martes, 13 de diciembre de 2011

Metiendo mi cuchara

Quisiera decir "a mis lectores" pero, ¿quedará alguno después de tanto no escribir aquí?

Visité la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el 27 de noviembre. Era mi primera vez en el celebérrimo encuentro. Naturalmente, me dominó el asombro. Asombro ante el tamaño, sí, pero más ante la multitud. Herta Muller y Vargas Llosa estaban por ahí ese día. Si le sumamos que era domingo, queda más que claro el motivo de todos los estacionamientos abarrotados en la zona, los pasillos del recinto de exposiciones llenos... ¡incluso gente comprando libros!

Vale, lo digo con un poco de sarcasmo pero es que en verdad me asombró ver tantas personas. "¿Toda esta gente lee?", me pregunté al instante.

Me repetí la pregunta varias veces durante la semana. La formulé en voz alta cada que tuve oportunidad, funcionando como un buen pretexto para diálogos con interlocutores que alcanzan cierto mínimo de neuronas en activo. La respuesta definitiva a mi inquietud llegó contundente al domingo siguiente cuando me topé en Twitter con la reacción desatada por el tropiezo de Peña Nieto: "No, no toda esa gente lee. Ni siquiera la que presenta libros que supuestamente escribió."

Como suele suceder, con cada respuesta llegan nuevas preguntas. Y más cuando uno lee ciertas expresiones en el debate que el asunto provocó en Twitter o Facebook: desde las críticas feroces hasta las envalentonadas defensas, tanto de quienes argumentaban que no se requiere ser intelectual para gobernar (¿ser intelectuar es sinómimo de lector?) como de aquellos quienes señalaban a los críticos de hipócritas por ser peores lectores que el objeto de sus burlas (¿entonces no puedo juzgar a alguien de mal compositor si nunca he escrito una sinfonía?, ¿no puedo descalificar a un político si no ejerzo tal vocación?).

Reduccionismos, al fin. De esos que nos encantan. (Esos que incluso quizá se cuelen en estas reflexiones.)

De todo el vaivén que he leído, pongo en la mesa dos reflexiones. Una centrada en el affaire político. Otra, estrictamente literaria.

Va la primera, la trivial. Quienes hasta antes del incidente del priísta en la FIL habíamos escuchado alguna vez una entrevista suya en vivo, sin guión, no resultaba novedad reconocer el cantinflesco estilo del aspirante a presidente. Claro, el incidente de la FIL fue más allá del mero decir nada en muchas palabras, al incorporar en su contenido absolutas estupideces que hacían doblemente evidente que el señor pronunciaba palabras sin emitir ideas. El tropiezo, naturalmente, ha puesto nuevos reflectores sobre el ex-gobernador mexiquense, quien apenas nos dio una semana para bajarle a la euforia de la librería Peña Nieto cuando ya nos ha dado el material de esta semana con aquello de que admite no ser la señora de la casa (signifique lo signifique semejante burrada).

La participación de Peña Nieto en la FIL trajo como sana consecuencia para nuestra sociedad, una provocación para estar más atentos al discurso. Claro, una invitación que no llega a todos los mexicanos y que acaso será aprovechada por ciertas élites, a menos que nos comprometamos todos con mostrar al resto la gravedad del asunto. Pero el incidente trajo a mi parecer una segunda consecuencia, que ligo con mi segunda inquietud. En mi opinión, la ligereza del político al reconocer de alguna manera que ningún libro lo ha marcado, deja claro que para ser poderoso no hace falta leer. Vale, eso podría ser respetable... de no ser porque con ese cinismo se refuerza la resistencia de millones de mexicanos a una tradición que si bien no es la panacea, sí podría ayudar a una sociedad como la nuestra a superarse a sí misma.

Nadie le pidió a Peña Nieto que citara tres joyas de la literatura. El periodista se la puso fácil al acotar la pregunta: libros que hayan marcado su vida personal o política. Si el aspirante no quería apostar por citar un puñado de lugares comunes de la historia de la Literatura (como bien han sugerido algunos), existía la salida de citar algún clásico de la política, la filosofía, la sociología, la economía... o a algún pensador de estas disciplinas vigente en nuestros días. El que esta posibilidad no haya cruzado la mente del futuro candidato me parece alarmante. Nadie le pide que sea un intelectual, pero si el sujeto ostenta un título universitario y aspira a conducir el destino de una nación, no deberían sonarle títulos como El Príncipe de Maquiavelo o la República de Platón. ¿Habrá oído hablar de Hobbes, de Rosseau, de Voltaire. (¿Recuerdan cómo se vendieron ejemplares de Galeano cuando se supo que Obama estaba leyendo Las venas abiertas de América Latina?

Regreso al centro de mi inquietud: la ligereza con que terminó su participación en el evento y la futilidad con que lo defienden algunos alegando que los criticones somos poco menos que fariseos acusando a otros de nuestros pecados, solo termina por denostar el acto de leer... una costumbre de por sí vapuleada en nuestros días.

Termina de surgir así mi otra interrogante. ¿Por qué nos hemos aferrado en convertir a la lectura en una especie de imperativo moral? Espero no se me lea como un incongruente. Mi crítica a Peña Nieto no es una crítica al respetable acto de no-leer, el cual, siempre que sea libre, será legítimo. Hace más de una década que di mi primer clase de Lengua en el nivel de Secundaria, década que he dedicado a promover la lectura partiendo de un principio fundamental: nadie está obligado a leer nada. Lo digo convencido. Nada me enferma más (al menos en este terreno), que esa manía de insistir en que existen “lecturas obligadas”. ¿No leer a tal o cual clásico es malo? ¿Soy mejor persona si leo a sutano que si me privo de ese placer?

Nuestra férrea tradición de moralizar con todo, ha hecho que defendamos el acto de leer como si se tratara de un décimo primer mandamiento. ¿Y qué hay del derecho a no leer, magistralmente defendido por Juan Domingo Argüelles hace tiempo? No pretendo agotar aquí este tema que, a diferencia del primero, sí me entusiasma. Así que dejo aquí solo la primera piedra para dialogar conmigo mismo al respecto. (Por supuesto que son bienveidos otros interlocutores. Nomás es cosa de anotar un comentario o mandar algún tipo de mensaje.)

En una siguiente entrada quisiera compartir algo de lo que justamente en maestro Argüelles me ayudó a comprender hace unos años leyendo ¿Qué leen los que no leen? (Paidós, 2003). Justamente en la FIL compré Del libro, con el libro, por el libro... pero más allá del libro (mismo autor, Ediciones El Ermitaño, 2008), junto con otros ensayos construidos en torno al asunto de la lectura que espero estar comentando pronto.