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sábado, 2 de abril de 2011

Volver al Circo

When I grow up, I will run away and join the circus.

Una peculiar curiosidad aderezada de entusiasmo se adueñó de mí hace unas semanas cuando, sobre una de las principales avenidas de esta ciudad, vi que se anunciaba el inicio de una “corta temporada” del Circo Atayde. Al instante consideré que debería darme oportunidad de ir. Compartí mi propósito con algunos pero debieron pensar que no hablaba en serio. Terminé desistiendo de divulgar mis intenciones, que pese a ellos permanecieron intactas en mi interior.

Hace poco más de una semana ese deseo de aceleró de repente cuando al pasar por el terreno donde el mítico circo se había instalado vi la lona que sentenciaba: “Lunes, última función”. ¡Diablos! ¡Y justo es fin de semana estaba lleno de compromisos en la agenda! Me resigné y me prometí que la próxima vez no lo pensaría tanto.

El domingo pasado, sin embargo, después de un gran fin de semana, cuando ya mis compromisos estaban cubiertos, pasé por la avenida en cuestión y vi en el otro lado de la calle a la gente que ya hacía fila para entrar a la última función del día —y una de las últimas en la visita de los Atayde en la ciudad—. ¿Y si lo intentaba? La función era a las 7:30 de la tarde y en ese momento eran… ¡las 7:30 de la tarde! Tardé en dar vuelta sobre el bulevar y, justo cuando ingresaba al terreno que funcionaba como estacionamiento, caí en cuenta de que solo llevaba 150 pesos en efectivo. ¿Cuánto costaría la entrada? ¿Aceptarían tarjetas de crédito?

Me estacioné y mientras la fila de gente ingresaba a la carpa por una pequeña división en los tráilers que hacen las veces de fachada, me dirigí hacia la ventanilla de la taquilla. Mientras caminaba, sentía que me hacía más joven. Vi el cartel que anunciaba los precios: 400, 300, 200 y 100 pesos. “¿Acepta tarjeta?”, pregunté a la mujer tras la rejilla. Nada, solo efectivo. “Me da entonces uno de 100 pesos, por favor”. A cambio de mi dinero recibí un pequeño boleto de cartón, de esos que solían usarse también en el cine hace años y que aún se utilizan en los juegos de algunas ferias.

Fui de los últimos en ingresar a la carpa. El cartoncito me daba acceso a la sección de luneta general. Subí una pequeña escalera y… ¡ya estaba ahí! ¡La pista, los pequeños palcos a su alrededor, los trapecios en lo alto, la cortina al fondo anticipando la entrada de los artistas! A esas alturas yo ya tendría unas 7 u 8 años. Y, aunque la carpa me parecía enorme, la pista estaba a solo unos metros, la visibilidad era perfecta. Agradecí que los cien pesos hubieran valido lo mismo que cuatro veces eso. Pasó un chico ofreciendo golosinas y gasté el poco dinero que me quedaba en unas palomitas y una botella de agua. (Creo que esa botella evidenciaba que aunque me sentía de siete años tenía en realidad cinco veces esa cantidad.)

Mi entusiasmo no tenía límites. Ansiaba el inicio de la función. Solo una cosa lamentaba: la poca cantidad de espectadores que me acompañaban. Acaso la cuarta parte de las butacas estaban ocupadas. Y, sin embargo, la gente que estaba se veía igual de emocionada que yo. Sobre todo, por supuesto, los niños. Pero había también parejas y algunos grupos de jóvenes que habían caído en la tentación de pasar el ocaso del domingo contemplando las gracias y piruetas de los cirqueros. ¿Acaso somos solo unos cuantos nostálgicos los que nos aferramos todavía a una tradición que se aferra a la vida después de haber sido testigo de dos cambios de siglo?

Mientras divagaba en estas ideas, se apagaron las luces y la música anunció el inicio de una presentación que resultó mágica, inesperadamente inolvidable.

Difícil, si no imposible, transmitir con palabras lo que viví. Las risas acompañando a un músico payaso que fue nuestro guía durante la noche; las miradas expectantes ante las hazañas de malabaristas y acróbatas que con un ritmo imparable iban llenando la carpa con sus aros, sus bolos, sus trapecios, sus trampolines, sus piruetas, sus contorsiones; los rostros incrédulos que siguieron paso a paso la rutina de los mentalistas, intentando descifrar su truco en algún momento; la fascinación ante caballos y elefantes realizando suertes y bailes con inmejorable precisión… Al final, el inevitable desfile de todos los artistas hasta llenar el círculo en torno al cual los espectadores volcamos nuestras risas y aplausos —y, al menos en mi caso, alguna lágrima—.

Salí con una sonrisa que tardó varios días en disolverse. Mientras me alejaba del lugar, recuperaba mis años, pero conservaba intocable el espíritu de ese pequeño de 7 u 8 años que fui durante dos horas gracias a los 100 pesos mejor invertido en mucho tiempo.

El martes por la tarde recorrí la avenida donde se había instalado la carpa. Cuando vi el terreno baldío nuevamente vacío resultó inevitable un profundo suspiro.

domingo, 16 de mayo de 2010

Acabar la prepa

Hace 16 años terminé la preparatoria. En ese entonces la más pequeña de mis hermanas estaba por cumplir sus primeros dos años de vida. Ayer, a poco más de un mes de cumplir su mayoría de edad, fue su fiesta de graduación de prepa. Cuando llegué al salón y la vi, radiante como es, vino a mi mente esta foto de hace 16 años, de la mañana en que recibí mi Diploma de bachiller.

Durante la fiesta pensé tantas cosas. En el tiempo vivido. En lo que, Dios mediante, le queda aún por vivir. En lo que dicen de los días de uno como preparatoriano. En lo poco que eso que dicen aplicó y aplica en mi caso. En lo que podrían significar para ella. En los años después. En los años antes. En "cómo cambian los tiempos". En —a Dios gracias— cómo cambia la moda. En mi papá y mi mamá. En las matemáticas, en la filosofía. En mi "profesión". En lo impredecible que resulta vivir. En lo rápido que a veces nos parece que va la vida. En lo lento que se nos vuelve de pronto. En la imposibilidad de volver el tiempo atrás. En la necesidad de pensar y soñar el tiempo hacia adelante.

sábado, 8 de mayo de 2010

Sueños realizados en la Gran Manzana

Esta entrada debió ser escrita haca ya un mes, cuando los recuerdos estaban frescos, cuando la experiencia que pretendo relatar apenas había sucedido. Hoy, un mes y no-sé-cuántos-acontecimientos después, corro el riesgo de ser infiel a los hechos y dejarme llevar por la imaginación, la cual con frecuencia suele aderezar nuestros recuerdos sin respetar lo que haya sucedido en realidad.

Ya anticipaba en mis dos divagaciones más recientes que hace unas semanas tuve oportunidad de materializar un par de sueños. Ambos sucedieron durante mi reciente e inesperada escapada a Nueva York. Cuando de último minuto tomamos la decisión de pasar unos días en la Gran Manzana, lo primero que lamenté fue que, ante lo repentino de la idea, sería muy difícil conseguir buenas entradas para al menos un par de espectáculos. El lapso entre la decisión de hacer el viaje y hacer la fila para abordar el avión, duró apenas 5 días.

