jueves, 29 de octubre de 2009

Estampas Cervantinas

Parece que tenía que estar viviendo en el Bajío para poder estar alguna vez en el Festival Cervantino. Más de una vez estuve tentado a lanzarme, pero nunca he sido lo suficientemente aventurero. Quien me conoce sabe, además, que si bien no estoy negado a la fiesta, tampoco es que me entusiasme sobre manera. Mis repentinos deseos de viajar a Guanajuato estaban más relacionados con una que otra presentación artística que con las ganas de callejeonear de marcha hasta el amanecer. Insisto: no estoy peleado a muerte con la pachanga, pero es claro que he sido medio abuelo desde siempre.

El caso es que, viviendo ahora donde vivo, ya era el colmo que dejara pasar algunos eventos de la cartelera cervantina de este año.

Ya en la entrada anterior reseñaba Sin Sangre, mi primera incursión oficial al festival. El fin de semana la experiencia siguió con Nebbia, una co-producción del Cirque Éloize con Teatro Sunil. De nuevo, las palabras no me alcanzan. El brillante Daniele Finzi Pasca crea un espectáculo lleno de poesía en movimiento; una provocación tras otra: del asombro a la carcajada, de la reflexión al suspiro, de la sorpresa a una que otra lágrima. Hace ya varios años que me crucé por vez primera con el trabajo de este director-creador-clown suizo, a través de Ícaro, maravilloso montaje que presentó en México. En Nebbia, se repite uno de sus temas recurrentes: la frontera entre cordura y locura, entre fantasía y realidad. Los actos circenses se mezclan con la lírica en un delicado viaje rodeado de neblina. Viaje que invita a mirar al cielo como una forma de mirar hacia adentro y hacia el Otro. El resultado es de una elegancia magistral.

Y siguiendo con las artes escénicas, esta semana rematé con una de las piezas cumbre del drama occidental: la compañía lituana Meno Fortas presentó su galardonada puesta en escena de Hamlet, de Shakespeare. Hamlet siempre ha sido una de mis obras predilectas. Más allá de la fuerza que encierran forma y fondo de esta tragedia, la identificación que siempre he sentido con el joven príncipe de Dinamarca no deja de intensificarse con el tiempo. Durante tres horas y media, la propuesta del director Eimuntas Nekrošius permite adentrarnos en una lectura inusual de personajes tan míticos que uno creería conocerlos a la perfección. En particular, me impresionó el papel que juega el asesinado Hamlet padre, que se nos presenta más allá del mero espectro. La atemporal propuesta de Meno Fortas deja en evidencia una vez más la innegable vigencia y universalidad de una obra que, bien trabajada, no puede dejar de sorprender.

Entre una cosa y otra, se intercalaron escapadas musicales a la Calzada de las Artes, en el Fórum Cultural de León, pasando del Carmina Burana al son cubano, pasando por el tango de la Orquesta Típica Fernández Fierro. Pero quizá el momento más poderoso con el que asociaré mi primera incursión al Cervantino, será el café que me bebí anoche a un costado del imponente Teatro Juárez de Guanajuato. Quiso el azar que se alinearan los astros para que Howard Gardner viniera esta semana a León, y convocará a tres millares de personas vinculadas con la educación, entre quienes estaban tres amig@s y ex-colaboradores querid@s. Todo se conjuntó inmejorablemente y quizá las energías desatadas por la música, las letras y la buena charla, desencadenaran una racha de entusiasmo que hoy me tiene mirando el futuro con más optimismo. La posibilidad de la que hablaba hace poco se reafirma y me decido a hacer frente a lo que viene. Sea lo que sea.

jueves, 22 de octubre de 2009

Sin Sangre

Se me acaba la semana y tengo una deuda importante; no quiero dejarla pasar. Contaba recién mi escapada al teatro: mi primera incursión en una actividad del Festival Cervantino, que celebra en León parte de su programación.

La obra: Sin Sangre. Adaptación y montaje de la compañía chilena TeatroCinema a partir de una novela del italiano Alesandro Baricco. Aunque suene a lugar común, creo que las palabras no alcanzan para describir lo que estos impresionantes creadores logran generar sobre el escenario. Como bien anticipa el nombre del grupo, se trata de un extraño cruce entre el lenguaje teatral y el cinematográfico, de una calidad y precisión técnicas inusuales. Extraordinarias, impecables, para decirlo claramente.

