Me resulta particularmente difícil referirme al año que termina. Siento que decir tal o cual podría interpretarse de modos muy diversos, algunos adjudicando a las palabras sentidos completamente contrarios a los que acompañan mis intenciones al pensarlas. Y pese a ello, quiero romper el miedo y atreverme a hacer una evaluación de esta atribulada vuelta alrededor del Sol.
Desde el inicio 2010 prometía ser un año de ajustes. Las cosas se veían complicadas desde el primer minuto. Y en ese sentido, 2010 cumplió. Y después de un sinfín de giros —pocos de ellos documentados esta vez en público, pero casi todos registrados en privado para no olvidarse—, en estos últimos minutos del año me atrevo a decir que en 2010 volví a nacer.
Vale, suena drástico. Demasiado drástico. Uno vuelve a nacer a cada minuto, con cada nueva experiencia. Pero hay pequeños acontecimientos que parecen producir marcas distintas. Y 2010 tuvo varios de esos. En estos últimos momentos del año puedo decir que los últimos 12 meses materializaron una explosiva combinación de ingredientes que habían venido cultivándose en los últimos tres años. Y así, el año que se esfuma atestiguó la explosión y puso las condiciones para reconfigurar los fragmentos.
En eso ando. Recogiendo piezas. Encontrando algunas que estaban abandonadas. Esculpiendo otras que simplemente no existían y resultaban cada día más necesarias.
2010 ha sido doloroso. Pero ha sido también un año lleno de pautas para sonreír. Ha sido un año de rupturas, muchas de las cuales aún hoy no consigo relatar, mucho menos analizar. Pero ha sido también un año para desde la soledad recordar que uno no está solo.
Quisiera enumerar cada mirada que me hizo este año confirmar esto último, que no estoy solo. Y me niego a hacerlo por temor a que los nervios, la presión de las manecillas me conduzcan a dejar fuera a alguien. Pero estoy seguro de que si estás leyendo esta línea, si has llegado hasta aquí, eres una de esas sonrisas. No hay forma de contener en unas cuentas palabras mi agradecimiento por ello. Y a pesar de eso, lo intento. Y te digo gracias por ser parte de mi biografía. Gracias por 2010. Espero que 2011 nos dé la oportunidad de seguir compartiendo el camino, cada quien desde su trinchera, pero seguros siempre de que no estamos solos.
Quisiera seguir escribiendo. Prometo empezar 2011 haciéndolo. Hay mucha historia detrás que aún queda por contar, pero seguro habrá mucho más historia por delante. Ambas espero seguirlas compartiendo por aquí o por algún otro lado. Porque no estamos solos.
viernes, 31 de diciembre de 2010
domingo, 12 de diciembre de 2010
Rendez-Vous
Hace 6 meses mi amigo JuanPa inició un proyecto de colaboración en torno a la música.
Desde el primer momento, tuve el deseo de sumarme a la propuesta. Un sinfín de asuntos hicieron que los postergara una y otra vez. A ratos empezaba a hacer listas en el iTunes con la intención de convertirlas en mixtapes para La Bitácora Pop. Y así pasaron seis meses.
Finalmente, conseguí hacerme de un espacio para integrar Rendez-Vous. La primera, y espero no la última, de mis colaboraciones con JuanPa en esta aventura. Transcribo aquí el texto que escribí para presentar el mixtape.
En mi cerebro, música es una de las palabras con mayor cantidad de representaciones mentales. Algunas resultan especialmente poderosas. Entre éstas, la idea de encuentro. A lo largo de mi vida, la música ha jugado un papel fundamental en la construcción y el registro de todo tipo de encuentros. Alegres, dolorosos, emocionantes, inquietantes, divertidos, misteriosos, apasionados, sutiles, repentinos, memorables… En Rendez-Vous he intentado sintetizar algunos de ellos. Y he querido hacerlo usando un único instrumento: el piano.
Más allá de este criterio, no hay otra lógica en la selección. Aparecen obras de compositores de diferentes géneros, corrientes, épocas: Chopin, Gershwin, Bernstein, Piazzolla, Morricone, Glass… interpretadas por músicos de igual variedad: Rubén González, Bebo y Chucho Valdés, Leszek Mozdzer, Emanuel Ax, Pablo Ziegler, Bill Evans, Andre Previn…. Un trío de compositores repiten en algún momento; uno de ellos —Tiersen— quizá demasiadas veces, hecho que responde simplemente al valor que personalmente hallo en sus notas como acompañamiento de mis múltiples encuentros.
Para ordenar las melodías que integran esta compilación, quise imaginar un día plagado de encuentros. 24 horas comprimidas en 80 minutos de música. Propongo el track list dividiendo la selección en los diferentes momentos de esa jornada: Amanecer, Mañana, Mediodía, Tarde, Atardecer, Noche, Medianoche, Madrugada... (y un bonus track).
(Quizá por ahí los oídos más aguzados notarán que se cuelan un par de sonidos que “manchan” el criterio de “sólo piano”, cuestión que noté tardíamente y que espero disculpen.)
domingo, 7 de noviembre de 2010
Relatos de velorios y prohibiciones funerarias
La muerte y yo hemos llevado siempre una relación distante. No me he metido mucho con ella y ella ha sido recíproca conmigo. Esto puede sonar bien, el problema es que con el tiempo esa distancia se ha ido convirtiendo en una peligrosa indiferencia. Peligrosa porque no es real. Porque a ratos me despierto a media noche abrumado por el temor de que todas esas muertes que nunca he tenido cerca terminarán por acumularse y dejarse venir sobre mí de un solo golpe.
Mentiría si dijera que no tengo miedo a la muerte. El problema es que prácticamente nunca la he tenido lo suficientemente cerca. (Como con las reglas, hay una excepción a esta realidad. Una excepción que siempre me recuerda que es real. Intento escribir sobre ella y no lo consigo. Borro cada intento de línea ahora mismo. Y me queda claro que en algún momento tendré que hacerle frente y atreverme a describir esa partida que se llevó tantas cosas y que siempre he querido pensar que también dejó otras tantas.)
Decía, pues, que en general nunca la he tenido suficientemente cerca. De ahí que velorios y funerales siempre me han parecido rituales un tanto de ficción. Mi presencia en estos ha sido siempre ausente. Mi cuerpo asiste a los velorios cuando es necesario, pero mi alma suele quedarse a esperarle en la puerta. Quizá eso explica por qué me cuesta tanto trabajo narrar alguna anécdota funeraria.
Lo pienso y encuentro un funeral en el que quizá mi alma se hubiera animado a entrar, pero un océano estaba en medio y no pudo hacer sola tan largo viaje. Hace dos años y unos días murió la abuela. Yo estaba entonces en Barcelona y no fue posible asistir al servicio fúnebre con que se le despidió. Cuando volví a México visité, en medio de una de mis tantas crisis emocionales, el nicho donde se depositaron sus restos. Al día de hoy no puedo sino asumir como un acto de fe el que son sus cenizas las que están ahí y que no está escondida en algún lado intentando recuperar la soledad con la que vivió durante años.
Esa actitud de evasión que vivo frente a la muerte —actitud que por cierto parece dominar muchas otras dimensiones de mi vida— provoca que difícilmente me atreva a pensar en mi propio funeral. ¿Qué hacer y qué no hacer en él? Francamente me da un poco lo mismo. Me cuesta mucho trabajo hacer prohibiciones pues creo que al final lo que se hace o se deja de hacer en esas ceremonias es más para los vivos que para esos a los que están "despidiendo". Supongo que a través de esos rituales intentamos liberar una que otra culpa o tranquilizar en cierta medida nuestras conciencias. Así, pese a mi aversión a los protocolos, me viene dando lo mismo qué decidan hacer para darme ese "último adiós".
Ahora bien, si me apuran un poco y me obligan a lanzar alguna prohibición, creo que se resumiría así: durante mi funeral está prohibido quedarse con ganas de lo que quieran hacer. Quien quiera cantar que cante, quien quiera llorar que llore, quien quiera aplaudir que aplauda, quien quiera beber que beba, quien quiera gritar improperios a mis restos que no se censure, quien quiera vestir de negro no se oponga a quien elija portar un arco iris, quien busque silencio espero sea capaz de negociar momentos así con quien prefiera el jolgorio...
Quizá el único aspecto donde esta prohibición de no quedarse con las ganas pueda producir conflictos sea al momento de decidir qué hacer con mis restos mortales, pues uno no puede enterrarse de cuerpo entero 10 metros bajo tierra y a la vez ser arrojado en cenizas desde un cerro. Ante este posible dilema, solo puedo decir que preferiría la solución más ecológica posible. Aquello de mí puede reutilizarse, bienvenido un nuevo uso; si algo pudiera reciclarse para producir algo nuevo, adelante; lo que no sirva para un comino, que se reduzca pues a cenizas y ya está.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Soundtrack de mi vida (por si muero mañana)
De entrada me pareció que sería fácil. Mi única complicación inicial era definir un criterio para poner un tope al número de pistas que debería incluir mi banda sonora. Primero pensé en mi referente habitual: 80 minutos. Pero me pasaba por poquito y no quería dejar fuera ninguna de las piezas que ya había elegido. Entonces vino la idea: una por cada año de vida transcurrido hasta el día de hoy. No quiere decir que cada canción corresponda a cada vuelta que he dado alrededor del sol. De algunas épocas apenas tengo conciencia y difícilmente soy capaz de evocar sus sonidos; en cambio, hay años atiborrados de canciones muy concretas.
Una vez definida la cantidad de melodías, vino el proceso de selección. Algunas se escogieron solitas, en otros casos tuve que escarbar un poco más con tal de invocar lo que podía estar sonando a mi alrededor, sobre todo en esos años casi borrados de mi memoria. Entre las elegidas, hay piezas de las que puedo asegurar que cambiaron mi vida marcando en sí mismas un antes y un después; otras simplemente fueron testigos casuales de momentos o periodos que marcaron un antes y un después; algunas más ayudan a completar el juego de esas etapas que mi conciencia no tiene muy claras pero que sin duda habrán estado llenas de pequeñas grandes cosas.