Lo primero que hice fue revisar —según yo "a fondo"— qué novedades había en el mítico Broadway. Vi que aún permanecían ciertos éxitos de la última década, como Wicked o más recientemente Billy Elliot. Ambos, misiones imposibles. En mis breves revisiones de cartelera, me atrajo la posibilidad de clásicos recién repuestos como West Side Story o South Pacific. Consideré también la posibilidad de encontrarme en el Majestic con el Fantasma de la Ópera, como sucedió hace 17 años. Al final, no encontraba ninguna fórmula que ajustara mi interés con mis posibilidades financieras y la disponibilidad de lugares. De las cosas más nuevas, pese a mi amor por el teatro musical confieso que había escuchado poco y no me había dado el tiempo de explorar con calma qué había de nuevo en el distrito teatral de la isla. Me di por vencido y decidí dejarlo a la suerte, esperando ver cómo estarían las posibilidades de algo que valiera la pena en el módulo de entradas con descuento para el mismo día, ubicado en Times Square.

Una vez descartado el teatro, intenté otra idea, más descabellada aún. ¿Sería posible encontrar algo accesible para la Metropolitan Opera House? Mi presupuesto era realmente limitado, pero tenía fe en la posibilidad de presenciar alguna producción del mítico Met. En las 6 noches que pasaría en la isla, no había muchas alternativas. No conseguí ya nada para aplaudir a Angela Gheorghiu en La Traviata. Sí encontré de último minuto un par de entradas en precio razonable para escuchar La Flauta Mágica desde un balcón superior. Oportunidad extraordinaria: ir al Met, escuchar una gran obra de Mozart, gozar la creativa producción de la genial Julie Taymor... Y así fue.

Me emociona relatar cómo se fue dando todo. Pero si me piden reseñar la función, me voy quedando ya sin palabras. ¿Qué puede decirse? La experiencia completa fue única. Una energía particular flota en la sala del Met: tantas leyendas han engalanado su escenario; el eco de privilegiadas voces ha ido impregnándose en sus paredes. Cuando los candiles laterales comenzaron a elevarse sobre las cabezas de los espectadores, casi lloro de emoción. Tantas veces había visto imágenes en video de esos segundos previos al inicio de una presentación... Apenas podía creer que estaba yo ahí.

Dije que fueron dos sueños. Este fue el primero. Intenso. Único. Mágico. Los siete días que pasaron desde que compré las entradas hasta que entré a la sala, fueron alimentando una ilusión que se vio no sólo satisfecha, sino ampliamente rebasada, convirtiendo la experiencia en combustible para los días por venir.

¿Y el segundo? Sucedió al día siguiente. Fue aún más inesperado. Y lo dejo para mañana. Prometido.

jueves, 11 de marzo de 2010

Caminando

Traigo un carnaval en la cabeza. Las ideas andan sueltas, desatadas corriendo de un lado a otro. Quisiera sentarme un segundo y encontrarles algún orden. Pero entre el cansancio y la falta de claridad, semejante tarea resulta inalcanzable. Y, sin embargo, ahí están. Alcanzo a verlas mientras cruzan mi mente en ida y vuelta. Confío es que no escaparán y me permitirán venir en algún momento a darles sentido. Ansío un par de horas cargadas de serenidad y una buena dosis de voluntad. Y comenzar entonces la tarea de convertir uno que otro sueño en realidad. Mientras tanto, agradezco a la vida y al creador el milagro de cada camino y la posibilidad de andarlo.

Pensando en los caminos recorridos en los últimos días, vinieron a mi mente un par de ideas citadas por Jan Masschelein en "Pongámonos en marcha" (un maravilloso texto para repensar la pedagogía). La primera es de Walter Benjamin, sobre la autoridad que nos impone un camino cuando se le recorre a pie:
«La fuerza de un camino varía según se lo recorra a pie o se lo sobrevuele en aeroplano. Del mismo modo, el poder de un texto es diferente cuando se lo lee que cuando se lo copia. Quien vuela, sólo ve cómo el camino va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las leyes del terreno. Tan sólo quien recorre a pie un camino advierte su autoridad y descubre cómo en ese mismo terreno,que para el aviador no es más que una llanura desplegada, el camino, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, espacios abiertos y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas.»
La segunda, también sobre el caminar, es del Sub-Comandante Marcos; una frase extraordinaria para recordar que generalmente el destino es lo menos importante cuando viajamos: "No caminamos para llegar a la tierra prometida, sino porque caminar es, en sí mismo, revolucionario". Sobre esto me gustaría volver en los próximos días. Veremos si lo logro.

martes, 16 de febrero de 2010

Omara

Para variar, el cansancio y el exceso de pendientes compiten y me arrebatan el tiempo de venir y contar todo lo que quisiera. Para salvarle de morir en el tintero digital de mis buenas intenciones, apuesto por compartir aquí la experiencia del sábado por la noche en la Calzada de las Artes de León, Gto., donde estuvo la mismísima Omara Portuondo.

A sus 79 años, la mujer es una auténtica diosa. Ya un par de veces la había visto en vivo, acompañada primero por la alineación original del Buena Vista Social Club y después en una gira del mismo colectivo cuando éste ya mostraba algunas bajas. Esta vez era ella sola, con toda su inmensidad. En un foro abierto —al aire libre y con entrada libre—. Llenando la noche con nostalgia y energía.

La mezcla de su sangre cubana con el espíritu del jazz que la habita, hizo de la velada una experiencia única. La primera hora se la echó sin descanso, con un repertorio dominado por su más reciente producción, Gracias. Cedió luego unos minutos el escenario a sus maravillosos músicos para regresar una última media hora con un par de encores incluidos.

No me alcanzan las palabras para describir lo que me provocó su voz, su presencia. Baste decir, como escribí al día siguiente en Twitter, que si llego a los 80 con la mitad de esa energía, me doy por bien servido.

Aquí dos pequeños ejemplos de lo que vivimos esa noche. Los videos corresponden a su participación en el Northsea Jazz Festival en 2008; así estuvo aquí el sábado y así cantó ambas canciones: con esa calidad, con esos músicos, con ese entusiasmo.


lunes, 21 de diciembre de 2009

34

Durante lo 34 años que he andado sobre esta Tierra he recibido muchísimas bendiciones. Todos los días procuro agradecerlas, aunque se entiende que en ocasiones el ajetreo y la carga de cosas lo dificulten. Ayer una vez más tuve oportunidad de celebrar ese agradecimiento en compañía de gente que quiero y me quiere, gente que me ha regalado su afecto a partir de cruces de caminos generados por muy diversas circunstancias y en diferentes momentos de mi vida.

Como es natural, no pudieron estar todos. Pero los que estuvieron alcanzaron para corroborar que soy muy afortunado. La jornada estuvo marcada de significativos detalles. Encuentros con gente que llevo en el corazón y que hace más de dos años no veía en persona. Con gente que llegó a mi vida a través de este espacio (o de su antecesor, que para el caso es lo mismo) y que ha encontrado pronto un lugar en mi vida. Con amigos que por las nuevas condiciones de mi vida laboral no puedo frecuentar tanto como quisiera. Algunos se han ido reportando desde sus coordenadas geográficas en este País, en gringolandia o en Europa, recordándome su afecto.

Quizá uno de los detalles más significativos ha sido la oportunidad de celebrar mi cumpleaños teniendo físicamente conmigo a mis herman@s. L@s cinco hemos coincidido esta vez como hace varios años no sucedía. Así será esta Navidad. Estando cerca. Y eso es algo que no ceso de agradecer.

En fin, que agradezco lo que tengo y lo que viene. A mi madre y a mi padre, que ayer una vez más se volcaron de entrega para hacer del pequeño festejo un éxito. A M, que también estuvo al pie del cañón, cuidando hasta el más mínimo detalle para que se cumpliera mi manía de tener una fiesta como hace 30 años. A los que estuvieron físicamente y a los que me están acompañando desde donde estén. A muchos ni tuve tiempo de convocarlos, pero sé que se habrían apuntado.

