martes, 29 de junio de 2010

Cerrando junio

Se me escapa el mes. Se esfuman el ciclo escolar y la primera mitad de un año vertiginoso. Los últimos días han sido excepcionales en todo sentido. Y la mente está a todo lo que da, procesando y produciendo ideas, posibilidades. El cuerpo no ha podido llevar el ritmo. Urge que pasen un par de semanas para seguir trabajando pero en espacios temporales un poco más sensatos. Estoy cansado. Muy cansado. Pero vamos sacando adelante esto. Y explorando oportunidades hacia el futuro. Soñando.

martes, 22 de junio de 2010

A propósito de la renuncia de Rangel Sostmann

La recién anunciada renuncia de Rafael Rangel Sostmann a la rectoría del ITESM sin duda es noticia. Con la salida del Dr. Rangel termina una era en la historia del Sistema Tec de Monterrey, una de las instituciones privadas de educación superior más importantes en México.

Hace tiempo que me considero Ex-A-Tec por partida doble: como egresado y como ex-colaborador del campus donde me gradué hace más de una década. De ambas etapas conservo recuerdos entrañables y también experiencias lamentables. De unas y otras aprendí, por supuesto. En ambos polos la pauta la marcaron las personas: el Tec me permitió conocer gente de un valor extraordinario y puso también en mi camino a personas tristemente dominadas por el egoísmo.

Como alumno y como profesor en el Tec aprendí muchísimas cosas y tuve oportunidad de hacer amistades que —nada raro en mí, lamentablemente— no he sabido cultivar suficientemente. Aún así, a la fecha, encontrarme con esas personas sigue siendo ocasión de gozo y recordatorio de la posibilidad que aún existe de recuperar el tiempo perdido. De la gente que apostaba por hacer daño, recuerdo poco, aunque —como quizá se vea más adelante— de sus actos queden huellas imborrables.

Lo cierto es que, para bien y para mal, el Tec es mi alma máter y a la vez el lugar donde mi trayectoria laboral empezó a configurarse. Quizá por eso siempre que escucho noticias del Tec me interesan como si siguiera yo ahí dentro. Y la renuncia de Rangel no podía ser la excepción.

Como relaté hace unos meses a raíz de la balacera en las afueras del campus Monterrey, Rangel Sostmann nunca ha sido santo de mi devoción. Sin embargo, lo consideré siempre un tipo congruente. Me divertía que cada ceremonia de graduación, año con año, repitiera las mismas anécdotas como si le hubiesen sucedido ayer. Algo que siempre me atrajo de su estilo de liderazgo era la frescura con que solía desenvolverse entre los estudiantes, a quienes solía cautivar con cierta facilidad.

Quizá esa frescura fue la que me llevó a acercarme a él en la primavera de 1995. Unos meses antes el tristemente célebre error de diciembre había desencadenado una profunda devaluación de nuestra moneda frente al dólar. La situación en el país se complicaba y la inflación se iba por los cielos. Pronto empezaron a correr en los pasillos del Tec rumores sobre grandes aumentos en las colegiaturas, lo cual empezó a provocar cierto pánico entre las familias de quienes estábamos ahí con números apretados. El Tec guardó silencio durante semanas. Algunos compañeros empezaron solicitar su baja y buscar nuevas alternativas.

Yo no entendía cómo la gente podía tomar decisiones basándose en suposiciones. Fue entonces que se me ocurrió juntar firmas para pedir que el Sistema Tec nos diera una explicación oficial que explicara qué sucedería en los próximos meses. La petición era simple: desmentir o confirmar los rumores y enviar en cuanto fuese posible los costos para el próximo semestre. Para juntar las firmas, elaboré una pequeña encuesta preguntando algunas cuestiones generales relacionadas con la crisis, el costo de la escuela, el programa de becas y —lo más importante— el interés por conocer las futuras colegiaturas. Al final, quienes lo deseaban, firmaban anotando su matrícula. Me organicé con algunos compañeros y en un par de días juntamos cerca de mil firmas de alumnos de todos los programas y semestres posibles. (En aquellos días la población total del Campus Ciudad de México era de unos 7,000 estudiantes.)