Va pues la lista. Intentaré justificar la selección, aunque anticipo que en ciertos casos me reservaré los detalles.
1. "This is my life", Shirley Bassey. Esta canción es algo así como el prólogo de lo que vendrá. Es la primera pero no es una canción de mi infancia, pues descubrí a Bassey hace menos de una década, a través de una compilación que se titula como esta canción. En fin, la letra lo dice todo.
2. "Nosotros", Eydie Gorme y Los Panchos. No sé qué edad tendría, pero sé que no llegaba a los 10 años cuando me topé con esta joya mientras curioseaba la colección de discos de 45 rpm de mi mamá. No me pregunten qué me cautivó de esta melodía, pero lo cierto es que se convirtió de inmediato en una pequeña y secreta obsesión. Mi debilidad inicial por esta grabación era el sonido en sí mismo: la deliciosa voz de Eydie Gorme y la sutil cadencia del ritmo del bolero. Con el tiempo, fue la letra la que se apoderó de mí. A la fecha me pregunto aunque me digan que no me pregunte más: ¿por qué deben separarse si no es falta de cariño?, ¿por qué decir adiós en nombre de ese amor? Sigo sin respuestas que me convenzan.
3. "Todo se derrumbó", Emmanuel. Esta se me atravesó en un acetato de 33 rpm. Íntimamente. A la fecha creo que es el mejor disco de Emmanuel. Lo chistoso es que eso pensara yo a los 10 años. Elijo esta canción en particular porque, igual que "Nosotros", se me grabó en la cabeza muy pronto. Y sigue ahí desde entonces.
4. "On Earth as in Heaven", Ennio Morricone. La historia de mi temprano encuentro con Morrcione y la banda sonora de La Misión, está registrada por aquí, así que no me extiendo más.
5. "La fuerza del destino", Mecano. Descubrí al trío español en primero de secundaria, durante un paseo a Veracruz con compañeros del colegio. Viajábamos en el auto de algún maestro que llevaba puesto el cassette de Descanso Dominical. Me enamoré del álbum de principio a fin. Con el tiempo, eso de "pero la fuerza del destino / nos hizo repetir", se ha convertido en otra de mis obsesiones musicales. La música de Mecano es la música de mi adolescencia. Punto.
6. "Somewhere", Leonard Bernstein & Stephen Sondheim. Aquí puede que esté rompiendo un poco la cronología, no lo sé. No tengo muy claro en qué momento se cruzó el emblemático tema de West Side Story en mi camino. Recuerdo que fue a través de una grabación en vivo de Barbra Streisand. De ahí pasé a la película y el resto es historia. Para mí WSS es la película. Y "Somewhere" me parece una de las canciones más hermosas de todos los tiempos.
7. "Castillos en el aire", Alberto Cortez. De nuevo, ni idea de cómo llegó esto a mis oídos. En su momento me pareció simplemente una canción divertida. Con los años se ha vuelto terriblemente poderosa. (Para el anecdotario: es una de las canciones que más gozo cantar en un karaoke.)
8. "Con los ojos cerrados", Gloria Trevi. Elijo esta porque tengo que elegir una. Como Mecano, la Trevi fue parte clave de mi adolescencia. Pero, a diferencia del trío español, fue una de esas debilidades secretas. Hoy lo admito sin broncas: me encantaba y me encanta. Uno puede tener sus gustos culpables, ¿qué no?
9. "Phantom of the Opera", Sarah Brightman & Steve Harley. Estaba en el primer año de preparatoria cuando compré The Premiere Collection de Andrew Lloyd Webber. Fue mi primer contacto con este musical que un par de años después marcaría mi vida. (Soy de los que cree que el fantasma es y será siempre Michael Crawford, pero cito la versión de Harley por ser la primera que tuve y la que me enganchó en aquel entonces.)
10. "Holiday", Madonna. The Immaculate Collection fue uno de mis cassettes predilectos siempre. Pero mi casi devoción por la reina del pop nació el día que la vi en vivo por primera vez, en el entonces provisional escenario del Autódromo Hermanos Rodríguez (hoy, Foro Sol). No hay forma de describir cuando en la recta final del concierto sonaron las primeras notas de "Holiday". Mi piel aún recuerda ese momento. (La liga manda a la versión del Girlie Show, la gira de aquel mítico concierto.)
11. "Como hemos cambiado", Presuntos Implicados. Llegan años donde la secuencia se me pierde. Estoy ya en la licenciatura. Y este tema de Presuntos era nuestro tema. En cierto modo lo sigue siendo.
12. "Iremos juntos", de Vaselina. Quienes conocen la historia no necesitan detalles. Verano de 1995. Con el tiempo, un periodo que ha ido tomando su justo lugar en mi biografía. No sería el que soy sin ese verano.
13. "Las mil y una noches", Flans. La canción era ya un clásico en esos días. Una canción que acompañó quizá mis mejores momentos como universitario.
14. "Because you loved me", Celine Dion. Sí, soy fan y no tengo por qué negarlo. Pero esta canción no está en la lista por la cursi debilidad que siento por esta mujer, sino porque fue el tema que bailé con mi hermana MJ el día que celebramos sus 15 años. Solo describirlo me arranca nuevamente una lágrima y me recuerda lo difícil que es crecer.
15. "I will survive", Gloria Gaynor. Como con tantas canciones, me cuesta trabajo explicar cómo surgió mi fascinación por ésta. Por más trillada que esté, nunca me cansaré de escucharla. Es además una canción llena de momentos. Para fines de mi banda sonora, es además la representante de mi lado discotequero, ese lado que ya dos veces he tenido la dicha de celebrar brincoteando acompañado en vivo y en directo por la voz de la mismísima Gloria.
16. "Il dolce suono", de Donizzetti. Concretamente, en la versión que aparece en la película de El Quinto Elemento. Cuando vi la peli de Luc Besson no sabía que lo que escuchaba en la épica escena de la Diva era un aria de Lucia de Lammermmoor. Tendrían que pasar años para que me atreviera a explorar el mundo de la ópera, pero la ciencia ficción había ya sembrado esa semilla. (Hoy, la escena de locura de Lucia es sin duda una de mis grandes obsesiones, al grado que vivo coleccionando versiones.)
17. "Vesti la giubba", Luciano Pavarotti. La semilla que depositó Besson germinó poco después con Pavarotti y sus amigos. Compré un par de sus discos por "borrego", lo confieso. Y con el tiempo agradezco a esa serie de grabaciones el haber derrotado mis prejuicios y haberme atrevido a explorar sin temor el mundo del bell canto. Sobre la pieza en particular, el canto del payaso que antes de salir a escena descubre la traición de su mujer es para mí casi un himno.
18. "Para vivir", Pablo Milanés. Otro giro. No sé el momento, pero esta canción se me coló a las venas desde la primera vez. Hoy, la escucho y confieso que me estremece su sentido casi profético.
19. "I saw no shadow of another parting", Kiri Te Kanawa. Se trata de una sencilla pero poderosa aria compuesta por Patrick Doyle para la película Great Expectations, de Alfonso Cuarón, basada en la obra de Charles Dickens. La letra está tomada literalmente de un pasaje de la novela. Su valor para mí es infinito pues encierra muchas cosas: libro, película y banda sonora son de mis favoritas cada una en su respectiva categoría. Además el disco representó para mí el hallazgo de Te Kanawa, a quien desde entonces admiro y sigo fervientemente.
20. "Favola", Eros Ramazzotti. Sigo atrapado entre 1995 y 1999. En esos años, esta fábula, inspirada en un texto breve de Hermann Hesse, era para mí una especie de micro-biografía musicalizada con la que solía torturarme a ratos.
21. "Balada para un Loco", Astor Piazzolla y Horacio Ferrer. Se acercaba el final del siglo XX y yo descubría el folclor argentino a través de un espectáculo llamado Forever Tango. Hacia el final del show aparecía esta obra maestra del poeta Ferrer con música del genial Piazzolla. "Ya sé que estoy piantao..." Y así, a ritmo de tango nuevo, de nuevo cambió mi vida.
22. "Bésame mucho", de Consuelo Velázquez, en todas las versiones de músicos callejeros, particularmente en las plazas y transportes públicos de París, Roma, Florencia, Barcelona... En distintos viajes durante los primeros cinco años del nuevo milenio, eso de "como si fuera esta noche la última vez" se aparecía con inesperada magia en los momentos y lugares más imprevistos. Y siempre conseguía arrancarme una lágrima de nostalgia.
23. "The way you look tonight", Frank Sinatra. Lo que escriba sobre el sentido de esta pieza será insuficiente. Baste decir que dejarla fuera de mi banda sonora sería excluir una de las partes más valiosas de mi vida.
24. "Huapango", de Moncayo, con la OSN. Y un día me fui a Barcelona, sin saber naturalmente lo que implicaría esa aventura. Allá, entendí por qué hay quien dice que esta obra de Moncayo es como el segundo Himno Nacional Mexicano. Y sobre eso escribí desde Catalunya algo que aún puede leerse por acá.
25. "When your mind's made up", Glen Hansard y Marketa Irglova. Una canción tremendamente poderosa, inevitablemente asociada a un periodo que terminó provocando nuevos giros imprevistos en la gráfica de mi existencia.
26. "Esta madrugada", Amaral. Sucede con este dúo algo semejante a lo que me ocurre con la canción anterior. Son piezas que quizá por estar aún tan cerca en mi biografía no consigo traducir con claridad. Pero ahí están.
27. "Vuelvo al Sur", Astor Piazzolla. Y un día regresé al Sur... distinto, en cierto modo distante. Por momentos incapaz de incorporar los sueños recuperados a la realidad circundante. (De nuevo, Piazzolla: el primer compositor —creo que será el único— que se repite en esta lista.)
28. "Camins", Sopa de Cabra. "Mai no es massa tard per tornar a començar..."