A todos, gracias por ser parte de mi biografía. Sin ustedes, estas páginas no tendrían sentido.

Al pie. Los mensajes que ya llegan por Facebook, Twitter o SMS. Descubre uno la amplitud de la red afectiva con la que cuenta. Y, para no dejar de ser yo y racionalizar todo un poco, me cautiva la forma en que estos medios establecen una trama sincrónica y diacrónica a la vez. Ya me pondré a dar vueltas a esto, mientras aprovecho también estas dos semanas de desenchufe laboral para avanzar en la Tesis un poquito y en la larga lista de lecturas pendientes.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Recuperar la posibilidad (II)

«Si pudieran concederme riqueza, no pediría riqueza ni poder, sino el sentido del apasionamiento hacia lo que puede llegar a ser, por el ojo que, siempre joven y ardiente, ve lo posible. El placer defrauda, la posibilidad no lo hace nunca. ¿Qué vino es más aromático, más incitante, más embriagador que la excitante posibilidad?»
Søren Kierkegard
Son muchas, para variar, las cosas que quisiera traer hoy aquí. Y al mismo tiempo es tarde y no debería dejar que la media noche me alcance despierto. Pero la necesidad pesa hoy más que la conciencia de madrugar mañana. Y aquí estoy. Queriendo escribir sobre exploraciones y hallazgos recientes en las profundidades de mis confusiones cotidianas. Queriendo compartir de nuevo algunas estampas musicales que ayudarían a ilustrar mis paradójicos sentimientos de cara a tantas cosas. Queriendo poner sobre la mesa mis más recientes expediciones literarias y la forma en que me han tocado.

Pienso en una idea que pueda hilar todo lo que me gustaría escribir esta noche. Y me viene nuevamente la idea de «posibilidad». Hace poco más de un mes escribía sobre la recuperación de lo posible. El subir y bajar de todos los días ha hecho desde entonces que esa extraña idea funcione unos días con más solidez que otros. Pero no he querido abandonarla. Y hoy, por una infinidad de asuntos, me vuelve a atrapar. Explorando algunos materiales que quiero compartir mañana con mi equipo de trabajo, me topo con el texto que aparece aquí de epígrafe y que a su vez cumple esa función en un capítulo de El arte de lo posible, de Roz Stone Zander y Benjamin Zander. Llegué a este libro hace ya varios años, tras asistir a una conferencia del segundo. El texto puede ser tomado como material de desarrollo personal, literatura de segunda, dirán algunos. Pero aún en esa categoría, la obra me parece de primera. Y en este momento me está ayudando a reorganizar mucho de lo que quiero desencadenar mañana en mi trabajo.

Descubro, con la claridad absoluta de algo que siempre se ha sabido pero que se aprende siempre como por primera vez, la urgencia de creer que las cosas son posibles para poder dar un nuevo paso. Me descubro y me observo haciendo ese esfuerzo cada mañana, a veces con más éxito que otras, pero siempre logrando hallar un destello de esperanza. Las subidas y bajadas recientes han sido tan pronunciadas que quizá de ahí venga mi necesidad de tanto énfasis en algo que para muchos puede ser tan trivial. Pero lo subrayo porque si, como dice sabiamente alguien que quiero y admiro, no está bien "proclamar esperanza cuando no la vives", es casi una obligación moral hacerlo cuando estás convencido y tus actos pueden hablar por ti.

Decía al inicio que quería explorar música y textos. Lo de mis lecturas recientes tendrá que esperar, pero algo diré de música. Esta tarde recibí de una de mis hermanas un correo que me cimbró. Me hizo ver que, en medio de mi pequeño caos cotidiano, siempre es posible encontrar un intenso rayo de luz para recordar aquello que merece la pena. Me hizo pensar en los que quiero y tengo lejos. Me hizo valorar tanto la posibilidad de, aunque sea a través de bits informáticos, recordar a quienes amo lo que significan.

No sé bien cómo fue, pero pronto dos canciones me vinieron a la mente. Quienes me conocen de hace tiempo, sea personal o virtualmente, saben de mi eclecticismo musical, así que se sorprenderán menos que otros al escucharlas. Canciones que, en su cursilería, tienen un significado especial en mi piel. La primera, me traslada cada vez que la escucho a diciembre de 1996. Yo cumplía 21 años y mi hermana 15. Cuando en nuestra fiesta-doble bailamos esta canción yo no paraba de llorar. (Así como no paro de llorar mientras lo narro.)


Hoy, mi hermana es mamá de un ser lleno de luz, un niño que ha crecido quizá demasiado rápido, dejándonos a más de uno con las ganas de eternizar el tiempo. Pronto serán dos años de la llegada de ese hermoso niño al mundo. En aquellos días, estando yo con un océano de por medio, mientras escuchaba por enésima vez la segunda canción en cuestión, encontré en su letra un significado que hasta ese momento me había permanecido oculto. Vamos, sé que es otra cursilería, pero también de eso está uno hecho.



Aniversario de una posibilidad

Hace un par de días se cumplió el primer aniversario de este espacio. Quise venir y festejarlo, pero se me escapó el chance. A reserva de lograr dedicar una entrada íntegra al asunto, celebro agradeciendo tus visitas, tu compartir silencioso. Las huellas del paso de otros por aquí han disminuido notablemente en los últimos meses, pero sé que por ahí andas: tú que me sigues desde hace poco y tú que me lees desde hace mucho, tú que conoces mi voz y tú que aún no tienes rostro para mí, tú que llegaste buscándome y tú que apareciste aquí por accidente. Lo he dicho antes y lo repito, tú, con o sin nombre, estés donde estés, eres quien termina de dar sentido a esas ocurrencias. Un año de este espacio equivale, también, a un año después de la aventura en Barcelona. Y si has leído el alfa y omega con que inició este blog, sabes que eso no es sólo aniversario de un viaje, sino de un completo renacimiento. Renacimiento que no termina y del que eres parte. Gracias por eso y por tanto. Y cerrando en línea con las ganas de recuperar lo posible, celebro este primer año (y casi segundo en la blogósfera) con una maravillosa rendición al "sueño imposible".

jueves, 29 de octubre de 2009

Estampas Cervantinas

Parece que tenía que estar viviendo en el Bajío para poder estar alguna vez en el Festival Cervantino. Más de una vez estuve tentado a lanzarme, pero nunca he sido lo suficientemente aventurero. Quien me conoce sabe, además, que si bien no estoy negado a la fiesta, tampoco es que me entusiasme sobre manera. Mis repentinos deseos de viajar a Guanajuato estaban más relacionados con una que otra presentación artística que con las ganas de callejeonear de marcha hasta el amanecer. Insisto: no estoy peleado a muerte con la pachanga, pero es claro que he sido medio abuelo desde siempre.

El caso es que, viviendo ahora donde vivo, ya era el colmo que dejara pasar algunos eventos de la cartelera cervantina de este año.

Ya en la entrada anterior reseñaba Sin Sangre, mi primera incursión oficial al festival. El fin de semana la experiencia siguió con Nebbia, una co-producción del Cirque Éloize con Teatro Sunil. De nuevo, las palabras no me alcanzan. El brillante Daniele Finzi Pasca crea un espectáculo lleno de poesía en movimiento; una provocación tras otra: del asombro a la carcajada, de la reflexión al suspiro, de la sorpresa a una que otra lágrima. Hace ya varios años que me crucé por vez primera con el trabajo de este director-creador-clown suizo, a través de Ícaro, maravilloso montaje que presentó en México. En Nebbia, se repite uno de sus temas recurrentes: la frontera entre cordura y locura, entre fantasía y realidad. Los actos circenses se mezclan con la lírica en un delicado viaje rodeado de neblina. Viaje que invita a mirar al cielo como una forma de mirar hacia adentro y hacia el Otro. El resultado es de una elegancia magistral.

