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lunes, 9 de enero de 2017

Una obra de arte sin desperdicio


"Un día sin escribir o anotar algo se me antoja un día desperdiciado o criminalmente abortado: un deber incumplido, una vocación traicionada."
Esto escribía Zygmunt Bauman el 3 de septiembre de 2010, en un libro que no es un diario pero casi (Esto no es un diario, Paidós, 2012). Ha muerto Bauman y para fortuna nuestra durante muchos años honró esa vocación y, lejos de desperdiciar sus días, nos deja un vasto legado de reflexiones y cuestionamientos que bien valdría la pena revisemos en el marco de los agitados y complejos días que atravesamos.

Mi primer acercamiento a Bauman fue hace una década por invitación de un maestro a leer Vidas Desperdiciadas (Paidós, 2005). Vivía yo en Barcelona y en el peculiar momento que atravesaba, mis intereses e inquietudes personales se vieron sacudidos por los planteamientos y digresiones de Bauman, así como sus apelaciones a diversos autores en aquellas páginas.

Poco después leí una obra que terminaría de acomodar muchas piezas en mi interior, un texto que desde entonces ha sido un referente clave en mi interpretación no solo de un momento concreto de la historia del siglo XX, sino en mi lectura del presente y mi visión sobre la necesidad de transformar las estructuras sociales y de pensamiento de cara al futuro: Modernidad y Holocausto (1989, en castellano editado por Sequitur, 1997).

Apurándome un poco y corriendo el riesgo de dejar cabos sueltos, la propuesta de Bauman en esta obra es dejar de ver el Holocausto como una herida en la historia de la humanidad y enfrentarlo como una “prueba rara, aunque significativa y fiable, de las posibilidades ocultas de la sociedad moderna”. Es decir, un producto de la historia de la modernidad, sugiriendo que la “civilización moderna no fue condición suficiente del Holocausto, pero sí fue, con seguridad, condición necesaria”. Pero no solo eso: advierte además que esa condición permanece en nuestros días, por lo que no estaríamos exentos de una tragedia semejante, lo cual obliga a explorar el fenómeno y buscar alternativas para desmontarlo. El asunto da para mucho.

Las exploraciones de Bauman en esas páginas me ayudaron a poner en palabras algunas interrogantes personales que a la fecha me siguen inquietando, a la vez que alimentan y orientan (¿desorientan?) muchas de mis acciones en el ámbito educativo.

Una de las ideas clave en el pensamiento de Bauman es la noción de modernidad líquida:
"Si la vida premoderna era una escenificación cotidiana de la infinita duración de todo excepto de la vida mortal, la líquida vida moderna es una escenificación cotidiana de la transitoriedad universal. Nada en el mundo está destinado a perdurar, y menos aún a durar para siempre. Con escasas excepciones, los objetos útiles e indispensables de hoy en día son los residuos del mañana."
A lo largo de varios años he leído y escuchado diversas referencias inexactas al pensamiento de Bauman. Hoy mismo he leído varias notas que avisaban su muerte describiéndolo como el "padre de la modernidad líquida". Quizá sea por el uso de ese adjetivo muchos piensan que Bauman promovía o aplaudía esa liquidez, cuando sucedía justo lo contrario. Ilustro esto con un ejemplo aterrador que viví apenas hace un mes. Durante la inauguración de un Congreso Internacional sobre Innovación Educativa, el rector del Tecnológico de Monterrey, David Noel Ramírez, celebraba la modernidad líquida y afirmaba: "No queremos instituciones sólidas. Queremos instituciones y relaciones líquidas".

Bauman denunciaba justo los peligros de una sociedad líquida. Quizá el ámbito de las relaciones personales sea justo uno de los que permiten ver esto con más nitidez. Al respecto, resulta clave su obra Amor Líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (Fondo de Cultura Económica, 2005).

La vulnerabilidad de nuestras relaciones como seres humanos, el simulacro de vínculos reducidos a likes y seguidores en redes sociales, ponen en riesgo el sentido de comunidad. Como advierte Bauman en Vidas Desperdiciadas:
"Y allí donde no hay pensamiento a largo plazo ni expectativa de que volvamos a vernos, es difícil que se dé un sentimiento de destino compartido, una sensación de hermandad, un deseo de adhesión, de estar hombro con hombro o de marchar acompasados. La solidaridad tiene pocas posibilidades de brotar y echar raíces."
De ahí que en sus últimos años, testigo de las luces y sombras que tantos señalan sobre la explosión en el uso de las redes sociales para fines tanto personales como sociales, Bauman advirtiera del silencioso enemigo que se escabulle en el anonimato que esas plataformas suelen fomentar. En Esto no es un diario apunta:
"El verdadero adversario del anonimato propiciado por internet no es el principio de la libertad de expresión sino el principio de responsabilidad: el anonimato propiciado por internet es, ante todo y desde el punto de vista social, una licencia oficialmente aprobada para la irresponsabilidad y una lección pública en su práctica —tanto online como offline (fuera del mundo virtual)—, una gigantesca y venenosa mosca antisocial a la que se le permite saquear un enorme barril de ungüento anunciado y presuntamente dedicado a fomentar la causa de la socialidad y la socialización..."
En el mismo libro, Bauman arroja una advertencia especialmente dolorosa por su crudeza si pensamos en lo que hoy vivimos en muchos lugares (y pienso en primer término, por supuesto, en México, mi país):
"La tendencia a olvidar y la vertiginosa velocidad del olvido son, para desventura nuestra, marcas aparentemente indelebles de la cultura moderna líquida. Por culpa de esa adversidad, tendemos a ir dando tumbos, tropezando con una explosión de ira popular tras otra, reaccionando nerviosa y mecánicamente a cada una por separado, según se presentan, en vez de intentar afrontar en serio las cuestiones que revelan."
Si me sigo metiendo en el terreno de las citas, con Bauman nunca terminaría. Ahí está su inmenso legado para leer algo y ver qué nos provoca, qué nos mueve.  ser Algo he leído de Bauman. Algunos dicen que bastante pero es apenas un poco de lo mucho que tengo en la lista de lecturas pendientes. Hay quienes señalan que escribió mucho pero que suele repetirse a sí mismo. Quizá, yo solo sé que para mí siempre es provocador.

Remato con algo que escribió Bauman en uno de los libros más orientados a la dimensión personal que le he leído (El arte de la vida, Paidós, 2009):
"Nuestra vida, tanto si lo sabemos como si no, y tanto si nos gusta esta noticia como si la lamentamos, es una obra de arte. Para vivir nuestra vida como lo requiere el arte de vivir, como los artistas de cualquier arte, debemos plantearnos retos que sean (al menos en el momento de establecerlos) difíciles de conseguir a bocajarro, debemos escoger objetivos que estén (al menos en el momento de su elección) mucho más allá de nuestro alcance y unos niveles de excelencia que parezcan estar tozuda e insultantemente muy por encima de nuestra capacidad (al menos de la que ya poseemos) en todo lo que hacemos o podemos hacer. Tenemos que intentar lo imposible."
Hoy lamento la partida de Zygmunt Bauman como si me despidiera de un querido maestro. Celebro su vida que supo vivir como obra de arte, sin desperdiciar un momento, sin traicionar la vocación de pensar, de compartir su pensamiento.

sábado, 17 de marzo de 2012

Ven a escucharme (pero quédate callado, por favor)

Nada quizá tan peligroso como aquello que se reafirma a golpe de negarse a sí mismo con insistencia.

