Después de semanas y semanas de andarlo anticipando —y un poco forzado ante el colapso de Twitter que no deja de desplegarme a su ballenita— me decido a hablar por fin sobre el mentado libro de las contradicciones.
Hace algunos meses una querida amiga y ex-compañera de trabajo, me invitó a colaborar en un proyecto editorial: elaborar una serie de cuadernos de trabajo para la asignatura de Orientación y Tutoría que se imparte en secundaria.
Juro que me resistí. De veras. Esta vez no dije que sí a la primera, como suele ser mi costumbre. Sí, lo admito, soy un fácil, pero esta vez estaba decidido a cambiar. Y no lo conseguí. En cambio, acepté asumir la autoría de uno de los tres textos.
La empresa nos dio un margen muy amplio para definir los contenidos de la obra y marcó (al menos al inicio) pocos criterios editoriales. Eso es bueno y malo. Bueno porque uno no tiene que someterse como suele suceder a un plan de obra que casi te dice lo que debes pensar. Malo porque nos dejaban una libertad de esas tan amplias que uno no sabe qué hacer con ella. Después de revisar muchos materiales, terminé armando mi índice tentativo: mis cinco bloques con seis temas cada uno. El siguiente paso sería escribir y escribir sobre aquello.
Después del típico reto de vencer a la página en blanco, las primeras lecciones fluyeron más o menos. Sin embargo, muy pronto empezó a ser evidente algo que apenas había anticipado. Mejor dicho, algo que sabía pero me había negado a reconocer: estaba escribiendo un libro que, primero, habla de cuestiones que no creo que se puedan enseñar con libros y, segundo, intenta orientar sobre cuestiones en las que difícilmente podría yo considerarme un ejemplo a seguir. Muy por el contrario.
Me explico. ¿Qué puedo escribir yo sobre la importancia de aprender a manejar el estrés? ¿Qué tipo de consejo puedo ofrecer acerca de la organización del tiempo? ¿Con qué cara puedo hablarle a alguien sobre la importancia de saber decir que no, o sugerir algo con respecto a la forma de manejar adecuadamente las emociones en nuestras relaciones interpersonales?
Llevo ya semanas y semanas escribiendo sobre todo esto. No niego la importancia de tales temas. Es solo que me siento la persona menos indicada para hacerlo. ¿Quién es uno para decirle a los chavitos lo que es mejor para ellos? Claro, he procurado evitar cualquier tipo de adoctrinamiento, pero los temas en sí encierran una cierta tendencia a promover los dichosos valores democráticos y las virtudes de la convivencia. Sí, creo en todo ello en su sentido más general. Pero, más allá de mi propia incapacidad para hacer de eso una realidad, cada día tengo más dudas respecto a todo esto que nos empeñamos en enseñarle a los más jóvenes.
Lo sé. Sueno exagerado. Demasiado radical, quizá. Pero confieso que cada vez que debo sentarme a escribir una página más del dichoso libro, no puedo evitar pensar que se trata de la encarnación de mis más grandes contradicciones: decir una cosa, pensar otra y terminar haciendo una tercera. La historia de mi vida.
PD. La buena noticia es que ayer envié el cuarto bloque. Faltan un bloque, los anexos y las correcciones de los bloques anteriores. Con todo y eso, ya voy de salida.
2 comentarios:
Decía que me imaginé escribiendo sobre esos temas.
Luego me reí (mucho)
después recordé como todo tiene que ver con la bendita codependencia y la mala costumbre de no romper con los ciclos destructivos y seguir con el *autosabotage* involuntariamente voluntario (f5)
excelente post
"Decir una cosa, pensar otra y terminar haciendo una tercera" ¡Qué frase!, digamos que me ha resultado demasiado familiar.
A veces me gustaría alinear mis sentimientos, palabras, convicciones, acciones y decisiones. Todo para ser absolutamente congruente. Sin embargo, creo que sería muy aburrida.
Hoy, en lo personal, me alegra tu contradicción. Me alegra saber que estás vivo y te cuestionas.
Que gusto saber que sí, este también ERES tú.
Un abrazo
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