Soy vecino de este mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estás aquí
Alberto Escobar
Sólo algunos apuntes, que el tiempo me está devorando. Ya lo venía advirtiendo: no dimensioné algunas cosas y la presión desde diferentes ámbitos comienza a potenciarse. Llevo ya un par de semanas viviendo aquí y allá. Cada vez la estancia es más corta aquí, y más prolongada en el Bajío, donde está mi nuevo trabajo. En unas horas estaré, Dios mediante, nuevamente camino a una ciudad que todavía no termino de descifrar, pero a la que debo paulatinamente irme adaptando. Lo cierto es que, por ahora, es como vivir en muchos lugares a la vez. Porque el corazón, la razón, la necesidad, poco saben de geografías o de cuestiones laborales. Parte de la presión deriva de la mudanza en sí misma, correcto; pero está también el todavía inacabado texto que debo enviar en unos días a Barcelona para después viajar en su defensa. Y está, por supuesto, la incertidumbre que en otros ámbitos queda abierta. No he tenido siquiera oportunidad de transmitir mi mudanza a mucha gente que quiero y quiero bien. Familia, amigos. Y aún así llevo ya dos semanas prácticamente en mis nuevas responsabilidades. Algunos cuantos, acaso, se han ido enterando por mis ambiguas referencias en este espacio, otros por mis breves divagaciones en Facebook o en Twitter. Espero en el transcurso de la semana darme tiempo para redactar un correo donde las cosas sean más claras, más precisas, y pueda así compartir las nuevas con tantos.
Por lo pronto, aprovechando este paréntesis en el estrés, no puedo dejar de referirme al reencuentro del que participé este fin de semana. Hace justamente una década que concluimos nuestra licenciatura. Generación LCC 1999. Quiso la vida que a lo largo de los últimos días pudieran reunirse parte de quienes durante un lustro compartimos aulas, risas, lágrimas, éxitos y tropiezos. El décimo aniversario no era el motivo. Fueron simplemente una serie de eventos que coincidieron e hicieron posible esa cadena de pequeños encuentros. Afortunadamente pude ser partícipe de un par de ellos. Me faltó encontrarme con algunos, pero no dudo que pronto surja la oportunidad de saldar esas deudas. Por lo pronto, agradezco infinitamente la oportunidad de seguirme descubriendo y conociendo en la mirada de quienes por alguna u otra razón han sido parte de mi vida.
Después de un par de semanas de lectura intermitente terminé de leer
Tiene un buen rato que no voy al cine. Pero ese déficit ha sido cubierto con una buena dosis de cine en casa y unas cuantas salidas al teatro. La única salida reciente a una sala cinematográfica fue hace una semana a la Cineteca Nacional, para presenciar la proyección de un clásico del expresionismo alemán, Metrópolis, musicalizado en vivo por Yokozuna. El recinto era un hervidero de gente, pero la inmensa fila y la lucha por una butaca bien valieron la pena. Metrópolis ha sido siempre una de mis películas favoritas. La proyección utilizó la versión más limpia y completa disponible hasta ahora (editada en DVD por KinoVideo). Una joya por un sinfín de razones. Verla por primera vez en una pantalla de cine fue muy poderoso. Si no me canso de verla es porque siempre resulta una experiencia nueva en donde las conexiones con las incontables herencias que Fritz Lang legó al cine que hoy tanto maravilla a los espectadores del séptimo arte. Por un momento, me puse a imaginar cuántas películas de nuestros días están en deuda —algunas con plena consciencia, otras sin siquiera imaginarlo— con el maestro del cine alemán —como con tantos otros, claro está—.