Hoy desde casi cualquier frente se defiende la necesidad de fomentar el diálogo como valor instrumental esencial en nuestros proyectos de democracia. La tragedia está en que los mismos que promueven ese supuesto valor, operan sobre conductas más cercanas al monólogo, al discurso vertical, impositivo. Generemos un efecto de intercambio, una simulación de encuentro, una ilusión de diálogo. Y lo compramos con tanta ingenuidad. O comodidad, probablemente. Los simulacros nos vienen bien, no exigen demasiado compromiso.

Nos dicen que todos tenemos plataformas para hacernos escuchar. Y aunque es relativamente cierto para muchos millones de nosotros, incluso teniendo ese acceso hemos claudicado en favor de las fachadas. Vestir de diálogo nuestros monólogos. ¿Escuchar al Otro? Siempre que me garanticen que yo también tendré la palabra. Lo aceptamos casi haciéndonos el favor: habla, pero de prisa y sin aburrirme, que ya quiero que me toque.

La llamada opinocracia se contagia fácilmente. Nadie juzga que se opine de todo o en todo momento; la tragedia está en querer compartir las opiniones como verdades incuestionables y sin la disposición de entablar un auténtico diálogo. No hay deliberación posible sin sujetos capaces de expresar sus argumentos y construir sus propios juicios, pero parece que queremos ahorrarnos el camino, cual si hubiésemos nacido con la verdad de nuestro lado y solo nos tocara llevar la buena nueva a los buenos salvajes que no tuvieron la misma fortuna que nosotros. Vaya paradojas.

Las llamadas redes sociales, con un impresionante potencial para construir deliberación pública comunitaria, terminan convirtiéndose en maravilloso vehículo para el monólogo vestido de su contrario. Perverso, pero evidente. Basta un vistazo al general de los muros, líneas del tiempo, biografías o como quiera que se llame el espacio donde nos expresamos los usuarios de esas redes. Hacer clic en "me gusta" o dar "RT" con un "+1" al final, son más un modo de reafirmar nuestro monólogo interior que una expresión de encuentro auténtico con el Otro.

No siempre, es verdad. Y hacerlo a veces tampoco es —o debería ser— el fin del mundo. El problema, a mi juicio, se da cuando son estas fórmulas la base de una interacción que solo refuerza dinámicas casi autómatas, poco creativas. Ahí están los datos estadísticos de cómo usamos Facebook o Twitter. Duele ver que medios con un potencial creativo tan grande, terminen reproduciendo las fórmulas que refuerzan nuestra solitaria condición de espectadores del mundo.

Tenemos ante nosotros la posibilidad de un auténtico orden social donde la pluralidad sea tan valiosa como la expresión del individuo. Semejante orden exige, sí, ciertas disposiciones. El diálogo como encuentro auténtico con el Otro parece un buen camino.

viernes, 17 de febrero de 2012

Arrojando mi piedra


Me arriesgo una vez más, compartiendo algunas divagaciones producto del debate librado conmigo mismo en las últimas horas. Y digo que me arriesgo porque siempre he sido muy crítico con esa costumbre tan arraigada entre nosotros de opinar acerca de todo. 

Esta vez el tema me parecía simplemente ineludible, quizá por estar ligado a una cuestión que ha sido parte de mi entorno de manera casi permanente desde hace varios años. Me refiero al dichoso tema del plagio, tan sonado en estos días a raíz del escándalo AlatristeMi interés por explorar un poco algunas ideas al respecto, surge de un par de declaraciones leídas en horas recientes: la primera, una frase de la carta de renuncia de propio Sealtiel; la segunda, una declaración que —en defensa de su amigo editor— publicó Guadalupe Loaeza en Twitter.


Afirma Alatriste en su comunicado:
No voy a negar que la falta que se me atribuye sea cierta. Niego sin embargo que éstos, mis artículos, sean producto de un plagio, lo sustancial de ellos parte de ideas y recuerdos propios, con un estilo personal que se puede rastrear en toda mi obra, y si en los casos señalados refieren algo ya escrito, investigado o conocido, no constituyen la médula de mi argumentación, y el propio sistema universal del derecho de autor lo admite como una conducta lícita, apuntando que la falta se limita a no haber entrecomillado o citado la fuente, sobre todo si ésta se realiza fuera del campo educativo o de la investigación científica.

Los destacados en negritas son míos y a ellos me remito. Si esa ausencia de entrecomillado o cita no conduce al plagio, ¿cómo deberíamos llamar a tal conducta? ¿Qué criterio habría de servir como referente para otorgar a esa omisión el nombre de plagio? Líneas más adelante Alatriste agrega que no medró nunca con esos párrafos. Admitiendo que la Real Academia define el plagio como el acto de presentar una obra ajena como propia, ¿presentar fragmentos hace que la falta desaparezca? ¿Existe un término para esa suerte de infracción "menor"?

Hace 12 años empecé mi labor como profesor, misma que desde entonces he ejercido ininterrumpidamente impartiendo clases en diferentes niveles, desde secundaria hasta posgrado. En todos los casos, he advertido a mis alumnos sobre las graves consecuencias que derivan de lo que en las normas académicas de algunas instituciones llamábamos "fraude académico" y que coloquialmente nombrábamos plagio. ¿Era incorrecta la expresión? El tristemente famoso "copiar-pegar", ¿debe o no calificarse como plagio?

Mientras leía la carta del hasta hace unos días responsable de Difusión Cultural en la UNAM, imaginaba a mis estudiantes en el futuro defendiendo sus "copy-paste", sus "citas" sin referencia, parafraseando —en ese caso sí, con todo el crédito necesario— al galardonado escritor exigiendo: "no anule mi trabajo, profesor, mi falta se limita a no haber entrecomillado o citado la fuente".

Mi confusión aumentó horas después de leer la carta de Alatriste, cuando en mi línea del tiempo en Twitter aparecieron un par de trinos de la opinadora Guadalupe Loaeza. (Quizá sea irrelevante, pero diré en mi defensa que esos tuits aparecieron en mi TL a través de los RT de algunos amigos; yo jamás seguiría a esa señora en medio alguno, ni por morbo, vamos.) En el primero de los citados tuits, la articulista declaraba: "Estoy con Sealtiel Alatriste y desde Valle de Bravo le mando con mucho cariño un abrazo". Tal muestra de solidaridad se entiende, por supuesto, si recordamos que la propia Loaeza fue víctima también de Guillermo Sheridan hace unos años —aunque muchos no se enteraron y otros pronto lo olvidaron, permitiendo que a la fecha se mantenga a flote como pseudointelectual, de esas que comentando todo como si fueran expertos en la materia—.

