jueves, 31 de diciembre de 2009

365

Ciclos. Rituales. Se cierra un 2009 extraño, un año que a ratos parecía como vacío, como una inmensa pausa. Y, sin embargo, mucho ha sucedido. Inevitable. Una vez más, un vistazo. Y encuentro que si bien caminé mucho, buena parte del andar fue dando vueltas sobre un mismo punto. Al final, no estoy muy lejos de donde estaba hace 365 días. ¿O sí? Da igual. Aprovecho el ciclo y el ritual para retomar algunas cosas y comenzar otras que he ido postergando.

Cierro 2009 agradeciendo. No podía ser de otra manera. A pesar de la pausa, reconozco que elementos para dar gracias hay muchos. El año me trajo la oportunidad de encontrar, recuperar y conservar grandes afectos. De encontrar pequeñas piezas del rompecabezas. Pero también este vistazo atrás se topa con neblina. No tengo muy claro dónde en la línea del tiempo se ubican las personas y los acontecimientos, pero es evidente que están en alguna parte porque sus huellas están registradas con profundidad.

Quizá sea eso. Han sido tantas cosas y tan de repente, que se desvanecen. ¿Qué queda de todo ello? No lo tengo claro. Pero está el yo que soy ahora, después de 365 confusos y extraños días. Un Ernesto que a veces se siente más fuerte y que al mismo tiempo se descubre indiscutiblemente más frágil. Un Ernesto que no tiene muy claro lo que espera de 2010; quedan un par de horas para imaginarlo. Y eso hago. Ya lo decía ayer, no pretendo un mapa con la ruta paso a paso; aspiro simplemente a una idea, una zanahoria que me ayude a ir construyendo el camino que, según dice el poeta, se hace al andar.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Nuevo rostro... otra vez

Me gustaba el look de la libreta, sí. Era simple, creo. Pero quizá demasiado. Y en su simplicidad, la lectura del blog, me dicen algunos, resultaba complicada. Parece que para algunos no era sencillo navegar un formato que constreñía las opciones digitales a un esquema más propio para el papel. En fin. De un extremo a otro, pero conservando la idea de lo simple, aquí un nuevo rostro. No es la gran cosa pero me permite, creo yo, concentrarme en el texto. Y al mismo tiempo facilitar la navegación a los lectores supervivientes. Año nuevo, al fin y al cabo.

Se acaba...

Se acaba el año. Un año difícil. Extraño.

Cierto. De alguna manera todos lo son. Todos tienen sus complicaciones, sus peculiaridades. Pero el estar ante el ocaso de éste en concreto, resulta casi inevitable ser particularmente severo con sus 365 días.

Es un cliché decir que el tiempo se va cada vez más rápido. Un cliché y un absurdo. El tiempo transcurre indiferente a la percepción que tengamos de él.

Cierto. Nuestra percepción hace que el tiempo resulte relativo. Rápido, lento. Qué más da. El hecho es que se escapa un año que en muchos ámbitos me parece un tanto vacío. Puedo estar siendo injusto, lo reconozco, pero de pronto parece que el año pasó en vano.

Y sí, soy injusto. Porque muchas cosas han sucedido. Mucho seguramente que no alcanzo a ver ante la neblina propia del pasado reciente.

Muchos pendientes. Y yo aquí divagando. De alguna manera debo sacar el mayor provecho posible a las horas que restan de este año. Y, sobre todo, trazar una ruta para 2010.

Cierto. Puede parecer que de nada sirven las rutas cuando el tiempo y la geografía misma cambian a cada momento. Pero no hay que confundirse. La ruta no tiene por qué ser inflexible. Se trata de una forma de ponerle nombre al destino y contar con elementos relativamente seguros para navegar. Ya la realidad se irá imponiendo. Y se irán ajustando las velas. Por lo pronto, extiendo el mapa para trazar cierto sentido a este año que ya se nos viene encima.

Para los próximos días, los recuentos de 2009 y algunos cambios —sí, cambios otra vez— en esta libreta virtual.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Civilización

«Cuando me siento pesimista por la situación del mundo, a menudo pienso en aquella época, aquí en España, a principios de la Edad Media, en Córdoba, en Granada, en Toledo, en otras ciudades del sur, donde cristianos, musulmanes y judíos convivían en armonía; poetas, músicos, escritores, sabios, todos juntos, admirándose los unos a los otros, ayudándose mutuamente. Duró tres siglos. Esta maravillosa cultura duró tres siglos. ¿Se ha visto algo parecido en el mundo? Lo que ha sido puede volver a ser.»

Ando recuperando notas, tratando de articular un índice tentativo para mi proyecto. Reviso las infinitas notas que he ido registrando por doquier a lo largo de dos años y medio. Me topo con ésta, del discurso de Doris Lessing al recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2001. No sé si lo que dice hay sido realmente, pero es interesante explorarlo un poco, poner en duda mucho de lo que nos han contado, sospechar si aquel mundo hostil pre-moderno no es realmento un invento que ayuda a legitimar la bestialidad civilizada en que vivimos desde hace cinco siglos.

lunes, 21 de diciembre de 2009

34

Durante lo 34 años que he andado sobre esta Tierra he recibido muchísimas bendiciones. Todos los días procuro agradecerlas, aunque se entiende que en ocasiones el ajetreo y la carga de cosas lo dificulten. Ayer una vez más tuve oportunidad de celebrar ese agradecimiento en compañía de gente que quiero y me quiere, gente que me ha regalado su afecto a partir de cruces de caminos generados por muy diversas circunstancias y en diferentes momentos de mi vida.

Como es natural, no pudieron estar todos. Pero los que estuvieron alcanzaron para corroborar que soy muy afortunado. La jornada estuvo marcada de significativos detalles. Encuentros con gente que llevo en el corazón y que hace más de dos años no veía en persona. Con gente que llegó a mi vida a través de este espacio (o de su antecesor, que para el caso es lo mismo) y que ha encontrado pronto un lugar en mi vida. Con amigos que por las nuevas condiciones de mi vida laboral no puedo frecuentar tanto como quisiera. Algunos se han ido reportando desde sus coordenadas geográficas en este País, en gringolandia o en Europa, recordándome su afecto.

Quizá uno de los detalles más significativos ha sido la oportunidad de celebrar mi cumpleaños teniendo físicamente conmigo a mis herman@s. L@s cinco hemos coincidido esta vez como hace varios años no sucedía. Así será esta Navidad. Estando cerca. Y eso es algo que no ceso de agradecer.

En fin, que agradezco lo que tengo y lo que viene. A mi madre y a mi padre, que ayer una vez más se volcaron de entrega para hacer del pequeño festejo un éxito. A M, que también estuvo al pie del cañón, cuidando hasta el más mínimo detalle para que se cumpliera mi manía de tener una fiesta como hace 30 años. A los que estuvieron físicamente y a los que me están acompañando desde donde estén. A muchos ni tuve tiempo de convocarlos, pero sé que se habrían apuntado.

A todos, gracias por ser parte de mi biografía. Sin ustedes, estas páginas no tendrían sentido.

Al pie. Los mensajes que ya llegan por Facebook, Twitter o SMS. Descubre uno la amplitud de la red afectiva con la que cuenta. Y, para no dejar de ser yo y racionalizar todo un poco, me cautiva la forma en que estos medios establecen una trama sincrónica y diacrónica a la vez. Ya me pondré a dar vueltas a esto, mientras aprovecho también estas dos semanas de desenchufe laboral para avanzar en la Tesis un poquito y en la larga lista de lecturas pendientes.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Brindis inaugural de temporada

Estoy llegando de poco más de cinco horas de convivencia con mi equipo en nuestra adelantada comida de fin de año. Como sucede en estas reuniones en contextos tan melancólicos, no sé a qué hora sucedió pero descubro que quizá llevo demasiado tequila en las venas. Y, como suele sucederme, eso no me pone ni inconsciente ni eufórico, sino que refuerza intensamente mi melancolía. [¿Qué se hace con tanta melancolía?] Interrogantes por todas partes. Y en medio de todas ellas, se me ocurre para inaugurar oficialmente la temporada navideña en esta libreta compartir el texto del brindis que dirigí al equipo esta tarde. Va, directo y sin censura.

