viernes, 26 de octubre de 2012

Quisiera escribir

Una hora. Sí, parece que tengo disponible una hora. ¿Para qué? Para mí. Y lo primero que pienso es en escribir. No porque no tenga otras alternativas (comer, por ejemplo, para evitar andar con un sándwich en el estómago, como ayer), sino porque el cúmulo de palabras acumuladas es inmenso y ya se se parece a una jaqueca. Más aún: a un ataque de migraña. 

Abro esta página y comienzo. O, mejor dicho, simulo que comienzo. Porque en realidad no digo nada. O al menos nada de lo que quisiera decir. Nada de eso que parece ya cortar las pocas sinapsis que operan con normalidad en mi sistema nervioso. ¿Qué escribo entonces? Esto. Escribo que quisiera escribir reflexiones surgidas de sonidos, imágenes, encuentros. Escribo que quisiera escribir sobre los pasos que caminamos —¡hace ya casi un mes!— sobre la delgada isla de los rascacielos que insisten en desafiar al cielo —y a los hombres— como si Babel ni siquiera una fábula —porque a los que mandan construir rascacielos las moralejas les dicen poco o, más probablemente, les resultan incomprensibles—. Escribo que quisiera escribir sobre la enorme y poderosa dosis de alimento que tuve la oportunidad de dar a mi espíritu en una nueva edición del Festival Internacional Cervantino —la cuadragésima en su historia, la cuarta consecutiva en mi biografía— y de la cual deriva una larga cadena de sentires que merecerían cada uno un par de las horas que ahora mismo consumo escribiendo que quisiera escribir sobre ello. Escribo también que quisiera escribir sobre las crisis pedagógicas que han acompañado mis pasos con particular énfasis en los meses recientes, crisis que han sido aderezadas por pequeñas pero significativas provocaciones que me mueven a un intento de diálogo que invariablemente se frustra ante la ausencia de un interlocutor que coincida conmigo en el mínimo necesario de tiempo y espacio para que que pueda materializarse. 

Escribo que quisiera escribir sobre tantas cosas, pero los sesenta minutos de los que disponía cuando comencé a escribir esto, han sido interrumpidos una y otra vez. No han sido míos como ingenuamente anhele a llegar el primero. Y así, es hora de moverme de aquí. Hay, sin embargo, una luz. Una luz que dice que vendrán pronto algunos periodos semejantes a este que ahora termina de consumirse. Hay, pues, esperanza de venir a escribir sobre todo ello.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Inspiración

Después del acto cívico que organizamos en el colegio cada año para conmemorar el 16 de septiembre, mientras decenas de niños corren por el patio, se me acerca sonriente Emilio, que cursa segundo de Primaria.

"Me gustó mucho cómo diste el grito."

"¡Gracias!" respondo, entre sorprendido y emocionado. "Es que me motiva verlos tan entusiasmados."

Con los ojos brillando —con la misma intensidad con la que brillaban minutos antes los de la mayoría de sus compañeros mientras respondían a mi arenga con sus "¡Viva!"— sonríe todavía más y me pregunta: "¿Te inspiramos?"

Trato de responder con un claro: "Sí, me inspiran", pero me traiciona la misma lágrima que ahora, mientras lo escribo. Alcanzo a pronunciar el "Sí" y sonriendo le sacudo el cabello, como hago con los pequeños cuando quiero acompañar un gesto de afecto.

Emilio vuelve al patio a jugar. Y yo me quedo con ese "Sí, me inspiran" y lo completo con un: "Me inquieta pensar en lo que les estamos legando, pero al mismo tiempo me llenan de esperanza."

Camino de vuelta a mi oficina pensando en esa macabra tentación que ronda las aulas de cualquier escuela: dejarles el futuro a ellos, como si el presente resultara irremediable.





lunes, 10 de septiembre de 2012

Quienes amamos la delicada experiencia de perderse en las letras... quienes estamos dispuestos a todo en la travesía irrepetible que significa perseguir la palabra justa —esa que tan pocas veces se deja atrapar—... quienes ansiamos en cada conversación —por trivial que parezca— la irrupción de algún vocablo perdido, un vocablo capaz de arrojarnos al abrasador abismo donde el alfabeto construye mundos infinitos a nuestras espaldas. Nosotros, todos, lo echaremos mucho de menos, Don Ernesto.



viernes, 24 de agosto de 2012

Buscando palabras

Sin palabras. Así ando. ¿Existe una palabra para describir esta condición? No, no una frase: una palabra. Busco un adjetivo, está claro. Y no dudo que exista, pero en congruencia con el estado que lamento, no la encuentro. Como tampoco encuentro las que necesito para contar tantas cosas. Pasa esto, pasa aquello, y me digo siempre: "Voy a escribir algo acerca de esto" o "de aquello". Pero cuando el momento llega... nada: las palabras se escabullen y me dejan ahí, solo, perdido, abandonado (evocando a Manon Lescaut, quizá justamente porque no encuentro palabras mías).

Cierto: he tenido mucho trabajo. O me lo he inventado y me lo he creído. Da lo mismo. El hecho es que mi cuerpo y mi espíritu terminan cada jornada en un estado de agotamiento que no alcanzo siquiera a pensar con claridad. Trazo algunos garabatos, leo lo que otros comentan por aquí o por allá, y me quedo dormido para despertar cinco horas después a reiniciar el bucle en el que llevo atrapado varios días. (Con dignas excepciones los fines de semana, es verdad. Pero son excepciones tan intensas que termino refugiándome en ellas igual que en el trabajo, dejando de lado eso que palpita en un rincón intangible de mi alma.)

En fin. Son tantos los temas que he querido compartir acá (o en alguna otra libreta, de papel o digital), que pronto los he ido olvidando. Regresan a veces, a recriminarme que no les haya dedicado siquiera un par de párrafos. Están ahí muchas lecturas (en particular dos libros de Guadalupe Nettel), muchas películas (destacando las más recientes de Woody Allen y Christopher Nolan), mucho teatro (de todo género), mucha música (aquí la lista parece infinita...). Está, por supuesto, la impresionante función de ópera, el pasado domingo, en mi refugio espiritual de esta ciudad zapatera. Y hay tanto que decir de esa bohemia, que sin las palabras que me parece incluso indigno mencionarla en este soliloquio que parece trasnochado y que escribo en este paréntesis que he abierto antes del ocaso... Porque con la oscuridad llegan las ansias de escribir, pero se acentúa la ausencia de palabras. Y no tarda en anochecer.

Espero, pues, volver pronto. Recuperar las palabras. Recuperar lo que prometí al inicio de este año. Porque esa promesa es una deuda conmigo que se vuelve implacable cada vez con más frecuencia. Cada vez con más fuerza.

miércoles, 1 de agosto de 2012

El "error" de Elenita

Aquí sigo. Lidiando con largas jornadas y viendo cómo se acumulan numerosos temas e ideas que me gustaría compartir en alguna de mis libretas digitales. Ya ando preparando varias cosas para actualizar la mayoría de ellas. Pero mientras eso sucede, me topo con un tuit sobre el más reciente traspié de Elenita, como le dicen a la Poniatowska. Quise responder en uno o dos trinos, pero me di cuenta que el límite de caracteres no me permitía desarrollar con claridad mi argumento. Así que aprovecho la pausa de comida para acudir a esta plataforma.

Entiendo que la octogenaria señora Poniatowska no cuente ya con la lucidez que pudo caracterizarle siendo más joven, pero no veo de qué modo eso pueda justificar que sucediera lo que sucedió. La anécdota en un par de líneas: en un texto dedicado a la vida y obra de Jorge Luis Borges, la mexicana atribuyó al argentino un texto que hace años circula en correos electrónicos como si hubiese sido escrito por éste. El comentario de Poniatowska, por lo que entiendo, logró librar algunos filtros pues el libro en cuestión se editó y llegó a las librerías pasando por alto esta torpeza.