El otro tuit iba más lejos, sentenciando: "El que no haya plagiado en su vida que tire la primera piedra, estoy con Sealtiel". ¿Perdón? A ver, primer asunto, ¿en qué quedamos? Lo que hizo su amigo, ¿es o no es plagio? El propio Alatriste alega que no, pero su amiga lo define así y bajo ese concepto incluso lo defiende. Fue esa provocación de la Loaeza lo que me trajo a escribir estas líneas: yo estoy libre y me siento con la legitimidad para arrojar mi piedra, pequeña quizá, inofensiva seguramente, pero piedra al fin. No identifico en mi biografía alfa que pudiera considerarse plagio, ni siquiera de niño, cuando era tan socorrido el copiar-pegar artesanal (ese copiar a mano o con máquina de escribir los textos de monografías o artículos de enciclopedia).

Confieso que hace unos años, enterarme de la tendencia al plagio de Loaeza, no me sorprendió. Pero con Alatriste mi reacción fue distinta. Admito mi ignorancia y lejanía frente a la grilla intelectual a la que Jairo Calixto hace referencia en un sensato artículo publicado en Milenio, pero lo cierto es que más allá de cualquier simpatía, Alatriste ocupa un lugar notorio en la historia reciente de nuestra industria editorial, no solo como escritor sino como impulsor y directivo de diferentes empresas del ramo. Un fraude de esta naturaleza en una opinadora como Loaeza, me parece sin duda lamentable, pero una falta semejante en quien ha dirigido organizaciones editoriales del más alto nivel, resulta infame y detestable.

Creí que había dicho todo, pero uno de los usuarios que sigo en Twitter tuvo a bien retuitear un comentario de Jorge Castañeda que afirmaba que "a todos nos puede pasar" lo de Sealtiel. ¡Qué tal! ¡Ahora cometer plagio es algo que "nos pasa"! Nos pasan accidentes, nos pasa aquello que no involucra nuestra voluntad. Pero hacer que un texto de otros pase por propio, es algo que se hace con libertad, implica una decisión consciente o, en todo caso, una omisión ignorante (imperdonable, por cierto, para un editor serio). El plagio le pasa al que es víctima del mismo: me plagian si me reproducen sin citar, eso sí no puedo evitarlo; pero afirmar que a quien plagia eso "le pasa", es un sinsentido indefendible. 

Pienso en muchas consecuencias que derivan de un affair como este. Me detengo en una que siempre me ha inquietado: ¿cómo sobrevive el valor de la confianza a estos incidentes? La confianza ha ido perdiendo valor notablemente en nuestras comunidades, hemos aprendido a desconfiar, a dudar de todo y de todos. Nos regimos por la sospecha. Como docente, los casos de plagio académico siempre me han producido un enorme malestar, sobre todo porque me molesta descubrirme dudando de todo texto que esté razonablemente bien escrito. Basta encontrar un ensayo con dos párrafos sin mácula para ir a Google para descartar que sea producto de un "copiar-pegar". Cuando eso sucede, empiezo por lamentar el tiempo que invierto buscando la trampa, pero me aflige aún más darme cuenta que parto del principio del engaño. Triste asunto, por donde se mire.

domingo, 15 de mayo de 2011

León no merece este Teatro

[Nota. He leído con calma lo que escribí y admito que puede molestar cierta pose elitista en mi texto. Es posible que alguien encuentre en mis palabras, además de una postura sibarita, un desprecio por la gente de esta ciudad en la que hoy paso los más de mis días. Admito que hay en mis afirmaciones ciertas generalizaciones que bien admiten excepciones. Mi única intención es dar salida a una inquietud personal que, seguramente, bien puede rebatirse o ponerse en duda.]

Triste, dolorosamente, anoche volví a pensarlo: esta ciudad no se merece su Teatro del Bicentenario.

Pasé prácticamente todo el sábado en el Forum Cultural Guanajuato, en León. Un espacio que siempre me ha parecido pertenece a otra dimensión.

En la mañana llegué al Auditorio Mateo Herrera para la transmisión de La Valquiria, cerrando la temporada 2010-2011 de el Met en vivo y HD. Un detalle técnico en la complicada máquina sobre la que se construye la nueva producción del Ciclo del Anillo dirigida por Robert lapage para el Met de NY, provocó el retraso de la función, que inició poco antes del medio día. Cinco horas y veinte minutos en los que la obra de Wagner me condujo por todos los rincones del alma. Debora Voigt, Eva-Maria Wesbroek, Stephanie Blythe, Jonas Kaufmann, Hans-Peter Köing y Bryn Terfel, bajo la conducción del maestro James Levine, imprimieron a la partitura de Wagner la fuerza necesaria con una dosis de realidad y emotividad que solo los grandes consiguen.

Fue mi primera vez en el Mateo Herrera, y quedé gratamente complacido. Sus terrazas y salas tipo lounge resultan cómodas alternativas para los intermedios, que pueden completarse con vino y bocadillos que ofrece la cafetería.

En el público de una sala para 260 personas, menos de un centenar —varios de ellos extranjeros— disfrutaba la transmisión. Así es: en una ciudad con casi un millón y medio de habitantes y cuya zona metropolitana disputa con Toluca la quinta posición entre las más grandes del país, menos de cien personas decidieron esa mañana ir a la ópera. Mi sorpresa se acentuó, quizá, al estar acostumbrado a las abarrotadas transmisiones que esta misma temporada presencié en el Auditorio Nacional.

Pero mi sorpresa —mi tristeza— aumentó en la noche, al asistir al Teatro del Bicentenario a un concierto de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, cuyo programa incluyó la Suite Orquestal de "El Cid" de Massenet, selecciones de "Carmen" de Bizet y las "Danzas Sinfónicas" de "West Side Story" de Bernstein.

Hace un par de meses tuve oportunidad de asistir a un concierto con la Orquesta Filarmónica de Jalisco en el mismo recinto, entonces casi recién inaugurado. Me sorprendió entonces el casi lleno total. En cambio, anoche estaban ocupadas quizá la mitad de las 1,500 butacas del que ha sido presumido por el Estado como "el mejor teatro del País en 100 años". Recordé entonces que los leoneses tienden a abarrotar todo lo que es nuevo... claro, mientras es nuevo.

La OSUG ofreció una destacada interpretación de Massenet, mientras la batuta de Eduardo Álvarez, director huésped, alternaba entre dirigir a los músicos y contener los aplausos de parte del público que insistía en celebrar cada movimiento. Apareció después la soprano mexicana Violeta Dávalos para ofrecer un aria de "El Cid" y, tras un interludio de "Carmen", dos de las piezas más representativas de esta ópera de Bizet: la Seguidilla "Préz de ramparts de Séville..." y la Habanera "L'amour est un oiseau rebelle...".

Dávalos, Álvarez y los músicos de la OSUG lograron cautivar a pesar de los teléfonos celulares —que no solo sonaban, sino que ¡eran contestados! durante la función—, aunque la acústica del teatro no fuera suficiente para lidiar con los espectadores que encontraban cualquier momento propicio para comentar el programa, sus impresiones o cualquier otra inquietud que al instante atravesara su mente.