Confieso que no soy muy adepto a los festejos navideños. Al menos no a seguir el espíritu que tiende a dominar esta temporada desde hace algunos años.

Miro alrededor y encuentro una atmósfera que no se parece a la que rodeaba las navidades de mi infancia, mi adolescencia e incluso los albores de mi juventud. Quizá sea un problema de percepción. Quizá siempre ha sido como ahora y suceda que entonces la ingenuidad me impedía ver ciertas cosas y me ayudaba a concentrarme en lo que importaba realmente. Quizá el entorno que mi familia construía en torno a estas fechas me hacía pasar por alto los excesos, la saturación de formas y colores vacíos de sentido en las calles y los centros comerciales.

Me parece que las cosas eran mucho más simples. No hacía falta disfrazar los coches de renos para sentir que era navidad. Los vecinos no competían por el récord Guiness del mayor número de luces en cada colonia o en cada cuadra. La decoración navideña duraba unas cuantas semanas, adquiriendo un sentido de excepcionalidad que permitía valorarla de un modo distinto, pues uno no terminaba de acostumbrarse a ese paisaje cuando ya era hora de desmontar los árboles.

Parecen nostalgias de un viejo, lo reconozco. Pero es que sólo viajando a aquellas navidades del pasado —como el viejo Scrooge con el que mis amigos suelen compararme— logro rescatar el sentido de esta temporada.

Pero no soy un Grinch por completo, es cierto. Siendo claros, la Navidad sigue representando un momento muy especial para mí. Quizá porque a través de resistirme a ese nuevo “espíritu navideño” tan en boga, logro rescatar el sentido que le he ido encontrando a lo largo de mi vida: negándome a ser parte de la vorágine, cerrando el paso a la saturación de luces, ofertas y sombreros rojos, consigo reencontrarme conmigo, con mi familia, con mis amigos; logro hacer de éste un tiempo de reflexión, de evaluación de mis éxitos y mis fracasos; un tiempo de definición de planes, de ajuste a mis proyectos. Y, sobre todo, un momento para detenerme, agradecer y reconciliarme. Agradecer la oportunidad de ser y estar, aquí y ahora. Me gusta la temporada navideña para, a la luz de ese sentido de agradecimiento y reconciliación, explorar mi presente con un poco más de serenidad, en diálogo con mi pasado, y con ánimo de trazar posibilidades hacia el futuro.

Y a eso me gustaría invitarles aquí y ahora. Por un lado, les propongo ver los próximos días como una oportunidad para hacer esa reflexión desde nuestro personal agradecimiento con el Principio de todas las cosas, llamémosle Dios, Energía, Átomo o de cualquier otra manera. Yo, hoy agradezco la oportunidad de servir a cuatro centenares de niños que, de alguna u otra manera, nos necesitan. No es tarea fácil, lo saben ustedes quizá mejor que yo. Exige desprendernos con frecuencia de nuestros propios intereses, nuestras angustias, nuestras carencias; implica neutralizar lo que somos a cambio de lo que ellas y ellos pueden llegar a ser. Impartiendo una clase, atendiendo una llamada telefónica, enviando un recado a un papá molesto, trapeando un pasillo, cuidando durante las noches, negociando una prórroga en adeudos…

Detrás de cada movimiento que hacemos dentro del colegio, hay una oportunidad de abonar al futuro de cada niña y niño. Oportunidad que, me parece, encierra una obligación. Estar en donde estamos, nos compromete.

Hablaba también de reconciliación. Y la reconciliación comienza con uno mismo, para después extenderse en todas direcciones y alcanzar su momento de máximo esplendor en ese espacio casi incomprensible donde nos reconciliamos incluso con quien no tiene oportunidad o intención de que tal cosa suceda. [¿Has experimentado esa sensación?]

Dice el himno de nuestro Colegio que “no hay metas imposibles”. Dicen también por ahí que “el cielo es el límite”. Considero que para explorar territorios tan especiales, se necesita un combustible que sólo esa mezcla de agradecimiento y reconciliación es capaz de generar. Hagamos, pues, de las próximas tres semanas, una central de generación de energía a base de ambos elementos, en compañía de sus seres más cercanos.

Así pues, por ustedes, por sus familias y amigos, por la comunidad de nuestro Colegio… ¡Salud!

martes, 8 de diciembre de 2009

Sólo por escribir...

Así, sin más razones. Sin mayores pretensiones. De algún modo así ha sido siempre. Pero quizá hoy más que nunca. Escribir por escribir. Por dejar que escapen de aquí dentro algunas palabras sin sentido pero profundamente sentidas. Por encontrar un poco de aire. Un respiro. Porque sí. Porque de pronto el entorno me resulta tan ilegible. Porque de pronto no encuentro de dónde asirme. Porque de pronto el mundo me parece tan hostil. Tan carente de motivos. Y sé que soy injusto. Sé que razones hay y no son pocas. Quizá sea solo que estoy cansado. No sé bien de qué, pero cansado al fin. Y el cansancio seguramente me hace perder de vista muchas cosas. Y sigo escribiendo por escribir. Porque quizá al hacerlo se cruce en mi camino alguna pauta para renacer. Para reinventarme, para comenzar de nuevo. Para levantarme y recordarme que, pese a todas esas señales oscuras, vale la pena. Probablemente sea diciembre. Siempre me pasa. Y a diciembre se suman la distancia, la nostalgia, la incertidumbre. Y mientras escribo por escribir me sereno. Enrollo el pergamino y lo inserto en una botella que arrojo al mar. No espero rescate alguno. No me siento desesperado ni pretendo derrotarme. Dejo escapar mis palabras vacías en espera de alguien con ganas de leer por leer. Así, sin más.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Apostar por lo simple

Hace apenas unos días se cumplió el primer año de vida de esta libreta digital que hoy —otra vez— cambia de piel. La semana pasada hace un año que volví de Barcelona dejando atrás quince meses de metamorfosis. O de recuperación. Un registro de tres cuartas partes de aquellos días quedó en mi primer blog, aquel que di por terminado el mismo día que abría éste. De vez en cuando vuelvo al anterior sin saber bien por qué. Y me encuentro siempre con un fragmento de mí que me descubre algo nuevo. Como cuando leo las viejas libretas de las que he hablado alguna vez.

Empieza diciembre y, como cada año, llega cargado de emociones contradictorias. Ilusiones. Y nostalgias. En medio del hervidero de unas y otras, me he propuesto renovar muchas cosas. Romper uno que otro hábito, aunque, citando otra vez a thearqui, "vaya la sensación de seguridad de por medio". Y si bien ayer mismo me uní en Facebook al grupo de los que tiende de forma innata a complicarse la existencia, hoy decido, al menos en ciertas cosas, apostar por la simplicidad.

No pretendo con ello eliminar complejidades cuya existencia me parece sine qua non para encontrarle sentido a la vida. Intento, en esa erradicación de 'malos hábitos', deshacerme paulatinamente de aquello que simplemente no me corresponde. Aquello que viene más de fuera que de dentro. Atreverme a dejar de lado una que otra justificación innecesaria más allá de las fronteras de mi propia necesidad. Dejar de preocuparme, al menos de vez en cuando, por el producto de un sinfín de manías acumuladas a lo largo de tantos años.