En el sitio de internet de TeatroCinema puede apreciarse un breve trailer de la producción; también en YouTube pueden verse algunos fragmentos, como el que inserto al pie de esta entrada. No se trata de una edición que agregue efectos digitales o imágenes logradas con procesos de post-producción. No. Lo que se ve en los videos es lo que se ve en el teatro. Así de simple. Así de contundente. Por momentos uno no sabe si está viendo una película o si realmente se trata de gente que interpreta en vivo, en tiempo real, una desgarradora historia tan estremecedora como universal.

100 minutos non-stop de magistral trabajo escénico, con una escenografía 90% digital que, aprovechando un juego de proyecciones 2D sobre dos planos, construye un mundo con el que los personajes interaccionan como salidos de un carrete de celuloide. Al final, uno tiende a reaccionar como si hubiese acabado la proyección de un film. Pero entre el desenlace y los créditos (que también corren sobre la pantalla mientras los espectadores abandonan la sala), la presencia de los actores para sus caravanas finales nos recuerda que se trataba de otra cosa. Que ahí estaban ellos todo el tiempo. Que eso que hemos contemplado no podrá venderse en DVD o Blue-Ray. Que hemos sido testigos de algo que no se repetirá igual nunca más. Que hemos visto teatro. Efímero y auténtico. Como solo puede ser el teatro de verdad.

martes, 20 de octubre de 2009

Recuperar la posibilidad

Para Chavira, que esta tarde, sin saberlo, me regaló un rayo de luz.

Son pasadas las once de la noche. Vengo llegando del Teatro Manuel Doblado, tras presenciar una impresionante función de la compañía chilena TeatroCinema en el marco del Festival Cervantino. Pero no es de eso de lo que quiero escribir esta noche. Cierto que el entusiasmo provocado por la presentación me mueve a compartir la experiencia, pero el revoltijo de emociones me lleva por otro sendero. (No dejo de lado el asunto del teatro; me propongo firmemente atenderlo aquí esta misma semana.)

Además del entusiasmo me invade el cansancio. Pero estoy aquí porque desde antes de salir rumbo al teatro comencé a tramar unas cuantas notas: una urgente catarsis que, pese al agotamiento físico, mental y emocional, no quiero dejar para otro día.

Ya he sutilmente señalado en algún momento la crisis existencial que me ha invadido en lo laboral a lo largo de las semanas recientes. No he explorado aquí suficientemente el conflicto pedagógico-vocacional que profundiza la confusión, pero por el momento baste decir que no pasa un par de horas sin que ponga en duda el sentido de la tarea educativa a la que me he dedicado durante una década.

Las sorpresas y decepciones que han acompañado mi llegada a un nuevo proyecto me han traído en un sube y baja de terror y de pronto me he descubierto en una inusual caída libre de pesimismo. Pesimismo del malo, matizo, pues si bien de alguna manera una cierta tendencia a anticipar catástrofes me ha acompañado desde hace años, siempre he asumido que la labor de educar exige cierto mínimo de optimismo o de confianza en que las cosas pueden ser mejores. Pero, decía, últimamente el pesimismo malo, ese que de plano bloquea cualquier posibilidad hacia el futuro, estaba dominando en el debate de mi conciencia.

Y pese a todo, de alguna manera, las cosas han comenzado a encontrar un cierto nuevo punto de partida, desde el cual llega la hora de construir nuevos proyectos, proponer nuevas ideas, empezar una vez más a imaginar futuros y reclutar talentos dispuestos a levantar el futuro con esfuerzos que nunca se sabe si serán bien recompensados. Mi karma, decía hace poco un amigo.

En medio de la discusión desatada en mi interior, hoy recibí uno de esos correos difíciles de explicar: pocas palabras, de todo un poco, pero una dosis de energía brutal. Lo leí cuando llegaba a la bandeja, casi a las siete de la tarde, justo antes de apagar la computadora para salir de la escuela y venir a botar todo para irme al teatro. Apenas pude procesarlo. Sonreí y al mismo tiempo me estrujé por dentro. Un par de palabras fueron suficientes para detonar una avalancha de emociones. Me encontré una vez más echando de menos tanto de lo que he ido dejando atrás, tanto de lo que tengo lejos y siento tan cerca. Me invadió esa necesidad de lanzarme en busca de esa gente que tanto representa y a la que tan pocas veces se lo he dicho.