Leí por primera vez el texto "Instantes" hace por lo menos década y media. Fue uno de los primeros llamados "forward" que saturaron mis tempranas cuentas de correo electrónico. En aquellos días un profesor de literatura en la universidad compartió con nosotros, sus alumnos, los motivos por lo que costaría trabajo creer que ese texto podría haber sido escrito por el célebre poeta argentino.

Hace tiempo se insiste en el carácter apócrifo del material en cuestión —bastante cursi, si me permiten un juicio personal al respecto—. Se supone es traducción de un texto de la estadounidense Nadine Stair —cosa que tampoco me consta, pues no conozco el original—. Ni en forma ni en contenido habría motivo para justificar la creencia de que Borges pudiera haber escrito esas líneas. Tan absurdo creerlo como aceptar que Gabriel García Márquez hubiese escrito aquel tristemente célebre "poema" del comediante Johnny Welch que durante años se ha adjudicado al Nobel colombiano, en otro de esos correos que hace años nos dejaron ver el potencial viral de las plataformas digitales —y que todavía circula por ahí, no tengo duda.

Leo más notas sobre el "error" de Elenita y más me enfurece. No fue una declaración casual. Tampoco un texto redactado con alguna presión editorial. Se trata, según parece, de la revisión de una entrevista que ya antes había sido divulgada. Es decir: la escritora "corrigió" su texto incorporando falacias. Eso es más que una confusión: es mentir y manchar un documento que de suyo poseía un determinado valor histórico y periodístico.

Sin afán de hacer de éste un asunto político, no puedo evitar reírme de quienes insistían en querer convencerme de lo acertada que era la propuesta del candidato de las izquierdas al proponer a Elenita como parte de su gabinete, para dirigir los esfuerzos culturales del posible gobierno. En mucho coincido con la plataforma de la izquierda, pero no somos pocos los que siempre señalamos lo ridículo que resultaba aquel planteamiento, por más homenaje que quisiera simbolizar ese gesto.

miércoles, 27 de junio de 2012

Cinco sugerencias para este domingo

Una serie de circunstancias que si no se tratara de mi vida calificaría de azarosas, condujeron a que el jueves pasado recibiera una llamada de la Capacitadora-Asistente Electoral de mi sección (electoral, disculpando la cacofonía) anunciándome que tenía un nombramiento para mí. Horas más tarde estaba yo recibiendo la correspondiente capacitación para fungir como funcionario de casilla en la jornada electoral del próximo domingo. Mi formación fue completada con diversos materiales (manual, cuaderno de trabajo, formatos para prácticas) y un simulacro con otros funcionarios el fin de semana. 

Sin duda me siento honrado de participar de este modo en un proceso electoral que ha sido cuestionado por algunos desde los cuatro costados. Considero una gran oportunidad vivir por primera vez el proceso desde esta trinchera. Sin embargo, como anticipaba hace unos días, me inquieta la fragilidad de un proceso semejante en manos de ciudadanos mayoritariamente bien intencionados, pero bajo la lupa de quienes acechan con intereses particulares dispuestos a cuestionar cuanto sea necesario para que al final la voluntad popular –acertada o suicida, razonada o visceral, informada o banal– sea marginada y manipulada con absoluto desdén hacia el ciudadano de a pie.

El proceso electoral es claro pero está lleno de minucias. Y es en esos detalles donde los operadores electorales –de todos los colores, no tengo duda– estarán buscando el modo de dar vuelta a los resultados que nos les favorezcan.

Pensando en ello, y consciente de que el número de observadores electorales registrados es menor a lo deseable, creo que nos toca a los ciudadanos comunes y corrientes actuar sensatamente y promover una elección limpia y en la que el resultado –favorezca o no a nuestros gallos o gallinas– se respete.

Después de estudiar a conciencia los materiales de capacitación para funcionarios de casilla del IFE y las normas del proceso electoral federal, me gustaría compartir algunos consejos que pueden permitirnos a los electores aportar certeza a los resultados de sus casillas. Actuar local, pensando en incidir a gran escala. 

Van pues algunos las sugerencias que se me ocurren. Si alguno considera oportuno agregar algo, ahí tiene la opción de comentar para sumar. 

1. Inicio de la votación. Si bien se anuncia que la jornada inicia a las 8:00, en realidad a esta hora nadie podrá votar. Las reglas marcan que no puede iniciarse la instalación de la casilla antes de las 8 de la mañana. Incumplir esta norma puede conducir a anular los resultados de toda la casilla, así que pase lo que pase, los funcionarios debemos cuidar este punto. Los electores madrugadores, tengan paciencia. Tomen en cuenta que hay una tolerancia de 1 minutos para iniciar la instalación, y que el proceso de armado y llenado de actas iniciales difícilmente toma menos de 15 minutos. Así, consideren que en promedio la votación iniciará pasadas las 8:30. Si llegan antes de iniciar la votación, echen la mano no presionando a los funcionarios. Con calma, todo arrancará como debe ser.

2. Cierre de la votación. Las reglas son claras: a las 6 de la tarde se cierra la casilla. Si hubiera electores en la fila, solo los que estén formados a las 6 en punto podrán votar. Cada casilla tendrá, en función del espacio, el modo de declarar ese cierre y deja claro que ya nadie puede formarse después de las 6, por más que insista y por más argumentos que esgrima. De nuevo, incumplir esto pone en riesgo la elección de la casilla entera. La manera de ayudar es clara: organizar la agenda para llegar a votar temprano. Ponerse como límite las 5 puede ayudar: si algo se te complica, tendrás un margen. No apuestes al límite por favor.

3. Claridad en la intención del voto. La forma en que aparecen las coaliciones en esta ocasión, puede confundir a los electores. Hay muchas maneras válidas de votar, pero esa variedad implica riesgos. Mi consejo es concreto: elijan de preferencia un solo recuadro. Si deciden votar por un candidato en coalición, elijan, de los partidos que lo postulan, al que consideren conveniente apoyar. Recuerden: al marcar a ese partido suman en favor de su porcentaje de votación, con todo lo que ello implica (presupuesto federal incluido). Otra sugerencia: marquen de la manera más sencilla posible. Sugiero la tradicional X o, si les parece más positivo, una palomita. Eviten textos o anotaciones que puedan confundir a los funcionarios al momento de contar los votos

4. Promover el orden. Quizá suena hasta ridículo decirlo, pero todos podemos contribuir a ello. Una casilla cuya jornada se desarrolle sin incidentes, tendrá naturalmente resultados respaldados por una mayor certeza jurídica. Todos podemos contribuir a que la elección en nuestra casilla transcurra sin pormenores. Suena a cliché, pero es posible hacer de la jornada electoral una fiesta ciudadana. Hagamos pues que sea una fiesta en paz, promoviendo la armonía, sumando y multiplicando cuando en nuestro entorno algo pudiera manifestarse con intención de restar o dividir. 

5. Denunciar irregularidades. Dentro de las casillas, los ciudadanos que actuamos como funcionarios tenemos obligación de vigilar que se cumplan las leyes, que el voto se emita en secreto y libremente, que no se promueva ni se ataque a candidato o partido alguno... Pero fuera de la casilla, el resto de la ciudadanía tiene la obligación de vigilar y cuidar esos mismos principios. Por eso, es importante denuncia ante la FEPADE aquellas conductas que puedan tipificarse como delitos electorales. El voto, subrayo, es libre y secreto. Cualquier conducta que contravenga este principio, debe rechazarse y, en su caso, denunciarse.

No tengo idea de cuál vaya a ser el resultado de la elección que se avecina. Pero sí tengo certeza de algo: lo que suceda esa noche o al día siguiente, será responsabilidad de todos. Todos jugamos alguna parte. Este país es NUESTRO país. Y cuando un país pertenece a tantos y tan diversos, el reto de la convivencia no es poca cosa. Tengo fe en que estaremos a la altura.

viernes, 22 de junio de 2012

Emociones encontradas (y las respectivas reflexiones) ante mi primera vez

Las primeras veces siempre se producen rodeadas de emociones, aunque éstas pueden ser tantas y tan distintas que pretender identificar un patrón resulta por lo menos ingenuo, cuando no ridículo.