Tras el intermedio vino el momento que yo más ansiaba: las "Danzas Sinfónicas" que Leonard Bernstein estructuró a partir de los principales temas de su tragedia "West Side Story". La interpretación de la OSUG fue intensa y emotiva, destacando su sección de vientos —maderas y metales— y sus percusiones. En una variación a la presentación tradicional de las Danzas, Violeta Dávalos se incorporó en el adagio "Somewhere" para interpretar una versión vocal de la pieza. En general, la OSUG consiguió provocar todas las emociones que transitan a lo largo de la partitura de Bernstein. El movimiento final me atrapó ya con las lágrimas. El aplauso general me hace pensar que no fui el único emocionado.

Admito que, más allá de lamentar la falta de audiencia, por momentos me molestó mucho el ruido que hacía el público y el cinismo con el que alargaba sus conversaciones a pesar de los gestos de incomodidad que manifestábamos algunos. Quizá con cierta de soberbia, pero no sin convicción, llegó un momento en que recordé que nadie da lo que no tiene. ¿Por qué sorprenderme de las butacas vacías o de los celulares a media función, si estoy en la misma ciudad donde hace una semana, tras días de largas filas para conseguir entradas, la afición abarrotó su estadio de fútbol para terminar dando una de las más lamentables muestras de incivilidad deportiva? Para eso sí estamos buenos. O para invertir millones en la construcción y remodelación de un nuevo palenque que bien remite a una suerte de circo romano del siglo XXI. Ni el futbol ni el palenque tienen nada en sí mismos que los hagan denostables, pero no solo de futbol y palenque vive el hombre.

"Esta ciudad no merece este Teatro", volví a pensar mientras caminaba por la explanada del Forum al salir del concierto. "O quizá sí, quizá lo necesita justamente para que algún día los leoneses vean más allá del estadio y del palenque".

domingo, 7 de noviembre de 2010

Relatos de velorios y prohibiciones funerarias

La muerte y yo hemos llevado siempre una relación distante. No me he metido mucho con ella y ella ha sido recíproca conmigo. Esto puede sonar bien, el problema es que con el tiempo esa distancia se ha ido convirtiendo en una peligrosa indiferencia. Peligrosa porque no es real. Porque a ratos me despierto a media noche abrumado por el temor de que todas esas muertes que nunca he tenido cerca terminarán por acumularse y dejarse venir sobre mí de un solo golpe.

Mentiría si dijera que no tengo miedo a la muerte. El problema es que prácticamente nunca la he tenido lo suficientemente cerca. (Como con las reglas, hay una excepción a esta realidad. Una excepción que siempre me recuerda que es real. Intento escribir sobre ella y no lo consigo. Borro cada intento de línea ahora mismo. Y me queda claro que en algún momento tendré que hacerle frente y atreverme a describir esa partida que se llevó tantas cosas y que siempre he querido pensar que también dejó otras tantas.)

Decía, pues, que en general nunca la he tenido suficientemente cerca. De ahí que velorios y funerales siempre me han parecido rituales un tanto de ficción. Mi presencia en estos ha sido siempre ausente. Mi cuerpo asiste a los velorios cuando es necesario, pero mi alma suele quedarse a esperarle en la puerta. Quizá eso explica por qué me cuesta tanto trabajo narrar alguna anécdota funeraria.

Lo pienso y encuentro un funeral en el que quizá mi alma se hubiera animado a entrar, pero un océano estaba en medio y no pudo hacer sola tan largo viaje. Hace dos años y unos días murió la abuela. Yo estaba entonces en Barcelona y no fue posible asistir al servicio fúnebre con que se le despidió. Cuando volví a México visité, en medio de una de mis tantas crisis emocionales, el nicho donde se depositaron sus restos. Al día de hoy no puedo sino asumir como un acto de fe el que son sus cenizas las que están ahí y que no está escondida en algún lado intentando recuperar la soledad con la que vivió durante años.

Esa actitud de evasión que vivo frente a la muerte —actitud que por cierto parece dominar muchas otras dimensiones de mi vida— provoca que difícilmente me atreva a pensar en mi propio funeral. ¿Qué hacer y qué no hacer en él? Francamente me da un poco lo mismo. Me cuesta mucho trabajo hacer prohibiciones pues creo que al final lo que se hace o se deja de hacer en esas ceremonias es más para los vivos que para esos a los que están "despidiendo". Supongo que a través de esos rituales intentamos liberar una que otra culpa o tranquilizar en cierta medida nuestras conciencias. Así, pese a mi aversión a los protocolos, me viene dando lo mismo qué decidan hacer para darme ese "último adiós".

Ahora bien, si me apuran un poco y me obligan a lanzar alguna prohibición, creo que se resumiría así: durante mi funeral está prohibido quedarse con ganas de lo que quieran hacer. Quien quiera cantar que cante, quien quiera llorar que llore, quien quiera aplaudir que aplauda, quien quiera beber que beba, quien quiera gritar improperios a mis restos que no se censure, quien quiera vestir de negro no se oponga a quien elija portar un arco iris, quien busque silencio espero sea capaz de negociar momentos así con quien prefiera el jolgorio...

Quizá el único aspecto donde esta prohibición de no quedarse con las ganas pueda producir conflictos sea al momento de decidir qué hacer con mis restos mortales, pues uno no puede enterrarse de cuerpo entero 10 metros bajo tierra y a la vez ser arrojado en cenizas desde un cerro. Ante este posible dilema, solo puedo decir que preferiría la solución más ecológica posible. Aquello de mí puede reutilizarse, bienvenido un nuevo uso; si algo pudiera reciclarse para producir algo nuevo, adelante; lo que no sirva para un comino, que se reduzca pues a cenizas y ya está.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Bajando la cortina...

Durante el fin de semana, charlando con buenos y queridos amigos, me di cuenta del abandono tremendo en que tengo este espacio de reflexión —y a veces de confrontación conmigo mismo—. Un abandono que no deriva de la falta de cosas por decir. Al contrario, se han acumulado tantas experiencias y sensaciones que me ha hecho muchísima falta contar con un espacio para liberar, para dejar fluir, para dialogar, para explorar… simplemente para poner en blanco y negro alguna palabra que ayude a seguir completando el rompecabezas.

Y pese a tanta necesidad, nuevamente acabó un mes en el que apenas vine a decir un par de cosas. ¿Por qué tanto silencio si las palabras han estado por ahí, esperando con ansiedad ser arrojadas al mundo?

El abandono de mi “vida pública” en la red se ha visto equilibrado por un constante desahogo en la Moleskine y en la aplicación de notas del teléfono móvil. Anotaciones sin ton ni son, en las que he procurado dejar algún rastro que más adelante me permita reconstruir las transformaciones que estoy atravesando. Pero aunque esas notas me vienen bien, cierto es que echo de menos la extraña experiencia de exponerme. Quizá por ello he comenzado a buscar hacerlo por algunas vías paralelas, dejando este espacio en blanco por semanas.