Si leyeran lo que decía el correo, esta reacción puede parecer desproporcionada. Pero insisto, no era su contenido. Era algo más. Mientras escribo estoy ya en el estado en que la autora del susodicho mensaje se describía a sí misma leyéndome: con las lágrimas en pleno. Y no me atrevo a decir que sea tristeza. Es sólo, como ella misma escribe, que me causa sentimiento.

Creo que estoy escribiendo mucho y no estoy diciendo nada. Así están las cosas aquí adentro. Buscando comprender. Y aceptando que va siendo hora de dejar de buscar explicaciones para concentrarse en vivir. Intento lanzar al menos una idea concreta: el correo de Marisol me recordó en buena medida que esto que a veces me parece un sinsentido, no lo es del todo. Me permitió ver, como much@s querid@s alumn@s me lo hacen ver de cuando en cuando, que de algo sirve. Así, sin imaginarlo, me devolvió al menos la posibilidad. Y eso ya es bastante cuando todo empezaba a verse tan negro.

sábado, 17 de octubre de 2009

Libros

«El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.»
Juan Villoro

En mi reciente estancia en una de las capitales de la posmodernidad —el aeropuerto Schiphol de Amsterdam— tuve oportunidad de ver por primera vez el Reader Pocket Edition de Sony, uno de esos artefactos que participan en la competencia por hacer de una vez por todas realidad el sueño de muchos sobre el libro electrónico, el libro paperless. La primera vez que escuché a alguien hablar de la erradicación del papel como soporte de la lectura fue en los albores de la década de 1990, en un congreso para jóvenes al que asistí en mi primer año de preparatoria. En aquel entonces todavía muchas de las cosas que hoy son cotidianas sonaban a ciencia ficción.

Hablo de tiempos en los que todavía elaboraba mis trabajos académicos en mi Smith Corona —una máquina de escribir eléctrica que me había comprado un par de años antes con parte de mis primeros ahorros—. Tiempos en los que la telefonía celular era un lujo envasado en ladrillos de bolsillo y en los que las enciclopedias aún no se convertían en artículos de ornato, ya que todavía ayudaban a materializar incipientes investigaciones estudiantiles a través de un rudimentario copiar-y-pegar manual —aquel proceso de transcripción que uno realizaba tanto desde aquellos míticos volúmenes como desde las siempre salvavidas monografías de papelería—.

En unos cuantos años el mundo se transformó. Hoy le cuento a mis alumnos cómo hacíamos entonces nuestros trabajos y creen que estoy jugando con ellos. Les parece simplemente imposible un mundo sin correo electrónico o sin mensajería instantánea a través de los móviles. Pero algo no deja de parecerme especialmente relevante: en medio de consolas de video, nuevos formatos digitales para el entretenimiento en casa, medios convergentes a través de un infinito de tetrabytes y cuanto quiera uno agregar al conjunto, el libro sobrevive... todavía.

Contaba de mi encuentro con el Reader Pocket Edition de Sony. Un aparatito que permite al usuario portar tres centenares de libros que se visualizan a través de un display cuya tecnología E Ink® Vizplex, de acuerdo con sus creadores, imita al máximo las propiedades del papel. La más sofisticada versión Reader Touch Edition agrega la posibilidad de acariciar las páginas para darles vuelta, entre otras curiosidades. Confieso que pese a mi cariño por el libro tradicional, ciertas funciones del librito electrónico desde hace tiempo me parecen atractivas. Aquí mismo, en el portátil en que escribo estas líneas, tengo una buena cantidad de libros digitales que puedo llevar sin temor a pagar exceso de equipaje. Y, sin embargo, reconozco que el libro siempre será el libro.

En estos días me topé con el artículo de Juan Villoro de donde tomo el epígrafe de esta entrada. [Como ya se me ha hecho costumbre, pongo al alcance aquí una versión en PDF para quienes no pueden acceder al original en el portal de Reforma.] Su provocación para pensar en un mundo donde el libro no existe y de pronto es inventado me parece muy oportuna para revalorar el papel que juega en nuestra civilización y en nuestra psicología. Algunas implicaciones parece triviales, pero merecen ser consideradas, como cuando Villoro nos recuerda que "el sistema operativo de un libro no debe ser actualizado" o la singularización que puede provocar en diferentes ámbitos, incluyendo particularmente la forma en que nos apropiamos de él.