29. "Two out of three ain't bad", Meat Loaf. Jim Steinman tenía que aparecer en algún momento de mi soundtrack. Cronológicamente parece que la canción debería ir mucho antes. Si bien hace años que es parte de mi fondo musical, recientemente ha tomado nuevos significados. Y cambia todos los días.
30. "Nice 'n' easy", Frank Sinatra. Es muy pronto quizá para hablar sobre por qué meter de nuevo a La Voz y por qué con este tema. Pero me pareció que no podía dejarla de lado.
31. "La longue route", Yann Tiersen. Era necesario incluir a este músico francés. Muchas eran mis opciones y elegí una a modo de sintetizar todo lo que representa su música en mi vida desde hace una década. Esta melodía fue una de las que escogí para anclar una reciente escapada a Peña de Bernal. Es una anécdota larga que quizá convendría recuperar en otro momento. Para fines de este ejercicio, diré solo que la música de Tiersen me ayuda a registrar esos momentos que no puedo permitirme olvidar.
32. "E lucevan le stelle", Plácido Domingo. Otro que no podía quedarse fuera en la banda sonora de mi vida al día de hoy es Giacomo Puccini. Elegir una pieza me resulta particularmente difícil, pues casi podría contar mi vida con una una antología basada exclusivamente en arias de este compositor. Escogí este momento casi final de Tosca por el sentido que a estas alturas de mi lista producen sus versos finales: "L'ora è fuggita... E muoio disperato! E non ho amato mai tanto la vita!"
33. "La Martiniana", Susana Harp. La letra del poeta Andrés Henestrosa explica por sí misma el sentido que cumple esta pieza. "No me llores, no, porque si lloras yo muero. En cambio, si tú me cantas..."
34. "Somewhere over the rainbow / What a wonderful world", Israel Kamakawiwo'ole. Sí, para cerrar mi lista hago trampa y cuelo dos en una. Dos canciones que podrían ir en cualquier momento de mi cronología. No sé cuándo las escuché por primera vez. Sé que tengo muchas versiones de ambas. Y en esta grabación no solo se combinan sino que lo hacen de una manera que siempre me arrebata una sonrisa (y de vez en cuando una lágrima). Dentro de ambas melodías están el que fui, el que soy y sin duda el que seré... Están mi familia, mis amigos, mis amores, mis dolores, mis esperanzas, mis sueños...
miércoles, 3 de noviembre de 2010
Reviviendo de entre los muertos
Hace dos meses baje la cortina de este changarro, no por falta de cosas por decir, sino por una inmensa y creciente dificultad para utilizar las palabras al intentar referirme a mí mismo y a mi vida. Además, por diversas razones sentí que el espacio no respondía más a mi presente. En algún otro rincón empecé a liberar una que otra palabra, sin conseguir mucha continuidad, al menos hasta ahora.
Paradójicamente el Día de Muertos me ha traído una oportunidad para dar nueva vida a este espacio. La 3a Semana Mortuoria, convocada este año por mis queridos Jacka y JuanPa, me da el pretexto para desempolvar el teclado e intentar decir dos o tres palabras. Así pues, empiezo hoy a compartir algunas ideas a partir de esta convocatoria que ya se convierte en tradición. Veremos si después de esta pequeña resurrección, sucede algo más con esta libreta virtual. Por lo pronto, en un rato cuelgo mi primer texto mortuorio de 2010.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
Bajando la cortina...
Durante el fin de semana, charlando con buenos y queridos amigos, me di cuenta del abandono tremendo en que tengo este espacio de reflexión —y a veces de confrontación conmigo mismo—. Un abandono que no deriva de la falta de cosas por decir. Al contrario, se han acumulado tantas experiencias y sensaciones que me ha hecho muchísima falta contar con un espacio para liberar, para dejar fluir, para dialogar, para explorar… simplemente para poner en blanco y negro alguna palabra que ayude a seguir completando el rompecabezas.
Y pese a tanta necesidad, nuevamente acabó un mes en el que apenas vine a decir un par de cosas. ¿Por qué tanto silencio si las palabras han estado por ahí, esperando con ansiedad ser arrojadas al mundo?
El abandono de mi “vida pública” en la red se ha visto equilibrado por un constante desahogo en la Moleskine y en la aplicación de notas del teléfono móvil. Anotaciones sin ton ni son, en las que he procurado dejar algún rastro que más adelante me permita reconstruir las transformaciones que estoy atravesando. Pero aunque esas notas me vienen bien, cierto es que echo de menos la extraña experiencia de exponerme. Quizá por ello he comenzado a buscar hacerlo por algunas vías paralelas, dejando este espacio en blanco por semanas.
Una de las personas a quienes vi el fin de semana suele leerme aquí con regularidad. Y a ella le decía yo que quizá el abandono del blog se produzca porque éste empieza a quedar sin sentido. No me refiero a los blogs en general, sino a éste en particular. Y lo compruebo mientras escribo esta nota. Por alguna extraña circunstancia siento que este lugar ha cumplido su función y agotado sus posibilidades. Como si perteneciera a un pasado entrañable pero carente ya de sentido.
Aparece entonces un deseo de comenzar de nuevo. Bajar otra vez la cortina y empezar a escribir una nueva página. De hecho es algo que paulatinamente ha ido sucediendo: ciertas huellas de los últimos meses han quedado plasmadas ya en playas paralelas. Y quizá esa sea la ruta a seguir: formalizar el final de ernesto-bcn como en su momento sucedió con su antecesor ernestoenbarcelona. No sé si el nuevo sucesor serán las Palabras liberadas que empecé a arrojar hace unos meses o si vendrá una nueva plataforma para compartir mis pequeñas soledades. Tampoco tengo claro si ese nuevo inicio llegará pronto o si tardará en darse, ni si el cierre de la cortina aquí sea definitivo o si se conservará esta arena para algunas divagaciones posteriores. Según sea, es probable que los más cercanos a este espacio lo sepan a tiempo y, si así lo deciden, me sigan acompañando un rato más.
martes, 31 de agosto de 2010
Ir y venir
Fui y vine en cuestión casi de horas. Hace ya más de una semana de esto, pero no había tenido el espacio para venir a decir algo al respecto. En mi ruta del Bajío al norte del estado de Nueva York y de regreso, tuve oportunidad de parar unas horas en la gran manzana por segunda vez durante este año.
El motivo de ir y venir tan lejos en un abrir y cerrar de ojos fue la oportunidad de acompañar a una pareja de amigos que decidieron registrar su amor en las bitácoras eclesiásticas. Lo hicieron y lo hicieron con todo, incluyendo una buena dosis de amor, que esperamos opere su mágico poder sobre ellos por muchos años y, en una de esas, para toda la vida.
No pretendo restarle importancia al acontecimiento que me hizo recorrer miles de kilómetros en cuestión de horas, pero como sucede siempre, lo trascendente estuvo en el camino, no en la meta. Un camino que recorrí un poco saturado de pendientes y otro tanto de inquietudes que me han ido sacudiendo las entrañas y el alma al alimón. Una nube a través de la ventanilla. Una ardilla en Central Park. Alguna mirada perdida en la estación del tren. Una canción arrojada sin anticipación desde el reproductor de MP3. Y de pronto la mente empieza a encontrar fragmentos de la inspiración perdida o a quitar un poco de polvo a las dudas enterradas tiempo atrás. No es fácil enfrentarse a uno mismo. Pero viajar siempre ha sido para mí una extraordinaria forma de hacerlo. Durante uno de los trayectos del viaje, saqué el ordenador portátil y escribí algunas líneas...
Viernes 20 de agosto
Quizá porque la vida en sí misma es un viaje, salir y recorrer largas distancias me resulta tan apasionante. Y cuando uso la palabra apasionante no estoy seguro de si sea la palabra correcta. Me viene a la mente simplemente porque asocio la pasión con compromiso, con entrega, con emociones. La pasión puede manifestarse a través de las más sutiles expresiones, aunque entiendo que sea más sencillo asociarla con reacciones explosivas, de grandes dimensiones.
Voy a bordo de un tren, dejando atrás Penn Station en Manhathan, rumbo a un lugar llamado Albany. Origen y destino son, en este caso como en tantos otros, irrelevantes. Son un punto de referencia para dar sentido formal a la idea de viajar en tren, idea de la que estoy partiendo. Pero digo que es irrelevante porque lo que cruza mi mente va más allá de Nueva York o del propósito que me ha conducido hoy a recorrer el citado trayecto. No sólo va más allá. Diría que nada tiene que ver.
Decía, pues, que voy a bordo de un tren. Los trenes, como los aviones, producen un sentido muy peculiar en mí. Seguro éste es producto de la acumulación de experiencias personales mezcladas con las millones de imágenes que seguramente mi mente inconsciente ha acumulado con el paso de los años a través de películas, libros y programas de televisión. (Esto podría explicar por que los viajes en autobús, si bien tienen su componente atractivo y aportan cierta dosis de inspiración, nunca podrían compararse con un viaje en tren o en avión... O en barco.)
Claro, se supone que tendría que estar escribiendo los libros que tengo que enviar este fin de semana. O revisando los avances de tesis de mis alumnos de maestría. O ya de plano preparando algunas de las cosas que tendría que tener listas para el colegio esta semana. Pero no. Estoy escribiendo sobre mí otra vez. Estoy una vez más evadiendo la realidad que me he impuesto a lo largo de no sé cuántos años, intentando emigrar hacia esa otra realidad que abandoné en algún momento de mi vida, haciendo que los pocos rastros de ella que hoy sobreviven sean acaso pinceladas de una fantasía, convirtiendo ese otro mundo en una auténtica ficción.
Vuelvo a hoy, martes 31 de agosto. Cerrando una entrada que empecé a escribir el viernes 27. Tengo ya en fila una nota que escribí anoche. De una vez la dejo programada para mañana en la tarde. Anticipo por lo pronto que se trata de una entrada que puede resultar inesperada. O quizá no tanto. (Ya ves, nomás ganas de intrigar un poquito.)
jueves, 5 de agosto de 2010
El libro de las contradicciones
Después de semanas y semanas de andarlo anticipando —y un poco forzado ante el colapso de Twitter que no deja de desplegarme a su ballenita— me decido a hablar por fin sobre el mentado libro de las contradicciones.