Una tarde procesamos los datos, armé gráficas e interpretaciones y armé un paquete con la carta petición y las hojas de firmas. Mi primera decisión era entregar eso en la dirección de mi campus. El mismo día, sin embargo, me enteré que Rangel estaría visitando nuestro plantel y pensé: las colegiaturas no son asunto local, sino decisión del Sistema. ¿Para qué ir con el Director del Campus si podía ir con el Rector de todo?

Me di una vuelta por la Dirección General y mientras esperaba que me atendieran, me enteré de la agenda completa del Dr. Rangel. Unos minutos después estaría en el Auditorio en una charla con alumnos de último semestre. Fui hasta ahí y escuché el final de la sesión. Al terminar, Rangel se quedó conversando con algunos alumnos. Estaban también el Rector de la Zona y el Director General del Campus. Me acerqué esperando el momento oportuno. Alguien mencionó los rumores sobre el aumento de colegiaturas. Y el Dr. Césra Morales, entonces Rector de la Zona, usó una expresión curiosa: "Ah, sí, el borreguito que anda suelto". Era cuando. Me levanté y le dije a Rangel: "Aquí está ese borreguito". "¿Cómo?", respondió. "Sobre ese famoso rumor, quisiera entregarle una petición que estamos haciendo algunos alumnos para recibir información acerca del impacto que tendrá la crisis en las colegiaturas", le dije extendiéndole el sobre con la carta, las gráficas, las firmas. Lo recibió sonriendo, me dio las gracias y me retiré. Me fui a la cafetería a reunirme con mis colegas. Poco después Rangel andaba por ahí, me vio y me preguntó: "¿Aquí en la carta dice a quién debo responderle?" "Claro, ahí vienen todos mis datos." Efectivamente. No estaba yo actuando como un anónimo ni nada parecido. La carta que presentaba todo llevaba mi firma y mis datos, asumiéndome como responsable del ejercicio. "Perfecto", me dijo sonriendo y se despidió.

Al poco tiempo recibimos todos un comunicado donde el Tec buscaba transmitir cierta tranquilidad en torno al tema. Es probable que no haya sido gracias a nosotros, pero a mí me dio un respiro y sé que a muchos otros también. Me sentí orgulloso de mi rector que había tenido sensibilidad para escucharnos.

Hasta que unos días después mi Director de Carrera —a quien nunca había visto antes— me buscó en una clase. "Nos esperan en la Dirección General." Y allá fuimos. Lo que sucedió en esa oficina fue harina de otro costal. En mi ingenuidad, no me di cuenta lo grave que había sido para el Director de mi campus que me lo "saltara". Fue quizá una de las conversaciones más desagradables que he tenido en mi vida. Se suponía que casi tendría que haber salido de ahí agradeciendo que no me dieran de baja por grillo. Las expresiones tan vulgares y el tono tan desagradable en que la máxima autoridad de mi campus se dirigía a mí, me dejaron frío. No renegué ni dije nada. Guardé silencio y archivé la historia. Estaba apenas en mi segundo semestre de la carrera.

Me gradué en 1999. Al año siguiente volví al Tec, como profesor. Un par de ocasiones más tuve oportunidad de atestiguar la forma en que Rangel ejercía su liderazgo entre su gente. Y aprendí mucho desde mi barrera. Hasta que en diciembre de 2001 la misma persona que me decepcionó como alumno, truncó mi incipiente carrera como colaborador del Sistema. Ese semestre obtuve una de las mejores evaluaciones como profesor en mi departamento. Y aprendí que los indicadores sólo sirven cuando quien los usa quiere que sirvan. De lo contrario, da igual: agarras tu cajita, metes tus cosas y no vuelves más.

Lo curioso es que, con todo, oigo hablar sobre el Tec y siento que hablan de algo que es mío. Quizá por eso me ha dolido tanto la soberbia con que el Tec se ha manejado en la última década. Paradójicamente, poco después de mi salida como empleado, me invitaron como egresado a las sesiones con miras a reformular la misión del Sistema Tec para 2015. Lo que dije entonces —lo que muchos dijimos entonces— sigue siendo válido hoy: falta humildad para retomar la grandeza a la que está llamado el Tec. Hoy mucha gente sin duda ahí adentro puede abonar a esa tarea. Rangel Sostmann tuvo la difícil tarea de llevar al Tec al siglo XXI. Y con lo bueno y lo malo, creo que lo logró. Pero a últimas fechas se le veía cansado, incluso fastidiado.

