jueves, 11 de junio de 2009

The future's not ours to see

Ante la genialidad, las ganas de decir son muchas, pero las palabras precisas suelen ser pocas. Así me pasa cuando intento referirme a alguna película de Alfred Hitchcock. La filmografía del maestro del suspenso supera el medio centenar de películas, de las cuales tengo unas cuantas, y entre ellas, aún muchísimas pendientes de ver. De cuando en cuando me regalo la oportunidad de descubrir alguna de ellas, así como de regresar a las ya conocidas. En ambos casos la experiencia es siempre más que grata. 

Hace unos días vi por primera vez The man who knew too much (1956), remake de una película que el mismo Hitchcock dirigiera en sus primeras épocas. Esta segunda versión —que el cineasta consideraba ampliamente superior a la primera— es protagonizada por el siempre eficiente Jimmy Stewart, acompañado por Doris Day, y narra la aventura de un matrimonio que, para recuperar a su hijo, debe desarmar un complot internacional en una travesía que les lleva de Marruecos a Londres.

¿Por dónde empezar a compartir mis entusiasmos en torno a esta película? El suspenso es magistralmente sostenido por Hitchcock de principio a fin. Yo no sé qué diablos tienen sus películas pero, pese al paso del tiempo, el ritmo es prácticamente impecable y la tensión es tal que uno olvida lo acartonado de algunos montajes técnicos o los saturados contrastes de aquel incipiente Techincolor. Los conflictos planteados por el maestro son de una precisión absoluta, y el mundo que crea en torno a ellos resulta siempre de una congruencia impecable.

El trabajo de James Stewart es quizá otra de las grandes maravillas de cintas como esta. Otras tres colaboraciones de este entrañable actor con Hitchcock me vienen a la mente: la clásica Rear Window (1954), la magistral Rope (1948), y una de las —para mí— mejores películas de todos los tiempos, Vertigo (1958).

Se me ocurren también dos maravillosas razones musicales para ver The man who... Una, la partitura de Bernard Herrmann —quien además aparece en el papel de sí mismo y dirigiendo a la London Symphony Orchestra en la climática escena del Royal Albert Hall—. La otra, Doris Day interpretando la mítica "Que sera, sera", misma que ganara en su momento el Óscar a mejor canción original.

En fin que motivos sobran para volver a pelis como ésta una y otra vez. Alabado sea el cine (y los reproductores de cine en casa).

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