«A veces me pregunto si ciertos recuerdos son realmente míos, si no serán otra cosa que memorias ajenas de episodios de los que fui actor inconsciente y de los que más tarde tuve conocimiento porque me los narraron personas que sí estuvieron presentes, si es que no hablan, también ellas, por haberlos oído contar a otras personas.»José Saramago
El asunto de la memoria es uno de esos que se ha vuelto obsesivos en mí de un tiempo para acá. Alrededor de hace un año —primero a partir de una antigua fotografía y después a raíz de mi encuentro con una caja plagada de pasado— dediqué algunas líneas al asunto.
Ahora, diversos acontecimientos a lo largo de los últimos días —quizá semanas— han vuelto a poner el tema en primera línea. Encuentros, evocaciones repentinas, imágenes traídas de la mano de un destino obstinado en hacerme reconstruir mi propia historia —una historia que a ratos parece haber perdido todo rastro de unidad— y que parecieran empujarme a recuperar alguna idea de futuro.
En medio de estor ires y venires en el tiempo, hace un par de días me tope con uno de esos volúmenes que, pacientes, esperan ser leídos algún día. Su espera, lo reconozco, fue menos larga que la de muchos otros que han acumulado ya años con silenciosa serenidad. Se trata de Las pequeñas memorias, donde José Saramago recorre su infancia y temprana adolescencia a través de un vaivén de evocaciones en las que, como posiblemente nos ocurre a todos, de pronto aparecen recuerdos aparentemente irrelevantes en el lugar de aquellas cosas que uno desearía ser capaz de invocar:
«Muchas veces olvidamos lo que nos gustaría poder recordar, otras veces, recurrentes, obsesivas, reaccionando ante el mínimo estímulo, nos llegan del pasado imágenes, palabras sueltas, fulgores, iluminaciones, y no hay explicación para ello, no las hemos convocado, pero ahí están.»
Cuestiones como estas que — inmejorablemente— describe Saramago al explorar su infancia, me han perseguido siempre y a veces con más fuerza. Así las cosas, ando en pleno recorrido al pasado, como es natural, con emociones encontradas; a veces con ganas de acurrucarme en un recuerdo y perderme ahí; otras, con ansia de volver al presente utilizando la memoria como combustible; todas, entusiasmado con cada diminuto descubrimiento, anhelando seguir con la proyección de un futuro que, con el tiempo, se sume dignamente a la humilde cadena de pequeñas memorias que la vida me permite ir conservando.
Apunte. Uno de los acontecimientos que se han encargado de sumergirme en estos viajes al pasado, fue el estreno de la obra que la "pequeña" Monch y sus compañeros están presentando esta semana. Una auténtica delicia. Al final de la primera función, cuando salió de camerinos, no pude evitar abrazarla y ponerme a llorar. ¡Qué sentimentales somos, hermana! Ambos sabemos lo mucho que este nuevo éxito significa para cada uno. ¡Te quiero muchísimo!
1 comentario:
He olvidado muchas vivencias, he olvidado nombres de personas o simplemente de compañeros que estudiaron conmigo desde la primaria, secundaria... los recuerdos se vuelven vagos. Solo persisten aquellos recuerdos que dejaron huella, ya sea por una muy mala experiencia y frustración como una excelente experiencia. Lo cierto es que recordar es vivir y por que no alimentamos el alma de aquellos recuerdos que muchas veces la realidad no es capaz de saciarnos esa sed de satisfacción con nuestra vida.
Cómo siempre, con cada post me dejas pensando y reflexionando.. ahora si que tengo tanto que recordar.. jejeje un abrazo desde las costas del Golfo.
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