Una de las personas a quienes vi el fin de semana suele leerme aquí con regularidad. Y a ella le decía yo que quizá el abandono del blog se produzca porque éste empieza a quedar sin sentido. No me refiero a los blogs en general, sino a éste en particular. Y lo compruebo mientras escribo esta nota. Por alguna extraña circunstancia siento que este lugar ha cumplido su función y agotado sus posibilidades. Como si perteneciera a un pasado entrañable pero carente ya de sentido.

Aparece entonces un deseo de comenzar de nuevo. Bajar otra vez la cortina y empezar a escribir una nueva página. De hecho es algo que paulatinamente ha ido sucediendo: ciertas huellas de los últimos meses han quedado plasmadas ya en playas paralelas. Y quizá esa sea la ruta a seguir: formalizar el final de ernesto-bcn como en su momento sucedió con su antecesor ernestoenbarcelona. No sé si el nuevo sucesor serán las Palabras liberadas que empecé a arrojar hace unos meses o si vendrá una nueva plataforma para compartir mis pequeñas soledades. Tampoco tengo claro si ese nuevo inicio llegará pronto o si tardará en darse, ni si el cierre de la cortina aquí sea definitivo o si se conservará esta arena para algunas divagaciones posteriores. Según sea, es probable que los más cercanos a este espacio lo sepan a tiempo y, si así lo deciden, me sigan acompañando un rato más.

martes, 31 de agosto de 2010

Ir y venir

Fui y vine en cuestión casi de horas. Hace ya más de una semana de esto, pero no había tenido el espacio para venir a decir algo al respecto. En mi ruta del Bajío al norte del estado de Nueva York y de regreso, tuve oportunidad de parar unas horas en la gran manzana por segunda vez durante este año.

El motivo de ir y venir tan lejos en un abrir y cerrar de ojos fue la oportunidad de acompañar a una pareja de amigos que decidieron registrar su amor en las bitácoras eclesiásticas. Lo hicieron y lo hicieron con todo, incluyendo una buena dosis de amor, que esperamos opere su mágico poder sobre ellos por muchos años y, en una de esas, para toda la vida.

No pretendo restarle importancia al acontecimiento que me hizo recorrer miles de kilómetros en cuestión de horas, pero como sucede siempre, lo trascendente estuvo en el camino, no en la meta. Un camino que recorrí un poco saturado de pendientes y otro tanto de inquietudes que me han ido sacudiendo las entrañas y el alma al alimón. Una nube a través de la ventanilla. Una ardilla en Central Park. Alguna mirada perdida en la estación del tren. Una canción arrojada sin anticipación desde el reproductor de MP3. Y de pronto la mente empieza a encontrar fragmentos de la inspiración perdida o a quitar un poco de polvo a las dudas enterradas tiempo atrás. No es fácil enfrentarse a uno mismo. Pero viajar siempre ha sido para mí una extraordinaria forma de hacerlo. Durante uno de los trayectos del viaje, saqué el ordenador portátil y escribí algunas líneas...

Viernes 20 de agosto

Quizá porque la vida en sí misma es un viaje, salir y recorrer largas distancias me resulta tan apasionante. Y cuando uso la palabra apasionante no estoy seguro de si sea la palabra correcta. Me viene a la mente simplemente porque asocio la pasión con compromiso, con entrega, con emociones. La pasión puede manifestarse a través de las más sutiles expresiones, aunque entiendo que sea más sencillo asociarla con reacciones explosivas, de grandes dimensiones.

Voy a bordo de un tren, dejando atrás Penn Station en Manhathan, rumbo a un lugar llamado Albany. Origen y destino son, en este caso como en tantos otros, irrelevantes. Son un punto de referencia para dar sentido formal a la idea de viajar en tren, idea de la que estoy partiendo. Pero digo que es irrelevante porque lo que cruza mi mente va más allá de Nueva York o del propósito que me ha conducido hoy a recorrer el citado trayecto. No sólo va más allá. Diría que nada tiene que ver.

Decía, pues, que voy a bordo de un tren. Los trenes, como los aviones, producen un sentido muy peculiar en mí. Seguro éste es producto de la acumulación de experiencias personales mezcladas con las millones de imágenes que seguramente mi mente inconsciente ha acumulado con el paso de los años a través de películas, libros y programas de televisión. (Esto podría explicar por que los viajes en autobús, si bien tienen su componente atractivo y aportan cierta dosis de inspiración, nunca podrían compararse con un viaje en tren o en avión... O en barco.)

Claro, se supone que tendría que estar escribiendo los libros que tengo que enviar este fin de semana. O revisando los avances de tesis de mis alumnos de maestría. O ya de plano preparando algunas de las cosas que tendría que tener listas para el colegio esta semana. Pero no. Estoy escribiendo sobre mí otra vez. Estoy una vez más evadiendo la realidad que me he impuesto a lo largo de no sé cuántos años, intentando emigrar hacia esa otra realidad que abandoné en algún momento de mi vida, haciendo que los pocos rastros de ella que hoy sobreviven sean acaso pinceladas de una fantasía, convirtiendo ese otro mundo en una auténtica ficción.

Vuelvo a hoy, martes 31 de agosto. Cerrando una entrada que empecé a escribir el viernes 27. Tengo ya en fila una nota que escribí anoche. De una vez la dejo programada para mañana en la tarde. Anticipo por lo pronto que se trata de una entrada que puede resultar inesperada. O quizá no tanto. (Ya ves, nomás ganas de intrigar un poquito.)

domingo, 18 de julio de 2010

Veremos

Hace una semana hablaba de mis dificultades para terminar con una entrega que debía hacer al día siguiente. Y apenas hoy conseguí tal meta. Una semana después. Se entenderá, pues, que tampoco haya conseguido venir a plasmar algo a partir de mis anotaciones en servilleta. La tengo a mi lado. Me dan ganas de empezar. Pero son más de las diez de la noche y mañana antes de las cinco de la mañana debo estar ya saliendo rumbo al Bajío nuevamente.

Vuelvo a guardar la servilleta en la agenda. Las pocas anotaciones son suficientes para recordarme lo esencial. He sumado un par de apuntes adicionales. Material suficiente para escribir al menos una entrada diario a partir de mañana y hasta que la semana concluya. No sé si seré capaz de tanto. Veremos.

Mientras tanto, he escrito alguna que otra tontería en algún lado. Soltando un poco. La verdad es que a pesar del sinfín de cosas que pasan por mi mente, estoy bien. Me siento bien. Acaso lo que me llega a frustrar a ratos es no darme el tiempo y espacio suficientes para escribir y leer lo que quisiera. Quiero ya acabar pronto con las obligaciones que me he impuesto con el exterior, para saldar cuentas conmigo. Veremos, también.

domingo, 11 de julio de 2010

Deberes

Debería estar escribiendo un libro. No, no lo digo en el sentido de esa combinación de deber moral y auténtico anhelo que siento. Me refiero al carácter mandatorio de una obligación contractual por la que mañana debería entregar un capítulo más de una serie de libros de texto con los que estoy colaborando. Pero no lo consigo. Este dichoso libro se ha convertido en un verdadero tormento. Quizá porque de alguna manera sintetiza mis profundas contradicciones, mis prolongadas crisis existenciales, o yo qué sé. Lo cierto es que llevo un rato frente a la página en blanco y en el reloj la arena sigue sin piedad pasando de un compartimento a otro.