Y siguiendo con las artes escénicas, esta semana rematé con una de las piezas cumbre del drama occidental: la compañía lituana Meno Fortas presentó su galardonada puesta en escena de Hamlet, de Shakespeare. Hamlet siempre ha sido una de mis obras predilectas. Más allá de la fuerza que encierran forma y fondo de esta tragedia, la identificación que siempre he sentido con el joven príncipe de Dinamarca no deja de intensificarse con el tiempo. Durante tres horas y media, la propuesta del director Eimuntas Nekrošius permite adentrarnos en una lectura inusual de personajes tan míticos que uno creería conocerlos a la perfección. En particular, me impresionó el papel que juega el asesinado Hamlet padre, que se nos presenta más allá del mero espectro. La atemporal propuesta de Meno Fortas deja en evidencia una vez más la innegable vigencia y universalidad de una obra que, bien trabajada, no puede dejar de sorprender.

Entre una cosa y otra, se intercalaron escapadas musicales a la Calzada de las Artes, en el Fórum Cultural de León, pasando del Carmina Burana al son cubano, pasando por el tango de la Orquesta Típica Fernández Fierro. Pero quizá el momento más poderoso con el que asociaré mi primera incursión al Cervantino, será el café que me bebí anoche a un costado del imponente Teatro Juárez de Guanajuato. Quiso el azar que se alinearan los astros para que Howard Gardner viniera esta semana a León, y convocará a tres millares de personas vinculadas con la educación, entre quienes estaban tres amig@s y ex-colaboradores querid@s. Todo se conjuntó inmejorablemente y quizá las energías desatadas por la música, las letras y la buena charla, desencadenaran una racha de entusiasmo que hoy me tiene mirando el futuro con más optimismo. La posibilidad de la que hablaba hace poco se reafirma y me decido a hacer frente a lo que viene. Sea lo que sea.

martes, 20 de octubre de 2009

Recuperar la posibilidad

Para Chavira, que esta tarde, sin saberlo, me regaló un rayo de luz.

Son pasadas las once de la noche. Vengo llegando del Teatro Manuel Doblado, tras presenciar una impresionante función de la compañía chilena TeatroCinema en el marco del Festival Cervantino. Pero no es de eso de lo que quiero escribir esta noche. Cierto que el entusiasmo provocado por la presentación me mueve a compartir la experiencia, pero el revoltijo de emociones me lleva por otro sendero. (No dejo de lado el asunto del teatro; me propongo firmemente atenderlo aquí esta misma semana.)

Además del entusiasmo me invade el cansancio. Pero estoy aquí porque desde antes de salir rumbo al teatro comencé a tramar unas cuantas notas: una urgente catarsis que, pese al agotamiento físico, mental y emocional, no quiero dejar para otro día.

Ya he sutilmente señalado en algún momento la crisis existencial que me ha invadido en lo laboral a lo largo de las semanas recientes. No he explorado aquí suficientemente el conflicto pedagógico-vocacional que profundiza la confusión, pero por el momento baste decir que no pasa un par de horas sin que ponga en duda el sentido de la tarea educativa a la que me he dedicado durante una década.

Las sorpresas y decepciones que han acompañado mi llegada a un nuevo proyecto me han traído en un sube y baja de terror y de pronto me he descubierto en una inusual caída libre de pesimismo. Pesimismo del malo, matizo, pues si bien de alguna manera una cierta tendencia a anticipar catástrofes me ha acompañado desde hace años, siempre he asumido que la labor de educar exige cierto mínimo de optimismo o de confianza en que las cosas pueden ser mejores. Pero, decía, últimamente el pesimismo malo, ese que de plano bloquea cualquier posibilidad hacia el futuro, estaba dominando en el debate de mi conciencia.

Y pese a todo, de alguna manera, las cosas han comenzado a encontrar un cierto nuevo punto de partida, desde el cual llega la hora de construir nuevos proyectos, proponer nuevas ideas, empezar una vez más a imaginar futuros y reclutar talentos dispuestos a levantar el futuro con esfuerzos que nunca se sabe si serán bien recompensados. Mi karma, decía hace poco un amigo.

En medio de la discusión desatada en mi interior, hoy recibí uno de esos correos difíciles de explicar: pocas palabras, de todo un poco, pero una dosis de energía brutal. Lo leí cuando llegaba a la bandeja, casi a las siete de la tarde, justo antes de apagar la computadora para salir de la escuela y venir a botar todo para irme al teatro. Apenas pude procesarlo. Sonreí y al mismo tiempo me estrujé por dentro. Un par de palabras fueron suficientes para detonar una avalancha de emociones. Me encontré una vez más echando de menos tanto de lo que he ido dejando atrás, tanto de lo que tengo lejos y siento tan cerca. Me invadió esa necesidad de lanzarme en busca de esa gente que tanto representa y a la que tan pocas veces se lo he dicho.

Si leyeran lo que decía el correo, esta reacción puede parecer desproporcionada. Pero insisto, no era su contenido. Era algo más. Mientras escribo estoy ya en el estado en que la autora del susodicho mensaje se describía a sí misma leyéndome: con las lágrimas en pleno. Y no me atrevo a decir que sea tristeza. Es sólo, como ella misma escribe, que me causa sentimiento.

Creo que estoy escribiendo mucho y no estoy diciendo nada. Así están las cosas aquí adentro. Buscando comprender. Y aceptando que va siendo hora de dejar de buscar explicaciones para concentrarse en vivir. Intento lanzar al menos una idea concreta: el correo de Marisol me recordó en buena medida que esto que a veces me parece un sinsentido, no lo es del todo. Me permitió ver, como much@s querid@s alumn@s me lo hacen ver de cuando en cuando, que de algo sirve. Así, sin imaginarlo, me devolvió al menos la posibilidad. Y eso ya es bastante cuando todo empezaba a verse tan negro.