Hace algunos meses una querida amiga y ex-compañera de trabajo, me invitó a colaborar en un proyecto editorial: elaborar una serie de cuadernos de trabajo para la asignatura de Orientación y Tutoría que se imparte en secundaria.
Juro que me resistí. De veras. Esta vez no dije que sí a la primera, como suele ser mi costumbre. Sí, lo admito, soy un fácil, pero esta vez estaba decidido a cambiar. Y no lo conseguí. En cambio, acepté asumir la autoría de uno de los tres textos.
La empresa nos dio un margen muy amplio para definir los contenidos de la obra y marcó (al menos al inicio) pocos criterios editoriales. Eso es bueno y malo. Bueno porque uno no tiene que someterse como suele suceder a un plan de obra que casi te dice lo que debes pensar. Malo porque nos dejaban una libertad de esas tan amplias que uno no sabe qué hacer con ella. Después de revisar muchos materiales, terminé armando mi índice tentativo: mis cinco bloques con seis temas cada uno. El siguiente paso sería escribir y escribir sobre aquello.
Después del típico reto de vencer a la página en blanco, las primeras lecciones fluyeron más o menos. Sin embargo, muy pronto empezó a ser evidente algo que apenas había anticipado. Mejor dicho, algo que sabía pero me había negado a reconocer: estaba escribiendo un libro que, primero, habla de cuestiones que no creo que se puedan enseñar con libros y, segundo, intenta orientar sobre cuestiones en las que difícilmente podría yo considerarme un ejemplo a seguir. Muy por el contrario.
Me explico. ¿Qué puedo escribir yo sobre la importancia de aprender a manejar el estrés? ¿Qué tipo de consejo puedo ofrecer acerca de la organización del tiempo? ¿Con qué cara puedo hablarle a alguien sobre la importancia de saber decir que no, o sugerir algo con respecto a la forma de manejar adecuadamente las emociones en nuestras relaciones interpersonales?
Llevo ya semanas y semanas escribiendo sobre todo esto. No niego la importancia de tales temas. Es solo que me siento la persona menos indicada para hacerlo. ¿Quién es uno para decirle a los chavitos lo que es mejor para ellos? Claro, he procurado evitar cualquier tipo de adoctrinamiento, pero los temas en sí encierran una cierta tendencia a promover los dichosos valores democráticos y las virtudes de la convivencia. Sí, creo en todo ello en su sentido más general. Pero, más allá de mi propia incapacidad para hacer de eso una realidad, cada día tengo más dudas respecto a todo esto que nos empeñamos en enseñarle a los más jóvenes.
Lo sé. Sueno exagerado. Demasiado radical, quizá. Pero confieso que cada vez que debo sentarme a escribir una página más del dichoso libro, no puedo evitar pensar que se trata de la encarnación de mis más grandes contradicciones: decir una cosa, pensar otra y terminar haciendo una tercera. La historia de mi vida.
PD. La buena noticia es que ayer envié el cuarto bloque. Faltan un bloque, los anexos y las correcciones de los bloques anteriores. Con todo y eso, ya voy de salida.
domingo, 1 de agosto de 2010
Julio
Se escapó julio. Apenas en tres ocasiones tuve oportunidad de venir aquí e intentar compartir algo en este ajetreado mes. Motivos para venir y volcarme no hicieron falta. Sí, en cambio, un poco de voluntad, sobre todo en la primera parte del mes. Al final, un vuelco. O varios. Y muchas ganas de empezar a transformar el mundo. Mi mundo, para ser más preciso.
Sonará extraño pensar que Las Vegas es un lugar para encontrar inspiración. Pero lo fue, al menos en mi caso. La última semana del mes escapé a la ciudad del pecado, la capital del juego. Y los destellos no llegaron de la mano del primero ni del segundo. Aparecieron en los momentos más inesperados, así, de repente.
Cierto, no fue la ciudad. Ésta fue acaso el escenario para que cayeran algunos veintes que venían rondando la cabeza desde hacía semanas. Fue necesario alejarse de todo lo ordinario para que en cuestión de segundos empezaran a acomodarse algunas ideas. Suena bien. Suena fácil. Y en el momento así es. Toca ahora pasar a la acción. Veremos.
martes, 20 de julio de 2010
Aunque suene mal
Comencé el día leyendo un texto cuyas ideas me han quedado dando vueltas en la cabeza. Me refiero a la entrada más reciente de Ángeles Mastretta en su blog. Tomando prestado el primer verso de un poema de José Emilio Pacheco, Mastretta titula su entrada "No amo a mi patria". Inicia citando los tristes acontecimientos del fin de semana en Torreón, una gota más en ese vaso de a violencia que se nos derramó hace tiempo. En un tono poco optimista la escritora reconoce que nadie sabe qué hacer ante el negro panorama. Yo por lo pronto, paulatinamente he abandonado ya mi deber cívico de escuchar noticias en la radio o leerlas en los diarios. (En la televisión nunca las he visto, así que eso no cuenta.) Y sé que no resuelvo nada, pero me frustra un poco menos. Y, como dice Ángeles en su reflexión, uno no sabe cómo reaccionar.
«Por más que nos la espantemos, por más que ande uno cantando al subir las escaleras o riéndose porque la vieja perra se planta en la puerta del estudio para no dejarnos salir, por más que menos, nos da tristeza ir sabiendo, todos los días, que no sabemos cómo hacerle. Y que contra esta novedad que es el terrorismo de las bandas, no tenemos ni idea. No sabemos nada. Nosotros menos que nadie. Nosotros querríamos leer a Sor Juana, oír a Beethoven, ver la puesta del sol. Nosotros queremos dormir en paz, que los nuestros no tengan pesadillas y que nuestros sean todos los hombres y mujeres de bien que hay en este país. ¿Qué más?»
El poema de Pacheco de donde se desprende esa provocadora línea que Mastretta usa como título, se llama "Alta traición". Es éste:
No amo a mi patria.Su fulgor abstractoes inasible.Pero (aunque suene mal)daría la vidapor diez lugares suyos,cierta gente,puertos, bosques de pinos,fortalezas,una ciudad deshecha,gris, monstruosa,varias figuras de su historia,montañas-y tres o cuatro ríos.
Lo leo y vienen a mi mente las imágenes de esos lugares de mi patria por lo que (aunque suene mal) daría la vida. Pienso en el azul del cielo que me acompañó ayer en la carretera. Pienso en las primeras e incomprensibles palabras de mi sobrino. Pienso en esa cierta gente que quiero y que es mucha. En esos tres o cuatro ríos.
domingo, 18 de julio de 2010
Veremos
Hace una semana hablaba de mis dificultades para terminar con una entrega que debía hacer al día siguiente. Y apenas hoy conseguí tal meta. Una semana después. Se entenderá, pues, que tampoco haya conseguido venir a plasmar algo a partir de mis anotaciones en servilleta. La tengo a mi lado. Me dan ganas de empezar. Pero son más de las diez de la noche y mañana antes de las cinco de la mañana debo estar ya saliendo rumbo al Bajío nuevamente.
Vuelvo a guardar la servilleta en la agenda. Las pocas anotaciones son suficientes para recordarme lo esencial. He sumado un par de apuntes adicionales. Material suficiente para escribir al menos una entrada diario a partir de mañana y hasta que la semana concluya. No sé si seré capaz de tanto. Veremos.
Mientras tanto, he escrito alguna que otra tontería en algún lado. Soltando un poco. La verdad es que a pesar del sinfín de cosas que pasan por mi mente, estoy bien. Me siento bien. Acaso lo que me llega a frustrar a ratos es no darme el tiempo y espacio suficientes para escribir y leer lo que quisiera. Quiero ya acabar pronto con las obligaciones que me he impuesto con el exterior, para saldar cuentas conmigo. Veremos, también.
domingo, 11 de julio de 2010
Deberes
Debería estar escribiendo un libro. No, no lo digo en el sentido de esa combinación de deber moral y auténtico anhelo que siento. Me refiero al carácter mandatorio de una obligación contractual por la que mañana debería entregar un capítulo más de una serie de libros de texto con los que estoy colaborando. Pero no lo consigo. Este dichoso libro se ha convertido en un verdadero tormento. Quizá porque de alguna manera sintetiza mis profundas contradicciones, mis prolongadas crisis existenciales, o yo qué sé. Lo cierto es que llevo un rato frente a la página en blanco y en el reloj la arena sigue sin piedad pasando de un compartimento a otro.
Tengo, en cambio, una servilleta llena de anotaciones sobre ideas que quisiera soltar aquí, un poco como desahogo, un poco como terapia, un poco como necesidad de compartir. Esas notas me han acompañado durante días y días, esperando un instante de debilidad en mis imperativos laborales en combinación con una pizca de fortaleza en mi voluntad creativa. Pareciera éste uno de esos momentos. Y, sin embargo, lo dejaré ir para ver si me sirve de inercia o impulso para escribir lo que debo escribir. Si lo consigo, esperaría que esa misma fuerza me permitiera plasmar al menos la síntesis de la varia que tenía prevista para arrancar esta segunda mitad de 2010.
martes, 29 de junio de 2010
Cerrando junio
Se me escapa el mes. Se esfuman el ciclo escolar y la primera mitad de un año vertiginoso. Los últimos días han sido excepcionales en todo sentido. Y la mente está a todo lo que da, procesando y produciendo ideas, posibilidades. El cuerpo no ha podido llevar el ritmo. Urge que pasen un par de semanas para seguir trabajando pero en espacios temporales un poco más sensatos. Estoy cansado. Muy cansado. Pero vamos sacando adelante esto. Y explorando oportunidades hacia el futuro. Soñando.
martes, 22 de junio de 2010
A propósito de la renuncia de Rangel Sostmann
La recién anunciada renuncia de Rafael Rangel Sostmann a la rectoría del ITESM sin duda es noticia. Con la salida del Dr. Rangel termina una era en la historia del Sistema Tec de Monterrey, una de las instituciones privadas de educación superior más importantes en México.