Quizá por ello, para ayudarme a poner ciertas cosas en blanco, apuesto al menos un rato a un espacio menos saturado. Más semejante a mis libretas de notas en papel, a las que he ido volviendo poco a poco en las últimas semanas. Quizá esa cercanía entre uno y otro espacio me permita venir aquí con más frecuencia.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Recuperar la posibilidad (II)

«Si pudieran concederme riqueza, no pediría riqueza ni poder, sino el sentido del apasionamiento hacia lo que puede llegar a ser, por el ojo que, siempre joven y ardiente, ve lo posible. El placer defrauda, la posibilidad no lo hace nunca. ¿Qué vino es más aromático, más incitante, más embriagador que la excitante posibilidad?»
Søren Kierkegard
Son muchas, para variar, las cosas que quisiera traer hoy aquí. Y al mismo tiempo es tarde y no debería dejar que la media noche me alcance despierto. Pero la necesidad pesa hoy más que la conciencia de madrugar mañana. Y aquí estoy. Queriendo escribir sobre exploraciones y hallazgos recientes en las profundidades de mis confusiones cotidianas. Queriendo compartir de nuevo algunas estampas musicales que ayudarían a ilustrar mis paradójicos sentimientos de cara a tantas cosas. Queriendo poner sobre la mesa mis más recientes expediciones literarias y la forma en que me han tocado.

Pienso en una idea que pueda hilar todo lo que me gustaría escribir esta noche. Y me viene nuevamente la idea de «posibilidad». Hace poco más de un mes escribía sobre la recuperación de lo posible. El subir y bajar de todos los días ha hecho desde entonces que esa extraña idea funcione unos días con más solidez que otros. Pero no he querido abandonarla. Y hoy, por una infinidad de asuntos, me vuelve a atrapar. Explorando algunos materiales que quiero compartir mañana con mi equipo de trabajo, me topo con el texto que aparece aquí de epígrafe y que a su vez cumple esa función en un capítulo de El arte de lo posible, de Roz Stone Zander y Benjamin Zander. Llegué a este libro hace ya varios años, tras asistir a una conferencia del segundo. El texto puede ser tomado como material de desarrollo personal, literatura de segunda, dirán algunos. Pero aún en esa categoría, la obra me parece de primera. Y en este momento me está ayudando a reorganizar mucho de lo que quiero desencadenar mañana en mi trabajo.

Descubro, con la claridad absoluta de algo que siempre se ha sabido pero que se aprende siempre como por primera vez, la urgencia de creer que las cosas son posibles para poder dar un nuevo paso. Me descubro y me observo haciendo ese esfuerzo cada mañana, a veces con más éxito que otras, pero siempre logrando hallar un destello de esperanza. Las subidas y bajadas recientes han sido tan pronunciadas que quizá de ahí venga mi necesidad de tanto énfasis en algo que para muchos puede ser tan trivial. Pero lo subrayo porque si, como dice sabiamente alguien que quiero y admiro, no está bien "proclamar esperanza cuando no la vives", es casi una obligación moral hacerlo cuando estás convencido y tus actos pueden hablar por ti.

Decía al inicio que quería explorar música y textos. Lo de mis lecturas recientes tendrá que esperar, pero algo diré de música. Esta tarde recibí de una de mis hermanas un correo que me cimbró. Me hizo ver que, en medio de mi pequeño caos cotidiano, siempre es posible encontrar un intenso rayo de luz para recordar aquello que merece la pena. Me hizo pensar en los que quiero y tengo lejos. Me hizo valorar tanto la posibilidad de, aunque sea a través de bits informáticos, recordar a quienes amo lo que significan.

No sé bien cómo fue, pero pronto dos canciones me vinieron a la mente. Quienes me conocen de hace tiempo, sea personal o virtualmente, saben de mi eclecticismo musical, así que se sorprenderán menos que otros al escucharlas. Canciones que, en su cursilería, tienen un significado especial en mi piel. La primera, me traslada cada vez que la escucho a diciembre de 1996. Yo cumplía 21 años y mi hermana 15. Cuando en nuestra fiesta-doble bailamos esta canción yo no paraba de llorar. (Así como no paro de llorar mientras lo narro.)


Hoy, mi hermana es mamá de un ser lleno de luz, un niño que ha crecido quizá demasiado rápido, dejándonos a más de uno con las ganas de eternizar el tiempo. Pronto serán dos años de la llegada de ese hermoso niño al mundo. En aquellos días, estando yo con un océano de por medio, mientras escuchaba por enésima vez la segunda canción en cuestión, encontré en su letra un significado que hasta ese momento me había permanecido oculto. Vamos, sé que es otra cursilería, pero también de eso está uno hecho.



Aniversario de una posibilidad

Hace un par de días se cumplió el primer aniversario de este espacio. Quise venir y festejarlo, pero se me escapó el chance. A reserva de lograr dedicar una entrada íntegra al asunto, celebro agradeciendo tus visitas, tu compartir silencioso. Las huellas del paso de otros por aquí han disminuido notablemente en los últimos meses, pero sé que por ahí andas: tú que me sigues desde hace poco y tú que me lees desde hace mucho, tú que conoces mi voz y tú que aún no tienes rostro para mí, tú que llegaste buscándome y tú que apareciste aquí por accidente. Lo he dicho antes y lo repito, tú, con o sin nombre, estés donde estés, eres quien termina de dar sentido a esas ocurrencias. Un año de este espacio equivale, también, a un año después de la aventura en Barcelona. Y si has leído el alfa y omega con que inició este blog, sabes que eso no es sólo aniversario de un viaje, sino de un completo renacimiento. Renacimiento que no termina y del que eres parte. Gracias por eso y por tanto. Y cerrando en línea con las ganas de recuperar lo posible, celebro este primer año (y casi segundo en la blogósfera) con una maravillosa rendición al "sueño imposible".

lunes, 23 de noviembre de 2009

Hay días...

Reconozco que la idea con la que llegué aquí esta vez es una obviedad. Venía con la intención de decir que hay días de todo. Días geniales, de esos que se van rápido, sin darnos cuenta; que llegan de vez en cuando y nos dejan con ganas de más. Días difíciles, de esos que pasan lento, casi insoportablemente; que llegan y se estacionan sumiéndonos largo rato en la nada. También días sin gracia, que no terminan de tener rostro; días que casi podríamos borrar —y con frecuencia borramos— de nuestras biografías. Y, por supuesto, días que tienen de todo un poco. Días inclasificables.

Los últimos han sido para mí días de estos últimos. Con destellos de entusiasmo y toques de hastío. Con largos minutos vacíos, también. Anoche quise explorar un poco el asunto. Pero una de las cosas que han caracterizado a estos extraños días ha sido la inmensa dificultad para escribir. Dificultad que contrasta, por supuesto, con las tremendas ganas de exponer al mundo lo que pasa por aquí dentro. Mientras divagaba, me fui topando con un puñado de canciones que me ayudaron a explorar, como tantas veces, a partir de las palabras de otros. Sin mucha presentación, pero sí con referencias mínimas, aquí cuatro que terminaron siendo curiosa síntesis de estos días extraños.

Conocí esta canción a mediados de los noventa en una versión de Annie Lennox. Desde el primer momento me pregunté cómo había hecho Paul Simon para describir algo que me parecía tan mío. Seguro es un sentimiento frecuente, de modo que quien lo ha vivido entenderá el lugar que la canción ocupa desde entonces en la banda sonora de mi vida.


Un par de años antes, la misma Annie Lennox me cautivó con su clásico primer sencillo como solista. Me encanta todo lo que hace esta mujer. Pero nunca nada ha alcanzado, para mí, la genialidad de ese primer destello. Me parece siempre una canción tan nueva. Cuando ayer me vino a la mente, quise lanzarla por el Twitter y me topé con esta versión en vivo con puro piano. Así, desnuda, la canción se me mostró con toda su fuerza. Y me deshizo.



Una querida amiga llegó, sin saberlo, a rescatarme de la depresión absoluta al colgar en su Facebook un recordatorio de que "sucede también" que hay cosas que nos "rescatan del naufragio".



La tarde/noche estaba ya enfilada en la melancolía. Llegó otra persona cercana a mi alma para rematarme al arrojarme, sin advertencia previa, una canción —y un video— que hace años marcó mi adolescencia. Con esta evocación las interrogantes contenidas durante un par de días empezaron a desbordarse. Aún sigo recolectando fragmentos aquí y allá. Espero volver pronto a compartir aquí algunos de mis hallazgos.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Pausa

Comencé a escribir esta entrada anoche. No. Quise empezar anoche. Pero apenas logré arrojar una palabra. Pausa. Y entonces la anoté como título para lo que entonces era una divagación en potencia. Aunque al final nada tendría que ver con lo que habría de venir. ¿O sí? Difícil anticiparlo.