domingo, 4 de octubre de 2009

Varia

Siguiendo una ya casi tradición involuntaria, la primer entrada del mes será un poco de chile, mole y pozole, a fin de no dejar saldos pendientes y, además, no correr el riesgo de que el ajetreo de la semana produzca una mayor acumulación de ideas por compartir.
  • París. Hay sitios ante los que la indiferencia es prácticamente imposible. La capital francesa es uno de ellos. Es algo en el aire, algo en la energía acumulada en sus calles a lo largo de siglos de historia. De ninguna manera pretendo idealizarla. Ya alguna vez he hablado sobre las paradojas que encierra para mí la Ciudad Luz. Más allá de los casi inevitables lugares comunes, París es una provocación. Esta vez fueron menos de 48 horas. Y la ciudad no fue la protagonista, por supuesto. Pero sí fue silencioso y poderoso testigo de un entrañable encuentro con mi hermana J, quien a su vez me permitió reencontrarme con parte de mí, con una de esas dimensiones que uno archiva e incluso llega a olvidar, pero que brota con intensidad en cuanto se roza la fibra adecuada. Me cuesta mucho poner en palabras lo que significó ese par de días, pero he de decir que ahí se sembró al menos uno nuevo de esos puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. Nunca alcanzará para agradecer, como siempre, a J como al resto de mis herman@s, lo mucho que me enseñan y alimentan todos los días. Es difícil describir la experiencia de aprendizaje que día con día me brindan l@s cuatr@, haciendo que la edad se desvanezca, convirtiéndome —a pesar de lo que digan las actas de nacimiento— en un bendecido «hermano menor» que gracias a ell@s crece un poco más cada día.
  • Montserrat. Me refiero a la montaña que alberga a la patrona de Catalunya. Esa montaña que he tenido la suerte de recorrer ya varias veces. Esa montaña que en dos años se ha convertido ya en un referente indispensable en mi vida. Hablaba hace unas líneas de puntos de inflexión. Los seguidores más «antiguos» de mis blogs han leído ya al respecto. En verano del año pasado publiqué una entrada sobre el agradecimiento, donde hacía referencia concretamente a la experiencia legada por esa mística montaña. Pronto será un año de mi primer ascenso a la cima. Poco después, regresaría con J a ese lugar, semanas antes de volver a México. En estos días difíciles por los que atravieso, no está nada mal reencontrarme con mis propias palabras, como mensajes enviados hacia el futuro, para momentos como éstos. Cito un fragmento:
«[...] pensé en esa imagen ante la que me rendí a las pocas semanas de mi llegada a este país... la imagen del sol en la montaña [...]... Ahí, en Montserrat, viví una de las místicas experiencias con las que iniciaría esta travesía. Ahí, hice un resumen de mí mismo y agradecí a Dios (mirándolo de frente bajo ese resplandeciente sol) el sinfín de bendiciones que ha puesto en mi camino a lo largo de toda mi vida. Aquellas que he comprendido a tiempo y también las que no he sido capaz de reconocer en su momento. Aquellas que habrían de venir (y han seguido llegando) y las que seguro están todavía en el camino.

En general, toda mi vida he intentado tener presente ese sentido de agradecimiento. Seguro que hay días en que el ajetreo me hace pasarlo por alto. Pero siempre es buen momento para hacer una pausa, echar un vistazo atrás, agradecer... y continuar.
  • Abuela. Y siguiendo con aniversarios, mañana se cumple el primero de la partida de la abuela. Hoy particularmente la eché mucho de menos. Cosas de la vida. Fueron simplemente unas ganas de ver su rostro. De recibir una dosis de la fortaleza que siempre le admiré. ¿De qué estaba hecha esa mujer? Igual que mis abuelos maternos que todavía se acompañan uno al otro en esta tierra. Ahora que cada semana cruzo unos cuantos centenares de kilómetros de carretera, la recuerdo dándome su bendición antes de cualquier viaje. Sé que en mis nuevas travesías me acompaña. Igual que a tod@s sus niet@s y bisniet@s.
  • Creer. Murió Mercedes Sosa. Alguna vez tuve la suerte de escucharla en directo. Una de esas presencias poderosas, que irradian una energía peculiar. Y una voz sobre la cual no tiene sentido decir gran cosa. Basta volver a escucharla. Fue en aquel ya lejano concierto donde me enamoré del credo compuesto por Silvio Rodríguez. La trova no es muy lo mío, lo reconozco, pero algo encontré en esa canción que hasta entonces me era desconocida. Algo que a la fecha me hace estremecer cuando la escucho, particularmente en la voz de la Negra cantora.

jueves, 24 de septiembre de 2009

Recuento antes de partir nuevamente

Unos cuantos días y mucho a lo largo de ellos. Ires y venires, pequeños y grandes pasos, encuentros y re-encuentros, calles redescubiertas, aires que hacían falta y que de inmediato han sido asaltados por estos pulmones ansiosos de recuperar tantas cosas. Ha sido ahora, en este regreso después de diez meses, que he comprendido qué poco he sido capaz de conservar de todo aquello que construí dentro mientras estuve aquí. Y bueno, entiendo que es normal. Las cosas —y menos las personas— no cambian de la noche a la mañana del todo. Mucho se sembró mientras estuve aquí la última vez; tanto, que no resultaba sencillo alimentarlo como uno hubiese querido. Pero el encuentro con lo que había dejado de mí mismo en este lado del mundo, me ha ayudado a renovar ciertos compromisos conmigo, que además me vienen muy bien en estos días de tantas cosas nuevas que me esperan a la vuelta.

Un par de semanas han bastado para reencontrarme con mis dualidades y contradicciones, con esos desfases entre lo que digo, lo que pienso, lo que hago. Y del reencuentro ha surgido de inmediato la aceptación de nuevos retos para hacerme frente y dar la cara al mundo que sigue ahí avanzando.

Han sido tantas cosas en tan pocos días que bien hubiese querido dedicar una entrada a cada idea. Algunas cosas las fui anotando como solía hacer, en papeles por ahí o en las notas digitales del PDA. Tres en especial no dejan de revolotearme en la cabeza y el corazón: la escapada relámpago a París para estar un par de jornadas con mi hermana, mi ya ritual subida a la montaña y monasterio de Montserrat en esta época y todo lo que naturalmente ha habido en torno al banderazo oficial de salida para la Tesis Doctoral, una vez demostrada la "suficiencia investigadora".

De eso espero ir contando a mi regreso, en los espacios que el regreso al nuevo trabajo y la nueva ciudad me dejen. Por lo pronto, me preparo el equipaje que mañana por la madrugada estaré camino al aeropuerto para, una vez más, despedirme por un tiempo de esta ciudad.

sábado, 12 de septiembre de 2009

AICM - J26

Ésta es la entrada número 100 en esta bitácora digital. Y la celebro a unos minutos de abordar el vuelo que me llevará nuevamente al viejo mundo, para dar un nuevo paso en la trayectoria académica y personal que me propuse hace un par de años. Se dice tan fácil. Hace 24 meses estaba yo en plena empacada de cosas y con los nervios a tope, con una visa de estudiante, un billete de avión recién comprado, una reserva para 7 días en un hostal a las afueras de Barcelona y con mil cosas en la cabeza y en el corazón. Unos meses después, ya más adaptado a mi nueva vida, nació ErnestoEnBarcelona, ese diario virtual que pronto daría nuevos colores, sabores, sonidos y texturas a mi vida. En noviembre pasado, con mi regreso a México, suspendí en 201 el número de entradas de mi primer blog. Y nació con esa misma entrada éste, que lees ahora.

100 registros no son quizá gran cosa. Pero contienen mucho más que cien ocurrencias, cien locuras o cien confesiones. Son una radiografía del Ernesto que volvió aquel noviembre y que hoy, diez meses después, vuelve a Catalunya a reencontrarse con los fragmentos que pudo haber dejado en el camino. A seguir construyéndose. A seguir explorando y descubriendo. En unos minutos nos llaman para abordar. Dios mediante en unas horas estaré reportándome desde el otro lado del charco. Gracias a tod@s por ser y estar ahí.

domingo, 30 de agosto de 2009

Presiones y coincidencias

Soy vecino de este mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estás aquí
Alberto Escobar

Sólo algunos apuntes, que el tiempo me está devorando. Ya lo venía advirtiendo: no dimensioné algunas cosas y la presión desde diferentes ámbitos comienza a potenciarse. Llevo ya un par de semanas viviendo aquí y allá. Cada vez la estancia es más corta aquí, y más prolongada en el Bajío, donde está mi nuevo trabajo. En unas horas estaré, Dios mediante, nuevamente camino a una ciudad que todavía no termino de descifrar, pero a la que debo paulatinamente irme adaptando. Lo cierto es que, por ahora, es como vivir en muchos lugares a la vez. Porque el corazón, la razón, la necesidad, poco saben de geografías o de cuestiones laborales. Parte de la presión deriva de la mudanza en sí misma, correcto; pero está también el todavía inacabado texto que debo enviar en unos días a Barcelona para después viajar en su defensa. Y está, por supuesto, la incertidumbre que en otros ámbitos queda abierta. No he tenido siquiera oportunidad de transmitir mi mudanza a mucha gente que quiero y quiero bien. Familia, amigos. Y aún así llevo ya dos semanas prácticamente en mis nuevas responsabilidades. Algunos cuantos, acaso, se han ido enterando por mis ambiguas referencias en este espacio, otros por mis breves divagaciones en Facebook o en Twitter. Espero en el transcurso de la semana darme tiempo para redactar un correo donde las cosas sean más claras, más precisas, y pueda así compartir las nuevas con tantos.