Hace tiempo que me considero Ex-A-Tec por partida doble: como egresado y como ex-colaborador del campus donde me gradué hace más de una década. De ambas etapas conservo recuerdos entrañables y también experiencias lamentables. De unas y otras aprendí, por supuesto. En ambos polos la pauta la marcaron las personas: el Tec me permitió conocer gente de un valor extraordinario y puso también en mi camino a personas tristemente dominadas por el egoísmo.
Como alumno y como profesor en el Tec aprendí muchísimas cosas y tuve oportunidad de hacer amistades que —nada raro en mí, lamentablemente— no he sabido cultivar suficientemente. Aún así, a la fecha, encontrarme con esas personas sigue siendo ocasión de gozo y recordatorio de la posibilidad que aún existe de recuperar el tiempo perdido. De la gente que apostaba por hacer daño, recuerdo poco, aunque —como quizá se vea más adelante— de sus actos queden huellas imborrables.
Lo cierto es que, para bien y para mal, el Tec es mi alma máter y a la vez el lugar donde mi trayectoria laboral empezó a configurarse. Quizá por eso siempre que escucho noticias del Tec me interesan como si siguiera yo ahí dentro. Y la renuncia de Rangel no podía ser la excepción.
Como relaté hace unos meses a raíz de la balacera en las afueras del campus Monterrey, Rangel Sostmann nunca ha sido santo de mi devoción. Sin embargo, lo consideré siempre un tipo congruente. Me divertía que cada ceremonia de graduación, año con año, repitiera las mismas anécdotas como si le hubiesen sucedido ayer. Algo que siempre me atrajo de su estilo de liderazgo era la frescura con que solía desenvolverse entre los estudiantes, a quienes solía cautivar con cierta facilidad.
Quizá esa frescura fue la que me llevó a acercarme a él en la primavera de 1995. Unos meses antes el tristemente célebre error de diciembre había desencadenado una profunda devaluación de nuestra moneda frente al dólar. La situación en el país se complicaba y la inflación se iba por los cielos. Pronto empezaron a correr en los pasillos del Tec rumores sobre grandes aumentos en las colegiaturas, lo cual empezó a provocar cierto pánico entre las familias de quienes estábamos ahí con números apretados. El Tec guardó silencio durante semanas. Algunos compañeros empezaron solicitar su baja y buscar nuevas alternativas.
Yo no entendía cómo la gente podía tomar decisiones basándose en suposiciones. Fue entonces que se me ocurrió juntar firmas para pedir que el Sistema Tec nos diera una explicación oficial que explicara qué sucedería en los próximos meses. La petición era simple: desmentir o confirmar los rumores y enviar en cuanto fuese posible los costos para el próximo semestre. Para juntar las firmas, elaboré una pequeña encuesta preguntando algunas cuestiones generales relacionadas con la crisis, el costo de la escuela, el programa de becas y —lo más importante— el interés por conocer las futuras colegiaturas. Al final, quienes lo deseaban, firmaban anotando su matrícula. Me organicé con algunos compañeros y en un par de días juntamos cerca de mil firmas de alumnos de todos los programas y semestres posibles. (En aquellos días la población total del Campus Ciudad de México era de unos 7,000 estudiantes.)
Una tarde procesamos los datos, armé gráficas e interpretaciones y armé un paquete con la carta petición y las hojas de firmas. Mi primera decisión era entregar eso en la dirección de mi campus. El mismo día, sin embargo, me enteré que Rangel estaría visitando nuestro plantel y pensé: las colegiaturas no son asunto local, sino decisión del Sistema. ¿Para qué ir con el Director del Campus si podía ir con el Rector de todo?
Me di una vuelta por la Dirección General y mientras esperaba que me atendieran, me enteré de la agenda completa del Dr. Rangel. Unos minutos después estaría en el Auditorio en una charla con alumnos de último semestre. Fui hasta ahí y escuché el final de la sesión. Al terminar, Rangel se quedó conversando con algunos alumnos. Estaban también el Rector de la Zona y el Director General del Campus. Me acerqué esperando el momento oportuno. Alguien mencionó los rumores sobre el aumento de colegiaturas. Y el Dr. Césra Morales, entonces Rector de la Zona, usó una expresión curiosa: "Ah, sí, el borreguito que anda suelto". Era cuando. Me levanté y le dije a Rangel: "Aquí está ese borreguito". "¿Cómo?", respondió. "Sobre ese famoso rumor, quisiera entregarle una petición que estamos haciendo algunos alumnos para recibir información acerca del impacto que tendrá la crisis en las colegiaturas", le dije extendiéndole el sobre con la carta, las gráficas, las firmas. Lo recibió sonriendo, me dio las gracias y me retiré. Me fui a la cafetería a reunirme con mis colegas. Poco después Rangel andaba por ahí, me vio y me preguntó: "¿Aquí en la carta dice a quién debo responderle?" "Claro, ahí vienen todos mis datos." Efectivamente. No estaba yo actuando como un anónimo ni nada parecido. La carta que presentaba todo llevaba mi firma y mis datos, asumiéndome como responsable del ejercicio. "Perfecto", me dijo sonriendo y se despidió.
Al poco tiempo recibimos todos un comunicado donde el Tec buscaba transmitir cierta tranquilidad en torno al tema. Es probable que no haya sido gracias a nosotros, pero a mí me dio un respiro y sé que a muchos otros también. Me sentí orgulloso de mi rector que había tenido sensibilidad para escucharnos.
Hasta que unos días después mi Director de Carrera —a quien nunca había visto antes— me buscó en una clase. "Nos esperan en la Dirección General." Y allá fuimos. Lo que sucedió en esa oficina fue harina de otro costal. En mi ingenuidad, no me di cuenta lo grave que había sido para el Director de mi campus que me lo "saltara". Fue quizá una de las conversaciones más desagradables que he tenido en mi vida. Se suponía que casi tendría que haber salido de ahí agradeciendo que no me dieran de baja por grillo. Las expresiones tan vulgares y el tono tan desagradable en que la máxima autoridad de mi campus se dirigía a mí, me dejaron frío. No renegué ni dije nada. Guardé silencio y archivé la historia. Estaba apenas en mi segundo semestre de la carrera.
Me gradué en 1999. Al año siguiente volví al Tec, como profesor. Un par de ocasiones más tuve oportunidad de atestiguar la forma en que Rangel ejercía su liderazgo entre su gente. Y aprendí mucho desde mi barrera. Hasta que en diciembre de 2001 la misma persona que me decepcionó como alumno, truncó mi incipiente carrera como colaborador del Sistema. Ese semestre obtuve una de las mejores evaluaciones como profesor en mi departamento. Y aprendí que los indicadores sólo sirven cuando quien los usa quiere que sirvan. De lo contrario, da igual: agarras tu cajita, metes tus cosas y no vuelves más.
Lo curioso es que, con todo, oigo hablar sobre el Tec y siento que hablan de algo que es mío. Quizá por eso me ha dolido tanto la soberbia con que el Tec se ha manejado en la última década. Paradójicamente, poco después de mi salida como empleado, me invitaron como egresado a las sesiones con miras a reformular la misión del Sistema Tec para 2015. Lo que dije entonces —lo que muchos dijimos entonces— sigue siendo válido hoy: falta humildad para retomar la grandeza a la que está llamado el Tec. Hoy mucha gente sin duda ahí adentro puede abonar a esa tarea. Rangel Sostmann tuvo la difícil tarea de llevar al Tec al siglo XXI. Y con lo bueno y lo malo, creo que lo logró. Pero a últimas fechas se le veía cansado, incluso fastidiado.
Habrá que ver quién llega ahora. Ojalá la grilla interna permita el arribo de un rector que sepa entender los tiempos que corren y conducir a esa gran institución a un mañana más a la altura de los desafíos que hoy imponen a México la injusticia y la falta de solidaridad.
domingo, 20 de junio de 2010
Porque sí...
—Porque sí —dijo el joven.
—¿Porque sí? Es una de las mejores razones del mundo. Deja un margen muy amplio a las decisiones.
"En algún lugar toca una banda", Ray Bradbury
Ray Bradbury es uno de los responsables de que la lectura por placer siga siendo parte de mi vida. Estudiaba yo la secundaria cuando sus Crónicas Marcianas me cautivaron. Como suele suceder con todo en mi vida, fueron necesarios varios años para que esa semilla germinara y me hiciera explorar con más dedicación los territorios de la literatura de ciencia ficción. Y como suele suceder con todo en mi vida, esas aproximaciones se convirtieron en coqueteos de temporada, con sus altas y sus bajas.
El primer semestre de 2010 fue un semestre flojo en mis hábitos de lectura, lo cual quizá también ha repercutido en mi desgaje de la realidad y en mi falta de serenidad de cara al mundo. De ahí que en los últimos días me he propuesto recuperar espacios para la lectura, esa lectura que se da nada más porque sí.
En mi más reciente escapada al DF me traje una dosis de esos libros que están en la quasi infinita lista de espera. Y esta semana arranqué con un volumen de Ray Bradbury titulado Ahora y siempre, que llevaba ya varios meses en la fila. Confieso que cuando me topé con esta "nueva obra" del escritor norteamericano, no sabía que aún estaba vivo y menos que sigue relativamente activo. Ahora y siempre contiene dos novelas breves (¿o son dos cuentos largos?) que en realidad constituyen elaboraciones a partir de materiales previos.