El 1 de julio tendrá lugar una de mis primeras veces: será mi primer participación como funcionario de casilla en un proceso electoral. Las circunstancias que han permitido que esto suceda son muchas y el simple hecho de narrarlas sería en sí mismo suficiente para escribir por lo menos un par de cuentos. Pero no son esas aventuras las que me traen hoy aquí, sino reflexiones que aunque resultan menos alegres, considero necesario compartir antes del día de la votación.

Este texto surge a partir de la capacitación que he recibido del IFE en preparación para la jornada. Ya saben, a mí cualquier cosa me deja pensando y mis divagaciones suelen de pronto llevarme quizá demasiado lejos. El caso es que tras la capacitación llegué a dos conclusiones iniciales. La primera: estoy convencido de que los procedimientos y el diseño en general de la jornada es muy claro, preciso y, estando en manos de ciudadanos bien intencionados –como son en lo general todos los funcionarios nombrados– ofrece condiciones más que suficientes para garantizar una elección limpia. Pero (siempre hay un pero, que en este caso corresponde a mi segunda conclusión), creo que esa misma calidad y precision del proceso, va ligada a una cierta fragilidad que los partidos políticos fácilmente pueden aprovechar para poner en riesgo la limpieza o la transparencia del proceso, operando a través de personas que no necesariamente tienen la neutralidad de la mayoría o que, más aún, trabajan movidos por incentivos e intereses particulares muy cuestionables.

Quizá, víctima de mi habitual paranoia, estoy alucinando de más, pero mientras recibía la capacitación para la jornada y al revisar a detalle mi manual de funcionario, no podía evitar pensar en cómo los partidos políticos pueden operar (y seguramente operarán) durante y después de la jornada, para que el trabajo de miles de ciudadanos y la votación emitida por millones más, se pongan en duda o se modifiquen en su favor. Y lo pienso no por unos u otros, lo afirmo exactamene igual para todos los partidos.

Mientras escuchaba y analizaba los procedimientos a seguir ese día, pensaba en miles y miles de funcionarios de casilla que trabajarán ese domingo en comunidades marginadas (urbanas y rurales) de nuestro País. Por más didáctico que sea el material (y vaya que sí lo es), por más claros y amigables que sean los formatos (y vaya que sí lo son), el peligro está ahí, latente. La buena voluntad de un funcionario de casilla puede dar pie al abuso de un representante de partido vestido con piel de oveja.

Si para un elector promedio puede resultar confuso el tema de marcar casillas cuando piensa votar por un candidato postulado en coalición, ¿podrán los miles de escrutadores aplicar adecuadamente los criterios para separar los votos y decidir cuáles han de anularse? El material de los funcionarios para clasificar los votos es casi a prueba de cualquier carencia neuronal, pero, ¿es eso suficiente? ¿No se pone en riesgo la imparcialidad de unos funcionarios cuando su falta de entereza les haga dudar y aceptar la ayuda del que amablemente les diga que sí sabe cómo y les sugiera amablemente alguna decisión en su favor?

Les confieso: la presencia de representantes en todas las casillas me parece cada día más un arma de dos filos. Ya veo a uno representante asignado a un distrito donde las encuestas no son favorables a su color: observa, deja pasar las irregularidades silenciosamente, quizá incluso proponga alguna acción que se desvíe del procedimiento oficial y, si no hay observadores neutrales y firmes o representantes de su color rival, insisto, deja pasar... Total, tiene cuatro días para impugnar y propiciar la anulación de la casilla.

Voy a un ejemplo extremo, quizá ridículo, pero perfectamente posible: los funcionarios de casilla se reúnen a las 7:45. Saben que la jornada inicia a las 8:00, pero una callada aspiración de parecerse a los ingleses les ha invitado a ser religiosamente puntuales. Están todos listos minutos antes de la hora. Pero no solo ellos: también hay electores a los que se les quedó tatuada aquella enseñanza de sus abuelas según la cual "al que madruga, Dios le ayuda". Un malicioso representante de partido completa el cuadro. A la gente le dijeron que la jornada iniciaba a las 8:00 y alguno de los votantes se sorpende de ver que los funcionarios no han armado ni sus mamparas. Ese votante ignora que el procedimiento marca que nadie mueve un dedo antes de la hora marcada; el ciudadano en cuestión se molesta pues quería ser el primero y tenía ya planes previstos para las 8:15 lejos de ahí. Se queja con los que van llegando y el representante de partido sugiere a los funcionarios que abran, total, faltan nada más tres minutos y, en cambio, ya hay gente haciendo fila. Los funcionarios de casilla no recibieron la puntual formación de parte de mi capacitadora y... se doblegan. A las 7:58 se comienza la instalación y así se asienta en el acta. Nadie dice nada y la vida sigue. La gente vota, los ciudadanos respetan el resto de los procedimientos y la jornada acaba felizmente con el conteo de sufragios y el llenado de actas. Todo bien, excepto la hora. Porque la jornada debía iniciar a las 8:00 (ni un minuto antes) con la instalación de la casilla. Y eso podría ser suficiente para que, tras formalizar su impugnación unos días después, los resultados de esa casilla pudieran cancelarse –anularse– con todo lo que ello implica.

¿Suena tonto? Quizà. Pero pienso que no lo es. Y es que como éste, un sinnúmero de detalles pueden ser causales de anulación de los resultados de una casilla. ¿Se imaginan el peligro que eso significa en una casilla donde los funcionarios sean gente sencilla, espantadiza, insegura, que se deje dominar por la seducción de gente con ganas de tener elementos para pedir la anulación en caso de que los resultados no sean favorables a sus intereses? A mí, me aterra. Me aterra porque un proceso bien diseñado, con reglas claras y materiales adecuados –pero también con muchas minucias– se puede manipular si no estamos atentos y solidarios los muchos que somos de buena fe... Esos muchos que somos, sin duda, más.

Todo esto me ha puesto a pensar pero me obliga también a actuar. No me importa por quién vayas a votar o qué pienses hacer dentro de la mampara con tu boleta electoral antes de convertirla en sufragio. Creo que al margen de lo que decidas en ese instante, todos estamos obligados a velar por la limpieza de la jornada y evitar que el voto de millones y la labor de miles de ciudadanos que fungirán como funcionarios de casilla, se eche por la borda.

Por mi parte, me propongo publicar acá en un par de días, una lista de sugerencias de cosas que electores, funcionarios y observadores electorales, convendría cuidemos ese día. Sí, serán consejos, y aconsejar no es lo mío, pero a veces creo que se vale. Se aceptan por supuesto objeciones, pues mis ninguna de mis palabras ha pretendido jamás ser la última. Ya tú decidirás si alguno de mis consejos merece ser difundido.

martes, 19 de junio de 2012

Yo confieso...

Después de semanas de leer con qué contundencia y tono de certeza se expresa sobre materia política –tanto en persona como en redes digitales– la mayoría de la gente que conozco, solo puedo llegar a una conclusión: soy un absoluto pendejo incapaz de formarme a cabalidad un juicio certero sobre estos asuntos; admiro la capacidad que tantos tienen para identificar y defender la verdad absoluta (aunque, a decir verdad, si junto sus verdades algo no me cuadra). Espero algún día alcanzar su nivel de iluminación; por ahora, solo puedo decir que mi concepción del mundo es cada día más confusa y mis pocas certezas más tentativas.

viernes, 25 de mayo de 2012

Pensando en voz alta

Para Amaya, que sigue estando aquí 

Mucho ajetreo y efervescencia en las dichosas "redes sociales" y en los medios de comunicación estos días. A ratos uno se satura y desearía renunciar a la condición de ciudadano, o al menos a calificar como un ciudadano involucrado en la dinámica de su comunidad. A ratos, también, uno encuentra provocaciones atractivas para sumarse a la vorágine de opiniones. Esta semana, tras acumular en la intimidad un sinfín de reflexiones, me sumo a ese cúmulo de reacciones y decido pensar un rato en voz alta. Lo hago animado por la convicción de que, si bien soy un sujeto autónomo cuyo andar por la vida transcurre como si fuese un ente individual, soy parte de un colectivo que se construye con los otros. Lo hago también —lo admito desde ahora— porque la "desaparición" imprevista de mi credencial de elector me impedirá cumplir el 1 de julio con mi deber de acudir a las urnas a hacer lo que me venga en gana con la boleta electoral a la que tendría derecho.