Por lo pronto, aprovechando este paréntesis en el estrés, no puedo dejar de referirme al reencuentro del que participé este fin de semana. Hace justamente una década que concluimos nuestra licenciatura. Generación LCC 1999. Quiso la vida que a lo largo de los últimos días pudieran reunirse parte de quienes durante un lustro compartimos aulas, risas, lágrimas, éxitos y tropiezos. El décimo aniversario no era el motivo. Fueron simplemente una serie de eventos que coincidieron e hicieron posible esa cadena de pequeños encuentros. Afortunadamente pude ser partícipe de un par de ellos. Me faltó encontrarme con algunos, pero no dudo que pronto surja la oportunidad de saldar esas deudas. Por lo pronto, agradezco infinitamente la oportunidad de seguirme descubriendo y conociendo en la mirada de quienes por alguna u otra razón han sido parte de mi vida.

miércoles, 22 de julio de 2009

Nuevo intento (mejor logrado... creo)

Veremos si esta vez lo logro. La idea es armar un texto que contenga al menos un fragmento de lo mucho que me viene revoloteando en la cabeza desde hace semanas, cuando sin previo aviso una serie de eventos comenzaron a conspirar contra mi estabilidad emocional. Vale, quizá no sea esa la mejor expresión; lo cierto es que en tres o cuatro semanas se desencadenó una serie de reflexiones sobre todo a partir de mi encuentro —y en ocasiones reencuentro— con determinados textos fílmicos.

Creo que todo empezó con Harvey, una película de 1950, protagonizada por James Stewart y basada en una obra de teatro por la que Mary Chase ganare el Pulitzer en 1945. Elwood P. Dowd es un tipo genial, que debe lidiar con un mundo incapaz de reconocer a Harvey, un pooka que ha tomado la forma de conejo gigante. Quizá la única manera de entender lo que esa película me produjo sea verla. Hasta hace unas semanas yo ignoraba la existencia de la cinta, pero en una de mis idas al súper se me atravesó en su formato DVD por algo así como cincuenta pesos.

Cuando acabé de ver la película, muchas cosas se apoderaron de mi interior. Pero una sobre todas: ¿qué tal sería montar —y protagonizar— alguna vez el extraordinario texto de Chase sobre el escenario? Creo que semejante ocurrencia se entendía sobre todo ante mi reciente participación emergente con los chicos del grupo teatral del colegio, con quienes la hice de viejo avaro en una versión corta de “Los enredos de Scapin”. El caso es que durante días me la pasé imaginando mi propia versión de Harvey.

Por las mismas fechas me di espacio en casa para ver algunas de mis películas en lista de espera; las elegidas para arrancar la puesta a mano fueron un puñado de cintas de Hitchcock. Hará poco más de un mes que aquí escribí sobre la segunda versión de The man who knew too much (1956); siguieron en mi muestra de cine la versión inicial de la misma (1934) y To catch a thief (1955), con Cary Grant y Grace Kelly. El ciclo siguió todavía ayer con Stage Fright (1950), una delicada mezcla de misterio con humor inglés, aderezado con la impresionante presencia de Marlene Dietrich. La cinta es un despliegue de genialidad en el uso de la cámara cuyos movimientos y desplazamientos pueden parecer ordinarios si se olvida que hace medio siglo no existían los dispositivos mecánicos y digitales que hoy hacen posibles la mayoría de los trucos que construyen los mundos del celuloide.

Entre una y otra película, alterné en mis sesiones de cine en casa un ciclo de cine musical, revisitando muchas de mis all-time-favorites, como My Fair Lady, Chicago, The Phantom of the Opera, entre otras. Este ciclo se originó en buena medida tras ver el montaje de The Sound of Music que se presenta actualmente en el Teatro de los Insurgentes. El musical de Rodgers y Hammerstein ha sido siempre uno de mis imperdibles. Sería imposible contar la cantidad de veces que he visto la película a lo largo de mi vida. A eso habría que sumar las veces que uno ha escuchado la grabación original de Mary Martín en Broadway o las infinitas versiones que se han hecho a clásicos como “My favorite things” o el espléndido himno a la esperanza que hay en “Climb ev’ry mountain”.

A la dosis de suspenso y música habría que sumar mi encuentro con otro par de clásicos del cine: Rebel without a cause (1955) —con el incomparable James Dean y la bellísima Natalie Wood—y The Agony and the Extasy (1965) —con el siempre imponente Charlton Heston como Miguel Ángel y el extraordinario Rex Harrison como el Papa Julio II—.

Venga. Póngase pues esta combinación de talentos en el centro de mis crisis existenciales. ¿El resultado? El caos en el que ando. Y sobre el cual escribiré en la siguiente entrada, intentando explicar cómo se relacionan todas las piezas. Por ahora, dejo los avances de algunas de las joyas mencionadas.









miércoles, 24 de junio de 2009

Vocación

Hoy celebramos la graduación de los chicos de preparatoria del colegio. Todavía emocionado por diversas razones —muchas por ahora difíciles de explicar—, comparto aquí las palabras que, con ciertas dificultades producidas por la nostalgia, les dirigí esta mañana.

Anoche, ya tarde, mientras intentaba estructurar millones de ideas para escribir este mensaje, mi esposa me preguntó cómo iba. “Fatal”, le respondí. “No logro articular lo que quisiera decir”. 

“¿Y por qué no reciclas un discurso de otro año?”, fue su amable sugerencia. 

“No puedo. No me gustaría. Esta es una generación especial.”

Ella sonrió y con una dosis de sarcasmo cariñoso, sólo dijo: “Lo mismo dices todos los años”. 

“Es cierto”, pensé. Pero también es cierto que algo particular representa la generación que hoy se gradúa. No en vano ayer, cuando le propuse a Ms. M. que me hiciera favor de apoyarnos como conductora de esta ceremonia, me advirtió: “¿No importa si de pronto se me quiebra un poco la voz?”

Me fui a dormir sin terminar de ordenar las ideas, con la esperanza de que la renovación propia de la noche de San Juan me hiciera amanecer con más claridad. Mientras intentaba conciliar el sueño, una pregunta revoloteaba en mi cabeza: ¿Por qué a algunos nos está resultando tan emotivo el graduar a esta generación?

Desperté con una posible respuesta. Sonará un poco cursi, extraño, pero para varios de nosotros, esta generación representaba, representa, algo así como la esperanza. 

Cuando llegué al Colegio, en enero de 2006, la encomienda era clara: consolidar el proyecto de la preparatoria. Inició pronto un arduo proceso de reestructura que involucraba la revisión de planes de estudio, la renovación del equipo docente y, especialmente, el “reclutamiento” de los alumnos que formarían la nueva generación. 