Leí esta semana la primer historia: "En algún lugar toca una banda...". Como sucede con los libros que solemos catalogar como buenos, la narración de Bradbury me sacudió inesperadamente. Quizá por colocarme una vez más frente a ese misterio y angustia que llegaban a provocarme algunas de las Crónicas... que le leí en la adolescencia; quizá porque entre sus páginas se escondían algunos fantasmas del pasado que, nomás dar vuelta la página, escaparon irremediablemente decididos a acosarme sin piedad; quizá porque sin sospecharlo me topé con más de una expresión que llevaba días atrapada en mi cabeza, incapaz de convertirse en palabras...
El hecho es que con Bradbury, como hace veinte años, recupero la necesidad de los libros y vuelvo a ese rincón donde, contra todo lo que parezca, realmente habito... entre trenes que nunca se detienen en donde uno los espera, rostros que no envejecen pese a la inclemencia del tiempo, desiertos abandonados encerrando misterios que algún día alguien conseguirá resolver.
viernes, 18 de junio de 2010
Saramago
«... decimos a los abúlicos, Querer es poder, como si las realidades atroces del mundo no se divirtiesen invirtiendo todos los días la posición relativa de los verbos...»
Haber leído unos cuantos de sus libros me basta para afirmar que la historia de la transición al siglo que corre difícilmente podría contarse sin hacer referencia a José Saramago. Lo he dicho en repetidas ocasiones: no soy ni pretendo ostentarme como un experto literario; sin embargo, tal mérito no es necesario para opinar sobre la obra de quien, como Saramago, supo devolverme el sentido del asombro ante las letras y, en cierto modo, las ganas de expresarme a través de ellas.
No estoy seguro del año, pero debió ser hace una década al menos cuando leí Ensayo sobre la ceguera. Como para muchos, fue mi primer contacto directo con el escritor portugués. El libro llegó a mis manos, como tantos, un poco por accidente. Fue cuestión de horas durante un fin de semana para devorarlo. No tardé en empezar a comprar uno que otro título para ponerlo en la interminable fila de mis lecturas pendientes. Sin embargo, y pese a la fascinación que me provocó la escritura de este hombre, tuvieron que pasar algunos años para que me animara con alguna otra de sus obras. Debió ser —estoy casi seguro— el entonces recién editado Ensayo sobre la lucidez. Los volúmenes de Saramago siguieron acumulándose en la repisa y apenas el año pasado me puse a mano con La Caverna y Las pequeñas memorias. (A raíz de este último escribí algo por aquí hace poco más de un año.) En algún librero en el DF me esperan piezas fundamentales como El Evangelio según Jesucristo o El hombre duplicado. Pero en particular quisiera acercarme por fin a Las intermitencias de la muerte, un libro que quise leer hace unos años, sin conseguir atreverme por diversas razones.
Si bien he sido un lector apasionado pero muy esporádico e inconsistente de la obra narrativa de Saramago, me convertí en seguidor asiduo de su blog desde que éste iniciaba y hasta que el mismo José declaró su cierre, conduciendo a la publicación de sus entradas en papel a través de la edición impresa del Cuaderno. Regresó el portugués al blog en un puñado de ocasiones, incluso todavía a inicios de este 2010, para hablar de Haití o del Juez Garzón. En estas apariciones, como en las entrevistas que solía dar a los medios de comunicación, Saramago siempre dejó ver la claridad de su pensamiento, consolidando su papel como actor indispensable de cualquier diálogo que pretendiera usarse para comprender a la humanidad en su arribo al tercer milenio de la era.
Hace exactamente un mes, la Fundación José Saramago tomó control del blog del premio Nobel y, bajo el título de Otros cuadernos de Saramago, publica fragmentos de sus obras. Una forma posmoderna —a ratos y en pedazos— pero no menos legítima, de acercarse y seguir leyendo al inmortal portugués.
Anoche publiqué en mi muro de Facebook una liga hacia la entrada Pensar, pensar, publicada en el referido blog cuando amanecía en Portugal. Publiqué ese vínculo porque la frase me parecía de una urgencia absoluta. Desperté esta mañana con la noticia del fallecimiento del gran José Saramago. Y sentí ese vacío que se suele sentir cuando uno sabe que un genio ya no está entre nosotros. Nos quedan sus palabras, que son muchas para fortuna nuestra.
Al pie. Decía al inicio que Saramago en cierto modo me devolvió también la pluma. Desde la primera vez que lo leí, me di cuenta lo necesario que era reinventar la escritura para uno mismo, al margen de los demás. Con cada acercamiento que he tenido a su obra, esta necesidad se ha reforzado y ha operado siempre como un catalizador para abrir la llave de la inspiración. Tal y como sucede en este momento.
jueves, 17 de junio de 2010
Inspiración (II)
Claudia: Io non capisco, incontra una ragazza che lo può far rinascere, che gli ridà vita e lui la rifiuta?Guido: Perché non ci crede più.Claudia: Perché non sa voler bene.Guido: Perché non è vero che una donna possa cambiare un uomo.Claudia: Perché non sa voler bene.Guido: E perché soprattutto non mi va di raccontare un'altra storia bugiarda.Claudia: Perché non sa voler bene.
Hace ya más de dos semanas que anticipé una serie de reflexiones en torno a 8 1/2 y mi actual falta de inspiración. No tengo idea de qué pretendía entonces. Es decir, en varias ocasiones he intentado recuperar el asunto y simplemente no consigo recordar cuál era mi intención cuando pretendía hablar de 8 1/2. Lo cierto es que en aquellos días recuperé este clásico del cine italiano para darme cuenta de los enormes paralelismos entre mi actual crisis y la encarnada por Mastroniani en el memorable personaje de Guido, un director de cine que no consigue hacer una película cuando su potencial creativo se atasca en medio de las expectativas que todos desarrollan en torno a él. Del mismo modo que esta crisis creativa desencadena un viaje de introspecciones y proyecciones en Guido, durante semanas he estado yendo y viniendo a mi niñez e intentando reconstruir ciertos episodios de mi vida en busca de esos momentos que pudieran representar puntos de inflexión en la gráfica de mi vida. No he encontrado mucho, pero he encontrado algo. Particularmente, he conseguido recuperar alguno que otro destello en la mirada del pequeño Ernesto que terminaba la primaria, otro más en el rostro del adolescente que sin saber bien cómo sobrevivió a la adolescencia temprana y alguno más en los ojos del soñador que estudiaba la licenciatura cargado de ilusiones. No sé bien qué hacer con todos esos rastros. Algunos acontecimientos paralelos, además de una severa saturación de compromisos laborales, me tienen aún estancado. Pero voy encontrando la luz al final del túnel, sea lo que sea que eso signifique. Quiero decir que pese a todo, empiezo a trazar planes. Falta acaso la voluntad.
PD. Decía también hace un par de entradas que quería hablar de Nine, adaptación cinematográfica de una obra musical inspirada en 8 1/2. La obra de teatro no es una joya, pero tiene algunas piezas que desde hace años se incorporaron a mis playlists de cabecera. La que más me entusiasma, "Be on your own", fue eliminada de la película. Otras dos sobrevivieron en la versión fílmica: "I can't make this movie" y "Unusual Way". La película no es ninguna obra maestra, pero me parece que consigue un buen guión a partir de un mal libreto. Rob Marshall se equivoca quizá al usar un lenguaje muy semejante por momentos al que tan bien le funcionó en Chicago, pero al menos yo se lo perdono por un par de razones. Primero, me encanta la estética que consigue en varios de sus cuadros tanto en lo visual como en el acompañamiento de arreglos musicales que construyen melodías memorables a partir de canciones mediocres. Segundo, un elenco extraordinario con destellos cautivadores. El cast está plagado de estrellas, la mayoría galardonadas justamente con el Oscar en algún momento de su carrera. Daneil Day-Lewis consigue un genial retrato de otro Guido, con un perfil muy lejano al de Mastroniani, pero efectivo en su desparpajado personaje. Judi Dench y Marion Cotillard aparecen soberbias a través de sendas interpretaciones caracterizadas por la mesura reflejada en la contención de sus personajes. Nicole Kidman, Sofía Loren y Penélope Cruz completan el elenco de oscareadas actrices. La película retoma la anécdota de 8 1/2 y la carga de edulcorantes, creándose así algo absolutamente distinto pero nada desdeñable. El 8.5 se redondea a 9 y pierde por supuesto la genialidad y complejidad de la obra de Fellini. Pero regala un par de momentos que, siendo sincero, me encantaron y dejaron en mí una huella significativa. Quizá sea por el momento en que Nine vino a ponerme en la cabeza a 8 1/2. Por lo que sea, confieso que la disfruté.
miércoles, 9 de junio de 2010
Doce años (II)
Busco la forma de poner por escrito lo que me habita desde hace unos días. Pero me sucede lo que ha venido ocurriéndome desde hace meses: no encuentro forma de traducir los pensamientos en palabras. No pretendo aquí ponerme a divagar sobre esa nueva discapacidad que ya ha empezado a pasarme factura en diferentes ámbitos. Intentaré, en cambio, compartir un poco de lo que el pasado fin de semana dejó en mí.
Gracias a la mágica convocatoria de una entrañable amiga de los días de universitarios, se desencadenó un extraordinario encuentro con personas que hace doce años formábamos parte de un proyecto que transformó mi vida. La última vez que los miembros de ese equipo estuvimos juntos fue en el verano de 1998. Desde entonces, a algunos los había visto un par de veces en diferentes circunstancias. Con algunos me había escrito en alguna ocasión o habíamos hablado por teléfono hace siglos. Pero en sentido estricto, con alguna excepción, era como si nuestras vidas hubieran tomado cauces opuestos y prácticamente no sabía nada de ellos.
En los últimos meses empezaron a generarse chispas que, hoy lo veo, fueron configurando la posibilidad de reencontrarnos. De pronto alguien apareció en Facebook y tímidamente se abrió un vaso comunicante. Alguien más abrió una cuenta en Twitter, produciéndose un casual e inesperado pero maravilloso cruce de caminos. Alguien se topo con otro al salir de un restaurante, sembrando en ese otro el morbo de ponerse en contacto telefónico con un tercero. Y así se fue construyendo la ruta que nos condujo al sábado pasado.
