miércoles, 31 de marzo de 2010

Cerrando el mes

Son muchas las cosas sobre las que quisiera divagar hoy. Qué digo hoy, ¡desde hace días! El problema, ya lo anticiparán, tiene cara de reloj. Sí, sé que se trata de un viejo pretexto, pero el hecho es que el tiempo y yo no hemos tenido una buena relación en las últimas semanas.

Veo que esta es la cuarta entrada que publico en marzo. Y, siendo hoy el último día del mes, marzo habrá empatado a agosto del año pasado con el menor número de entradas publicadas. Pero, que conste en actas, no será por falta de motivos. Si queremos culpables, ahí tenemos al tiempo, que yo no estoy para andar asumiendo responsabilidades.

Vale, suena a broma. Y aunque en cierto modo lo es, también es verdad que este mes me ha invadido, como pocas veces, ese afán de desprenderme de todo. Incluyendo mis responsabilidades. Es decir, ese conjunto de compromisos derivados de decisiones tomadas aquí y allá.

La crisis se ha apoderado de mí y ha minado mis fuerzas, particularmente en territorios que solían ser tablas de salvación. Pienso sobre todo en el trabajo. Los trabajos, debería decir. Aceptando cualquier propuesta que me hacen, termino por abarcar mucho y apretar poco, cuando hubo días en que podía abarcarlo y apretarlo todo por igual.

¿Qué ha cambiado? Pocas cosas. Pero sobre todo, mi fe en lo que hago. A ratos el mundo en que me muevo me parece tan carente de sentido. Sí, me refiero, para variar, a la escuela. Y no quiero sonar derrotista. Al contrario: quiero creer. Más todavía: necesito creer en el proyecto que traigo entre manos. Porque de ello dependen muchas cosas.

Y así, como tantas veces en los últimos meses, me dedico a recoger trozos de futuro regados por el camino, con ganas de armar poco a poco este rompecabezas interminable.

Necesito paz. Serenidad. Un poco de aire para respirar. Una pequeña cima para echar un vistazo al panorama desde lo alto. Y tirar pa'lante, pues supongo que de eso se trata.

Apunte. Me leo y reconozco que no sueno muy animado. Cansado, quizá. Para no desatar alarmas innecesarias, aclaro: las cosas marchan bien. Me sigue costando mucho trabajo entender el lugar en el que estoy. No me refiero a la escuela donde trabajo en particular, sino al mundo de la escuela en el sentido más general posible. Sigo buscando la fórmula para sacar adelante el proyecto y, al mismo tiempo, responder a mis llamados internos y reinventar la tarea institucional de educar. Parafraseando a los altermundistas, "Otra escuela es posible".

martes, 23 de marzo de 2010

La atención en medio del vértigo

Me ha costado muchos días concentrarme y dedicar unos minutos a redactar el "mensaje del Director" para el boletín de este mes en el Colegio. Después de postergar el asunto por días, me he decidido y convocado a la inspiración vía Twitter. Primero M me dio un empujó y, con sus provocaciones, pensé en La Resistencia, de Sabato, ese texto que siempre me salva cuando no sé qué decir. Luego un amigo compartió conmigo un correo donde se hacía referencia a Simone Weil, una mujer cuya obra conocí hace un par de años y que, si bien no he podido explorar como quisiera, me cautivó desde el primer momento. Las dos chispas sirvieron para producir el par de párrafos que estoy enviando para la portada del mentado boletín mensual. Igual es una simpleza, pero escribirlo me hizo recuperar algo que no debería olvidar: el poder de la atención en medio del vértigo. Aquí el texto.

Uno mira alrededor y comprueba, con cierto dolor, que vivimos en medio del vértigo: todo sucede demasiado rápido y con una saturación de estímulos que hace difícil distinguir lo que realmente importa. Nos estamos acostumbrando a pasar por la vida sin preguntarnos por el sentido de las cosas y aceptando como absoluto lo que los demás dicen que debe ser importante. Nos dejamos llenar la cabeza por un sinfín de mensajes que recibimos por diversos medios y olvidamos formular nuestras propias preguntas. En pocas palabras, el vértigo nos impide poner atención en el entorno, en los demás y en nosotros mismos.

Una joven filósofa francesa, Simone Weil, afirmaba hacia mediados del siglo XX que “la atención debería ser el único objetivo de la educación”. Me costó trabajo entender la profundidad de una idea tan simple en apariencia. Poner atención exige una cierta forma de mirar. Y es que la mirada atenta, consideraba Simone Weil, es una forma de ejercitar la inteligencia, pero también es la vía para acceder a lo verdadero, a lo bello y a lo bueno.

En un mundo dominado por el vértigo es difícil poner atención. Hace unos años el escritor argentino Ernesto Sabato publicó un libro que, con una inusual mezcla de sencillez y profundidad, explora algunas ideas que invitan a recuperar ciertos valores que, en el mundo vertiginoso que vivimos, es fácil pasar por alto. De ese libro, titulado La Resistencia, recuperamos algunos fragmentos que describen, por ejemplo, la forma en que la televisión suele arrebatarnos esa capacidad de poner atención. Sabato invita a resistir ante ello y propone recuperar nuestros sentidos para apreciar la belleza que nos rodea.

Les invitamos a aprovechar estos días buscando en familia nuevas oportunidades para atender los milagros que nos rodean y, de esa manera, recuperar el sentido que a veces parece perdido en medio de tanto ruido.