Todo esto remite al libro como soporte, nada más. Pero no habría que pasar por alto la evolución de su contenido. Y para ello acudo a Alesandro Baricco quien, en su examen sobre la mutación que hoy protagonizamos, reconoce al libro como una ciudad donde dos tradiciones en choque aún conviven. Examinar a fondo este argumento exige detenerme serenamente en otras premisas desarrolladas por Baricco en Los bárbaros, cosa que realmente anhelo hacer en algún otro momento. El hecho es que el libro como soporte sobrevive aunque su contenido pueda estar evolucionando y debatiéndose entre dos formas de racionalidad que hacen que algunos libros no se ajusten a la definición de lo que solíamos considerar un libro.

Estamos, pues, ante dos mutaciones que en realidad son una sola: en una cara está el aparente paso del papel a los bytes; en la otra, la evolución del libro como unidad (cuyo contenido y funcionalidad se comprende en el marco de una cultura de libros) y el libro como pieza de una secuencia más compleja (elemento estructural, pero no más ni menos importante, en una cultura de convergencia mediática). Mis divagaciones aquí arrancaron con exploraciones sobre la primera cara, la que se reconoce fácilmente y sobre la cual puede polemizarse en cualquier charla de café. La segunda, merece juicios menos apresurados. Quizá en otra oportunidad.

Apunte. Todo este embrollo surge de mis ganas de comprar uno de esos artefactos. Con esa idea empecé esta entrada. Ya se ve que uno no controla a sus demonios. Además, quería ésta ser una reflexión breve, para dar espacio a otras divagaciones. Ya será en la semana. Por ahora, adelanto que espero esta sea una semana definitoria en mi futuro laboral, cuya crisis se ha agudizado en estos días. Las causas están ya más en la superficie, y en estas horas preparo algunas cosas para intentar despejar el corto plazo. Seguiré reportando, aquí como en el Twitter, aquí a un lado.

lunes, 12 de octubre de 2009

Intento de puesta al día

Quisiera contar sobre mis horas de carretera y la infinidad de reflexiones que ahí se originan. Quisiera compartir mi acumulación de decepciones sobre un proyecto que me entusiasmaba pero que no ha tardado en mostrarse como más de lo mismo contra lo que he luchado ya casi diez años. Quisiera poner sobre la mesa mi necesidad de una imagen del futuro. Quisiera desencadenar un extenso intercambio de posibilidades con el fin de hallar algunas respuestas. Quisiera narrar esos momentos de los que he logrado aferrarme buscando sentido a mi caos. Quisiera entrar a detalle en el hallazgo de esos mensajes enviados por mí mismo desde el pasado al que soy en el presente y que se han venido poniendo frente a mí en las últimas semanas.

Quisiera poner aquí tantas cosas.

Pero estoy cansado. Intentando comprender. Ante mi falta de energía para escribir cuanto quisiera, retomo algunas de esas expresiones repentinas que en los últimos días he arrojado a través del Twitter o el Facebook. Quizá en ellas logre reconstruir algo de cara al futuro.

04/10, en Twitter: «Encontrando en mis palabras del pasado, mensajes enviados al futuro, al que soy en el presente...»

05/10, en Facebook: «Días difíciles.»

07/10, en Twitter: «Curioso toparse así con palabras de uno. Quizá en estos pequeños hallazgos está el descubrimiento de la propia esencia. http://bit.ly/JZjzk»

07/10, en Facebook: «La tradición impone que ante los retos uno diga: "Yo puedo con eso". De ahí que a uno mismo le resulte tan complicado reconocer en determinado momento: "No puedo. Punto." Y entonces, nacen ahí infinidad de problemas. Resulta que todos podemos con todo, porque así "debe ser".»

08/10, en Twitter: «Poco a poco lo voy comprendiendo: No es que no pueda... simplemente no quiero.»

09/10, en Twitter: «Entusiasmado tras mi primera sesión de Filosofía para Niños... Se abre una nueva ventana para mirar el mundo :D»

12/10, en Facebook: «Aquí vamos de nuevo... [Mientras tanto, continúa la búsqueda de una imagen para visualizar el futuro]»

12/09, en Twitter: «Tengo que responder un correo y no encuentro palabras. Tengo claro que pongo mucho en riesgo. Pero es necesario.»