¿Qué teníamos en común los que nos reencontramos? La más evidente, estudiamos una misma carrera en cierta universidad. Algunos de los que ahí estuvimos compartimos un par de proyectos que, como decía antes, marcaron mi vida para siempre.
Como sucede siempre en este tipo de reuniones, uno tiende a hablar mucho del pasado. Uno revive una y otra vez un sinfín de anécdotas. Está también el espacio para narrar una síntesis de lo que ha sucedido en los años que uno se alejó de la existencia del otro, ligándose siempre a un selectivo resumen del estado presente de las cosas. Y se vuelve al pasado.
Y esa vuelta al pasado puede conducirnos más allá de las palabras. Al menos así me sucedió esa tarde. Sin darme cuenta, llegó un momento en que la magia que nos unía hace más de una década estaba presente sobre la mesa. Y sentí una tremenda nostalgia por mí mismo. A eso intentaba referirme en la entrada anterior cuando hablaba de entablar un diálogo con el que era yo hace unos años. Mientras reíamos y nos mirábamos con entusiasmo, una parte de mí de se desprendía e intentaba mirarme desde fuera, alegrándose de verme con tal entusiasmo pero, a la vez, preguntándose dónde habían quedado tantas cosas de ese que yo era, ese que solía soñar, ese que se apasionaba locamente con un sinfín de proyectos.
No quiero seguir extendiéndome en esto. Siento que terminaré dando vueltas en un mismo sitio. Baste decir por ahora que la química desatada nuevamente hace unos días me obliga a replantearme muchas cosas. Dependiendo cómo vaya todo, ya estaré por acá dando cuenta de ello.
[Al pie. De quienes formamos parte de esos proyectos, faltó un amigo fundamental que hoy vive en su natal Oaxaca. Con él me topé en esas tierras hace un par de años. Lo echamos de menos sin duda la tarde del sábado, pero su presencia nos acompañó y sé que no pasará mucho tiempo para que podamos sumarlo a algún encuentro.]
domingo, 6 de junio de 2010
Doce años
Y de pronto, sin mayor aviso, simplemente sucedió. Doce años después ahí estábamos de nuevo. Como sucede siempre en ese tipo de reencuentros, varias charlas giraron en torno a evocaciones de los días que compartimos. A ratos los recuerdos tendían puentes para reconstruir fragmentos del presente, tanto el propio como el de aquellos con quienes solíamos convivir de forma más o menos cercana. Y hubo momentos también, afortunadamente, para mirar —o al menos intentar mirar— hacia adelante.
Correré el riesgo de sonar atorado en la melancolía, pero debo decir que pese a las huellas producidas por doce años de camino, no tardé en entrar en un profundo diálogo con el que era yo mismo en aquel entonces. De pronto desconocí al que deambula en estos días y empecé a recuperar algo de mí que tenía olvidado. Quizá por eso el momento se alargó tanto. Prácticamente diez horas de un encuentro que ahora me parece fue solo un instante y que parece haber sucedido al día siguiente de la última vez que estuvimos todos juntos —doce años atrás— en ese mismo lugar.
No sé qué sigue. Pero algo está claro: no puedo seguir adelante como si lo de esta tarde no hubiese sucedido.
[Sé que estoy siendo otra vez confuso, críptico. Y quisiera explicarme mejor. Pero es tarde, estoy cansado y mañana debo levantarme temprano para empezar nuevamente a desahogar pendientes. Tengo ya la deuda del 8 1/2. Sumo ahora el compromiso de volver sobre el mágico reencuentro de esta tarde.]
martes, 1 de junio de 2010
Inspiración
«Una crisi di ispiration?E se non fosse per niente passeggera signorino bello?Se fosse il crollo finale di un bugiardaccio senza più estro né talento?»
Tal es el sentimiento que me domina desde hace semanas. Una absoluta y profunda crisis de inspiración. Tan profunda que, como Guido en la inmortal cinta de Fellini, me pregunto si no será más bien la contundente evidencia de que nunca hubo genialidad alguna, de que todos los aparentes destellos han sido casualidades. Engaños.
Vale. Estoy siendo muy duro. Y ya sabes que de vez en cuando me da por serlo. Pero es que la crisis se ha extendido a terrenos que solían ser neutrales: ámbitos donde uno podía encontrar refugio y salir con una ocurrencia para demostrar que alguna chispa andaba aún encendida por ahí.
El fin de semana viajé con Guido a su niñez esperando que su travesía me ayudaría a explorar mi propio bloqueo creativo. Y me atrapó irremediablemente en su introspección. La aventutra quedó a medias. Vuelvo una y otra vez a ciertos diálogos de la película, descubriendo cómo hay un pedazo de mí en cada palabra del director en crisis.
¿Qué tal si para salir de este atolladero comparto algunas ideas sobre 8 1/2? Y, aunque los puristas y algunos amigos entrañables me linchen, quisiera compartir también una serie de manías y exploraciones que sembró en mí la versión fílimica de Nine hace unas semanas. Van ambas patra la siguiente entrega en este espacio.
domingo, 30 de mayo de 2010
Utopías
En una agenda o en un horario todo se ve tan sencillo. De 7 a 16 horas dedicarse al Colegio. De las 17 a las 22, lunes y miércoles trabajar en los libros con los que se me ocurrió comprometerme, y martes y jueves dedicarme a iniciar por fin (otra vez) con la Tesis. El fin de semana una distribución proporcional semejante. Por ejemplo: teóricamente hoy canalizaría mis energías de 9 a 18 horas en el proyecto de los libros y de las 18 a las 22 a pendientes del Colegio. ¿Resultado? Nada, como decía, en una tablita se ve todo tan fácil. El problema es que ni la agenda entiende de voluntades ni mi voluntad sabe nada de horarios.
sábado, 29 de mayo de 2010
De nuevo...
«Y pensé en esa imagen ante la que me rendí a las pocas semanas de mi llegada a este país... la imagen del sol en la montaña... Ahí, en Montserrat, viví una de las místicas experiencias con las que iniciaría esta travesía. Ahí, hice un resumen de mí mismo y agradecí a Dios (mirándolo de frente bajo ese resplandeciente sol) el sinfín de bendiciones que ha puesto en mi camino a lo largo de toda mi vida. Aquellas que he comprendido a tiempo y también las que no he sido capaz de reconocer en su momento. Aquellas que habrían de venir (y han seguido llegando) y las que seguro están todavía en el camino.
En general, toda mi vida he intentado tener presente ese sentido de agradecimiento. Seguro que hay días en que el ajetreo me hace pasarlo por alto. Pero siempre es buen momento para hacer una pausa, echar un vistazo atrás, agradecer... y continuar.»
Fragmento de "Agradecimiento" en Ernesto en Barcelona, el 26 de junio de 2008.
jueves, 27 de mayo de 2010
Anuncio clasificado
Ando en busca de un lugar donde arrojar palabras que no soportan ya el cautiverio del anonimato ni la tiranía del qué dirán.
viernes, 21 de mayo de 2010
Tan inusual...
(... o quizá no tanto)
domingo, 16 de mayo de 2010
Acabar la prepa
Hace 16 años terminé la preparatoria. En ese entonces la más pequeña de mis hermanas estaba por cumplir sus primeros dos años de vida. Ayer, a poco más de un mes de cumplir su mayoría de edad, fue su fiesta de graduación de prepa. Cuando llegué al salón y la vi, radiante como es, vino a mi mente esta foto de hace 16 años, de la mañana en que recibí mi Diploma de bachiller.
Durante la fiesta pensé tantas cosas. En el tiempo vivido. En lo que, Dios mediante, le queda aún por vivir. En lo que dicen de los días de uno como preparatoriano. En lo poco que eso que dicen aplicó y aplica en mi caso. En lo que podrían significar para ella. En los años después. En los años antes. En "cómo cambian los tiempos". En —a Dios gracias— cómo cambia la moda. En mi papá y mi mamá. En las matemáticas, en la filosofía. En mi "profesión". En lo impredecible que resulta vivir. En lo rápido que a veces nos parece que va la vida. En lo lento que se nos vuelve de pronto. En la imposibilidad de volver el tiempo atrás. En la necesidad de pensar y soñar el tiempo hacia adelante.
lunes, 10 de mayo de 2010
Sueños realizados en la Gran Manzana (II)
«To flirt with rescue when one has no intention of being saved...
Do try to forgive me.»
[Fredrik Egerman a Desireé Armfeldt en A Little Night Music,
mientras ella interpreta "Send in the clowns"]
Aquí voy, finalmente, intentando reconstruir con palabras una experiencia más. Una de esas que se graban en la piel y el corazón y que después descubrimos son imposibles de transmitir fielmente, pues por más poesía de la que sea uno capaz —y no es mi caso, además— no creo que exista un traductor capaz de convertir íntegramente en frases las emociones.
Contaba hace unos días que de improviso y sin la planeación que suele caracterizar a mis viajes, estaba yo en Nueva York. Contaba que la premura hizo imposible programar algo de teatro y contaba que dejé a la suerte la posibilidad de entrar a alguna producción en el mítico distrito teatral de la isla.
Recién desempacado en Manhattan, di un recorrido para reencontrarme con la ciudad que hace 17 años había capturado un pedazo de mí. Aquel primer viaje se había dado en circunstancias radicalmente distintas: mi hermano y yo acompañábamos a mi papá en un viaje de negocios y, por nuestras edades y por las condiciones que caracterizaban al Nueva York pre-Giuliani, habíamos recorrido la ciudad de los rascacielos en una absoluta relación de dependencia con mi padre. [Fue un viaje breve pero extraordinario, sobre el que quizá debería volver aquí un día de estos.] El caso es que ahora, en circunstancias insisto muy diferentes, me encontraba el primer día por mi cuenta explorando los rincones de una ciudad que hasta hace poco era sólo mezcla de recuerdos adolescentes con escenas de un sinfín de películas. No tardé en llegar a Times Square y quedar atrapado por las marquesinas de los teatros y sus grandes anuncios espectaculares. Mi pasión por el teatro —todo el teatro, el clásico, el de búsqueda, pero también ese, el musical, que tantos acérrimos enemigos tiene— provocó de inmediato una aceleración en mi ritmo cardiaco. Ahí, en medio de Times Square, me daba cuenta de la infinita gama de posibilidades y a la vez lamentaba no sólo el no haber conseguido entradas para algo desde el siempre infalible internet, sino también mi triste situación financiera, que me impedía convertir esa semana en una estancia permanente en las salas de teatro.