Decido pensar en voz alta porque estoy convencido de que poner nuestra palabras en diálogo es construir y eso me parece un deber moral, sobre todo en un entorno dominado por los diálogos de sordos o monólogos disfrazados de diálogo en que unos y otros tienden a asumirse como poseedores de verdades absolutas. No son pocos los que exigen o aseguran asumir una actitud democrática cuando sólo están dispuestos a reafirmar sus posiciones, cuando el diálogo auténtico implica estar dispuestos a poner nuestras verdades en duda, conscientes de que esa apertura podrá derivar en reforzar nuestras convicciones pero también en transformarlas. (Sobre esta falsa actitud de disposición al diálogo escribía aquí mismo hace un par de meses.)

Reconozco que me animo a pensar en voz alta motivado en cierta medida por las movilizaciones de jóvenes en los últimos días. No estoy seguro de compartir todas sus inquietudes pero me identifico al menos con varias de las que declaran como sustantivas. Sin imaginar lo que vendría después, el viernes 11 de mayo seguí a través de la transmisión en línea la visita de Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana. Hice incluso notas sobre algunas de sus intervenciones, con la idea de analizarlas un poco aquí, pero postergué mis intenciones esperando un mejor momento que nunca llegó. Insisto: nunca imaginé que lo sucedido aquel día tendría repercusiones del nivel que hoy todos conocemos. 

Me atrevo a pensar el voz alta porque me inquieta observar a quienes hoy aspiran a gobernar mi País. Intentando dejar de lado la cuestión de las personalidades de cada uno, me inquieta aún más pensar en los partidos que postulan a estos aspirantes y lo que esos partidos representan. Pienso en la decisión de millones de jóvenes que por primera vez tienen la oportunidad de participar en la elección de su Presidente y me indigna que esas sean las opciones que podemos ofrecerles. Un pri que gobernó por décadas basado en prácticas corruptas, de espalda a la sociedad, alimentando la ambición de unos cuantos con absoluto cinismo, y que hoy se presenta con banalidad como un partido renovado que nos salvará de las tragedias que se gestaron bajo su sombra. Un pan que tras la euforia inicial desatada por la alternancia, ha renunciado en los hechos a los ideales que le dieron origen; partido, éste, que en la entidad donde vivo va en alianza con el que fundó la líder del sindicado de maestros, mientras en sus spots la candidata presidencial la acusa de pactar con el contrario. Un prd que ante la urgencia de crecer en rincones dominados por los oponentes, ha incorporado a sus filas a personajes de triste memoria, llegando al extremo de postular para el senado a quien como secretario de gobernación en 1988 declarara la caída del sistema en perjuicio de las izquierdas de entonces. Y un panal que... bueno, un panal. [Todas las mayúsculas que hagan falta y que en justicia gramatical correspondían en este párrafo, fueron omitidas intencionalmente.] 

Volviendo a mi intención de pensar en voz alta...

Lo que sucede hoy entre muchos jóvenes (y no tan jóvenes), en las calles y en medios sociales digitales, me interesa desde dos ángulos que propongo como interrogantes: ¿Qué nos dice este llamado "despertar" de los jóvenes mexicanos acerca de nuestro presente? ¿Puede un movimiento como éste aportar algo realmente trascendente a nuestra sociedad?


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Hace exactamente un año me encontraba en Barcelona. Habían pasado solo unos días desde que miles de jóvenes españoles decidieran ocupar las plazas más representativas de sus ciudades. El domingo 22 de mayo de 2011 me dediqué a recorre la acampada de la Plaça Catalunya y publiqué aquí una crónica personal de aquella jornada. Recupero algo de lo que escribí entonces:
No es casual que los manifestaciones en las plazas de España hayan encontrado en el adjetivo de "indignados" su común denominador. La indignación ha sido siempre el motor de la resistencia, como señala Hessel en su alegato en contra de la indiferencia [...].
La indignación en el origen. Y no debería sonar extraño que la indignación es parte de la condición del ser joven. Desde que somos adolescentes, el mundo en que hemos crecido es sometido a un duro juicio: cuestionar lo establecido en esos momentos se vuelve parte de nuestra naturaleza. En octubre de 2011, National Geographic dedicó su artículo de portada a los cerebros adolescentes con un revelador subtítulo: "neurobiología de la rebeldía". La publicación afirma que la adolescencia es mucho más que un producto de la cultura, sino que tiene firmes bases biológicas.

Cultura o genética, lo cierto es que la inconformidad con el entorno es nota distintiva de quienes recién ingresan a la condición oficial de ciudadanos. Y cierto es también que en la escena política de México esa condición no había tenido a fechas recientes manifestaciones colectivas que nos lo recordaran. Quizá por ello los acontecimientos de estos días han suscitado entusiasmo en tantos de nosotros.

Si la juventud se asocia con rebeldía es porque también está caracterizada por los sueños, las aspiraciones. La indignación y la inconformidad surgen cuando lo que anhelamos no corresponde con la realidad que percibimos. Y si nuestra situación genética es favorable para desencadenar los mecanismos y procesos de adaptación necesarios, las condiciones están dadas.

A menudo asociamos juventud con inmadurez, pero por paradójico que suene me parece que es posible hablar de una juventud madura: una juventud que con todas las limitaciones y condicionantes que pueda imponer su fragilidad y su inexperiencia, se asume con consciencia de sí y de los demás, y actúa en consecuencia. Esa fue mi impresión cuando escuché a los jóvenes de la acampada de Barcelona: podían estar equivocados o no, podía uno compartir o no sus convicciones ideológicas, pero sus acciones se sustentaban en procesos de racionalidad crítica impecables.

Aprovechando las ventajas comunicativas que la tecnología pone hoy al alcance de nuestra sociedad, hoy tenemos oportunidad de escuchar a ese colectivo "juventud". No todos, naturalmente, se expresarán con la misma elocuencia, no todos actuarán en un marco de respeto definido en los mismos términos que las generaciones que les hemos precedido, pero ni una ni otra cosa son suficientes para descalificar su discurso.

¿Estamos ante un despertar? Quizá. Me gusta pensar que sí. Pero todos sabemos que despertar no es suficiente. Cuando recién abrimos los ojos y nos levantamos, las cosas se ven de un modo que puede traicionarnos con facilidad. Una vez despiertos, corresponde asumir con nosotros mismos el compromiso que ese ser y estar en el mundo nos exige.

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Y ahora, ¿qué? Demandar de los medios ciertas conductas, basados en nuestros anhelos e ideales, muy bien. Pero, ¿para qué? Formula la pregunta en los mismos términos en que suelo cuestionar el papel de las escuelas y de todo el sistema educativo —en el cual participo profesionalmente desde hace más de una década—. ¿Educación? Sí, muy bien, pero ¿para qué? ¿Qué tipo de sociedad queremos construir? ¿Qué nos mueve, qué nos orienta? ¿Podemos responder esto sin acudir a clichés o ideales vacíos o cuando mucho coyunturales?

Exigir democracia. Excelente. ¿Y para qué? ¿Tenemos claros los valores que orientan nuestra indignación? ¿O se trata solo de caprichos inmediatos?

Seguir despierto exige también dar continuidad a la lógica que nos ha puesto en vigilia. Y ahí las cosas se ponen difíciles. El movimiento de estudiantes que hoy recorren las calles en México, como el movimiento de los indignados españoles o el de los árabes que ha ido alcanzando la democratización en sus tierras, han surgido siguiendo una lógica muy distinta a las de las primaveras que vieron movilizarse a los jóvenes en el siglo XX.