domingo, 4 de octubre de 2009

Varia

Siguiendo una ya casi tradición involuntaria, la primer entrada del mes será un poco de chile, mole y pozole, a fin de no dejar saldos pendientes y, además, no correr el riesgo de que el ajetreo de la semana produzca una mayor acumulación de ideas por compartir.
  • París. Hay sitios ante los que la indiferencia es prácticamente imposible. La capital francesa es uno de ellos. Es algo en el aire, algo en la energía acumulada en sus calles a lo largo de siglos de historia. De ninguna manera pretendo idealizarla. Ya alguna vez he hablado sobre las paradojas que encierra para mí la Ciudad Luz. Más allá de los casi inevitables lugares comunes, París es una provocación. Esta vez fueron menos de 48 horas. Y la ciudad no fue la protagonista, por supuesto. Pero sí fue silencioso y poderoso testigo de un entrañable encuentro con mi hermana J, quien a su vez me permitió reencontrarme con parte de mí, con una de esas dimensiones que uno archiva e incluso llega a olvidar, pero que brota con intensidad en cuanto se roza la fibra adecuada. Me cuesta mucho poner en palabras lo que significó ese par de días, pero he de decir que ahí se sembró al menos uno nuevo de esos puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. Nunca alcanzará para agradecer, como siempre, a J como al resto de mis herman@s, lo mucho que me enseñan y alimentan todos los días. Es difícil describir la experiencia de aprendizaje que día con día me brindan l@s cuatr@, haciendo que la edad se desvanezca, convirtiéndome —a pesar de lo que digan las actas de nacimiento— en un bendecido «hermano menor» que gracias a ell@s crece un poco más cada día.
  • Montserrat. Me refiero a la montaña que alberga a la patrona de Catalunya. Esa montaña que he tenido la suerte de recorrer ya varias veces. Esa montaña que en dos años se ha convertido ya en un referente indispensable en mi vida. Hablaba hace unas líneas de puntos de inflexión. Los seguidores más «antiguos» de mis blogs han leído ya al respecto. En verano del año pasado publiqué una entrada sobre el agradecimiento, donde hacía referencia concretamente a la experiencia legada por esa mística montaña. Pronto será un año de mi primer ascenso a la cima. Poco después, regresaría con J a ese lugar, semanas antes de volver a México. En estos días difíciles por los que atravieso, no está nada mal reencontrarme con mis propias palabras, como mensajes enviados hacia el futuro, para momentos como éstos. Cito un fragmento:
«[...] pensé en esa imagen ante la que me rendí a las pocas semanas de mi llegada a este país... la imagen del sol en la montaña [...]... Ahí, en Montserrat, viví una de las místicas experiencias con las que iniciaría esta travesía. Ahí, hice un resumen de mí mismo y agradecí a Dios (mirándolo de frente bajo ese resplandeciente sol) el sinfín de bendiciones que ha puesto en mi camino a lo largo de toda mi vida. Aquellas que he comprendido a tiempo y también las que no he sido capaz de reconocer en su momento. Aquellas que habrían de venir (y han seguido llegando) y las que seguro están todavía en el camino.

En general, toda mi vida he intentado tener presente ese sentido de agradecimiento. Seguro que hay días en que el ajetreo me hace pasarlo por alto. Pero siempre es buen momento para hacer una pausa, echar un vistazo atrás, agradecer... y continuar.
  • Abuela. Y siguiendo con aniversarios, mañana se cumple el primero de la partida de la abuela. Hoy particularmente la eché mucho de menos. Cosas de la vida. Fueron simplemente unas ganas de ver su rostro. De recibir una dosis de la fortaleza que siempre le admiré. ¿De qué estaba hecha esa mujer? Igual que mis abuelos maternos que todavía se acompañan uno al otro en esta tierra. Ahora que cada semana cruzo unos cuantos centenares de kilómetros de carretera, la recuerdo dándome su bendición antes de cualquier viaje. Sé que en mis nuevas travesías me acompaña. Igual que a tod@s sus niet@s y bisniet@s.
  • Creer. Murió Mercedes Sosa. Alguna vez tuve la suerte de escucharla en directo. Una de esas presencias poderosas, que irradian una energía peculiar. Y una voz sobre la cual no tiene sentido decir gran cosa. Basta volver a escucharla. Fue en aquel ya lejano concierto donde me enamoré del credo compuesto por Silvio Rodríguez. La trova no es muy lo mío, lo reconozco, pero algo encontré en esa canción que hasta entonces me era desconocida. Algo que a la fecha me hace estremecer cuando la escucho, particularmente en la voz de la Negra cantora.