Al pie. Una cosa más. Para el quijote que trajo a mi cabeza hoy las palabras de Simone Weil, mi profundo agradecimiento. Nunca nos hemos visto. En cierto modo somos un par de avatares virtuales en Twitter. Pero a lo largo de un año en esa red social he comprobado que un par de gestos —incluso en ese mundo de bits— son suficientes para saber que uno trata con gente valiosa. Esos mismos gestos alcanzan para quererles y considerarles auténticos amigos.

lunes, 22 de marzo de 2010

Monterrey

Ya vendré después, seguramente, que mucha falta me hace volcarme en este espacio. Pero mientras tanto, no puedo resistirme a desahogarme un poco sobre lo mucho que oigo y pienso a raíz de los recientes hechos violentos en Monterrey.

El viernes, mientras veía las imágenes del caos derivado de bloqueos viales, pensaba, como tantos, en esa absoluta ausencia del Estado que cada día resulta más evidente. Atravesar camiones por aquí y por allá no es tarea fácil. Lograrlo en una treintena de puntos de la misma ciudad en unas cuantas horas, es restregarnos en las narices que las "autoridades" —sean lo que sean— están rebasadas por mucho. El día había comenzado con la noticia de la balacera en los alrededores del Tec y cerraba con otra en Colinas de San Jerónimo. Mi vida está conectada con ambas ubicaciones y lo que leía alimentaba mi rabia para cerrar una semana que por muchas razones hubiera querido borrar de mi biografía. Pasaron las horas y vinieron los dimes y diretes sobre la identidad de los dos caídos en la esquina de Garza Sada y Luis Elizondo. El domingo escuché la entrevista que El Norte / Reforma sostuvo con Rangel Sostmann, rector de mi alma mater. Más rabia. Más furia. Ante su actuación inicial, sustentada según su dicho por la información brindada por la procuraduría local, el rector lamentaba no haber corroborado los hechos. Se decía decepcionado de sí mismo por confiar en las autoridades. Rangel nunca ha sido santo de mi devoción, pero debo reconocer que no tengo elementos para tacharle por falta de integridad. No me gustarán ciertas cosas en su estilo o en algunas de sus decisiones, pero lo considero un tipo congruente y honesto. No puedo asegurar que con esos principios esté actuando en esos días, pero al menos yo no tengo elementos para ponerlo en duda. Así pues, le creo. Me admiró la forma en que salió a dar la cara ante su "error". Y me quedo esperando una palabra de las autoridades sobre el caso. Y sólo leo y escucho frases vacías. Ahora, palabras para homenajear a los estudiantes fallecidos, y ni una palabra sobre los hechos. Parecería que rindiendo tributo a los muertos las cosas quedan claras.

No pretendo hacer de este caso la evidencia máxima y contundente de la descomposición del País, ni pienso que con esto se derrame el vaso. El vaso se desbordó hace mucho, no cabe duda. Hablo del tema porque las coordenadas donde sucedió se conectan con un momento especialmente significativo en mi vida. Y aunque sé que eso no cambia las cosas, sí me obliga a lanzar un nuevo grito —no el primero, ojalá fuese el último— de furia, de frustración.

Actualización. 16:15. Sí sé algo que quería decir y no dije. Entiendo que la muerte de estos dos chicos, como tantas otras muertes, quieran plantearse como daños colaterales. Aún sobre esa premisa, el problema está en la forma en que el Estado actúa —o, mejor dicho, deja de actuar— y la forma en que se comunica —o deja de hacerlo— con la población. Asumir esa posición de "aquí no pasa nada", "esto es así". O peor aún, pretender ocultar lo que no puede ocultarse. Mentir, pues. Eso es lo que más encabrona.

jueves, 11 de marzo de 2010

Caminando

Traigo un carnaval en la cabeza. Las ideas andan sueltas, desatadas corriendo de un lado a otro. Quisiera sentarme un segundo y encontrarles algún orden. Pero entre el cansancio y la falta de claridad, semejante tarea resulta inalcanzable. Y, sin embargo, ahí están. Alcanzo a verlas mientras cruzan mi mente en ida y vuelta. Confío es que no escaparán y me permitirán venir en algún momento a darles sentido. Ansío un par de horas cargadas de serenidad y una buena dosis de voluntad. Y comenzar entonces la tarea de convertir uno que otro sueño en realidad. Mientras tanto, agradezco a la vida y al creador el milagro de cada camino y la posibilidad de andarlo.

Pensando en los caminos recorridos en los últimos días, vinieron a mi mente un par de ideas citadas por Jan Masschelein en "Pongámonos en marcha" (un maravilloso texto para repensar la pedagogía). La primera es de Walter Benjamin, sobre la autoridad que nos impone un camino cuando se le recorre a pie:
«La fuerza de un camino varía según se lo recorra a pie o se lo sobrevuele en aeroplano. Del mismo modo, el poder de un texto es diferente cuando se lo lee que cuando se lo copia. Quien vuela, sólo ve cómo el camino va deslizándose por el paisaje y se desdevana ante sus ojos siguiendo las leyes del terreno. Tan sólo quien recorre a pie un camino advierte su autoridad y descubre cómo en ese mismo terreno,que para el aviador no es más que una llanura desplegada, el camino, en cada una de sus curvas, va ordenando el despliegue de lejanías, miradores, espacios abiertos y perspectivas como la voz de mando de un oficial hace salir a los soldados de sus filas.»
La segunda, también sobre el caminar, es del Sub-Comandante Marcos; una frase extraordinaria para recordar que generalmente el destino es lo menos importante cuando viajamos: "No caminamos para llegar a la tierra prometida, sino porque caminar es, en sí mismo, revolucionario". Sobre esto me gustaría volver en los próximos días. Veremos si lo logro.