Habrá que ver quién llega ahora. Ojalá la grilla interna permita el arribo de un rector que sepa entender los tiempos que corren y conducir a esa gran institución a un mañana más a la altura de los desafíos que hoy imponen a México la injusticia y la falta de solidaridad.

domingo, 20 de junio de 2010

Porque sí...

—Porque sí —dijo el joven.
—¿Porque sí? Es una de las mejores razones del mundo. Deja un margen muy amplio a las decisiones.
"En algún lugar toca una banda", Ray Bradbury
Ray Bradbury es uno de los responsables de que la lectura por placer siga siendo parte de mi vida. Estudiaba yo la secundaria cuando sus Crónicas Marcianas me cautivaron. Como suele suceder con todo en mi vida, fueron necesarios varios años para que esa semilla germinara y me hiciera explorar con más dedicación los territorios de la literatura de ciencia ficción. Y como suele suceder con todo en mi vida, esas aproximaciones se convirtieron en coqueteos de temporada, con sus altas y sus bajas.

El primer semestre de 2010 fue un semestre flojo en mis hábitos de lectura, lo cual quizá también ha repercutido en mi desgaje de la realidad y en mi falta de serenidad de cara al mundo. De ahí que en los últimos días me he propuesto recuperar espacios para la lectura, esa lectura que se da nada más porque sí.

En mi más reciente escapada al DF me traje una dosis de esos libros que están en la quasi infinita lista de espera. Y esta semana arranqué con un volumen de Ray Bradbury titulado Ahora y siempre, que llevaba ya varios meses en la fila. Confieso que cuando me topé con esta "nueva obra" del escritor norteamericano, no sabía que aún estaba vivo y menos que sigue relativamente activo. Ahora y siempre contiene dos novelas breves (¿o son dos cuentos largos?) que en realidad constituyen elaboraciones a partir de materiales previos.

Leí esta semana la primer historia: "En algún lugar toca una banda...". Como sucede con los libros que solemos catalogar como buenos, la narración de Bradbury me sacudió inesperadamente. Quizá por colocarme una vez más frente a ese misterio y angustia que llegaban a provocarme algunas de las Crónicas... que le leí en la adolescencia; quizá porque entre sus páginas se escondían algunos fantasmas del pasado que, nomás dar vuelta la página, escaparon irremediablemente decididos a acosarme sin piedad; quizá porque sin sospecharlo me topé con más de una expresión que llevaba días atrapada en mi cabeza, incapaz de convertirse en palabras...

El hecho es que con Bradbury, como hace veinte años, recupero la necesidad de los libros y vuelvo a ese rincón donde, contra todo lo que parezca, realmente habito... entre trenes que nunca se detienen en donde uno los espera, rostros que no envejecen pese a la inclemencia del tiempo, desiertos abandonados encerrando misterios que algún día alguien conseguirá resolver.

viernes, 18 de junio de 2010

Saramago

«... decimos a los abúlicos, Querer es poder, como si las realidades atroces del mundo no se divirtiesen invirtiendo todos los días la posición relativa de los verbos...»
Haber leído unos cuantos de sus libros me basta para afirmar que la historia de la transición al siglo que corre difícilmente podría contarse sin hacer referencia a José Saramago. Lo he dicho en repetidas ocasiones: no soy ni pretendo ostentarme como un experto literario; sin embargo, tal mérito no es necesario para opinar sobre la obra de quien, como Saramago, supo devolverme el sentido del asombro ante las letras y, en cierto modo, las ganas de expresarme a través de ellas.

No estoy seguro del año, pero debió ser hace una década al menos cuando leí Ensayo sobre la ceguera. Como para muchos, fue mi primer contacto directo con el escritor portugués. El libro llegó a mis manos, como tantos, un poco por accidente. Fue cuestión de horas durante un fin de semana para devorarlo. No tardé en empezar a comprar uno que otro título para ponerlo en la interminable fila de mis lecturas pendientes. Sin embargo, y pese a la fascinación que me provocó la escritura de este hombre, tuvieron que pasar algunos años para que me animara con alguna otra de sus obras. Debió ser —estoy casi seguro— el entonces recién editado Ensayo sobre la lucidez. Los volúmenes de Saramago siguieron acumulándose en la repisa y apenas el año pasado me puse a mano con La Caverna y Las pequeñas memorias. (A raíz de este último escribí algo por aquí hace poco más de un año.) En algún librero en el DF me esperan piezas fundamentales como El Evangelio según Jesucristo o El hombre duplicado. Pero en particular quisiera acercarme por fin a Las intermitencias de la muerte, un libro que quise leer hace unos años, sin conseguir atreverme por diversas razones.

