jueves, 26 de mayo de 2011

A favor de la indignación y contra la indiferencia

«Os deseo a todos, a cada uno de vosotros, que tengáis vuestro motivos de indignación. Es un valor precioso. Cuando algo te indigna como a mí me indignó el nazismo, te conviertes en alguien militante, fuerte y comprometido. Pasas a formar parte de esa gran corriente de la historia, y la gran corriente debe seguir gracias a cada uno. Esa corriente tiende hacia mayor justicia, mayor libertad, pero no hacia esa libertad incontrolada del zorro en el gallinero.»
Stéphane Hessel, ¡Indignaos!

No es casual que los manifestaciones en las plazas de España hayan encontrado en el adjetivo de "indignados" su común denominador. La indignación ha sido siempre el motor de la resistencia, como señala Hessel en su alegato en contra de la indiferencia, publicado originalmente en Francia hace apenas unos meses y que en castellano ha merecido al menos ya cinco impresiones desde su publicación inicial en febrero pasado.

No voy a extenderme aquí todo lo que quisiera. Pero sí quiero retratar —consciente de toda mi subjetividad, derivada de la empatía que he sentido con los indignados en Barcelona— mi breve experiencia al recorrer el domingo 22 de mayo la acampada que lleva ya varios días en Plaça Catalunya.

Es probable que la primera impresión al acercarse a la plaza sea de cierto rechazo ante la saturación de mantas y consignas colocadas por doquier; es posible que cierta sensación de suciedad o desorden 'contamine' la percepción inicial. Sin embargo, basta dar unos pasos, sumergirse en el espíritu de la denuncia, para sentirse identificado con más de una frase. Inicia así el camino hacia el reconocimiento de cuando menos una parte de uno mismo entre los manifestantes. Una vez iniciado ese proceso, no hay marcha atrás.

"Aquesta és la plaça del poble!", reza una de las primeras consignas con las que me he topado. Y la historia de Plaça Catalunya lo corrobora. Sí: su explanada ha sido testigo de mucho más que las celebraciones de los triunfos del Barça.

Acostumbrado a las manifestaciones que suelen darse en México, una de las primeras cosas que me llama la atención es que nadie se ha apropiado del movimiento. "Lo han intentado algunos", me dice uno de los indignados, "pero no los han dejado. Esta lucha no es una sola lucha, son todas las luchas, y no es la de un grupo o persona. Ya se han reunido las agrupaciones socialistas y trosquistas de Barcelona para ver cómo beneficiarse de esto, pero no es posible, no los van a dejar. Algunos han intentado subir sus discursos, pero en cuanto la gente detecta eso, los callan, los abuchean. No dejan que nadie se apropie del movimiento o hable en nombre de todos con consignas particulares." Uno tiene la impresión de estar ante un tipo diferente de manifestación. El testimonio de uno de los que se han sumado a los jóvenes ayuda a corroborar esa idea: "Yo que estoy siempre en las manis, veo que esto es otra cosa. Ha salido el pueblo. En las manis somos siempre los mismos, aquí no, esto es distinto."

La acampada se ha organizado en comisiones permanentes cuyos miembros son todos los que quieran cuando quieran. Nadie tiene monopolio de nada. Si uno quiere ser parte de algo se apunta y ya está. Los más involucrados son quienes terminan hacia la tarde organizando la Asamblea General que sesiona todas las noches. Durante la jornada, subcomisiones y comisiones sesionan democráticamente, formando círculos en diferentes áreas de la plaza. Se proponen contenidos, se debaten, se llevan registros. Se votan las propuestas y se llevan al siguiente nivel, hasta la Asamblea General.

Recorro algunas de las sesiones y encuentro constantes. La mayoría de los participantes son jóvenes, pero hay también personas mayores que emocionados piden la palabra para decir lo que siempre quisieron decir y para lo que nadie les había prestado oídos en mucho tiempo. Algunos de los mayores dicen lo que tienen que decir y se marchan sonriendo, con una peculiar satisfacción en el rostro, como diciendo "he puesto mi parte" o agradeciendo la posibilidad de que los jóvenes les escuchen realmente. Otros se quedan durante las sesiones completas. Algunos más van de paso y, tras observar la dinámica de los indignados, se acercan a ellos para felicitarlos, para animarlos a seguir, para manifestarles una suerte de solidaridad y respaldo que en todo momento es acogida con entusiasmo multiplicador por los manifestantes.

En una de las comisiones no me han dejado hacer una foto. Una señora se me ha acercado respetuosamente: "Los chicos han pedido que no se tomen fotos en la sesión, temen que las fotos se usen después para identificarlos y tomar medidas de represión en su contra", explica para justificar la restricción que carece de sentido. De igual modo acepto su petición y una señora a mi lado es quien reacciona alegando a la primera que debería haber libertad de hacer esas fotos: "Si no están haciendo nada malo, ¿qué temen? Nadie los va a reprimir." La primera trata de insistir en su argumento sin éxito.