Hoy la lógica de la electricidad materializada en las redes sociales provoca que los movimientos de esta naturaleza sean más horizontales, en la lógica de red los liderazgos se diluyen. Eso da una particular legitimidad a las expresiones pero la vez que complica su análisis. Esta ausencia de una cabeza fue una de las peculiaridades del movimiento 15-M en España. Para muchos de nosotros, acostumbrados a esperar identificar un rostro al frente —o detrás— de una movilización, puede parecer extraño o incluso imposible, pero los hechos parecen mostrar que sucede.

En México no habíamos vivido algo semejante. Por momentos, algunos creímos hace un año que el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad sería nuestro primer ejemplo. Hoy, sin embargo, es mejor conocido como el Movimiento de Javier Sicilia, lo cual ya nos dice algo al respecto. Es natural: se trata de un movimiento que opera con la lógica del siglo pasado y, como tal, pese al respaldo de muchos, ha tenido difícil que la juventud se vuelque a las calles para hacerlo suyo.

En mayo de 2011, a propósito de la Marcha Nacional convocada por ese movimiento, escribí en este mismo blog:

[...] me parece muy atrevido que un movimiento, por más que tenga un origen ciudadano, se pronuncie en nombre de la ciudadanía, como si ésta fuese una entidad concreta, con un rostro y una visión uniforme de la realidad. Hablar en nombre de la ciudadanía suena bien, pero no es poca cosa. El discurso de Sicilia tiene, no lo dudo, mucho de verdad. Al menos de una cierta verdad. Sin embargo, asumirlo como el llamado de la ciudadanía implica dejar fuera de ese conjunto a todo aquel que no se identifica con su contenido. [...] Insistir en que existe una “voz de la ciudadanía”, entendida como un discurso uniforme o un llamado surgido del consenso absoluto de los mexicanos, me parece no solo ingenuo, sino peligroso.
Hoy estamos ante un riesgo semejante, aunque reconozco y agradezco que los alumnos de la Iberoamericana que han tenido oportunidad de salir a los medios, han sabido pintar su raya intentando dejar claro que ellos no hablan por todos los jóvenes de México, ni siquiera a nombre de quienes simpatizan con sus ideas. 


El riesgo está latente. En su momento el movimiento de Sicilia dividió a muchos ciudadanos, pues su discurso se empezó a compartir en términos de "conmigo o contra mí", de modo que quien no estuviese de acuerdo con sus exigencias terminaba siendo visto por muchos como un "mal ciudadano". Del mismo modo, ¿qué pasa hoy con los jóvenes que, de manera legítima y racional, decidan votar y actuar en favor del candidato que provocó estas movilizaciones?

¿Qué traerá consigo este movimiento de estudiantes? Difícil de anticipar. Si bien en los países árabes el contexto favorecía que las manifestaciones condujeran a derrocar a gobiernos considerados antidemocráticos,  en España la indignación terminó ayudando indirectamente a que el Partido Popular —que nada tiene en común con los ideales de los indignados— regresara al poder.

¿Está en la naturaleza de estos movimientos ser coyunturales? Si su función es simplemente sacudir instituciones o proyectos delimitados, se entiende que a veces deriven en la caída de estos y otras en su fortalecimiento. ¿Será posible que uno de estos movimientos termine por gestar las bases de una civilización distinta? ¿Habrá posibilidad de que la lógica red genere una nueva racionalidad y deje de ser simplemente una lógica transitoria que termina regresándonos a la linealidad vertical y unidireccional? Me gusta pensar que sí.

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P.S. Amaya, sigues estando aquí. Y mientras observo las imágenes de los estudiantes en las calles, te veo marchando con ellos. Y aunque extraño leer lo que sin duda tienes para decirnos de lo que piensas de todos esto, echo un vistazo a lo que nos dejaste y me atrevo a decir que sé lo que piensas. Sigues aquí, pero nos haces falta, ni cómo negarlo.

jueves, 12 de abril de 2012

Lecturas incómodas a propósito de los niños incómodos

"¿Ya viste el video que hicieron los niños?", escucha uno con recurrencia incómoda estos días. O, "¿Ya viste el video de los niños que cuestionan a los candidatos?"

¿Son los niños los que hablan en ese video? ¿Fue ese video realizado por niños? ¿Son ellos quienes deciden dirigir ese mensaje a los presidenciables? Si no es nuestra frecuente tendencia a reaccionar a la primera, solo ignorancia o ingenuidad me sirven para entender que se hable en esos términos acerca del famoso video de los "niños incómodos". Vamos despacio.

Sí: el video es actuado, protagonizado, por niños, pero esos chamacos no amanecieron un día con la necesidad de interpelar a los aspirantes a ocupar la silla del ejecutivo y agarraron una cámara y se pusieron a realizar un video para provocar una reacción viral en las redes. Creer eso sería tan ridículo como creer que los hermanos Vázquez (no los de la tienda ni los del circo, sino los del cover de Adele) filmaron su videoclip con recursos caseros que espontáneamente les convirtieron en estrellas que unos días después distribuían su material en iTunes.

El material difundido por el "movimiento" Nuestro México del Futuro no está realizado en el garaje o el patio trasero de la casa de uno de sus protagonistas, ni fue planeado en una tarde de ocio durante estas vacaciones. Hay mucho trabajo detrás: un cuidadoso guión, un dedicado casting, una sólida producción, un profesional trabajo de realización y edición. Es un mensaje planeado por adultos y realizado por adultos, protagonizado por niños. No dudo que los pequeños que participaron estén convencidos de que al cooperar con esta iniciativa, suman a nuestro proceso democrático: se vale. Pero, insisto, no vale afirmar que son ellos los autores del mensaje.

Sobre el mensaje, aclaro: no pretendo descalificar el contenido. Comparto ampliamente la frustración que transmite el mensaje en cuestión. Coincido con la oscura visión que refleja el video. Desde mi trinchera, suscribo el llamado a los candidatos. Pero darle "me gusta" al video no me hace parte del movimiento que lo divulga ni me coloca en una posición específica dentro del espectro de los partidos políticos; por ello me resisto a respaldar una iniciativa que, por más que me pueda parecer digna, respetable, atractiva e incluso de un cierto valor, no me dice con claridad lo que pretende con mi apoyo.

Grupo Nacional Provincial se declara promotor de la iniciativa Nuestro México del Futuro, movimiento que, según el desplegado publicado esta mañana en diversos medios, está formado por "millones de mexicanos". Llama la atención que un movimiento de dimensiones semejantes no haya tenido antes mayor presencia en la arena de nuestra deliberación democrática. Navego el sitio de internet del movimiento y me invade un temor central: nuevas formas de hacer democracia de espectáculo, democracia de reality show, en la que sentimos que porque nos prestan un micrófono, participamos en una cabina de video o subimos un texto a la red, ya estamos participando en la construcción de un país diferente. Esto puede ayudar, sí, pero mucho mal nos haría creer que ahí queda todo.

Adenda. Recientemente el portal de Nuestro México del Futuro ha agregado un nuevo video en el que algunos de los niños actores comparten la visión del México que quieren. Este nuevo material no modifica en lo fundamental mis apreciaciones, acaso ayuda a confirmar lo que ya he dicho y me permite agregar con mayor contundencia mi incomodidad con que los niños sean utilizados para que los adultos nos enviemos mensajes. He trabajado con niños y adolescentes desde hace más de una década y sé de sus inquietudes y aspiraciones, pero sé también lo tentador, fácil y peligroso que resulta usar sus expresiones para convertirlas en portadoras de lo que queremos decir las personas mayores.

martes, 10 de abril de 2012

Música para Semana Santa (en Semana de Pascua)

Hace tiempo no elaboraba una entrada musical para este blog. Este lunes, mientras conducía por la autopista, sonó en mi coche una grabación que se tradujo en invitación para compartir aquí un poco de música. Música para Semana Santa, en Semana de Pascua. Y es que la semana anterior estuve en una tregua digital que me impidió tuitear o bloguear con presteza. Ayer decidí que, pese a que la Semana Mayor había terminado, no estaba de más compartir algunas sugerencias musicales, con sonidos que me suelen acompañar en estas fechas. Van aquí cinco provocaciones.