Si bien he sido un lector apasionado pero muy esporádico e inconsistente de la obra narrativa de Saramago, me convertí en seguidor asiduo de su blog desde que éste iniciaba y hasta que el mismo José declaró su cierre, conduciendo a la publicación de sus entradas en papel a través de la edición impresa del Cuaderno. Regresó el portugués al blog en un puñado de ocasiones, incluso todavía a inicios de este 2010, para hablar de Haití o del Juez Garzón. En estas apariciones, como en las entrevistas que solía dar a los medios de comunicación, Saramago siempre dejó ver la claridad de su pensamiento, consolidando su papel como actor indispensable de cualquier diálogo que pretendiera usarse para comprender a la humanidad en su arribo al tercer milenio de la era.

Hace exactamente un mes, la Fundación José Saramago tomó control del blog del premio Nobel y, bajo el título de Otros cuadernos de Saramago, publica fragmentos de sus obras. Una forma posmoderna —a ratos y en pedazos— pero no menos legítima, de acercarse y seguir leyendo al inmortal portugués.

Anoche publiqué en mi muro de Facebook una liga hacia la entrada Pensar, pensar, publicada en el referido blog cuando amanecía en Portugal. Publiqué ese vínculo porque la frase me parecía de una urgencia absoluta. Desperté esta mañana con la noticia del fallecimiento del gran José Saramago. Y sentí ese vacío que se suele sentir cuando uno sabe que un genio ya no está entre nosotros. Nos quedan sus palabras, que son muchas para fortuna nuestra.

Al pie. Decía al inicio que Saramago en cierto modo me devolvió también la pluma. Desde la primera vez que lo leí, me di cuenta lo necesario que era reinventar la escritura para uno mismo, al margen de los demás. Con cada acercamiento que he tenido a su obra, esta necesidad se ha reforzado y ha operado siempre como un catalizador para abrir la llave de la inspiración. Tal y como sucede en este momento.

jueves, 17 de junio de 2010

Inspiración (II)

Claudia: Io non capisco, incontra una ragazza che lo può far rinascere, che gli ridà vita e lui la rifiuta?
Guido: Perché non ci crede più.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: Perché non è vero che una donna possa cambiare un uomo.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Guido: E perché soprattutto non mi va di raccontare un'altra storia bugiarda.
Claudia: Perché non sa voler bene.
Hace ya más de dos semanas que anticipé una serie de reflexiones en torno a 8 1/2 y mi actual falta de inspiración. No tengo idea de qué pretendía entonces. Es decir, en varias ocasiones he intentado recuperar el asunto y simplemente no consigo recordar cuál era mi intención cuando pretendía hablar de 8 1/2. Lo cierto es que en aquellos días recuperé este clásico del cine italiano para darme cuenta de los enormes paralelismos entre mi actual crisis y la encarnada por Mastroniani en el memorable personaje de Guido, un director de cine que no consigue hacer una película cuando su potencial creativo se atasca en medio de las expectativas que todos desarrollan en torno a él. Del mismo modo que esta crisis creativa desencadena un viaje de introspecciones y proyecciones en Guido, durante semanas he estado yendo y viniendo a mi niñez e intentando reconstruir ciertos episodios de mi vida en busca de esos momentos que pudieran representar puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. No he encontrado mucho, pero he encontrado algo. Particularmente, he conseguido recuperar alguno que otro destello en la mirada del pequeño Ernesto que terminaba la primaria, otro más en el rostro del adolescente que sin saber bien cómo sobrevivió a la adolescencia temprana y alguno más en los ojos del soñador que estudiaba la licenciatura cargado de ilusiones. No sé bien qué hacer con todos esos rastros. Algunos acontecimientos paralelos, además de una severa saturación de compromisos laborales, me tienen aún estancado. Pero voy encontrando la luz al final del túnel, sea lo que sea que eso signifique. Quiero decir que pese a todo, empiezo a trazar planes. Falta acaso la voluntad.