Decido ir a otra sesión y la segunda mujer me acompaña durante unos metros: "Esta gente no tiene trabajo porque no quiere. Deberían estar estudiando, además. Ahora son los exámenes y aquí están. Han acondicionado un lugar para estudiar y solo había tres chicos". Tiene razón, al menos en parte. Pero estos chicos no reclaman trabajo a secas. Es otra cosa. Les indigna un sistema injusto que les ofrece trabajo a cambio de valores que ellos —o al menos algunos, con quienes me identifico plenamente— consideran superiores. ¿Estudiar? La argumentación de la mayoría de ellos en las comisiones y asambleas demuestra que estudian bastante. No sé si sea en la universidad o dónde, pero estos chicos leen y piensan, discuten, debaten, proponen. En la comisión de economía se ha debatido con seriedad sobre la filosofía del decrecimiento, mientras en educación me ha tocado escuchar —además de todo el romanticismo propio de los educadores— propuestas concretas con miras a garantizar una revisión de la orientación de la currícula y una mínima continuidad en los programas del sector.

Cierto, también hay otros que han querido hacer de la acampada una fiesta. "La Revolución no es Botellón", dice una manta en la parte centra de la plaza. Otros carteles son más claros: "Esto no es un puto botellón". Pese a ello, los paquis se pasean entrada la tarde con su inconfundible pregón de "Cerveza, Beer... Cerveza, Beer...".

Algunas pinceladas más de la jornada. Espacios para que los niños jueguen y hagan manualidades. "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar", reza una manta gigantesca de cara al Corte Inglés. Presentaciones culturales para todas las edades. "Democracia Real, Ya" se lee en varios carteles. La impecable organización de los voluntarios en el área de cocina. "Yes, we camp", es el lema que han ido adoptando con miras a dar proyección global al movimiento. Alrededor de las fuentes se ha empezado a trabajar con el pasto y se ha cercado ya un huerto. "La vida la marcan las oportunidades, y ésta es una." El micrófono en la plaza centra está siempre abierto; quien tiene algo que decir va y lo dice. "El conocimiento nos hace responsables." Una pequeña zona de biblioteca ha ido creciendo durante la jornada; ya se van catalogando los libros donados. Llega gente a donar también alimentos. Una camioneta trae equipos diversos: impresoras, escritorios... un refrigerador que es aplaudido a su paso. La comisión de difusión tiene, además de los portales en internet, estaciones de radio transmitiendo en la red y en tres frecuencias de radio libre. La logística es casi impecable. Más importante aún, es una logística espontánea, surgida de las necesidades y la indignación. Esa logística ha ido improvisando el equipo para las asambleas generales. Se mezclan altavoces, consolas, micrófonos. No hay equipos profesionales. Con lo que se tiene a la mano se logra improvisar algo suficientemente digno para que la asamblea se lleve a cabo cada noche con éxito.

A las nueve de la noche en punto, la cacerolada. Veinte minutos de cacerolas, botes, llaves, aplausos. Después, la gente se empieza a sentar para la Asamblea General. Han trazado con cinta pasillos de emergencia que van dejando libres para el tránsito de las personas. Se presentan las propuestas. Se definen siguientes pasos. Se decide que la acampada se prolonga indefinidamente.

El movimiento crecerá, sin duda. Me cuesta trabajo saber en qué dirección. He escuchado muchas lecturas e interpretaciones. Muchas tiene lógica, pero admito que pocas me convencen. Los ejercicios de democracia real que se viven hoy en las plazas son una lección para el mundo. ¿Cuánto tiempo más podrán mantenerse con ese carácter? Ya surgen las primeras complicaciones logísticas y, de ellas, derivan poco a poco dificultades ideológicas. Parece que en algún momento harán falta liderazgos formales. Si llega a ser ese el caso, el movimiento enfrentará serias dificultades. Hay quien sugiere que los indignados lograrán mantener su democracia de consensos sin necesidad de cabezas visibles. Cuando una lucha es por todas las luchas, el riesgo está en lo que de incompatible pudiera haber entre algunas de ellas. Son todas las luchas, pero debe haber un factor común. ¿La indignación? Sí, pero la indignación concreta ante algo.

Yo también estoy indignado. Y como la gente que hoy acampa en diferentes plazas de España, encuentro el origen de mi indignación en un modelo perverso que, basado en el consumo y el crecimiento económico como valores supremos, ha dejado de lado la vida misma. No estoy seguro de cuál sea la mejor solución, pero coincido por completo con Hessel cuando afirma que la peor actitud es la indiferencia, pues solo de la indignación puede surgir el compromiso auténtico. Por ahí empiezan las cosas, pues, por indignarse.

Nota. En este álbum público en mi perfil de Facebook puedes encontrar algunas imágenes de mi recorrido por la acampada el 22 de mayo.

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