domingo, 28 de febrero de 2010

Vértigo (II)

Los últimos días han sido dominados por el vértigo. [Tengo la impresión de ya haber comenzado así alguna entrada alguna vez. Ni idea.] Vértigo en todas partes. Acaba una semana en la que apenas me habré dedicado a mí mismo unos instantes. Pocos, pero valieron la pena. Lo cierto es que no me alcanzaron para venir aquí y contar tantas cosas que quisiera compartir. Desde mis crisis laborales hasta mi rescate la mañana de ayer al comenzar un curso de Diseño Curricular en Salamanca. Rescate que merece ser descrito con detenimiento en cuanto pueda. Ayer otra bocanada de aire en mi visita relámpago al DF para el concierto de Alejandro Sanz para festejar el próximo cumpleaños de M. Inolvidable. Lo he visto en cada gira desde hace más de diez años. Pero anoche fue simplemente inolvidable. Esta mañana a primera hora volví al Bajío para la kermés del Colegio. Llegué poco después de las 10 y hace un rato salí apenas. Escribo esto mientras disfruto mis primeros diez minutos continuos sentado desde que me bajé del auto esta mañana. Me seguiría, pero tengo cuadernos que calificar y una presentación por terminar para mi junta de mañana temprano. Una reunión que durará cinco horas y que debería ser determinante para imaginar mis próximos tres años. Veremos.

martes, 16 de febrero de 2010

Omara

Para variar, el cansancio y el exceso de pendientes compiten y me arrebatan el tiempo de venir y contar todo lo que quisiera. Para salvarle de morir en el tintero digital de mis buenas intenciones, apuesto por compartir aquí la experiencia del sábado por la noche en la Calzada de las Artes de León, Gto., donde estuvo la mismísima Omara Portuondo.

A sus 79 años, la mujer es una auténtica diosa. Ya un par de veces la había visto en vivo, acompañada primero por la alineación original del Buena Vista Social Club y después en una gira del mismo colectivo cuando éste ya mostraba algunas bajas. Esta vez era ella sola, con toda su inmensidad. En un foro abierto —al aire libre y con entrada libre—. Llenando la noche con nostalgia y energía.

La mezcla de su sangre cubana con el espíritu del jazz que la habita, hizo de la velada una experiencia única. La primera hora se la echó sin descanso, con un repertorio dominado por su más reciente producción, Gracias. Cedió luego unos minutos el escenario a sus maravillosos músicos para regresar una última media hora con un par de encores incluidos.

No me alcanzan las palabras para describir lo que me provocó su voz, su presencia. Baste decir, como escribí al día siguiente en Twitter, que si llego a los 80 con la mitad de esa energía, me doy por bien servido.

Aquí dos pequeños ejemplos de lo que vivimos esa noche. Los videos corresponden a su participación en el Northsea Jazz Festival en 2008; así estuvo aquí el sábado y así cantó ambas canciones: con esa calidad, con esos músicos, con ese entusiasmo.


martes, 9 de febrero de 2010

Twitter, medios y redes...

La última vez que vi a León Krauze en persona fue hace ya más de diez años, cuando él se graduó uno o dos semestres antes que yo. Durante la segunda mitad de la licenciatura, compartimos algunas clases y estuvimos metidos en algunos proyectos que nos hicieron coincidir. Quizá lo que más me liga a él en esa etapa fue cuando a un puñado de "intentos-de-líderes-estudiantiles" —entre los que me contaba yo, por supuesto— heredamos por un par de semestres la organización de los celebérrimos premios KROLBA —celebérrimos, claro está, entre los que los conocíamos—. (Vale, es una referencia local, pero escribiendo en mi blog supongo se me disculpa.) El caso es que nos graduamos y punto. Como con tantos —hasta con mis más cercanos compañeros—, cada quien su vida.

Así que no diré que es o era mi amigo: primero, porque no lo es ni lo era; segundo, porque para lo que me interesa decir eso es irrelevante. Sin embargo, lo conocí lo suficiente como para afirmar que es un tipo inteligente y educado. Con este segundo adjetivo no pretendo decir que sea estudioso —que sí lo es—, sino que tiene modales, que es respetuoso, que sabe discutir. Eso implica ser educado. Dejé de verlo y hace un par de años supe que llegaba a la W; eran los días posteriores a la salida de Aristegui, días en que yo andaba todavía instalado en Barcelona —¡cómo pasa el tiempo!—. Me alegró saberlo, como siempre que uno sabe que le va bien a alguien por quien siente aprecio o piensa simplemente que lo merece. De ahí a entonces, por azares del destino, poco lo he seguido, aunque siempre que le escucho en la radio o le leo en algún medio impreso, me da gusto.