Mientras intentaba transferir las ocurrencias en palabras, el iTunes empezó a reproducir una pieza de Zbigniew Preisner. Y me perdí en el sonido, como tantas veces.


No fui capaz de seguir escribiendo nada. Una palabra. Algo de música. Y nada más.

¿Qué quería decir? No lo sé. Llevo varios días incapaz de encontrar palabras para tantas cosas. Desde asuntos banales hasta aquellos que son —al menos en apariencia y de cara al mundo cotidiano— relativamente importantes. Las palabras han empezado a evadirme. Sobre todo al hablar. Pero no solamente. También al escribir. Si las obligo, si les pongo un ultimátum, parecen reaccionar.

La última vez que vine aquí, cerraba una complicada semana. Creía que cerraba. Faltaba el último jalón. El fin de semana —el largo fin de semana— llegó cargado. De todo un poco. Quizá más vértigo del que hubiera querido. Pero en medio de comidas, almuerzos, cines, clases, hubo tiempo para pensar. Y escribir.

Lo que no he escrito aquí ha empezado al menos a encontrar una salida en el papel. He estado pariendo anotaciones como hace mucho no lo hacía. Y quizá eso me ha estado salvando.

Una vez más digo mucho y nada a la vez. No sé por qué he venido aquí. Quizá solamente para enfrentarme al recuadro vacío, retándome a desarrollar más de dos líneas con sentido. Y aunque parece que el recuadro empieza a ganar este ingenuo duelo, algo queda. Quisiera explicarlo pero, ya lo decía, no encuentro las palabras. Baste decir que mientras las letras escapan, resurge el sentido en algún rincón aquí dentro.

Al margen. Creo que la nostalgia de los días recientes ha sido acentuada en buena medida por ese espíritu pre-navideño que hace ya varios días ha invadido el paisaje, anunciando que se acaba otro año. Pero queda una décima parte, que no es poca cosa.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Cordura

La semana ha sido terrible. Lo digo claro y con todas sus letras, sin ganas de hacerle al mártir. Simplemente ha sido una de esas semanas donde no doy una.

Debo corregir. Tres días de la semana han sido terribles. Del martes a hoy, jueves. El lunes fue como de otro mundo, así de contundente. Y aunque el viernes no pinta sencillo, tengo esperanza en que será un mejor día que hoy. Y con eso será suficiente.

Será cansado, de eso no tengo duda. Pero será preámbulo de un fin de semana que ya necesito con urgencia. Para encontrarle una punta a esta extraña madeja en que se ha convertido el mundo.

Hace unos días anotaba en algún sitio: "He dudado tanto últimamente de mi cordura". Venía después una disertación conmigo mismo sobre el problema de la realidad, que a últimas fechas se me ha convertido en una obsesión.

Distinguir las fronteras entre lo que es real y lo que no me parece cada vez más complicado. "Sueño y vigilia se alternan con insoportable insistencia, disolviéndose la línea —si es que la hay— que representa el límite entre un mundo y otro." Eso escribía hace sólo unas noches, siendo absolutamente impreciso pero dejando huella de mi absoluta confusión.

Lo cierto es que sueño y vigilia aparecen como símbolo de mundos más complejos que han comenzado a alternarse y en lo que mis diversas facetas han comenzado a convivir desprendiéndose con cinismo unas de otras. El asunto se extiende entonces no sólo a la realidad, sino al problema de la identidad, que me ha perseguido desde hace tiempo.

Cierto que siempre hemos sido muchos aquí dentro. Pero solíamos ser más cautos, más ordenados. Más cuidadosos unos de otros. De pronto algunos han comenzado a asumirse con inusual independencia, mientras otros insisten en seguir los patrones que la costumbre o la presión social impone en sus agendas. Todo bien, mientras sus rutas no se vuelvan abierta y trágicamente incompatibles.

¡Cómo no dudar de mi cordura! ¡Leo lo que vengo escribiendo aquí mismo y me parece tan insensato!

Debería estar preparando algunas cosas para el trabajo y clases para el sábado. Y aquí estoy, divagando. Cierro el cuaderno por un rato. Ya regresaré el fin de semana a dar cuenta de mis saldos pendientes.

Al pie. Mientras escribía esta entrada recordé otra publicada desde Barcelona, en los días previos a mi regreso hace un año. Sí. Hace casi un año exactamente escribí algo sobre estas identidades en conflicto y edité un video que era casi homenaje a la vanidad pero que ilustraba en cierto modo algo que en estos días ha resucitado poderosamente. Aquí ese apunte del 18 de noviembre 2008.

martes, 10 de noviembre de 2009

Recuperando

Las últimas semanas han sido poco ordinarias. O al menos así me lo han parecido. Quizá algunas cosas han sido trivialmente comunes y haya sido entonces mi inusual estado de ánimo lo que les haya hecho contrastar con lo cotidiano. No lo sé. Lo cierto es que me siento con tantas cosas por decir y no logro hallar la forma de articularlas. Pese al relativo abandono del blog, he logrado escribir largas notas en una libreta de papel de bambú con un formato semejante al del "legendario" Moleskine que me conseguí hace un par de semanas. El 29 de octubre registré la primera anotación, un breve apunte sobre todo y nada en el que me prometía a mí mismo regresar para desarrollar un puñado de ideas. He vuelto pero no necesariamente he cumplido ese compromiso. He logrado, sin embargo, plasmar una que otra inquietud como hace mucho tiempo no lo hacía. Pero llevar de arriba a abajo la libretita negra no ha sido suficiente, y tengo claro que muchas cosas se me están quedando pendientes.

Pero me he desviado ya de mi intención inicial, que era relatar en lo posible algo de lo extraordinario de los días recientes. Hace apenas unas semanas hablaba aquí de una chispa que me hacía recuperar la posibilidad. La posibilidad así, en abstracto, en genérico. No me refería a una posibilidad en concreto, sino al mero hecho de que las cosas son posibles. En ese momento no encontraba otra palabra para referirme a lo que sentía. A partir de ese momento, unos cuantos encuentros me fueron ayudando a ponerle nombre al niño. Recuperar la posibilidad de crecer; recuperar la posibilidad de transformar una que otra cosa en mi entorno; recuperar la posibilidad de perderme en la belleza solamente porque sí; recuperar la posibilidad de una sonrisa espontánea o de una lágrima incontenible; recuperar la posibilidad de reconocerme en otros y de encontrar en la mirada de otros una señal de que la humanidad sobrevive en semejantes reflejos.

Llevo ya muchos días particularmente sensible. Todo anda bien, de veras. Es sólo que me he descubierto con la piel más frágil y el corazón más propenso a la nostalgia. Quizá no sea un estado pasajero sino afirmación de una condición permanente que a veces no he sido capaz de reconocer como tal. Como sea, ando bien aunque a ratos con ese huequito en el alma haciéndose notar. Perdón que insista: todo anda bien.

Hoy ciertas palabras me hicieron recordar un pasaje de la literatura que me une a varios de los que aquí suelen detenerse de vez en cuando. Me refiero al encuentro y posterior despedida del Principito con el Zorro, en el entrañable relato de Saint-Exupéry. Quizá el relato de la domesticación ayude a expresar mi actual sensibilidad: de pronto me descubro nuevamente el valor de ciertos lazos y la intensidad que pueden producir. Da miedo pero al mismo tiempo empuja. Por años he evadido reconocerlo. Pero lo cierto es que esos lazos han estado y siguen ahí. Acompañándose sin duda de nuevos vínculos. Y descubrir eso es siempre extraordinario, pese a lo cotidiano que pueda parecer.

