martes, 10 de noviembre de 2009

Recuperando

Las últimas semanas han sido poco ordinarias. O al menos así me lo han parecido. Quizá algunas cosas han sido trivialmente comunes y haya sido entonces mi inusual estado de ánimo lo que les haya hecho contrastar con lo cotidiano. No lo sé. Lo cierto es que me siento con tantas cosas por decir y no logro hallar la forma de articularlas. Pese al relativo abandono del blog, he logrado escribir largas notas en una libreta de papel de bambú con un formato semejante al del "legendario" Moleskine que me conseguí hace un par de semanas. El 29 de octubre registré la primera anotación, un breve apunte sobre todo y nada en el que me prometía a mí mismo regresar para desarrollar un puñado de ideas. He vuelto pero no necesariamente he cumplido ese compromiso. He logrado, sin embargo, plasmar una que otra inquietud como hace mucho tiempo no lo hacía. Pero llevar de arriba a abajo la libretita negra no ha sido suficiente, y tengo claro que muchas cosas se me están quedando pendientes.

Pero me he desviado ya de mi intención inicial, que era relatar en lo posible algo de lo extraordinario de los días recientes. Hace apenas unas semanas hablaba aquí de una chispa que me hacía recuperar la posibilidad. La posibilidad así, en abstracto, en genérico. No me refería a una posibilidad en concreto, sino al mero hecho de que las cosas son posibles. En ese momento no encontraba otra palabra para referirme a lo que sentía. A partir de ese momento, unos cuantos encuentros me fueron ayudando a ponerle nombre al niño. Recuperar la posibilidad de crecer; recuperar la posibilidad de transformar una que otra cosa en mi entorno; recuperar la posibilidad de perderme en la belleza solamente porque sí; recuperar la posibilidad de una sonrisa espontánea o de una lágrima incontenible; recuperar la posibilidad de reconocerme en otros y de encontrar en la mirada de otros una señal de que la humanidad sobrevive en semejantes reflejos.

Llevo ya muchos días particularmente sensible. Todo anda bien, de veras. Es sólo que me he descubierto con la piel más frágil y el corazón más propenso a la nostalgia. Quizá no sea un estado pasajero sino afirmación de una condición permanente que a veces no he sido capaz de reconocer como tal. Como sea, ando bien aunque a ratos con ese huequito en el alma haciéndose notar. Perdón que insista: todo anda bien.

Hoy ciertas palabras me hicieron recordar un pasaje de la literatura que me une a varios de los que aquí suelen detenerse de vez en cuando. Me refiero al encuentro y posterior despedida del Principito con el Zorro, en el entrañable relato de Saint-Exupéry. Quizá el relato de la domesticación ayude a expresar mi actual sensibilidad: de pronto me descubro nuevamente el valor de ciertos lazos y la intensidad que pueden producir. Da miedo pero al mismo tiempo empuja. Por años he evadido reconocerlo. Pero lo cierto es que esos lazos han estado y siguen ahí. Acompañándose sin duda de nuevos vínculos. Y descubrir eso es siempre extraordinario, pese a lo cotidiano que pueda parecer.

Como tantas veces, no sé si era de esto de lo que quería escribir hoy. Había pensado dirigir mis palabras a algunas cuestiones más concretas del pasado fin de semana. Habrá tiempo de ello. Por lo pronto, parafraseando a quien hoy me hizo pensar en el Principito, aquí estoy, recuperando esta vez las posibilidades que ofrece volver a tener fe en la gente, en las buenas intenciones... y en el instinto.

Al margen. Releyendo el pasaje del Principito que he ligado a esta entrada, me topo con esa frase que tanto me ha provocado a lo largo del tiempo: "Eres responsable para siempre de lo que has domesticado". Creo que hoy el ser responsable para siempre, admite para mí una nueva interpretación, pues uno corre el riesgo de entender tal responsabilidad como una carga, un lastre. Pienso en esa responsabilidad como un vínculo que compromete en primer lugar con uno mismo, para entonces poder mirarse en los ojos del otro y decir: respondo por ti.

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