Como bien me lo recordaron ustedes hace unas semanas, la historia a partir de ese momento fue un tanto accidentada. La estadística del número de alumnos de su generación variaba notoriamente cada semestre. Unos se iban. Otros se integraban. Al final, son once los que llegan a este día. Saben bien que no me gusta mucho el futbol, pero me gustan las relaciones numéricas y los simbolismos. Y el hecho de que sean once me hace pensar inevitablemente en un equipo de balompié. Nuestra selección de la esperanza. 

¿Esperanza en qué? Al inicio, era la esperanza de hacer de ustedes la generación que marcaría una nueva pauta. La primera generación que cursaría sus tres años completos bajo una nueva propuesta en el colegio. Sabíamos que eso implicaba riesgos, pero sabíamos también que seríamos capaces de superarlos.

Los tres años han concluido y aquí estamos. Haciendo una valoración autocrítica del trayecto, es evidente que, si bien hubo logros significativos, también pudimos haber hecho más. En momentos como éste me invade lo que suelo llamar el “Síndrome de Schindler”. ¿Recuerdan la historia? Óskar Schindler fue el empresario industrial alemán que, durante la Segunda Guerra Mundial, salvó a más de un millar de judíos del Holocausto perpetrado por los Nazis. Según el retrato fílmico que elabora Steven Spielberg de este personaje, en sus últimos momentos Schindler se lamentaba de no haber sido capaz de rescatar a unos cuantos más. 

Así me siento. Con la sensación de que pudimos haber hecho mucho más. Pero también tengo claro que en cierto modo la insatisfacción resulta inevitable. De alguna manera, nunca es suficiente cuando se trata de contribuir a la formación de seres humanos. Y al mismo tiempo, siempre es necesario que, para que el menor de los esfuerzos fructifique, el alumno ponga algo de su parte. Más tarde o más temprano, ustedes lo han ido haciendo. La tarea que les queda por delante es aún larga. Espero que lo poco o mucho que hayamos sido capaces de hacer, abone a favor de cada una de sus misiones.

El día de nuestro modelo de Naciones Unidas, R. me decía que estábamos ante una muestra más de cómo son las cosas para los alumnos de nuestra escuela: nos hacen sufrir en el proceso, a veces no cooperan lo suficiente, pero al final las cosas salen bien. Es cierto. Pero, como se lo dije a él en ese momento, imagino cómo sería si nos esforzáramos todos un poco más mientras emprendemos una nueva tarea. Sin duda los resultados serían simplemente extraordinarios. 

Esa sería mi invitación esta mañana. Esa intentaría ser mi aportación final, si me lo permiten. Invitarlos a hacer de cada momento algo extraordinario.

En su trabajo final de Filosofía, E. escribía lo siguiente:
«La vida tendrá momentos alegres y tristes, momentos para recordar y momentos que querremos olvidar, momentos de dudas y momentos de claridad, pero todo esto es lo que hace que la vida valga la pena.»
Estoy absolutamente de acuerdo contigo. Creo que este año ha dado a nuestra comunidad suficientes muestras de los altibajos de la vida. Los mismo nos hizo ver Aristeo, "Tito", a quien hoy también recordamos con infinito cariño. 

Decías también, E., en tu texto, que la lucha diaria nos engrandece y los errores nos alimentan. La misma idea transmitías tú, R., cuando en la conclusión de tu ensayo autobiográfico escribías:
«Lo que aprendí de todo esto es si estas dispuesto a correr es riesgo de vencer esos obstáculos que te pone la vida lo puedes lograr por que la mente es muy poderosa y el corazón es un arma muy especial para poder ser un ser humano fuerte, lleno de coraje y con ganas de vivir.»
Pensando en todos ustedes, anoche me vino a la mente un libro del que leímos algunos fragmentos en clase durante este semestre. Me refiero a La Resistencia, de Ernesto Sabato —quien, por cierto, hoy cumple 98 años—. Quiero compartir con ustedes algunos párrafos de las páginas finales de este entrañable ensayo. 
«Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irremplazable para siempre. Aquí reside la tensión de la vida, su grandeza, la posibilidad de que la inasible fugacidad del tiempo se colme de instantes absolutos, de modo que, al mirar hacia atrás, el largo trayecto se nos aparece como el desgranarse de días sagrados, inscriptos en tiempos o en épocas diferentes.

Detener la vida, su inefable transcurrir, no sólo es imposible sino que, de hacerlo, caeríamos en la más negra de las depresiones; los días nos pasarían carentes de toda trascendencia, nos sobrarían y podríamos desperdiciarlos banalmente ya que nada esencial se jugaría en ellos. La vida del hombre se reduciría a la felicidad que pudiera acuñar, como si la más grande de las existencias fuese la que mejor se asemejase a un viaje de placer en un barco de lujo.

Creo que lo esencial de la vida es la fidelidad a lo que uno cree su destino, que se revela en esos momentos decisivos, esos cruces de caminos que son difíciles de soportar pero que nos abren a las grandes opciones. Son momentos muy graves porque la elección nos sobrepasa, uno no ve hacia adelante ni hacia atrás, como si nos cubriese una niebla en la hora crucial, o como si uno tuviera que elegir la carta decisiva de la existencia con los ojos cerrados.

[…]Desgraciadamente, por las condiciones inhumanas del trabajo, por educación o por miedo, muchas personas no se atreven a decidir conforme a su vocación, conforme a ese llamado interior que el ser humano escucha en el silencio del alma. Y tampoco se arriesgan a equivocarse varias veces. Y sin embargo, la fidelidad a la vocación, ese misterioso llamado, es el fiel de la balanza donde se juega la existencia si uno ha tenido el privilegio de vivir en libertad.»
Hoy egresa esta “selección” de la esperanza. De mi esperanza. Sé que cuentan con la entereza suficiente para ser fieles a su vocación de seres humanos; ser fieles a sus convicciones y al compromiso que, con mayor o menor grado de conciencia, tienen con los demás. Y sé que sabrán demostrarlo.

¡Enhorabuena!

viernes, 19 de junio de 2009

Algunas piezas

En estos días me he sentido con unas ganas y una necesidad inmensa de escribir. Aquí, allá, en cualquier parte. Y no he logrado hacerlo. Por unas u otras razones he terminado evadiendo semejante llamado. Puedo argumentar muchísimo trabajo, cansancio, mala organización, falta de inspiración. Todo ello es cierto, pero no sé si sean suficientes motivos. Sé, sin embargo, que lo he intentado sin éxito.

Hoy estoy más sereno. Muchas cosas, muchas ideas, muchas posibilidades, se acumulan dentro y a mi alrededor. Pero me siento sereno. Agradecido. Con ganas de descansar, pues la semana ha sido ardua, intensa, demandante. Pero al mismo tiempo ha resultado gratificante, estimulante, alentadora. 

Los cables se están cruzando mucho en esta cabecita. Pero no puedo dejar de decir que varias cosas han sumado notas enriquecedoras a las páginas intangibles del diario registrado en mi alma. Decía arriba que me siento agradecido. Y es que, pese a ciertas contrariedades, estoy obligado a reconocer una vez más que la vida me ha tratado bien. Más que bien. Agradecer que en mi camino ha puesto a gente de un valor inconmensurable. 

Comparto dos piezas del rompecabezas de esta semana. El miércoles cenaba con un querido ex-alumno, hoy amigo, cuyas palabras y reconstrucciones en torno a su propia biografía cimbraron nuevamente las raíces de todo lo que me ha mantenido en el mundo educativo a lo largo de una década. 