Como tantas veces, no sé si era de esto de lo que quería escribir hoy. Había pensado dirigir mis palabras a algunas cuestiones más concretas del pasado fin de semana. Habrá tiempo de ello. Por lo pronto, parafraseando a quien hoy me hizo pensar en el Principito, aquí estoy, recuperando esta vez las posibilidades que ofrece volver a tener fe en la gente, en las buenas intenciones... y en el instinto.

Al margen. Releyendo el pasaje del Principito que he ligado a esta entrada, me topo con esa frase que tanto me ha provocado a lo largo del tiempo: "Eres responsable para siempre de lo que has domesticado". Creo que hoy el ser responsable para siempre, admite para mí una nueva interpretación, pues uno corre el riesgo de entender tal responsabilidad como una carga, un lastre. Pienso en esa responsabilidad como un vínculo que compromete en primer lugar con uno mismo, para entonces poder mirarse en los ojos del otro y decir: respondo por ti.

martes, 3 de noviembre de 2009

Sugerencias para mi funeral

Debo advertir que no ando muy inspirado, pero realmente tengo ganas de cumplir un segundo reto de la Semana Mortuoria 2009. Poco inspirado y muy cansado. De pronto se me olvida que el día comenzó a las tres y media de la mañana con tres horas y media de carretera para llegar a mi trabajo. Los ojos pesan. La ardilla del cerebro cuando mucho trota a paso lento. Quizá este estado entre vigilia y sueño sirva para hablar de algo tan poco ordinario como mi propio funeral.

El reto sonaba divertido de entrada. Pero mientras se acercaba el día propuesto para publicar mis expectativas sobre el asunto, las cosas se fueron complicando. Cierto que en mi adolescencia el tema de mi muerte y el consecuente sepelio fueron un tema recurrente en sueños y divagaciones más o menos conscientes. Sin embargo, hacía mucho que no me planteaba el tema. Ya advertía hace unos días que tiendo a evadir el hablar de la muerte. Quizá más en tiempos recientes. Pero la provocación lanzada este año con motivo del día de muertos me obliga una vez más a plantearme el asunto. Esta vez con el pretexto de "qué hacer y qué no hacer en mi funeral".

Mientras intento arrancar mi lista de indicaciones, descubro que las complicaciones derivan de no estar seguro de querer un funeral. Pero entiendo que al final eso me rebasa. Ya decidirán otros por mí y, siendo francos, muy en su derecho. En cierto modo, a mí qué más me da. Vale: algo me importa, se trata de mí, pero en cierto modo se trata de la forma en que otros querrán "despedirse" de mí.

Como suele suceder con tantas cosas, pensé que sería más fácil comenzar con lo que NO ha de hacerse. Pero me doy cuenta que, como suele suceder en tantas facetas de mi vida, me cuesta trabajo prohibir. Descubro después que casi todas mis restricciones van asociadas a una afirmación en positivo. En cualquier caso, dado que no me gusta mucho la idea de dar órdenes, tómense estas ideas como sugerencias, propuestas que ya en su momento decidirán los involucrados cumplir o no.

Imagino mi "funeral" en un espacio poco común. No me imagino en una agencia funeraria. Me gusta pensar en un espacio más o menos abierto, donde el aire circule, donde sea posible ver el cielo; un espacio en donde la energía que liberen los asistentes pueda liberarse, no acumularse y reciclarse infinitamente. [De pronto, me gustaría pensar en un pueblo, algo ajeno al contexto urbano. Me gustaría tener un pueblo favorito como para decir, "llévenme ahí para velarme". Pero no lo tengo, al menos hasta ahora.]

Siempre he creído que mi funeral debería tener música. Sin embargo, me cuesta trabajo decir qué música. A veces digo que me gusta de todo, pero ciertamente hay cosas que no imagino mientras me despido de este mundo. Si yo pudiera escoger la lista de complacencias, elegiría sin duda temas que ayudaran a acompañar las emociones de quienes estuvieran reunidos. [Escribo esto y pienso en música que pudiera casi inducir esas emociones. No en un afán de chantaje afectivo, pero sí música capaz de producir imágenes asociadas a ciertos momentos compartidos y reproducir así ciertos estados anímicos.] Ejemplos: Handel, Morricone, Piazzolla, Tiersen, Preisner, Gershwin. Ok, igual y suena de flojera para algunos, pero pienso sobre todo en música sin letra. No sé por qué. Creo que puede inducir menos la conducción de las ideas. Vale, ya estoy alucinando; paso mejor a otro punto.

Creo que si estuviera en mis manos, me gustaría evitar que la gente estuviera toda vestida de negro. Preferiría que cada quien llegase vestido como le diese la regalada gana. Esta cuestión de la vestimenta dictada por normas sociales me pone nervioso. Me incomoda. Entiendo que a muchos les podrá brindar seguridad. En esos casos, comprenderé —es un decir, creo— que lleguen vestido según la regla. Pero, en lo posible, preferiría que nadie se sintiera condicionado por semejante mandato. [Quizá este anhelo sea sólo una proyección de mi propia dificultad e incomodidad para responder a los dictados en la materia. Insisto: tampoco se sienta nadie limitado por mí en este sentido.]

Y después, ¿qué hacer con mis átomos? ¡Diantres! No sé qué responder. En conversaciones de familia sobre nuestros respectivos destinos al morir es un tema que siempre genera debates. A muchos [¿les? ¿nos?] importa que exista un lugar para visitar al que se ha ido. Y parece una inquietud razonable. Sin estar seguro de que mi respuesta sea definitiva, se me ocurre que me repartan en diversos lugares —incinerado, por favor, no anden arrojando extremidades por ahí nada más—. Sonará cursi o un poco a pose, pero en la lista de sitios me gustaría que se incluyera Catalunya: particularmente, arrojar un poco desde la cima de Montserrat, sitio que, como es bien sabido por algunos, marcó para mí un particular renacimiento. Ya estando para tales fines en el Viejo Mundo, otro poco me gustaría que fuera lanzado al Mediterráneo, para reencontrarme con algunos de los secretos que deposité en sus olas. Acá, en México, son muchos los sitios donde podría quedar algún rastro. Me viene a la cabeza un árbol en particular en el Parque México, de la colonia Condesa. Es una burrada, quizá, pero ese sitio encierra significados muy poderosos. Hay más lugares, sin duda, pero lo poco que me queda de claridad esta noche está por extinguirse. Lo dicho aquí seguro es suficiente para expresar el planteamiento central.

Ea, pues. Me marcho a descansar que la semana apenas inicia. A ti, que te detienes aquí una vez más a leer mis divagaciones, gracias. Sé que de uno u otra manera estarás presente el día que inevitablemente esa muerte me llegue. Estarás porque eres parte de mi historia.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Calaverita bloguera 2009

Estaba Ernesto twitteando
(era su nueva manía)
cuando en esa noche fría
la muerte entró a interrogarlo:

«Don Ernesto, ¿qué ha pasado?
¡No ha cumplido su misión!
¡No ha actualizado mi blog!
¿O ya olvidó lo acordado?»

¡Cierto! ¡Un año ya, qué lata,
para escribir sin denuesto
bajo el mando de la Parca!

«Señora, estaba pensando,
escribir su calavera.»
La Catrina sin espera
respondió reflexionando:

«¿Sabes? ya suena pedante
tanto escribir de una misma,
¿por qué esta vez no dedicas
a otros tus versos galantes?»

No sonaba mal la idea,
ya era mucha egolatría,
pero ¿a quién dedicaría
esta vez su calavera?

¡A quién más sino a la Jacka,
en buena lid responsable
de que tanta gente hoy ande
hablando de la calaca!

No es ninguna fantasía
lo que aquí yo les relato,
es la crónica de un pacto
realidad y pesadilla.

He aquí pues —aún no lo creo—
que Jacka ingenua aguardaba,
como cada madrugada,
la llegada de Morfeo.

Pero aquella noche oscura
Murphy nunca apareció:
fue la Muerte quien cruzó
la puerta con galanura.

"Mucho me andas invocando"
le dijo mirándola atenta,
"y a escribir sobre mis cuentas
a otros andas convocando."