Tengo, en cambio, una servilleta llena de anotaciones sobre ideas que quisiera soltar aquí, un poco como desahogo, un poco como terapia, un poco como necesidad de compartir. Esas notas me han acompañado durante días y días, esperando un instante de debilidad en mis imperativos laborales en combinación con una pizca de fortaleza en mi voluntad creativa. Pareciera éste uno de esos momentos. Y, sin embargo, lo dejaré ir para ver si me sirve de inercia o impulso para escribir lo que debo escribir. Si lo consigo, esperaría que esa misma fuerza me permitiera plasmar al menos la síntesis de la varia que tenía prevista para arrancar esta segunda mitad de 2010.

martes, 29 de junio de 2010

Cerrando junio

Se me escapa el mes. Se esfuman el ciclo escolar y la primera mitad de un año vertiginoso. Los últimos días han sido excepcionales en todo sentido. Y la mente está a todo lo que da, procesando y produciendo ideas, posibilidades. El cuerpo no ha podido llevar el ritmo. Urge que pasen un par de semanas para seguir trabajando pero en espacios temporales un poco más sensatos. Estoy cansado. Muy cansado. Pero vamos sacando adelante esto. Y explorando oportunidades hacia el futuro. Soñando.

jueves, 17 de junio de 2010

Inspiración (II)

Claudia: Io non capisco, incontra una ragazza che lo può far rinascere, che gli ridà vita e lui la rifiuta?
Guido: Perché non ci crede più.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: Perché non è vero che una donna possa cambiare un uomo.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: E perché soprattutto non mi va di raccontare un'altra storia bugiarda.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Hace ya más de dos semanas que anticipé una serie de reflexiones en torno a 8 1/2 y mi actual falta de inspiración. No tengo idea de qué pretendía entonces. Es decir, en varias ocasiones he intentado recuperar el asunto y simplemente no consigo recordar cuál era mi intención cuando pretendía hablar de 8 1/2. Lo cierto es que en aquellos días recuperé este clásico del cine italiano para darme cuenta de los enormes paralelismos entre mi actual crisis y la encarnada por Mastroniani en el memorable personaje de Guido, un director de cine que no consigue hacer una película cuando su potencial creativo se atasca en medio de las expectativas que todos desarrollan en torno a él. Del mismo modo que esta crisis creativa desencadena un viaje de introspecciones y proyecciones en Guido, durante semanas he estado yendo y viniendo a mi niñez e intentando reconstruir ciertos episodios de mi vida en busca de esos momentos que pudieran representar puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. No he encontrado mucho, pero he encontrado algo. Particularmente, he conseguido recuperar alguno que otro destello en la mirada del pequeño Ernesto que terminaba la primaria, otro más en el rostro del adolescente que sin saber bien cómo sobrevivió a la adolescencia temprana y alguno más en los ojos del soñador que estudiaba la licenciatura cargado de ilusiones. No sé bien qué hacer con todos esos rastros. Algunos acontecimientos paralelos, además de una severa saturación de compromisos laborales, me tienen aún estancado. Pero voy encontrando la luz al final del túnel, sea lo que sea que eso signifique. Quiero decir que pese a todo, empiezo a trazar planes. Falta acaso la voluntad.

PD. Decía también hace un par de entradas que quería hablar de Nine, adaptación cinematográfica de una obra musical inspirada en 8 1/2. La obra de teatro no es una joya, pero tiene algunas piezas que desde hace años se incorporaron a mis playlists de cabecera. La que más me entusiasma, "Be on your own", fue eliminada de la película. Otras dos sobrevivieron en la versión fílmica: "I can't make this movie" y "Unusual Way". La película no es ninguna obra maestra, pero me parece que consigue un buen guión a partir de un mal libreto. Rob Marshall se equivoca quizá al usar un lenguaje muy semejante por momentos al que tan bien le funcionó en Chicago, pero al menos yo se lo perdono por un par de razones. Primero, me encanta la estética que consigue en varios de sus cuadros tanto en lo visual como en el acompañamiento de arreglos musicales que construyen melodías memorables a partir de canciones mediocres. Segundo, un elenco extraordinario con destellos cautivadores. El cast está plagado de estrellas, la mayoría galardonadas justamente con el Oscar en algún momento de su carrera. Daneil Day-Lewis consigue un genial retrato de otro Guido, con un perfil muy lejano al de Mastroniani, pero efectivo en su desparpajado personaje. Judi Dench y Marion Cotillard aparecen soberbias a través de sendas interpretaciones caracterizadas por la mesura reflejada en la contención de sus personajes. Nicole Kidman, Sofía Loren y Penélope Cruz completan el elenco de oscareadas actrices. La película retoma la anécdota de 8 1/2 y la carga de edulcorantes, creándose así algo absolutamente distinto pero nada desdeñable. El 8.5 se redondea a 9 y pierde por supuesto la genialidad y complejidad de la obra de Fellini. Pero regala un par de momentos que, siendo sincero, me encantaron y dejaron en mí una huella significativa. Quizá sea por el momento en que Nine vino a ponerme en la cabeza a 8 1/2. Por lo que sea, confieso que la disfruté.

miércoles, 9 de junio de 2010

Doce años (II)

Busco la forma de poner por escrito lo que me habita desde hace unos días. Pero me sucede lo que ha venido ocurriéndome desde hace meses: no encuentro forma de traducir los pensamientos en palabras. No pretendo aquí ponerme a divagar sobre esa nueva discapacidad que ya ha empezado a pasarme factura en diferentes ámbitos. Intentaré, en cambio, compartir un poco de lo que el pasado fin de semana dejó en mí.

Gracias a la mágica convocatoria de una entrañable amiga de los días de universitarios, se desencadenó un extraordinario encuentro con personas que hace doce años formábamos parte de un proyecto que transformó mi vida. La última vez que los miembros de ese equipo estuvimos juntos fue en el verano de 1998. Desde entonces, a algunos los había visto un par de veces en diferentes circunstancias. Con algunos me había escrito en alguna ocasión o habíamos hablado por teléfono hace siglos. Pero en sentido estricto, con alguna excepción, era como si nuestras vidas hubieran tomado cauces opuestos y prácticamente no sabía nada de ellos.

En los últimos meses empezaron a generarse chispas que, hoy lo veo, fueron configurando la posibilidad de reencontrarnos. De pronto alguien apareció en Facebook y tímidamente se abrió un vaso comunicante. Alguien más abrió una cuenta en Twitter, produciéndose un casual e inesperado pero maravilloso cruce de caminos. Alguien se topo con otro al salir de un restaurante, sembrando en ese otro el morbo de ponerse en contacto telefónico con un tercero. Y así se fue construyendo la ruta que nos condujo al sábado pasado.

¿Qué teníamos en común los que nos reencontramos? La más evidente, estudiamos una misma carrera en cierta universidad. Algunos de los que ahí estuvimos compartimos un par de proyectos que, como decía antes, marcaron mi vida para siempre.