5. "La Pasión según San Mateo", de J. S. Bach. Empecemos por algo muy clásico, no por el periodo musical al que pertenece la obra, por supuesto, sino por la dimensión sacra de este oratorio, estrenado hacia 1729. Grabaciones existen muchas (si no, revísese esta relación con más de un centenar de ellas). La obra es la más larga del célebre músico representante del barroco alemán, pero bastan unos minutos para descubrir su inigualable valor, como demuestran aquí la contralto Eula Beal y el violinista Yehudi Menuhin interpretando el momento más célebre del oratorio.



4. "Passion: Music for The Last Temptation Of Christ", de Peter Gabriel. Se trata de selecciones de la banda sonora compuesta por el músico inglés para la película de Martin Scorsese, basada en la novela de Nikos Kazantzakis. Con esta grabación entró Gabriel a mi vida hace algunos años. Desde entonces, con momentos más lúcidos que otros, sigo considerándolo uno de los mejores álbumes en mi colección. En este widget tomado del portal del ex-Genesis, se puede uno dar una buena idea del material.



3. "Requiem For My Friend", de Zbigniew Preisner. Originalmente parte de un proyecto en el que colaboraría Krzysztof Kieslowski, la obra terminó convirtiéndose en homenaje tras la repentina muerte del cineasta polaco. Recientemente uno de los momentos más poderosos de este réquiem, la "Lacrimosa", fue empleado en una de las secuencias de The Tree of Life, de Terrence Malick. Si bien no se trata de una obra cuyo tema gire explícitamente en torno a la pasión de Cristo, por tratarse de una misa de difuntos no nos viene nada mal en estos días de guardar. A reserva de que se consigan el disco completo, aquí va "Lacrimosa", en un montaje con imágenes de la película de Malick.



2. "Jesus Christ Superstar - A Resurrection", de Andrew Lloyd Webber en una producción encabezada por Michael Lorant y con las Indigo Girls interpretando a Jesús (Amy Ray) y María Magdalena (Emily Sailers). Se trata de la obra completa original del célebre compositor inglés de musicales, pero en arreglos alternativos en los que aparecen agrupaciones y solistas como Dew (a cargo de la obertura), The Feed and Seed Marching Abominable (acompañando a Ray en el "Hosanna"), Kelly Hogan (con una estupenda versión de "Simon Zealotes") y Social Insanity (interpretando el tema principal de la obra en la pista más desafortunada de todo el álbum doble). No es fácil conseguir esta grabación de la cual pueden escucharse fragmentos en la página de Indigo Girls, pero puede suplirse con la grabación que se hizo de una presentación en vivo en Austin, Texas, en 1995, publicada en VHS y disponible en el tubo.



1. "El Mesías", de Haendel. Toda la obra es una dicha, pero son las partes II y III las que suelen vincularse con la Semana Santa, por ser éstas las dedicadas a la pasión y muerte de Jesucristo. El viernes previo al inicio de este receso de primavera, tuve la dicha de asistir a la presentación que hizo de estas dos partes la Camerata de Coahuila con el Coro de la Ópera de León en el Teatro del Bicentenario del Fórum Cultural Guanajuato. Durante la ejecución de la parte final, experimenté algo que nunca antes me había sucedido con tal intensidad: la música acarició mi alma con un misticismo tal que ambas comenzaron un diálogo místico cuyos efectos aún operan en mi interior. Dejo aquí una grabación en vivo, elegida no por ser la más destacada sino por tratarse de un video de cerca de media hora que permite apreciar la ejecución íntegra de la sublime parte III de la obra.

sábado, 31 de marzo de 2012

Un Papa alemán en el Bajío (I)

He tardado varios días en reaccionar acá para compartir algunas ideas a propósito de la reciente visita de Joseph Ratzinger a México. En un entorno donde la agenda la marcan los trending topics de las redes sociales, mis reflexiones llegan incuestionablemente tarde y serán ignoradas por más de los habituales. Lo asumo. Pero creo que justamente esa distancia, ese breve pero significativo lapso de tiempo que ha transcurrido entre la visita y el momento en que escribo estas líneas, me ayuda a imprimir en ellas quizá un poco más de trascendencia, buscando algo más que colgarme del tema de moda para soltar una barbaridad cualquiera.


Tarde y en mal momento, pues publico estas palabras cuando ya inicia el receso de Semana Santa: mal timing si lo que se busca es impactar en las redes. Pero tal no ha sido nunca mi intención. Si en realidad aspiro a que estas ideas trasciendan la frontera de la moda, he de apostar por mantener el tema vigente en lo fundamental y evitar que se desvanezca con el efímero interés propio de los titulares y las primeras planas. En todo caso, se trata como siempre de dejar cierto registro de lo que cruza mi mente.


Quizá poco pueda abonarse a un terreno en el que se ha dicho aparentemente todo. Pretendo acaso, como tantas otras veces, decir lo que pienso con la intención de entablar cierto diálogo que ayude a refinar las ideas, pulir el proceso de reflexión y aportar algo a mi entorno cercano. No es mi intención opinar por opinar, sumar más palabras a la arraigada "opinocracia" sobre la que escribía en mi texto anterior. Sé, sin embargo, que compartir un punto de vista es exponerse a participar del diálogo de sordos que denunciaba en esa disertación previa. Anhelo no sea éste el caso.


En las siguientes líneas propongo reflexionar en torno a las formas y el fondo que acompañaron a Benedicto XVI en su recorrido por el Bajío mexicano, buscando encontrar en ello elementos para valorar la manera en que nos vinculamos con acontecimientos como éste e identificar incluso implicaciones que pueden ayudar a comprender y valorar con mayor consciencia los tiempos que vivimos, más allá del propio viaje del jerarca eclesiástico.


Una última nota en este preámbulo. Externo aquí mi visión procurando absoluto respeto, pero entiendo que el terreno que piso es fangoso para la crítica. Como siempre, no pretendo ostentarme como poseedor de verdad alguna, acaso como portador de ideas en torno a una inquietud que asumo legítima; entiendo la crítica como condición necesaria para la formulación de ideas y la evolución del pensamiento y asumo que esa crítica por definición exige cuestionar. Sé que ejercer esta función del pensamiento en torno a quien para un buen número de seres humanos representa la máxima autoridad espiritual sobre la tierra es delicado, particularmente cuando el dogma de sus creyentes les obliga a atribuirle el don de la infalibilidad, al menos en materia de fe. En estas líneas procuro no cuestionar el contenido de las expresiones de Benedicto XVI en ese ámbito; busco, sí, orientarme a las formas y algunos significados que con ellas transmiten no solo el personaje en cuestión sino quienes rodearon su presencia en esta visita. 


Propongo la reflexión en cuatro notas, centradas en sendos temas: los días previos y el éxodo leonés; las imágenes y mensajes en torno a la visita; algunos números derivados de la misma; y, propiamente el mensaje del ilustre visitante. Para no fastidiar más de lo habitual, divido en dos entregas mis disparates, dedicando ésta a los primeros dos asuntos. 

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Como muchos otros —miles— salí de León durante esos días. (Cuentan que la invasión de leoneses en Puerto Vallarta fue impresionante: huían de la amenaza de una multitud y fueron a sumarse a otra, la víspera del Tianguis Turístico.) Las semanas previas, las bandejas de correo se saturaron de incontables advertencias sobre el caos que habría de poseer a la ciudad: se anticipaba escasez en todo tipo de productos de primera necesidad, se preconizaban saqueos a establecimientos y cajeros automáticos, se acusaba que las señales de comunicación serían bloqueadas... En resumen, se apuntaba que los miles —millones, según algunos cálculos que se mecían entre entusiasmo y amarillismo— que llegarían a escuchar al líder religioso, serían una auténtica amenaza para la "tranquilidad" de la ciudad.