"Si en verdad tanto te atraigo
puedo ofrecerte un asunto,
ya verás que ni a Tim Burton
ofrezco tales contratos."

Hoy la Jacka es prisionera
y escribana de la Muerte.
"Para mí", dice y no miente,
"¡mejor chamba no existiera!"

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre la muerte

«Hoy que Dios me deja de soñar...»
Horacio Ferrer

Me cuesta tanto trabajo pensarte, muerte. No sé si decir que tengo miedo fuese la forma más adecuada de referirme a ti. Es sólo que, cuando se da la ocasión, prefiero no pensarte. Te siento tan lejana y tan cerca, siempre. Quizá porque al mantenerte tan distante todos estos años, me recuerdas inevitablemente que estás allí.

Cuando Jacka y Rodo convocaron este año a la segunda edición de la Semana Mortuoria, decidí que quería sumarme nuevamente. Diversas circunstancias me hicieron creer que esta vez no lograría siquiera cumplir uno de los retos. Pero aquí estoy. Comenzando con el que más trabajo me significa. Reflexionar sobre ti, que tanto me cuestas.

Hace unos minutos que me decidía a escribir unas líneas sobre ti, vinieron a mi memoria unos versos de Sabines en el largo y entrañable poema que escribe a la muerte de su padre... «Morir es retirarse, hacerse a un lado / ocultarse un momento, estarse quieto / pasar el aire de una orilla a nado / y estar en todas partes en secreto».

Hace poco más de diez años que un par de colegas y yo preparamos un video documental/experimental sobre la forma en que has sido vista desde la poesía mexicana. Viajábamos desde textos míticos de poetas nahuas, hasta uno que otro autor contemporáneo. En ese entonces me topé en la biblioteca de mi padre con un puñado de libros de Elías Nandino, que pronto me cautivó; en uno de ellos escribe: «Morir es / alzar el vuelo / sin alas / sin ojos / y sin cuerpo».

Ya se ve que, ante mi incapacidad para referirme directamente a ti, muerte, he terminado acudiendo a otros, que han sabido acercarme un poco a ti.

Curiosamente en estos días me ha rondado una pieza de Piazzolla con letra del poeta Horacio Ferrer: Balada para mi muerte. Dice ahí que la muerte le llegará de madrugada, «que es la hora en que mueren los que saben morir». En eso creo estar de acuerdo.

jueves, 29 de octubre de 2009

Estampas Cervantinas

Parece que tenía que estar viviendo en el Bajío para poder estar alguna vez en el Festival Cervantino. Más de una vez estuve tentado a lanzarme, pero nunca he sido lo suficientemente aventurero. Quien me conoce sabe, además, que si bien no estoy negado a la fiesta, tampoco es que me entusiasme sobre manera. Mis repentinos deseos de viajar a Guanajuato estaban más relacionados con una que otra presentación artística que con las ganas de callejeonear de marcha hasta el amanecer. Insisto: no estoy peleado a muerte con la pachanga, pero es claro que he sido medio abuelo desde siempre.

El caso es que, viviendo ahora donde vivo, ya era el colmo que dejara pasar algunos eventos de la cartelera cervantina de este año.

Ya en la entrada anterior reseñaba Sin Sangre, mi primera incursión oficial al festival. El fin de semana la experiencia siguió con Nebbia, una co-producción del Cirque Éloize con Teatro Sunil. De nuevo, las palabras no me alcanzan. El brillante Daniele Finzi Pasca crea un espectáculo lleno de poesía en movimiento; una provocación tras otra: del asombro a la carcajada, de la reflexión al suspiro, de la sorpresa a una que otra lágrima. Hace ya varios años que me crucé por vez primera con el trabajo de este director-creador-clown suizo, a través de Ícaro, maravilloso montaje que presentó en México. En Nebbia, se repite uno de sus temas recurrentes: la frontera entre cordura y locura, entre fantasía y realidad. Los actos circenses se mezclan con la lírica en un delicado viaje rodeado de neblina. Viaje que invita a mirar al cielo como una forma de mirar hacia adentro y hacia el Otro. El resultado es de una elegancia magistral.

Y siguiendo con las artes escénicas, esta semana rematé con una de las piezas cumbre del drama occidental: la compañía lituana Meno Fortas presentó su galardonada puesta en escena de Hamlet, de Shakespeare. Hamlet siempre ha sido una de mis obras predilectas. Más allá de la fuerza que encierran forma y fondo de esta tragedia, la identificación que siempre he sentido con el joven príncipe de Dinamarca no deja de intensificarse con el tiempo. Durante tres horas y media, la propuesta del director Eimuntas Nekrošius permite adentrarnos en una lectura inusual de personajes tan míticos que uno creería conocerlos a la perfección. En particular, me impresionó el papel que juega el asesinado Hamlet padre, que se nos presenta más allá del mero espectro. La atemporal propuesta de Meno Fortas deja en evidencia una vez más la innegable vigencia y universalidad de una obra que, bien trabajada, no puede dejar de sorprender.

Entre una cosa y otra, se intercalaron escapadas musicales a la Calzada de las Artes, en el Fórum Cultural de León, pasando del Carmina Burana al son cubano, pasando por el tango de la Orquesta Típica Fernández Fierro. Pero quizá el momento más poderoso con el que asociaré mi primera incursión al Cervantino, será el café que me bebí anoche a un costado del imponente Teatro Juárez de Guanajuato. Quiso el azar que se alinearan los astros para que Howard Gardner viniera esta semana a León, y convocará a tres millares de personas vinculadas con la educación, entre quienes estaban tres amig@s y ex-colaboradores querid@s. Todo se conjuntó inmejorablemente y quizá las energías desatadas por la música, las letras y la buena charla, desencadenaran una racha de entusiasmo que hoy me tiene mirando el futuro con más optimismo. La posibilidad de la que hablaba hace poco se reafirma y me decido a hacer frente a lo que viene. Sea lo que sea.

jueves, 22 de octubre de 2009

Sin Sangre

Se me acaba la semana y tengo una deuda importante; no quiero dejarla pasar. Contaba recién mi escapada al teatro: mi primera incursión en una actividad del Festival Cervantino, que celebra en León parte de su programación.

La obra: Sin Sangre. Adaptación y montaje de la compañía chilena TeatroCinema a partir de una novela del italiano Alesandro Baricco. Aunque suene a lugar común, creo que las palabras no alcanzan para describir lo que estos impresionantes creadores logran generar sobre el escenario. Como bien anticipa el nombre del grupo, se trata de un extraño cruce entre el lenguaje teatral y el cinematográfico, de una calidad y precisión técnicas inusuales. Extraordinarias, impecables, para decirlo claramente.

En el sitio de internet de TeatroCinema puede apreciarse un breve trailer de la producción; también en YouTube pueden verse algunos fragmentos, como el que inserto al pie de esta entrada. No se trata de una edición que agregue efectos digitales o imágenes logradas con procesos de post-producción. No. Lo que se ve en los videos es lo que se ve en el teatro. Así de simple. Así de contundente. Por momentos uno no sabe si está viendo una película o si realmente se trata de gente que interpreta en vivo, en tiempo real, una desgarradora historia tan estremecedora como universal.

100 minutos non-stop de magistral trabajo escénico, con una escenografía 90% digital que, aprovechando un juego de proyecciones 2D sobre dos planos, construye un mundo con el que los personajes interaccionan como salidos de un carrete de celuloide. Al final, uno tiende a reaccionar como si hubiese acabado la proyección de un film. Pero entre el desenlace y los créditos (que también corren sobre la pantalla mientras los espectadores abandonan la sala), la presencia de los actores para sus caravanas finales nos recuerda que se trataba de otra cosa. Que ahí estaban ellos todo el tiempo. Que eso que hemos contemplado no podrá venderse en DVD o Blue-Ray. Que hemos sido testigos de algo que no se repetirá igual nunca más. Que hemos visto teatro. Efímero y auténtico. Como solo puede ser el teatro de verdad.

martes, 20 de octubre de 2009

Recuperar la posibilidad

Para Chavira, que esta tarde, sin saberlo, me regaló un rayo de luz.