Traigo esto a colación porque esta mañana, cuando entré al Twitter nomás por pasar lista, me encontré una interesante polémica sobre el texto que León publicó hoy en su columna de Milenio. Más allá de los que, como en cualquier controversia, sólo debaten consigo mismos —esos que no escuchan, sólo hablan y se rasgan las vestiduras; esos que, digo yo, me dan "ternurita"— me pareció interesante la argumentación de otros twitteros en mi línea de tiempo. Me refiero a sujetos articulados que, como el mismo León, respondían educadamente y con ganas de construir algo, y no sólo aferrarse a una idea estableciendo un monólogo disfrazado de debate.

Cuando hablamos —escribimos— esperando solamente reforzar nuestras posiciones, incapaces de otorgarle al otro el lugar de interlocutor y atender a sus razones, la "conversación" resulta estéril. Cuando nos reconocemos como participante del diálogo, suceden cosas. Y haciendo que sucedieran, León llevó el asunto a su programa de radio el mediodía. Y gracias a que en este pueblo es posible escuchar la W en la amplitud modulada, conseguí escuchar la charla en la que David Aponte y Gabriela Warkentin expusieron puntos de vista que ayudaron a complementar el cuadro. Con ganas de sumarme al asunto —total, aquí puedo decir cuanto quiera, alimentando al menos mi diálogo imaginario con las perspectivas de otros— me puse a escribir algo sobre el tema.

El disenso se generaba desde la premisa de partida: ¿es Twitter un medio de información o es una red social? Argumentos de un lado y argumentos del otro. En mi perspectiva, el problema radica justamente en que es ambas cosas a la vez. Y lo es de una forma que ninguna otra herramienta lo había sido hasta ahora.

Me explico.

Primero. Cuando hablamos, por ejemplo, de la televisión, usamos la palabra "medio" para referirnos a dos realidades: al medio en general —la televisión— o a un medio en concreto —Televisa, Azteca—. En radio, en prensa, sucede lo mismo: están la radio y la prensa, pero están la W, MVS, Fórmula, El Universal, La Jornada, Reforma... En los tres casos que refiero —televisión, radio, prensa— los generadores de contenidos son unos que están —todavía, pero quizá no por mucho tiempo— de un lado, mientras los consumidores, del otro, reciben lo que los otros, unilateralmente —bueno, con la guía de los estudios de mercado— deciden. Ahí están ellos y de esta lado —insisto, todavía— nosotros. ¿De acuerdo?

Segundo. En las llamadas redes sociales, convive un universo de usuarios que colocan —que colocamos— parte de sus vidas en internet, al acceso una inmensa cantidad de personas. Ahí, desde identidades reales, ficticias o —la mayoría de las veces, consciente o inconscientemente— híbridas, se cuenta lo que se piensa, se describe lo que se hace, se comparten imágenes de uno y de sus amigos, se comparte música, se juega al granjero y se abren galletas de la suerte. Todos en igualdad de circunstancias. Hasta hace poco esto era así. Con la llegada de Twitter —ciertamente definido por su creador como un "medio de información"— las cosas empezaron a cambiar cada vez más rápido.

Con lo dicho hasta aquí, tenemos que yo, por más que quiera, no tengo capacidad de emitir un noticiario por televisión abierta en horario estelar; no puedo generar un debate de profundidad el domingo en la radio, mientras otros transmiten un partido de soccer; no puedo sacar mañana una revista "de contenido" para que sea distribuida en todos los Sanborn's del país.

Pero sí puedo twittear. Y ellos también. Y el canal en el que ambos —ellos y nosotros— lo hacemos, es el mismo. Estamos, de alguna manera, en igualdad de condiciones. Podemos respondernos. Podemos replicarnos, retransmitirnos. Remitirnos unos a otros, involucrar contenidos de aquí y de allá. De alguna manera tenemos, entonces, un medio de información y una red social. Hablar de someter la dinámica de una red social a los principios del periodismo o de sojuzgar su poder informativo a los usos y costumbres que nacieron con las redes sociales me parece, al menos, un sinsentido. Lo único que veo es que necesitamos nuevas categorías para debatir estos asuntos. Y por eso creo que discusiones como la que se desató mi ex-compañero esta mañana, son bienvenidas... y necesarias.