Huí, pero no por miedo a las hordas de fanáticos que habrían de desbordarse a las calles, sino por la agenda que me esperaba esos días en la Ciudad de México. Saliendo de la capital del calzado retaba a otros dos mitos que circulaban en esos días. Primero: la región sería cercada; resultaría imposible entrar o salir de la ciudad a partir de cierto momento pues cerrarían las carreteras. Segundo: dejar la casa sola era exponerse al vandalismo que provocarían las multitudes eufóricas. De poco servían los tímidos intentos de las autoridades por dar a conocer las acciones logísticas alrededor del histórico acontecimiento.

Partí, entonces, no sin cierto dejo de lamentación por perderme lo que —de cumplirse las predicciones— sería un fenómeno social digno de documentarse en mi pobre memoria.

Durante mi salida de la ciudad atestigüé los empeños de quienes a toda prisa buscaban terminar la construcción de hoteles que habrían de llenarse de fieles. En el Blvd. Aeropuerto, que se convierte en la carretera a Silao, lucían ya todos esos espectaculares de las empresas que saludaban con orgullo la llegada del Obispo de Roma, cuya imagen parecía dar su aval al sinfín de logos y productos que lo rodeaban. En las pizarras que usualmente anuncian el partido estelar del fin de semana, un bar del Blvd. López Mateos informaba a sus parroquianos: "Transmitiremos En Vivo las Misas del Papa".

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A 385 kilómetros de las coordenadas que recibieron a Joseph Ratzinger, alías "Benedicto XVI", el morbo pudo más que mi voluntad: terminé encendiendo la radio para escuchar la cobertura de su arribo, los mensajes pronunciados en el ahora célebre Aeropuerto Internacional de Guanajuato —en Silao— y, no conforme con ello, encendí el televisor para ver su recorrido hacia la ciudad que me cobija desde hace casi tres años. Quería ver a esas multitudes que al día siguiente, mientras el Papa trabajaba en privado, husmearían mis rumbos y pondrían en riesgo la integridad de mi pobre patrimonio.

Dejaré para la siguiente entrada la reconstrucción de lo que sucedía en el Bajío mientras la televisión se esforzaba por mostrar la euforia de quienes salieron a las calles a recibir al Jefe del Estado Vaticano, fenómeno que se repetiría en las dos jornadas siguientes alrededor de sus actos públicos. También quedarán para la reflexión final los mensajes pronunciados por el jerarca de la Iglesia Católica. De lo visto y escuchado a través de los medios de comunicación, quiero sí recuperar un par de cosas.

Primero, lo molesto que me resultaron los mensajes leídos por el Presidente de México. Quizá es una bobada, pero me incomoda mucho que, en un acto oficial en el que se actúa a nombre de los ciudadanos a quienes representa, un Presidente se dirija a un Obispo —por más Papa que sea— con el título de "Su Santidad". Seguro habrá quien lo justifique como una expresión de cortesía, pero en tal caso un "Su Excelencia", propio de los protocolos diplomáticos, estaría en orden. El problema con el uso de "Su Santidad" es que la carga semántica de semejante expresión me parece inadmisible en un estado laico. Este pequeño detalle ilustra el resto de las palabras pronunciadas por Felipe Calderón en torno a Benedicto XVI —quien, por cierto, al menos en los actos donde compartieron el micrófono, se pronunció siempre con mayor laicismo que el propio Presidente—. Otro elemento que encontré despreciable en el discurso de Calderón, fue la manera en que reforzó el victimismo que tristemente caracteriza a nuestro pueblo. "Gracias por venir, Señor, viera que estamos rete mal, nos han pasado hartas desgracias, todo nos ha salido mal, nomás falta que nos orine un perro, pero gracias por venir, porque con su visita se nos olvida un ratito lo jodidos que estamos." Para llorar.

El segundo elemento que recupero para la crónica de lo transmitido por los medios, es la forma de las propias coberturas. Los locutores desplazados hasta la ciudad donde "el trabajo todo lo vence" —sí, ese es el lema de León— intentaban un macabro juego en el que combinaban sus esfuerzos por canalizar la luz de los reflectores sobre ellos, parecer críticos para enganchar con cierto segmento del mercado de televidentes y rendir tributo al jerarca para estar en línea con millones de mexicanos. La misión era clara: posicionar a Benedicto XVI como una marca que no ha terminado de cuajar, ante el peso de la imagen anterior de la Institución —sí, ese gran portavoz que fue Karol Wojtyla, antecesor de Ratzinger—. "Se va un Papa distinto al que llegó", escuché decir a alguno de estos empleados de las televisoras, en referencia a una aparente transformación en la percepción de la imagen de Benedicto XVI. "Hoy tenemos un segundo Papa mexicano", afirmaba una actriz y modelo transformada en comentarista del viaje apostólico, refrendando el mensaje que el propio Papa enviaba la víspera de su partida al evocar a su predecesor.

A juzgar por las imágenes y crónicas de la televisión y otros medios, la visita había sido un rotundo éxito. El Papa voló a Cuba. Yo volví a León.

Y pronto me di cuenta que la historia era otra. La contaré acá el lunes.

sábado, 17 de marzo de 2012

Ven a escucharme (pero quédate callado, por favor)

Nada quizá tan peligroso como aquello que se reafirma a golpe de negarse a sí mismo con insistencia.

Hoy desde casi cualquier frente se defiende la necesidad de fomentar el diálogo como valor instrumental esencial en nuestros proyectos de democracia. La tragedia está en que los mismos que promueven ese supuesto valor, operan sobre conductas más cercanas al monólogo, al discurso vertical, impositivo. Generemos un efecto de intercambio, una simulación de encuentro, una ilusión de diálogo. Y lo compramos con tanta ingenuidad. O comodidad, probablemente. Los simulacros nos vienen bien, no exigen demasiado compromiso.

Nos dicen que todos tenemos plataformas para hacernos escuchar. Y aunque es relativamente cierto para muchos millones de nosotros, incluso teniendo ese acceso hemos claudicado en favor de las fachadas. Vestir de diálogo nuestros monólogos. ¿Escuchar al Otro? Siempre que me garanticen que yo también tendré la palabra. Lo aceptamos casi haciéndonos el favor: habla, pero de prisa y sin aburrirme, que ya quiero que me toque.

La llamada opinocracia se contagia fácilmente. Nadie juzga que se opine de todo o en todo momento; la tragedia está en querer compartir las opiniones como verdades incuestionables y sin la disposición de entablar un auténtico diálogo. No hay deliberación posible sin sujetos capaces de expresar sus argumentos y construir sus propios juicios, pero parece que queremos ahorrarnos el camino, cual si hubiésemos nacido con la verdad de nuestro lado y solo nos tocara llevar la buena nueva a los buenos salvajes que no tuvieron la misma fortuna que nosotros. Vaya paradojas.

Las llamadas redes sociales, con un impresionante potencial para construir deliberación pública comunitaria, terminan convirtiéndose en maravilloso vehículo para el monólogo vestido de su contrario. Perverso, pero evidente. Basta un vistazo al general de los muros, líneas del tiempo, biografías o como quiera que se llame el espacio donde nos expresamos los usuarios de esas redes. Hacer clic en "me gusta" o dar "RT" con un "+1" al final, son más un modo de reafirmar nuestro monólogo interior que una expresión de encuentro auténtico con el Otro.

No siempre, es verdad. Y hacerlo a veces tampoco es —o debería ser— el fin del mundo. El problema, a mi juicio, se da cuando son estas fórmulas la base de una interacción que solo refuerza dinámicas casi autómatas, poco creativas. Ahí están los datos estadísticos de cómo usamos Facebook o Twitter. Duele ver que medios con un potencial creativo tan grande, terminen reproduciendo las fórmulas que refuerzan nuestra solitaria condición de espectadores del mundo.