PD. Decía también hace un par de entradas que quería hablar de Nine, adaptación cinematográfica de una obra musical inspirada en 8 1/2. La obra de teatro no es una joya, pero tiene algunas piezas que desde hace años se incorporaron a mis playlists de cabecera. La que más me entusiasma, "Be on your own", fue eliminada de la película. Otras dos sobrevivieron en la versión fílmica: "I can't make this movie" y "Unusual Way". La película no es ninguna obra maestra, pero me parece que consigue un buen guión a partir de un mal libreto. Rob Marshall se equivoca quizá al usar un lenguaje muy semejante por momentos al que tan bien le funcionó en Chicago, pero al menos yo se lo perdono por un par de razones. Primero, me encanta la estética que consigue en varios de sus cuadros tanto en lo visual como en el acompañamiento de arreglos musicales que construyen melodías memorables a partir de canciones mediocres. Segundo, un elenco extraordinario con destellos cautivadores. El cast está plagado de estrellas, la mayoría galardonadas justamente con el Oscar en algún momento de su carrera. Daneil Day-Lewis consigue un genial retrato de otro Guido, con un perfil muy lejano al de Mastroniani, pero efectivo en su desparpajado personaje. Judi Dench y Marion Cotillard aparecen soberbias a través de sendas interpretaciones caracterizadas por la mesura reflejada en la contención de sus personajes. Nicole Kidman, Sofía Loren y Penélope Cruz completan el elenco de oscareadas actrices. La película retoma la anécdota de 8 1/2 y la carga de edulcorantes, creándose así algo absolutamente distinto pero nada desdeñable. El 8.5 se redondea a 9 y pierde por supuesto la genialidad y complejidad de la obra de Fellini. Pero regala un par de momentos que, siendo sincero, me encantaron y dejaron en mí una huella significativa. Quizá sea por el momento en que Nine vino a ponerme en la cabeza a 8 1/2. Por lo que sea, confieso que la disfruté.

miércoles, 9 de junio de 2010

Doce años (II)

Busco la forma de poner por escrito lo que me habita desde hace unos días. Pero me sucede lo que ha venido ocurriéndome desde hace meses: no encuentro forma de traducir los pensamientos en palabras. No pretendo aquí ponerme a divagar sobre esa nueva discapacidad que ya ha empezado a pasarme factura en diferentes ámbitos. Intentaré, en cambio, compartir un poco de lo que el pasado fin de semana dejó en mí.

Gracias a la mágica convocatoria de una entrañable amiga de los días de universitarios, se desencadenó un extraordinario encuentro con personas que hace doce años formábamos parte de un proyecto que transformó mi vida. La última vez que los miembros de ese equipo estuvimos juntos fue en el verano de 1998. Desde entonces, a algunos los había visto un par de veces en diferentes circunstancias. Con algunos me había escrito en alguna ocasión o habíamos hablado por teléfono hace siglos. Pero en sentido estricto, con alguna excepción, era como si nuestras vidas hubieran tomado cauces opuestos y prácticamente no sabía nada de ellos.

En los últimos meses empezaron a generarse chispas que, hoy lo veo, fueron configurando la posibilidad de reencontrarnos. De pronto alguien apareció en Facebook y tímidamente se abrió un vaso comunicante. Alguien más abrió una cuenta en Twitter, produciéndose un casual e inesperado pero maravilloso cruce de caminos. Alguien se topo con otro al salir de un restaurante, sembrando en ese otro el morbo de ponerse en contacto telefónico con un tercero. Y así se fue construyendo la ruta que nos condujo al sábado pasado.

¿Qué teníamos en común los que nos reencontramos? La más evidente, estudiamos una misma carrera en cierta universidad. Algunos de los que ahí estuvimos compartimos un par de proyectos que, como decía antes, marcaron mi vida para siempre.

Como sucede siempre en este tipo de reuniones, uno tiende a hablar mucho del pasado. Uno revive una y otra vez un sinfín de anécdotas. Está también el espacio para narrar una síntesis de lo que ha sucedido en los años que uno se alejó de la existencia del otro, ligándose siempre a un selectivo resumen del estado presente de las cosas. Y se vuelve al pasado.