Apunte. Toda esta cuestión, sumada a una conferencia que escuché ayer —también gracias a Twitter—, pone sobre la mesa muchas cosas que más me vale atender. ¡Me urge retomar la tesis! Hablando de medios y redes, hay una idea de McLuhan que necesito seguir explorando. A ver a qué hora.

domingo, 7 de febrero de 2010

Problemillas

Desde hace varias semanas tengo esta entrada pendiente. Algo había dicho ya sobre mi entusiasmo ante el Sherlock Holmes de Guy Ritchie, encarnado por Robert Downey Jr. Mucho he escuchado y leído sobre la lectura que esta versión cinematográfica hace del legendario detective imaginado por Sir Arthur Conan Doyle; más de uno se ha rasgado las vestiduras acusando al realizador por atreverse a degenerar a tan distinguido personaje o al actor por banalizarlo con su interpretación.

He escuchado y leído argumentos a favor y en contra emitidos tanto por neófitos como por supuestos avezados, comparando supuestamente al Holmes del celuloide contra el Holmes del papel. En el fondo, la mayoría de estos contrastes juzgan al protagonista de la nueva franquicia cinematográfica con el mito de Sherlock Holmes, ese que a través de décadas de representaciones caricaturescas —y, esas sí, banales— han hecho creer a cualquier que conoce a Sherlock Holmes sin haber leído una página de las crónicas relatadas por Conan Doyle en la voz del Dr. Watson —igualmente mitificado por la cultura de masas—. Así, más allá de las geniales secuencias de combate, más de uno se ha espantado ante las conductas de un Holmes al que esperaban un auténtico gentlemen.

No voy a mentir ni hacerme pasar por erudito: seguramente si esta película se hubiese exhibido hace dos años, mi sorpresa hubiese sido semejante. Pero hace dos años —sí, apenas dos años— tuve mi primer encuentro directo con el Holmes literario, leyendo Estudio en Escarlata, la primer novela protagonizada por el detective de Baker Street. Y de ahí pasé a otros divertidos misterios, todos ellos recomendables para quien busca una lectura ágil y entretenida. En el primero de las Aventuras de Sherlock Holmes, la descripción de Watson no deja lugar a interpretaciones erróneas:

«... mientras Holmes, cuya misantropía le alejaba de cualquier forma de sociabilidad, seguía en nuestras dependencias de Baker Street, enterrado entre sus viejos libros y oscilando, semana tras semana, entre la cocaína y la ambición, entre la somnolencia de la droga y la fiera energía de su ardiente naturaleza.»

A raíz de la película, he vuelto a las páginas de esa primera colección de relatos breves publicados a finales del siglo XIX, con ganas de recuperar lo que en esas primeras lecturas me cautivó del protagonista. Sin afán de compararme con las habilidades de Holmes —que sin duda están lejos de asemejarse a las mías—, tanto la película como mi reencuentro con las narraciones originales reiteran una faceta en la que me identifico claramente con el personaje. Me refiero a esa mezcla se orgullo aderezada por un insoportable desprecio hacia lo que le rodea. Un comentario del detective a su incondicional Watson, tras resolver uno de sus tantos misterios, ilustra esta idea con claridad:

«Mi vida se consume en un prolongado esfuerzo para escapar a las vulgaridades de la existencia. Y esos problemillas me ayudan a conseguirlo.»

Soy consciente de que digo una barbaridad y que puede ser interpretada como un exceso de soberbia. Pero confieso que hay días en que es lo único en que puedo pensar, hasta que un problemilla consigue entretenerme y me permite seguir adelante. Lástima que últimamente semejantes problemillas se me esconden.

jueves, 4 de febrero de 2010

XY

No soy adepto a seguir series en la televisión. Mucho menos en tiempo "real", es decir, mientras se emiten regularmente, estrenando episodios semana a semana. Para empezar, en casa no tenemos ningún sistema de televisión de paga, lo cual reduce considerablemente —por no decir anula— el margen de tentaciones para caer en estos vicios. Claro que hay otras maneras de hacerse adicto a las series: los DVD, los Blue Ray y las descargas y transmisiones en internet. En más de diez años, las pocas series que he visto han sido bajo alguna de estas modalidades alternativas, y han sido en general comedias que me parten de risa y me evitan quedarme enganchado con ganas de saber qué pasó después. Me pasó a finales de los noventa con Friends y en estos días me sucede con The Big Bang Theory. La única serie no cómica que recuerdo haber visto en la última década fue la impresionante Rome, de HBO.