Pronto me di cuenta que además de las obras que había visto en internet antes de partir, otras me seducían con sus coloridos carteles. Pero un espectacular en lo alto de la esquina de Broadway con la calle 47 me paralizó: la imagen anunciaba una nueva producción de A Little Night Music, un mítico musical de 1973 compuesto por Stephen Sondheim a partir de una película de Ingmar Bergman. Confieso que sabía poco de la obra y que no me considero además fan de Sondheim. Sin embargo, el reparto anunciado en el cartel me dejó helado: la legendaria Angela Lansbury y la mismísima Catherine Zetha-Jones.
Ubiqué el teatro y descubrí en su entrada un pequeño letrero donde se anunciaba que en la función de ese día el personaje de Zetha-Jones sería interpretado por otra actriz. Sin embargo, todo indicaba que el resto de la semana la esposa de Michael Douglas estaría en forma regular. ¿Sería posible conseguir entradas?
Los días siguientes el viaje siguió su curso y traté de no pensar ya en esto. Pero a media semana decidimos que era momento de apostar a la suerte en el módulo de boletos con descuento ubicado en Times Square. Era miércoles, día en que la mayoría de los teatros de Broadway tienen una función adicional entre una y dos de la tarde. Decidí formarme y esperar qué sucedía. Si no conseguía nada digno, habría chance de intentarlo en la tarde para la función de la noche y, si no, elegir otra de las diversas alternativas que había. No fue necesario: en el primer intento conseguí entradas con 40% de descuento en la sección de Orquesta para la primera función. Casi fue salir de la taquilla del módulo para entrar al teatro Walter Kerr, en la calle 48.
De nuevo, como me sucedió con la crónica de mi experiencia en el Met, no sabría cómo describir la función. Puedo decir que la producción del genial Trevor Nunn es de una precisión absoluta, sin más. En ese sentido, el diseño de sonido fue quizá algo de lo que más me impactó, de ahí que no me sorprendiera en absoluto la nominación que recibió hace unos días para el Tony en esa categoría.
La música, como me sucede siempre con Sondheim, me resulta casi indiferente. La genialidad de A Little Night Music nace, sin duda, del material en que está inspirada. La película de Bergman es extraordinaria y el relato está cuidadosamente trasladado al lenguaje del musical para sorpresa de propios y extraños. Si a un buen libreto se suman una dirección impecable y un elenco de talento superlativo, donde no hay un solo actor ni actriz por debajo del resto, el resultado solo puede ser genial.
Y hablando justamente del elenco, tanto Lansbury como Zeta-Jones resultan arrolladoras. La primera, una auténtica leyenda que jamás imaginé llegaría alguna vez a ver en vivo; a sus casi 85 años la mujer tiene una proyección sobre el escenario como pocas actrices en el mundo. Su interpretación de Madame Armfeldt encierra una acidez divertida y entrañable difícil de alcanzar. De Catherine Zeta-Jones, ¿qué puedo decir? Primero, reconozco que mi conocida debilidad por esta mujer puede hacerme perder objetividad. Y no me importa. Con una frescura impresionante retrata a una Desireé Armfeldt con la que uno se involucra desde el primer momento. Cuando llega el momento climático en que interpreta "Send in the clowns", uno permanece al borde de la butaca, queriendo inevitablemente acercarse para consolarla.
Quizá suena exagerado lo que escribo pero en verdad, mientras lo hago, revivo esa tarde en el Walter Kerr y vuelvo a emocionarme como no te imaginas. Desde ese miércoles, "Send in the clowns" dejó de ser una melodía más de Sondheim para convertirse en un auténtico himno para las tardes de melancolía.
domingo, 9 de mayo de 2010
Mea Culpa
Prometí para hoy la segunda parte de mi entrada más reciente. Oficialmente le quedan 2o minutos al día y es evidente que no conseguiré mi objetivo. El día me ha parecido eterno y ni con toda esa eternidad fui capaz de avanzar en mi infinidad de asuntos pendientes. Se comprenderá que haya dejado éste entre los últimos y que, junto con muchos otros, se hayan quedado las ganas en el tintero. Si el insomnio me permite terminar los asuntos que tienen fecha de vencimiento impuesta por terceros, mañana a estas horas estaré pagando la deuda con mi querido blog y sus lectores. Veremos.
sábado, 8 de mayo de 2010
Sueños realizados en la Gran Manzana
Esta entrada debió ser escrita haca ya un mes, cuando los recuerdos estaban frescos, cuando la experiencia que pretendo relatar apenas había sucedido. Hoy, un mes y no-sé-cuántos-acontecimientos después, corro el riesgo de ser infiel a los hechos y dejarme llevar por la imaginación, la cual con frecuencia suele aderezar nuestros recuerdos sin respetar lo que haya sucedido en realidad.
Ya anticipaba en mis dos divagaciones más recientes que hace unas semanas tuve oportunidad de materializar un par de sueños. Ambos sucedieron durante mi reciente e inesperada escapada a Nueva York. Cuando de último minuto tomamos la decisión de pasar unos días en la Gran Manzana, lo primero que lamenté fue que, ante lo repentino de la idea, sería muy difícil conseguir buenas entradas para al menos un par de espectáculos. El lapso entre la decisión de hacer el viaje y hacer la fila para abordar el avión, duró apenas 5 días.
Lo primero que hice fue revisar —según yo "a fondo"— qué novedades había en el mítico Broadway. Vi que aún permanecían ciertos éxitos de la última década, como Wicked o más recientemente Billy Elliot. Ambos, misiones imposibles. En mis breves revisiones de cartelera, me atrajo la posibilidad de clásicos recién repuestos como West Side Story o South Pacific. Consideré también la posibilidad de encontrarme en el Majestic con el Fantasma de la Ópera, como sucedió hace 17 años. Al final, no encontraba ninguna fórmula que ajustara mi interés con mis posibilidades financieras y la disponibilidad de lugares. De las cosas más nuevas, pese a mi amor por el teatro musical confieso que había escuchado poco y no me había dado el tiempo de explorar con calma qué había de nuevo en el distrito teatral de la isla. Me di por vencido y decidí dejarlo a la suerte, esperando ver cómo estarían las posibilidades de algo que valiera la pena en el módulo de entradas con descuento para el mismo día, ubicado en Times Square.
Una vez descartado el teatro, intenté otra idea, más descabellada aún. ¿Sería posible encontrar algo accesible para la Metropolitan Opera House? Mi presupuesto era realmente limitado, pero tenía fe en la posibilidad de presenciar alguna producción del mítico Met. En las 6 noches que pasaría en la isla, no había muchas alternativas. No conseguí ya nada para aplaudir a Angela Gheorghiu en La Traviata. Sí encontré de último minuto un par de entradas en precio razonable para escuchar La Flauta Mágica desde un balcón superior. Oportunidad extraordinaria: ir al Met, escuchar una gran obra de Mozart, gozar la creativa producción de la genial Julie Taymor... Y así fue.
Me emociona relatar cómo se fue dando todo. Pero si me piden reseñar la función, me voy quedando ya sin palabras. ¿Qué puede decirse? La experiencia completa fue única. Una energía particular flota en la sala del Met: tantas leyendas han engalanado su escenario; el eco de privilegiadas voces ha ido impregnándose en sus paredes. Cuando los candiles laterales comenzaron a elevarse sobre las cabezas de los espectadores, casi lloro de emoción. Tantas veces había visto imágenes en video de esos segundos previos al inicio de una presentación... Apenas podía creer que estaba yo ahí.
Dije que fueron dos sueños. Este fue el primero. Intenso. Único. Mágico. Los siete días que pasaron desde que compré las entradas hasta que entré a la sala, fueron alimentando una ilusión que se vio no sólo satisfecha, sino ampliamente rebasada, convirtiendo la experiencia en combustible para los días por venir.
¿Y el segundo? Sucedió al día siguiente. Fue aún más inesperado. Y lo dejo para mañana. Prometido.
viernes, 30 de abril de 2010
Ser niño
Hace dos años (¡dos años!) publiqué en mi primer blog una evocación de mi infancia, ilustrada por esta fotografía:
Lo que escribí entonces conserva absoluta vigencia (quizá con excepción de la posdata en que hago referencia a la claridad y la recuperación de energía, pues ambas han brillado por su ausencia en estos días). Pero volviendo al tema de mi niñez, decía que lo que escribí hace dos años sigue siendo válido hoy. Por eso mejor remito al texto original.
PD. Hoy en el colegio presentamos a nuestros chicos de primaria y secundaria una breve representación en la que las maestras y maestros interpretamos el papel de alumnitos en una clase de Filosofía para Niños. La pregunta detonante de la maestra fue ¿qué significa ser niño? Cada uno, desde su personaje, debía dar una respuesta chusca para, como cierre, cada quien lanzar a nuestro público una idea sobre el significado de la niñez. Pensar mi respuesta final fue más sencillo de lo que yo creía: para mí, ser niño significa ser capaz de soñar y creer auténticamente en esos sueños. Seguro significa muchas otras cosas, pero esa me parece fundamental.
PD2. Mi personaje, por si alguien se lo preguntaba, fue el del niño ñoño que siempre está estudiando y que se desespera de que no le hagan caso a la maestra. No tengo fotos, pero seguro alguno de mis alumnos tomó hasta video, así que no tardo en aparecer en YouTube. :P
PD3. Hablando de sueños, prometo que en la próxima entrada cumpliré finalmente con el par de sueños realizados hace unas semanas.
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