Como sucede siempre en este tipo de reuniones, uno tiende a hablar mucho del pasado. Uno revive una y otra vez un sinfín de anécdotas. Está también el espacio para narrar una síntesis de lo que ha sucedido en los años que uno se alejó de la existencia del otro, ligándose siempre a un selectivo resumen del estado presente de las cosas. Y se vuelve al pasado.

Y esa vuelta al pasado puede conducirnos más allá de las palabras. Al menos así me sucedió esa tarde. Sin darme cuenta, llegó un momento en que la magia que nos unía hace más de una década estaba presente sobre la mesa. Y sentí una tremenda nostalgia por mí mismo. A eso intentaba referirme en la entrada anterior cuando hablaba de entablar un diálogo con el que era yo hace unos años. Mientras reíamos y nos mirábamos con entusiasmo, una parte de mí de se desprendía e intentaba mirarme desde fuera, alegrándose de verme con tal entusiasmo pero, a la vez, preguntándose dónde habían quedado tantas cosas de ese que yo era, ese que solía soñar, ese que se apasionaba locamente con un sinfín de proyectos.

No quiero seguir extendiéndome en esto. Siento que terminaré dando vueltas en un mismo sitio. Baste decir por ahora que la química desatada nuevamente hace unos días me obliga a replantearme muchas cosas. Dependiendo cómo vaya todo, ya estaré por acá dando cuenta de ello.

[Al pie. De quienes formamos parte de esos proyectos, faltó un amigo fundamental que hoy vive en su natal Oaxaca. Con él me topé en esas tierras hace un par de años. Lo echamos de menos sin duda la tarde del sábado, pero su presencia nos acompañó y sé que no pasará mucho tiempo para que podamos sumarlo a algún encuentro.]

martes, 1 de junio de 2010

Inspiración

«Una crisi di ispiration?
E se non fosse per niente passeggera signorino bello?
Se fosse il crollo finale di un bugiardaccio senza più estro né talento?»
Tal es el sentimiento que me domina desde hace semanas. Una absoluta y profunda crisis de inspiración. Tan profunda que, como Guido en la inmortal cinta de Fellini, me pregunto si no será más bien la contundente evidencia de que nunca hubo genialidad alguna, de que todos los aparentes destellos han sido casualidades. Engaños.

Vale. Estoy siendo muy duro. Y ya sabes que de vez en cuando me da por serlo. Pero es que la crisis se ha extendido a terrenos que solían ser neutrales: ámbitos donde uno podía encontrar refugio y salir con una ocurrencia para demostrar que alguna chispa andaba aún encendida por ahí.

El fin de semana viajé con Guido a su niñez esperando que su travesía me ayudaría a explorar mi propio bloqueo creativo. Y me atrapó irremediablemente en su introspección. La aventutra quedó a medias. Vuelvo una y otra vez a ciertos diálogos de la película, descubriendo cómo hay un pedazo de mí en cada palabra del director en crisis.

¿Qué tal si para salir de este atolladero comparto algunas ideas sobre 8 1/2? Y, aunque los puristas y algunos amigos entrañables me linchen, quisiera compartir también una serie de manías y exploraciones que sembró en mí la versión fílimica de Nine hace unas semanas. Van ambas patra la siguiente entrega en este espacio.

domingo, 30 de mayo de 2010

Utopías

En una agenda o en un horario todo se ve tan sencillo. De 7 a 16 horas dedicarse al Colegio. De las 17 a las 22, lunes y miércoles trabajar en los libros con los que se me ocurrió comprometerme, y martes y jueves dedicarme a iniciar por fin (otra vez) con la Tesis. El fin de semana una distribución proporcional semejante. Por ejemplo: teóricamente hoy canalizaría mis energías de 9 a 18 horas en el proyecto de los libros y de las 18 a las 22 a pendientes del Colegio. ¿Resultado? Nada, como decía, en una tablita se ve todo tan fácil. El problema es que ni la agenda entiende de voluntades ni mi voluntad sabe nada de horarios.

jueves, 27 de mayo de 2010

Anuncio clasificado

Ando en busca de un lugar donde arrojar palabras que no soportan ya el cautiverio del anonimato ni la tiranía del qué dirán.

domingo, 9 de mayo de 2010

Mea Culpa

Prometí para hoy la segunda parte de mi entrada más reciente. Oficialmente le quedan 2o minutos al día y es evidente que no conseguiré mi objetivo. El día me ha parecido eterno y ni con toda esa eternidad fui capaz de avanzar en mi infinidad de asuntos pendientes. Se comprenderá que haya dejado éste entre los últimos y que, junto con muchos otros, se hayan quedado las ganas en el tintero. Si el insomnio me permite terminar los asuntos que tienen fecha de vencimiento impuesta por terceros, mañana a estas horas estaré pagando la deuda con mi querido blog y sus lectores. Veremos.

jueves, 11 de marzo de 2010

Caminando

Traigo un carnaval en la cabeza. Las ideas andan sueltas, desatadas corriendo de un lado a otro. Quisiera sentarme un segundo y encontrarles algún orden. Pero entre el cansancio y la falta de claridad, semejante tarea resulta inalcanzable. Y, sin embargo, ahí están. Alcanzo a verlas mientras cruzan mi mente en ida y vuelta. Confío es que no escaparán y me permitirán venir en algún momento a darles sentido. Ansío un par de horas cargadas de serenidad y una buena dosis de voluntad. Y comenzar entonces la tarea de convertir uno que otro sueño en realidad. Mientras tanto, agradezco a la vida y al creador el milagro de cada camino y la posibilidad de andarlo.

Pensando en los caminos recorridos en los últimos días, vinieron a mi mente un par de ideas citadas por Jan Masschelein en "Pongámonos en marcha" (un maravilloso texto para repensar la pedagogía). La primera es de Walter Benjamin, sobre la autoridad que nos impone un camino cuando se le recorre a pie:
«La fuerza de un camino varía según se lo recorra a pie o se lo sobrevuele en aeroplano. Del mismo modo, el poder de un texto es diferente cuando se lo lee que cuando se lo copia. Quien vuela, sólo ve cómo el camino va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las leyes del terreno. Tan sólo quien recorre a pie un camino advierte su autoridad y descubre cómo en ese mismo terreno,que para el aviador no es más que una llanura desplegada, el camino, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, espacios abiertos y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas.»
La segunda, también sobre el caminar, es del Sub-Comandante Marcos; una frase extraordinaria para recordar que generalmente el destino es lo menos importante cuando viajamos: "No caminamos para llegar a la tierra prometida, sino porque caminar es, en sí mismo, revolucionario". Sobre esto me gustaría volver en los próximos días. Veremos si lo logro.

domingo, 28 de febrero de 2010

Vértigo (II)