Hace unos meses, sin embargo, unos espectaculares en DF me intrigaron al anunciar una serie original de Canal Once. XY. Por x o por y nunca la vi. Cosas de no tener el hábito de encender el televisor. Ahora que ha comenzado la nueva producción de la televisora del Politécnico, Bienes Raíces, me vuelve a invadir la curiosidad. Como ya arrancó y no pude seguirla desde el inicio, decidí dejarlo para algún después. Y entre tanto, descubrí que en el Canal del Once en YouTube, está la temporada completa de XY.

Ayer vi el primer capítulo y no podía creer lo que veía. Sé que a veces me emociono con poco, pero en los 40 minutos de ese primer episodio encontré una calidad —y sobre todo una inteligencia— que rara vez se encuentra en la televisión —nacional o extranjera—. Hoy me eché el segundo capítulo y mi valoración no se mantiene: se supera. Me la iré llevando poco a poco. Y esperaré después a ver con calma Bienes Raíces, que nomás por los avances se ve que promete estar a la altura.

Si alguien no la ha visto, aquí el "primer número" de XY.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Refugio

— ¿Mocca blanco? — preguntó ella claramente.
— ¡Queso con chocolate! El que está ahí... — le dijo su compañero señalando la vitrina de pasteles que había estado yo contemplando segundos antes.
Tardé en reaccionar, pero lo hice a tiempo para responder a la chica:
— ¿Te refieres al café?
Afirmó con la cabeza y sonriendo, mientras el chico de a lado caía en la cuenta de su error.
— No, creo que hoy cambiaré de pecado. El pastel nada más.
El incidente es quizá intrascendente. Aún si lo fue, sirvió para dejarme claro porque esa maldita sucursal de Starbucks sigue siendo mi único refugio auténtico en esta ciudad.

martes, 2 de febrero de 2010

Luces y sombras de una jornada gris

Hoy fue un día gris en todo sentido. En este pueblo no dejó de llover durante todo el día. Un martes que no terminó de nacer. Un día que se quedó a medias. Muchas cosas quisieron suceder. Pero al final no pasó ninguna. O casi.

Entre las sombras, que dominaron la mayor parte de la jornada, se acumula el peso de que las cosas no me salen. Me quedo entonces en una suerte de limbo, donde nada sucede. Quizá la señal más contundente es el repetido fracaso en mi intento de clase. Cada día pierdo la calma con más facilidad. Hoy leí la retroalimentación que, sobre mi clase, entregaron los niños a la Directora de Secundaria. Fueron duros, pero creo que justos. Tengo que darles la razón. Quise luego reaccionar positivamente ante sus señalamientos. Y nada. El jueves habrá oportunidad de intentarlos de nuevo.

Entre las luces, el recuerdo de gente que quiero y que cada día echo más de menos. En muchas latitudes y desde muchos puntos en mi línea del tiempo. Particularmente me caló el encuentro digital con el pasado reciente, con parte del equipo de trabajo que me acompañó de alguna manera los últimos tres años. Mientras a una de ellas le escribía un correo, me cayó el veinte de parte de mi frustración y mi melancolía. Comprendí que con ellos me sentí útil, como pocas veces. Lo que hacíamos tenía sentido y nos alimentaba a todos. Compartíamos algo, con nuestras limitaciones, con nuestros defectos —que seguro eran muchos—, lo cierto es que nos rodeaba una peculiar sensación de trascendencia. Con el paso del tiempo ese equipo fue desintegrándose. Y al día de hoy no perdemos ocasión de recordarnos lo que significó coincidir en el tiempo y el espacio, lo mucho o poco que haya sido para cada uno.

La lluvia refuerza la nostalgia. Qué le vamos a hacer. Por hoy ha sido bastante. A descansar que mañana el mundo sigue de este lado. Y habrá que seguir buscándole esa chispa de sentido.