Un segundo componente de las jornadas recientes: mi repentina entrada como relevo de un chico de preparatoria en el montaje de una adaptación al Scapin de Moliére. El lunes recibí el libreto; tres días de ensayo y hoy una gran función. Por unos días, en medio de aplicar exámenes, calcular promedios finales y atender las demandas ordinarias —y extraordinarias— del colegio, me convertí en uno de estos chicos. Me divertí horrores con ellos. Y el resultado fue una deliciosa comedia callejera que sin duda se suma de inmediato al archivo de la historia personal de este individuo en construcción permanente.

Si alguien sigue ahí, leyendo las barbaridades que aquí se publican, gracias también, pues de una u otra manera, eres parte de esta historia.

Envío. Me adelanto por cuestiones de horario, pues en el viejo mundo es ya 20 de junio y amanecerá pronto. Envío, pues, un abrazo amoroso a la hermosa Tía Catarina, que cumple años. Te amo hermana. Aquí estamos, soñando y explorando un mundo saturado de bellezas en espera de ser disfrutadas.

jueves, 11 de junio de 2009

The future's not ours to see

Ante la genialidad, las ganas de decir son muchas, pero las palabras precisas suelen ser pocas. Así me pasa cuando intento referirme a alguna película de Alfred Hitchcock. La filmografía del maestro del suspenso supera el medio centenar de películas, de las cuales tengo unas cuantas, y entre ellas, aún muchísimas pendientes de ver. De cuando en cuando me regalo la oportunidad de descubrir alguna de ellas, así como de regresar a las ya conocidas. En ambos casos la experiencia es siempre más que grata. 

Hace unos días vi por primera vez The man who knew too much (1956), remake de una película que el mismo Hitchcock dirigiera en sus primeras épocas. Esta segunda versión —que el cineasta consideraba ampliamente superior a la primera— es protagonizada por el siempre eficiente Jimmy Stewart, acompañado por Doris Day, y narra la aventura de un matrimonio que, para recuperar a su hijo, debe desarmar un complot internacional en una travesía que les lleva de Marruecos a Londres.

¿Por dónde empezar a compartir mis entusiasmos en torno a esta película? El suspenso es magistralmente sostenido por Hitchcock de principio a fin. Yo no sé qué diablos tienen sus películas pero, pese al paso del tiempo, el ritmo es prácticamente impecable y la tensión es tal que uno olvida lo acartonado de algunos montajes técnicos o los saturados contrastes de aquel incipiente Techincolor. Los conflictos planteados por el maestro son de una precisión absoluta, y el mundo que crea en torno a ellos resulta siempre de una congruencia impecable.

El trabajo de James Stewart es quizá otra de las grandes maravillas de cintas como esta. Otras tres colaboraciones de este entrañable actor con Hitchcock me vienen a la mente: la clásica Rear Window (1954), la magistral Rope (1948), y una de las —para mí— mejores películas de todos los tiempos, Vertigo (1958).

Se me ocurren también dos maravillosas razones musicales para ver The man who... Una, la partitura de Bernard Herrmann —quien además aparece en el papel de sí mismo y dirigiendo a la London Symphony Orchestra en la climática escena del Royal Albert Hall—. La otra, Doris Day interpretando la mítica "Que sera, sera", misma que ganara en su momento el Óscar a mejor canción original.

En fin que motivos sobran para volver a pelis como ésta una y otra vez. Alabado sea el cine (y los reproductores de cine en casa).

domingo, 7 de junio de 2009

Terapias

Muchas cosas me funcionan como terapia: leer, escribir, escuchar música, ver una película, caminar sin rumbo, contemplar el cielo... conducir en carretera. Dentro de la ciudad, el automóvil me enferma; fuera de ella, me sana. No importa mucho a dónde me dirija, la oportunidad de tomar una carretera o autopista me resulta siempre de lo más atractivo. Cuando los viajes son para visitas cortas y el regreso es el mismo día, la parte fuerte de la terapia está en el segundo trayecto, cuando el cansancio vence al resto de los pasajeros y el camino queda despejado para mis divagaciones. 

Hoy la terapia resultó más que oportuna. Cuando JuanPa convocó desde Querétaro para celebrar anticipadamente su cumpleaños, supe que tenía que aprovechar la ocasión. Había pensado ir desde anoche a la primera etapa del festejo, pero me ganó la carga de trabajo. Aún así, hoy no podía dejarlo pasar. Como a M. la enviaron fuera de la ciudad en una comisión de trabajo, me lancé solo a la bella capital queretana. De la puerta de mi casa al punto de la celebración hay 210 kilómetros. En total, 420 kilómetros de terapia.

Hay muchas cosas trabajando en mi cabeza. Varias cosas exigen mi atención; es necesario darles orden y enfrentar algunas decisiones, particularmente en el ámbito laboral. Tiempo al tiempo, lo sé. Serenidad. Y atención.

Entre tanto, el festejo de JuanPa fue una oportunidad más para compartir un rato con La Diva Cordero y Pixie G. Zejel, además de conocer, entre otros bloggers y twitters, a la mismísima Jacka. Mi presencia en el encuentro fue breve y confieso que estuve un tanto ausente, quizá como resultado de la terapia que me venía propinando en el camino. Pese a mi desconexión mental, la ocasión fue más que agradable... Un nuevo recordatorio de que, si bien los bits funcionan como extensiones de nuestras funciones, no dejamos de ser átomos.

Al margen. Al inicio, citaba al cine como otra vía de tratamiento. En los últimos días me dien casa varias dosis, que ya estaré reseñando. 

miércoles, 27 de mayo de 2009

Ideas sueltas

Días intentando escribir unas cuantas cosas. Por aquí y por allá han quedado algunos apuntes, pero mis acostumbrados desórdenes me han impedido venir aquí y poner un poco de lógica a algo de lo mucho por decir y arrojar al aire.

La descarga emocional que recibí el viernes ha tenido sus secuelas. No ha sido fácil lidiar con tantas cosas. Sigo buscando la forma de canalizar tantas dichas y asignarles un lugar en la estructura de mi mente, de mi proyecto pedagógico, de mis nociones de educación. Y eso está resultando fascinante. Aunque confronta. (Quizá de ahí la fascinación.)

Siguiendo con la intensidad, el sábado las catarsis encontraron una excelente salida: el concierto de la Quinta Estación en el Auditorio Nacional. De inicio a fin, una delicia. Una tormenta de energía. No hay una canción de esta banda que no me guste; la que sea, me enloquece. Unas más que otras, por supuesto, pero todas geniales. Dos horas de cantar, gritar, brincar, bailar. Extraordinario sonido. Y una vibra indescriptible. 

El inicio y el final fueron apoteóticos. Arrancaron con "Que te quería", del nuevo disco; la página oficial en YouTube no deja insertar el video, pero no dejes de echar una oída por acá. Cerraron con dos canciones que hace tiempo se hicieron míticas: "Me muero" y "El sol no regresa".

Y para cerrar con estas divagaciones emotivas, vengo llegando de continuar mi reencuentro con el pasado, en nuevo intento por hacer de él parte del presente. Nos reunimos algunos de los chicos de la cena del viernes, con otras sonrisas que aquel día no pudieron estar presentes. Ya ni reseña escribo, porque me pongo a llorar otra vez. 

Una última sonrisa: ya están enviados a Barcelona mis dos proyectos de cierre de semestre. Uno ya incluso está calificado. Quedo en espera de la evaluación del segundo, para respirar un rato y después arrancar el artículo que debo presentar en septiembre. :)

En fin, cierro esta entrada sin lógica y cargada de emociones con aquello de "... y tras varios tequilas...".