Los últimos días han sido dominados por el vértigo. [Tengo la impresión de ya haber comenzado así alguna entrada alguna vez. Ni idea.] Vértigo en todas partes. Acaba una semana en la que apenas me habré dedicado a mí mismo unos instantes. Pocos, pero valieron la pena. Lo cierto es que no me alcanzaron para venir aquí y contar tantas cosas que quisiera compartir. Desde mis crisis laborales hasta mi rescate la mañana de ayer al comenzar un curso de Diseño Curricular en Salamanca. Rescate que merece ser descrito con detenimiento en cuanto pueda. Ayer otra bocanada de aire en mi visita relámpago al DF para el concierto de Alejandro Sanz para festejar el próximo cumpleaños de M. Inolvidable. Lo he visto en cada gira desde hace más de diez años. Pero anoche fue simplemente inolvidable. Esta mañana a primera hora volví al Bajío para la kermés del Colegio. Llegué poco después de las 10 y hace un rato salí apenas. Escribo esto mientras disfruto mis primeros diez minutos continuos sentado desde que me bajé del auto esta mañana. Me seguiría, pero tengo cuadernos que calificar y una presentación por terminar para mi junta de mañana temprano. Una reunión que durará cinco horas y que debería ser determinante para imaginar mis próximos tres años. Veremos.

martes, 2 de febrero de 2010

Luces y sombras de una jornada gris

Hoy fue un día gris en todo sentido. En este pueblo no dejó de llover durante todo el día. Un martes que no terminó de nacer. Un día que se quedó a medias. Muchas cosas quisieron suceder. Pero al final no pasó ninguna. O casi.

Entre las sombras, que dominaron la mayor parte de la jornada, se acumula el peso de que las cosas no me salen. Me quedo entonces en una suerte de limbo, donde nada sucede. Quizá la señal más contundente es el repetido fracaso en mi intento de clase. Cada día pierdo la calma con más facilidad. Hoy leí la retroalimentación que, sobre mi clase, entregaron los niños a la Directora de Secundaria. Fueron duros, pero creo que justos. Tengo que darles la razón. Quise luego reaccionar positivamente ante sus señalamientos. Y nada. El jueves habrá oportunidad de intentarlos de nuevo.

Entre las luces, el recuerdo de gente que quiero y que cada día echo más de menos. En muchas latitudes y desde muchos puntos en mi línea del tiempo. Particularmente me caló el encuentro digital con el pasado reciente, con parte del equipo de trabajo que me acompañó de alguna manera los últimos tres años. Mientras a una de ellas le escribía un correo, me cayó el veinte de parte de mi frustración y mi melancolía. Comprendí que con ellos me sentí útil, como pocas veces. Lo que hacíamos tenía sentido y nos alimentaba a todos. Compartíamos algo, con nuestras limitaciones, con nuestros defectos —que seguro eran muchos—, lo cierto es que nos rodeaba una peculiar sensación de trascendencia. Con el paso del tiempo ese equipo fue desintegrándose. Y al día de hoy no perdemos ocasión de recordarnos lo que significó coincidir en el tiempo y el espacio, lo mucho o poco que haya sido para cada uno.

La lluvia refuerza la nostalgia. Qué le vamos a hacer. Por hoy ha sido bastante. A descansar que mañana el mundo sigue de este lado. Y habrá que seguir buscándole esa chispa de sentido.

lunes, 25 de enero de 2010

Varia

Llevo muchos días sin detenerme aquí. Días anotando frases por doquier y grabándome mensajes de voz recordatorios para posibles entradas. Son cerca de las once de la noche y, aunque estoy exhausto —como cada lunes de estos que comienzan a las tres y media de la mañana— me decido a soltar algunas cosas aunque sea en formato de telegrama.

- De libros y moralinos... En esta zona del país hablar de venta de libros es referirse a Librerías Gonvill. El viernes escuchaba una entrevista con Elena Sevilla, quien relataba que en esta cadena se negaban a vender sus novelas De chica quería ser puta y De princesa a perra, por considerar que sus títulos no eran aptos para la gente decente que frecuenta sus establecimientos. Cuando preguntó por qué sí vendían Memoria de mis putas tristes de García Márquez le dijeron que cómo se comparaba con el Nobel. En fin, Gonvill sería algo así como la versión en librería de la Farmacia Guadalajara.

- Del camino... Durante seis meses he recorrido más de 20,000 kilómetros de carretera. Dos cosas me vienen a la mente cada fin de semana que vengo o voy. Primero, este país entero está en obras, en reconstrucción permanente; no deja de ser una potente metáfora de los tiempos que vivimos. Segundo, ¿por qué demonios nadie en México se siente digno del carril de la extrema derecha? (Y hablo literalmente, sin connotaciones ideológicas, por supuesto.) Sucede que cuando uno tiene tres o hasta cuatro carriles de autopista para transitar, el carril destinado a tránsito pesado va siempre vacío: trailers, autobuses y carcachas se rebasan unos a otros ignorando la existencia de ese virgen carril. Y luego se quejan de que uno se desespere y termine rebasando por la derecha.

- De cine... Este fin de semana me eché doble función de cine, con ganas de recuperar el promedio después de un año en que inexplicablemente me mantuve lejos de las pantallas. Gocé plenamente Up in the air: una de esas delicias para recordar que el cine puede ser divertido, inteligente, original y artesanal a la vez. Inevitable por momentos verme reflejado en el solitario protagonista sin hogar para luego volcarse sobre la metáfora de lo que uno lleva en su back-pack. Excelente, pues. Y luego repetí la de Sherlock y me divertí nuevamente como enano, qué le vamos a hacer, esas son las pelis que me gustan. [Por si quieren buscar Up in the air en la cartelera, se exhibe como Amor sin escalas, pero, por favor, hagan como si nunca hubieran leído semejante bodrio de título, simplemente porque no tiene sentido.]

- ... Y de retrogradas... En general, no me gusta meterme en política. Al menos no en este espacio. No me identifico con ninguna corriente en particular y a veces me califican de volátil o inconsistente. Pero hay cosas que de plano me prenden. Como ésta. En días recientes el Partido Acción Nacional del Distrito Federal organizó un sondeo que —sin ningún rigor metodológico, por supuesto— pretende demostrar que la gente se opone a los matrimonios entre personas del mismo sexo y a la posibilidad de que estos adopten hijos. Más allá de lo que la gente opina —cosa que, por cierto, se puede analizar con más seriedad en numerosos sondeos— me encabrita la tercera pregunta de su ridículo ejercicio: "¿Cree usted que un niño adoptado por homosexuales sería víctima de discriminación por parte de sus compañeros de escuela?" Podrán estar a favor o en contra del asunto, y seguro tendrán sus razones. Pero lo que me enoja de la pregunta es que parte de un criterio absurdo: evitar que un niño sea adoptado es evitar que lo molesten sus compañeros. Siguiendo ese criterio, no deberíamos evitar sólo que las parejas del mismo sexo adopten, sino prohibir también que los niños sean gorditos, que a un niño no le guste jugar soccer, que los niños usen lentes... ¡Imagínate! ¡Si permites que tu hijo use gafas corre el riesgo de ser acosado por cuatro-ojos! Me explico: detrás de una pregunta tan pendeja (creo que es la primer "palabrota" en mi blog) está una concepción que niega el respeto a la diversidad y propone en su lugar promover la homogenidad: ¡que todos sean iguales para que nunca los molesten por diferentes!

Me quedo con algunas para más adelante en la semana: algo más de cine, algo más de lecturas... En una de esas, algo más sobre mí.