más o menos abierto, donde el aire circule, donde sea posible ver el cielo; un espacio en donde la energía que liberen los asistentes pueda liberarse, no acumularse y reciclarse infinitamente. [De pronto, me gustaría pensar en un pueblo, algo ajeno al contexto urbano. Me gustaría tener un pueblo favorito como para decir, "llévenme ahí para velarme". Pero no lo tengo, al menos hasta ahora.]

Siempre he creído que mi funeral debería tener música. Sin embargo, me cuesta trabajo decir qué música. A veces digo que me gusta de todo, pero ciertamente hay cosas que no imagino mientras me despido de este mundo. Si yo pudiera escoger la lista de complacencias, elegiría sin duda temas que ayudaran a acompañar las emociones de quienes estuvieran reunidos. [Escribo esto y pienso en música que pudiera casi inducir esas emociones. No en un afán de chantaje afectivo, pero sí música capaz de producir imágenes asociadas a ciertos momentos compartidos y reproducir así ciertos estados anímicos.] Ejemplos: Handel, Morricone, Piazzolla, Tiersen, Preisner, Gershwin. Ok, igual y suena de flojera para algunos, pero pienso sobre todo en música sin letra. No sé por qué. Creo que puede inducir menos la conducción de las ideas. Vale, ya estoy alucinando; paso mejor a otro punto.

Creo que si estuviera en mis manos, me gustaría evitar que la gente estuviera toda vestida de negro. Preferiría que cada quien llegase vestido como le diese la regalada gana. Esta cuestión de la vestimenta dictada por normas sociales me pone nervioso. Me incomoda. Entiendo que a muchos les podrá brindar seguridad. En esos casos, comprenderé —es un decir, creo— que lleguen vestido según la regla. Pero, en lo posible, preferiría que nadie se sintiera condicionado por semejante mandato. [Quizá este anhelo sea sólo una proyección de mi propia dificultad e incomodidad para responder a los dictados en la materia. Insisto: tampoco se sienta nadie limitado por mí en este sentido.]

Y después, ¿qué hacer con mis átomos? ¡Diantres! No sé qué responder. En conversaciones de familia sobre nuestros respectivos destinos al morir es un tema que siempre genera debates. A muchos [¿les? ¿nos?] importa que exista un lugar para visitar al que se ha ido. Y parece una inquietud razonable. Sin estar seguro de que mi respuesta sea definitiva, se me ocurre que me repartan en diversos lugares —incinerado, por favor, no anden arrojando extremidades por ahí nada más—. Sonará cursi o un poco a pose, pero en la lista de sitios me gustaría que se incluyera Catalunya: particularmente, arrojar un poco desde la cima de Montserrat, sitio que, como es bien sabido por algunos, marcó para mí un particular renacimiento. Ya estando para tales fines en el Viejo Mundo, otro poco me gustaría que fuera lanzado al Mediterráneo, para reencontrarme con algunos de los secretos que deposité en sus olas. Acá, en México, son muchos los sitios donde podría quedar algún rastro. Me viene a la cabeza un árbol en particular en el Parque México, de la colonia Condesa. Es una burrada, quizá, pero ese sitio encierra significados muy poderosos. Hay más lugares, sin duda, pero lo poco que me queda de claridad esta noche está por extinguirse. Lo dicho aquí seguro es suficiente para expresar el planteamiento central.

Ea, pues. Me marcho a descansar que la semana apenas inicia. A ti, que te detienes aquí una vez más a leer mis divagaciones, gracias. Sé que de uno u otra manera estarás presente el día que inevitablemente esa muerte me llegue. Estarás porque eres parte de mi historia.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Calaverita bloguera 2009

Estaba Ernesto twitteando
(era su nueva manía)
cuando en esa noche fría
la muerte entró a interrogarlo:

«Don Ernesto, ¿qué ha pasado?
¡No ha cumplido su misión!
¡No ha actualizado mi blog!
¿O ya olvidó lo acordado?»

¡Cierto! ¡Un año ya, qué lata,
para escribir sin denuesto
bajo el mando de la Parca!

«Señora, estaba pensando,
escribir su calavera.»
La Catrina sin espera
respondió reflexionando:

«¿Sabes? ya suena pedante
tanto escribir de una misma,
¿por qué esta vez no dedicas
a otros tus versos galantes?»

No sonaba mal la idea,
ya era mucha egolatría,
pero ¿a quién dedicaría
esta vez su calavera?

¡A quién más sino a la Jacka,
en buena lid responsable
de que tanta gente hoy ande
hablando de la calaca!

No es ninguna fantasía
lo que aquí yo les relato,
es la crónica de un pacto
realidad y pesadilla.

He aquí pues —aún no lo creo—
que Jacka ingenua aguardaba,
como cada madrugada,
la llegada de Morfeo.

Pero aquella noche oscura
Murphy nunca apareció:
fue la Muerte quien cruzó
la puerta con galanura.

"Mucho me andas invocando"
le dijo mirándola atenta,
"y a escribir sobre mis cuentas
a otros andas convocando."

"Si en verdad tanto te atraigo
puedo ofrecerte un asunto,
ya verás que ni a Tim Burton
ofrezco tales contratos."

Hoy la Jacka es prisionera
y escribana de la Muerte.
"Para mí", dice y no miente,
"¡mejor chamba no existiera!"

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre la muerte

«Hoy que Dios me deja de soñar...»
Horacio Ferrer

Me cuesta tanto trabajo pensarte, muerte. No sé si decir que tengo miedo fuese la forma más adecuada de referirme a ti. Es sólo que, cuando se da la ocasión, prefiero no pensarte. Te siento tan lejana y tan cerca, siempre. Quizá porque al mantenerte tan distante todos estos años, me recuerdas inevitablemente que estás allí.

Cuando Jacka y Rodo convocaron este año a la segunda edición de la Semana Mortuoria, decidí que quería sumarme nuevamente. Diversas circunstancias me hicieron creer que esta vez no lograría siquiera cumplir uno de los retos. Pero aquí estoy. Comenzando con el que más trabajo me significa. Reflexionar sobre ti, que tanto me cuestas.

Hace unos minutos que me decidía a escribir unas líneas sobre ti, vinieron a mi memoria unos versos de Sabines en el largo y entrañable poema que escribe a la muerte de su padre... «Morir es retirarse, hacerse a un lado / ocultarse un momento, estarse quieto / pasar el aire de una orilla a nado / y estar en todas partes en secreto».

Hace poco más de diez años que un par de colegas y yo preparamos un video documental/experimental sobre la forma en que has sido vista desde la poesía mexicana. Viajábamos desde textos míticos de poetas nahuas, hasta uno que otro autor contemporáneo. En ese entonces me topé en la biblioteca de mi padre con un puñado de libros de Elías Nandino, que pronto me cautivó; en uno de ellos escribe: «Morir es / alzar el vuelo / sin alas / sin ojos / y sin cuerpo».

Ya se ve que, ante mi incapacidad para referirme directamente a ti, muerte, he terminado acudiendo a otros, que han sabido acercarme un poco a ti.

Curiosamente en estos días me ha rondado una pieza de Piazzolla con letra del poeta Horacio Ferrer: Balada para mi muerte. Dice ahí que la muerte le llegará de madrugada, «que es la hora en que mueren los que saben morir». En eso creo estar de acuerdo.