Son pasadas las once de la noche. Vengo llegando del Teatro Manuel Doblado, tras presenciar una impresionante función de la compañía chilena TeatroCinema en el marco del Festival Cervantino. Pero no es de eso de lo que quiero escribir esta noche. Cierto que el entusiasmo provocado por la presentación me mueve a compartir la experiencia, pero el revoltijo de emociones me lleva por otro sendero. (No dejo de lado el asunto del teatro; me propongo firmemente atenderlo aquí esta misma semana.)

Además del entusiasmo me invade el cansancio. Pero estoy aquí porque desde antes de salir rumbo al teatro comencé a tramar unas cuantas notas: una urgente catarsis que, pese al agotamiento físico, mental y emocional, no quiero dejar para otro día.

Ya he sutilmente señalado en algún momento la crisis existencial que me ha invadido en lo laboral a lo largo de las semanas recientes. No he explorado aquí suficientemente el conflicto pedagógico-vocacional que profundiza la confusión, pero por el momento baste decir que no pasa un par de horas sin que ponga en duda el sentido de la tarea educativa a la que me he dedicado durante una década.

Las sorpresas y decepciones que han acompañado mi llegada a un nuevo proyecto me han traído en un sube y baja de terror y de pronto me he descubierto en una inusual caída libre de pesimismo. Pesimismo del malo, matizo, pues si bien de alguna manera una cierta tendencia a anticipar catástrofes me ha acompañado desde hace años, siempre he asumido que la labor de educar exige cierto mínimo de optimismo o de confianza en que las cosas pueden ser mejores. Pero, decía, últimamente el pesimismo malo, ese que de plano bloquea cualquier posibilidad hacia el futuro, estaba dominando en el debate de mi conciencia.

Y pese a todo, de alguna manera, las cosas han comenzado a encontrar un cierto nuevo punto de partida, desde el cual llega la hora de construir nuevos proyectos, proponer nuevas ideas, empezar una vez más a imaginar futuros y reclutar talentos dispuestos a levantar el futuro con esfuerzos que nunca se sabe si serán bien recompensados. Mi karma, decía hace poco un amigo.

En medio de la discusión desatada en mi interior, hoy recibí uno de esos correos difíciles de explicar: pocas palabras, de todo un poco, pero una dosis de energía brutal. Lo leí cuando llegaba a la bandeja, casi a las siete de la tarde, justo antes de apagar la computadora para salir de la escuela y venir a botar todo para irme al teatro. Apenas pude procesarlo. Sonreí y al mismo tiempo me estrujé por dentro. Un par de palabras fueron suficientes para detonar una avalancha de emociones. Me encontré una vez más echando de menos tanto de lo que he ido dejando atrás, tanto de lo que tengo lejos y siento tan cerca. Me invadió esa necesidad de lanzarme en busca de esa gente que tanto representa y a la que tan pocas veces se lo he dicho.

Si leyeran lo que decía el correo, esta reacción puede parecer desproporcionada. Pero insisto, no era su contenido. Era algo más. Mientras escribo estoy ya en el estado en que la autora del susodicho mensaje se describía a sí misma leyéndome: con las lágrimas en pleno. Y no me atrevo a decir que sea tristeza. Es sólo, como ella misma escribe, que me causa sentimiento.

Creo que estoy escribiendo mucho y no estoy diciendo nada. Así están las cosas aquí adentro. Buscando comprender. Y aceptando que va siendo hora de dejar de buscar explicaciones para concentrarse en vivir. Intento lanzar al menos una idea concreta: el correo de Marisol me recordó en buena medida que esto que a veces me parece un sinsentido, no lo es del todo. Me permitió ver, como much@s querid@s alumn@s me lo hacen ver de cuando en cuando, que de algo sirve. Así, sin imaginarlo, me devolvió al menos la posibilidad. Y eso ya es bastante cuando todo empezaba a verse tan negro.

sábado, 17 de octubre de 2009

Libros

«El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.»
Juan Villoro

En mi reciente estancia en una de las capitales de la posmodernidad —el aeropuerto Schiphol de Amsterdam— tuve oportunidad de ver por primera vez el Reader Pocket Edition de Sony, uno de esos artefactos que participan en la competencia por hacer de una vez por todas realidad el sueño de muchos sobre el libro electrónico, el libro paperless. La primera vez que escuché a alguien hablar de la erradicación del papel como soporte de la lectura fue en los albores de la década de 1990, en un congreso para jóvenes al que asistí en mi primer año de preparatoria. En aquel entonces todavía muchas de las cosas que hoy son cotidianas sonaban a ciencia ficción.

Hablo de tiempos en los que todavía elaboraba mis trabajos académicos en mi Smith Corona —una máquina de escribir eléctrica que me había comprado un par de años antes con parte de mis primeros ahorros—. Tiempos en los que la telefonía celular era un lujo envasado en ladrillos de bolsillo y en los que las enciclopedias aún no se convertían en artículos de ornato, ya que todavía ayudaban a materializar incipientes investigaciones estudiantiles a través de un rudimentario copiar-y-pegar manual —aquel proceso de transcripción que uno realizaba tanto desde aquellos míticos volúmenes como desde las siempre salvavidas monografías de papelería—.

En unos cuantos años el mundo se transformó. Hoy le cuento a mis alumnos cómo hacíamos entonces nuestros trabajos y creen que estoy jugando con ellos. Les parece simplemente imposible un mundo sin correo electrónico o sin mensajería instantánea a través de los móviles. Pero algo no deja de parecerme especialmente relevante: en medio de consolas de video, nuevos formatos digitales para el entretenimiento en casa, medios convergentes a través de un infinito de tetrabytes y cuanto quiera uno agregar al conjunto, el libro sobrevive... todavía.

Contaba de mi encuentro con el Reader Pocket Edition de Sony. Un aparatito que permite al usuario portar tres centenares de libros que se visualizan a través de un display cuya tecnología E Ink® Vizplex, de acuerdo con sus creadores, imita al máximo las propiedades del papel. La más sofisticada versión Reader Touch Edition agrega la posibilidad de acariciar las páginas para darles vuelta, entre otras curiosidades. Confieso que pese a mi cariño por el libro tradicional, ciertas funciones del librito electrónico desde hace tiempo me parecen atractivas. Aquí mismo, en el portátil en que escribo estas líneas, tengo una buena cantidad de libros digitales que puedo llevar sin temor a pagar exceso de equipaje. Y, sin embargo, reconozco que el libro siempre será el libro.

En estos días me topé con el artículo de Juan Villoro de donde tomo el epígrafe de esta entrada. [Como ya se me ha hecho costumbre, pongo al alcance aquí una versión en PDF para quienes no pueden acceder al original en el portal de Reforma.] Su provocación para pensar en un mundo donde el libro no existe y de pronto es inventado me parece muy oportuna para revalorar el papel que juega en nuestra civilización y en nuestra psicología. Algunas implicaciones parece triviales, pero merecen ser consideradas, como cuando Villoro nos recuerda que "el sistema operativo de un libro no debe ser actualizado" o la singularización que puede provocar en diferentes ámbitos, incluyendo particularmente la forma en que nos apropiamos de él.

Todo esto remite al libro como soporte, nada más. Pero no habría que pasar por alto la evolución de su contenido. Y para ello acudo a Alesandro Baricco quien, en su examen sobre la mutación que hoy protagonizamos, reconoce al libro como una ciudad donde dos tradiciones en choque aún conviven. Examinar a fondo este argumento exige detenerme serenamente en otras premisas desarrolladas por Baricco en Los bárbaros, cosa que realmente anhelo hacer en algún otro momento. El hecho es que el libro como soporte sobrevive aunque su contenido pueda estar evolucionando y debatiéndose entre dos formas de racionalidad que hacen que algunos libros no se ajusten a la definición de lo que solíamos considerar un libro.