Y esa vuelta al pasado puede conducirnos más allá de las palabras. Al menos así me sucedió esa tarde. Sin darme cuenta, llegó un momento en que la magia que nos unía hace más de una década estaba presente sobre la mesa. Y sentí una tremenda nostalgia por mí mismo. A eso intentaba referirme en la entrada anterior cuando hablaba de entablar un diálogo con el que era yo hace unos años. Mientras reíamos y nos mirábamos con entusiasmo, una parte de mí de se desprendía e intentaba mirarme desde fuera, alegrándose de verme con tal entusiasmo pero, a la vez, preguntándose dónde habían quedado tantas cosas de ese que yo era, ese que solía soñar, ese que se apasionaba locamente con un sinfín de proyectos.

No quiero seguir extendiéndome en esto. Siento que terminaré dando vueltas en un mismo sitio. Baste decir por ahora que la química desatada nuevamente hace unos días me obliga a replantearme muchas cosas. Dependiendo cómo vaya todo, ya estaré por acá dando cuenta de ello.

[Al pie. De quienes formamos parte de esos proyectos, faltó un amigo fundamental que hoy vive en su natal Oaxaca. Con él me topé en esas tierras hace un par de años. Lo echamos de menos sin duda la tarde del sábado, pero su presencia nos acompañó y sé que no pasará mucho tiempo para que podamos sumarlo a algún encuentro.]

domingo, 6 de junio de 2010

Doce años

Y de pronto, sin mayor aviso, simplemente sucedió. Doce años después ahí estábamos de nuevo. Como sucede siempre en ese tipo de reencuentros, varias charlas giraron en torno a evocaciones de los días que compartimos. A ratos los recuerdos tendían puentes para reconstruir fragmentos del presente, tanto el propio como el de aquellos con quienes solíamos convivir de forma más o menos cercana. Y hubo momentos también, afortunadamente, para mirar —o al menos intentar mirar— hacia adelante.

Correré el riesgo de sonar atorado en la melancolía, pero debo decir que pese a las huellas producidas por doce años de camino, no tardé en entrar en un profundo diálogo con el que era yo mismo en aquel entonces. De pronto desconocí al que deambula en estos días y empecé a recuperar algo de mí que tenía olvidado. Quizá por eso el momento se alargó tanto. Prácticamente diez horas de un encuentro que ahora me parece fue solo un instante y que parece haber sucedido al día siguiente de la última vez que estuvimos todos juntos —doce años atrás— en ese mismo lugar.

No sé qué sigue. Pero algo está claro: no puedo seguir adelante como si lo de esta tarde no hubiese sucedido.

[Sé que estoy siendo otra vez confuso, críptico. Y quisiera explicarme mejor. Pero es tarde, estoy cansado y mañana debo levantarme temprano para empezar nuevamente a desahogar pendientes. Tengo ya la deuda del 8 1/2. Sumo ahora el compromiso de volver sobre el mágico reencuentro de esta tarde.]

martes, 1 de junio de 2010

Inspiración

«Una crisi di ispiration?
E se non fosse per niente passeggera signorino bello?
Se fosse il crollo finale di un bugiardaccio senza più estro né talento?»
Tal es el sentimiento que me domina desde hace semanas. Una absoluta y profunda crisis de inspiración. Tan profunda que, como Guido en la inmortal cinta de Fellini, me pregunto si no será más bien la contundente evidencia de que nunca hubo genialidad alguna, de que todos los aparentes destellos han sido casualidades. Engaños.

Vale. Estoy siendo muy duro. Y ya sabes que de vez en cuando me da por serlo. Pero es que la crisis se ha extendido a terrenos que solían ser neutrales: ámbitos donde uno podía encontrar refugio y salir con una ocurrencia para demostrar que alguna chispa andaba aún encendida por ahí.

El fin de semana viajé con Guido a su niñez esperando que su travesía me ayudaría a explorar mi propio bloqueo creativo. Y me atrapó irremediablemente en su introspección. La aventutra quedó a medias. Vuelvo una y otra vez a ciertos diálogos de la película, descubriendo cómo hay un pedazo de mí en cada palabra del director en crisis.

¿Qué tal si para salir de este atolladero comparto algunas ideas sobre 8 1/2? Y, aunque los puristas y algunos amigos entrañables me linchen, quisiera compartir también una serie de manías y exploraciones que sembró en mí la versión fílimica de Nine hace unas semanas. Van ambas patra la siguiente entrega en este espacio.