Estamos, pues, ante dos mutaciones que en realidad son una sola: en una cara está el aparente paso del papel a los bytes; en la otra, la evolución del libro como unidad (cuyo contenido y funcionalidad se comprende en el marco de una cultura de libros) y el libro como pieza de una secuencia más compleja (elemento estructural, pero no más ni menos importante, en una cultura de convergencia mediática). Mis divagaciones aquí arrancaron con exploraciones sobre la primera cara, la que se reconoce fácilmente y sobre la cual puede polemizarse en cualquier charla de café. La segunda, merece juicios menos apresurados. Quizá en otra oportunidad.

Apunte. Todo este embrollo surge de mis ganas de comprar uno de esos artefactos. Con esa idea empecé esta entrada. Ya se ve que uno no controla a sus demonios. Además, quería ésta ser una reflexión breve, para dar espacio a otras divagaciones. Ya será en la semana. Por ahora, adelanto que espero esta sea una semana definitoria en mi futuro laboral, cuya crisis se ha agudizado en estos días. Las causas están ya más en la superficie, y en estas horas preparo algunas cosas para intentar despejar el corto plazo. Seguiré reportando, aquí como en el Twitter, aquí a un lado.

lunes, 12 de octubre de 2009

Intento de puesta al día

Quisiera contar sobre mis horas de carretera y la infinidad de reflexiones que ahí se originan. Quisiera compartir mi acumulación de decepciones sobre un proyecto que me entusiasmaba pero que no ha tardado en mostrarse como más de lo mismo contra lo que he luchado ya casi diez años. Quisiera poner sobre la mesa mi necesidad de una imagen del futuro. Quisiera desencadenar un extenso intercambio de posibilidades con el fin de hallar algunas respuestas. Quisiera narrar esos momentos de los que he logrado aferrarme buscando sentido a mi caos. Quisiera entrar a detalle en el hallazgo de esos mensajes enviados por mí mismo desde el pasado al que soy en el presente y que se han venido poniendo frente a mí en las últimas semanas.

Quisiera poner aquí tantas cosas.

Pero estoy cansado. Intentando comprender. Ante mi falta de energía para escribir cuanto quisiera, retomo algunas de esas expresiones repentinas que en los últimos días he arrojado a través del Twitter o el Facebook. Quizá en ellas logre reconstruir algo de cara al futuro.

04/10, en Twitter: «Encontrando en mis palabras del pasado, mensajes enviados al futuro, al que soy en el presente...»

05/10, en Facebook: «Días difíciles.»

07/10, en Twitter: «Curioso toparse así con palabras de uno. Quizá en estos pequeños hallazgos está el descubrimiento de la propia esencia. http://bit.ly/JZjzk»

07/10, en Facebook: «La tradición impone que ante los retos uno diga: "Yo puedo con eso". De ahí que a uno mismo le resulte tan complicado reconocer en determinado momento: "No puedo. Punto." Y entonces, nacen ahí infinidad de problemas. Resulta que todos podemos con todo, porque así "debe ser".»

08/10, en Twitter: «Poco a poco lo voy comprendiendo: No es que no pueda... simplemente no quiero.»

09/10, en Twitter: «Entusiasmado tras mi primera sesión de Filosofía para Niños... Se abre una nueva ventana para mirar el mundo :D»

12/10, en Facebook: «Aquí vamos de nuevo... [Mientras tanto, continúa la búsqueda de una imagen para visualizar el futuro]»

12/09, en Twitter: «Tengo que responder un correo y no encuentro palabras. Tengo claro que pongo mucho en riesgo. Pero es necesario.»

domingo, 4 de octubre de 2009

Varia

Siguiendo una ya casi tradición involuntaria, la primer entrada del mes será un poco de chile, mole y pozole, a fin de no dejar saldos pendientes y, además, no correr el riesgo de que el ajetreo de la semana produzca una mayor acumulación de ideas por compartir.
  • París. Hay sitios ante los que la indiferencia es prácticamente imposible. La capital francesa es uno de ellos. Es algo en el aire, algo en la energía acumulada en sus calles a lo largo de siglos de historia. De ninguna manera pretendo idealizarla. Ya alguna vez he hablado sobre las paradojas que encierra para mí la Ciudad Luz. Más allá de los casi inevitables lugares comunes, París es una provocación. Esta vez fueron menos de 48 horas. Y la ciudad no fue la protagonista, por supuesto. Pero sí fue silencioso y poderoso testigo de un entrañable encuentro con mi hermana J, quien a su vez me permitió reencontrarme con parte de mí, con una de esas dimensiones que uno archiva e incluso llega a olvidar, pero que brota con intensidad en cuanto se roza la fibra adecuada. Me cuesta mucho poner en palabras lo que significó ese par de días, pero he de decir que ahí se sembró al menos uno nuevo de esos puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. Nunca alcanzará para agradecer, como siempre, a J como al resto de mis herman@s, lo mucho que me enseñan y alimentan todos los días. Es difícil describir la experiencia de aprendizaje que día con día me brindan l@s cuatr@, haciendo que la edad se desvanezca, convirtiéndome —a pesar de lo que digan las actas de nacimiento— en un bendecido «hermano menor» que gracias a ell@s crece un poco más cada día.
  • Montserrat. Me refiero a la montaña que alberga a la patrona de Catalunya. Esa montaña que he tenido la suerte de recorrer ya varias veces. Esa montaña que en dos años se ha convertido ya en un referente indispensable en mi vida. Hablaba hace unas líneas de puntos de inflexión. Los seguidores más «antiguos» de mis blogs han leído ya al respecto. En verano del año pasado publiqué una entrada sobre el agradecimiento, donde hacía referencia concretamente a la experiencia legada por esa mística montaña. Pronto será un año de mi primer ascenso a la cima. Poco después, regresaría con J a ese lugar, semanas antes de volver a México. En estos días difíciles por los que atravieso, no está nada mal reencontrarme con mis propias palabras, como mensajes enviados hacia el futuro, para momentos como éstos. Cito un fragmento:
«[...] pensé en esa imagen ante la que me rendí a las pocas semanas de mi llegada a este país... la imagen del sol en la montaña [...]... Ahí, en Montserrat, viví una de las místicas experiencias con las que iniciaría esta travesía. Ahí, hice un resumen de mí mismo y agradecí a Dios (mirándolo de frente bajo ese resplandeciente sol) el sinfín de bendiciones que ha puesto en mi camino a lo largo de toda mi vida. Aquellas que he comprendido a tiempo y también las que no he sido capaz de reconocer en su momento. Aquellas que habrían de venir (y han seguido llegando) y las que seguro están todavía en el camino.

En general, toda mi vida he intentado tener presente ese sentido de agradecimiento. Seguro que hay días en que el ajetreo me hace pasarlo por alto. Pero siempre es buen momento para hacer una pausa, echar un vistazo atrás, agradecer... y continuar.
  • Abuela. Y siguiendo con aniversarios, mañana se cumple el primero de la partida de la abuela. Hoy particularmente la eché mucho de menos. Cosas de la vida. Fueron simplemente unas ganas de ver su rostro. De recibir una dosis de la fortaleza que siempre le admiré. ¿De qué estaba hecha esa mujer? Igual que mis abuelos maternos que todavía se acompañan uno al otro en esta tierra. Ahora que cada semana cruzo unos cuantos centenares de kilómetros de carretera, la recuerdo dándome su bendición antes de cualquier viaje. Sé que en mis nuevas travesías me acompaña. Igual que a tod@s sus niet@s y bisniet@s.
  • Creer. Murió Mercedes Sosa. Alguna vez tuve la suerte de escucharla en directo. Una de esas presencias poderosas, que irradian una energía peculiar. Y una voz sobre la cual no tiene sentido decir gran cosa. Basta volver a escucharla. Fue en aquel ya lejano concierto donde me enamoré del credo compuesto por Silvio Rodríguez. La trova no es muy lo mío, lo reconozco, pero algo encontré en esa canción que hasta entonces me era desconocida. Algo que a la fecha me hace estremecer cuando la escucho, particularmente en la voz de la Negra cantora.