Tenemos ante nosotros la posibilidad de un auténtico orden social donde la pluralidad sea tan valiosa como la expresión del individuo. Semejante orden exige, sí, ciertas disposiciones. El diálogo como encuentro auténtico con el Otro parece un buen camino.

sábado, 10 de marzo de 2012

Guadalajara

Hace casi dos años, el 22 de marzo de 2012, escribía aquí:
No pretendo hacer de este caso la evidencia máxima y contundente de la descomposición del País, ni pienso que con esto se derrame el vaso. El vaso se desbordó hace mucho, no cabe duda. Hablo del tema porque las coordenadas donde sucedió se conectan con un momento especialmente significativo en mi vida. Y aunque sé que eso no cambia las cosas, sí me obliga a lanzar un nuevo grito —no el primero, ojalá fuese el último— de furia, de frustración.
El comentario aludía a Monterrey, que atravesaba horas difíciles, horas que no han terminado todavía. Nada nuevo se me ocurre hoy. Hace una semana conversaba con una querida prima que vive en Guadalajara y le decía lo hermosa que me parece su ciudad. Ciudad que, como Monterrey, tiene fuertes conexiones emocionales con mi vida. Hoy, ya no sé qué decir, porque el dolor es tan grande pero a la vez tan compartido, todo suena a cliché.


Anoche, después de una semana de intenso calor, cayó un chubasco en los alrededores del Colegio. Cuando salí, percibí un poderoso olor a tierra mojada. "Huele a Guadalajara", pensé. Pero no, creo que en estos días Guadalajara desprende otros aromas. Si la lluvia pudiera llevarse el miedo, el dolor, la impotencia... y dejar el puro olor a tierra mojada.

domingo, 4 de marzo de 2012

Pasa de panzazo

Amigos y colegas me han pedido mi opinión sobre De Panzazo.

Para los interesados, la comparto por acá, en el blog de los temas educativo. Como siempre, son bienvenidos sus comentarios.

viernes, 17 de febrero de 2012

Arrojando mi piedra


Me arriesgo una vez más, compartiendo algunas divagaciones producto del debate librado conmigo mismo en las últimas horas. Y digo que me arriesgo porque siempre he sido muy crítico con esa costumbre tan arraigada entre nosotros de opinar acerca de todo. 

Esta vez el tema me parecía simplemente ineludible, quizá por estar ligado a una cuestión que ha sido parte de mi entorno de manera casi permanente desde hace varios años. Me refiero al dichoso tema del plagio, tan sonado en estos días a raíz del escándalo AlatristeMi interés por explorar un poco algunas ideas al respecto, surge de un par de declaraciones leídas en horas recientes: la primera, una frase de la carta de renuncia de propio Sealtiel; la segunda, una declaración que —en defensa de su amigo editor— publicó Guadalupe Loaeza en Twitter.


Afirma Alatriste en su comunicado:
No voy a negar que la falta que se me atribuye sea cierta. Niego sin embargo que éstos, mis artículos, sean producto de un plagio, lo sustancial de ellos parte de ideas y recuerdos propios, con un estilo personal que se puede rastrear en toda mi obra, y si en los casos señalados refieren algo ya escrito, investigado o conocido, no constituyen la médula de mi argumentación, y el propio sistema universal del derecho de autor lo admite como una conducta lícita, apuntando que la falta se limita a no haber entrecomillado o citado la fuente, sobre todo si ésta se realiza fuera del campo educativo o de la investigación científica.

Los destacados en negritas son míos y a ellos me remito. Si esa ausencia de entrecomillado o cita no conduce al plagio, ¿cómo deberíamos llamar a tal conducta? ¿Qué criterio habría de servir como referente para otorgar a esa omisión el nombre de plagio? Líneas más adelante Alatriste agrega que no medró nunca con esos párrafos. Admitiendo que la Real Academia define el plagio como el acto de presentar una obra ajena como propia, ¿presentar fragmentos hace que la falta desaparezca? ¿Existe un término para esa suerte de infracción "menor"?

Hace 12 años empecé mi labor como profesor, misma que desde entonces he ejercido ininterrumpidamente impartiendo clases en diferentes niveles, desde secundaria hasta posgrado. En todos los casos, he advertido a mis alumnos sobre las graves consecuencias que derivan de lo que en las normas académicas de algunas instituciones llamábamos "fraude académico" y que coloquialmente nombrábamos plagio. ¿Era incorrecta la expresión? El tristemente famoso "copiar-pegar", ¿debe o no calificarse como plagio?

Mientras leía la carta del hasta hace unos días responsable de Difusión Cultural en la UNAM, imaginaba a mis estudiantes en el futuro defendiendo sus "copy-paste", sus "citas" sin referencia, parafraseando —en ese caso sí, con todo el crédito necesario— al galardonado escritor exigiendo: "no anule mi trabajo, profesor, mi falta se limita a no haber entrecomillado o citado la fuente".

Mi confusión aumentó horas después de leer la carta de Alatriste, cuando en mi línea del tiempo en Twitter aparecieron un par de trinos de la opinadora Guadalupe Loaeza. (Quizá sea irrelevante, pero diré en mi defensa que esos tuits aparecieron en mi TL a través de los RT de algunos amigos; yo jamás seguiría a esa señora en medio alguno, ni por morbo, vamos.) En el primero de los citados tuits, la articulista declaraba: "Estoy con Sealtiel Alatriste y desde Valle de Bravo le mando con mucho cariño un abrazo". Tal muestra de solidaridad se entiende, por supuesto, si recordamos que la propia Loaeza fue víctima también de Guillermo Sheridan hace unos años —aunque muchos no se enteraron y otros pronto lo olvidaron, permitiendo que a la fecha se mantenga a flote como pseudointelectual, de esas que comentando todo como si fueran expertos en la materia—.

El otro tuit iba más lejos, sentenciando: "El que no haya plagiado en su vida que tire la primera piedra, estoy con Sealtiel". ¿Perdón? A ver, primer asunto, ¿en qué quedamos? Lo que hizo su amigo, ¿es o no es plagio? El propio Alatriste alega que no, pero su amiga lo define así y bajo ese concepto incluso lo defiende. Fue esa provocación de la Loaeza lo que me trajo a escribir estas líneas: yo estoy libre y me siento con la legitimidad para arrojar mi piedra, pequeña quizá, inofensiva seguramente, pero piedra al fin. No identifico en mi biografía alfa que pudiera considerarse plagio, ni siquiera de niño, cuando era tan socorrido el copiar-pegar artesanal (ese copiar a mano o con máquina de escribir los textos de monografías o artículos de enciclopedia).

Confieso que hace unos años, enterarme de la tendencia al plagio de Loaeza, no me sorprendió. Pero con Alatriste mi reacción fue distinta. Admito mi ignorancia y lejanía frente a la grilla intelectual a la que Jairo Calixto hace referencia en un sensato artículo publicado en Milenio, pero lo cierto es que más allá de cualquier simpatía, Alatriste ocupa un lugar notorio en la historia reciente de nuestra industria editorial, no solo como escritor sino como impulsor y directivo de diferentes empresas del ramo. Un fraude de esta naturaleza en una opinadora como Loaeza, me parece sin duda lamentable, pero una falta semejante en quien ha dirigido organizaciones editoriales del más alto nivel, resulta infame y detestable.

Creí que había dicho todo, pero uno de los usuarios que sigo en Twitter tuvo a bien retuitear un comentario de Jorge Castañeda que afirmaba que "a todos nos puede pasar" lo de Sealtiel. ¡Qué tal! ¡Ahora cometer plagio es algo que "nos pasa"! Nos pasan accidentes, nos pasa aquello que no involucra nuestra voluntad. Pero hacer que un texto de otros pase por propio, es algo que se hace con libertad, implica una decisión consciente o, en todo caso, una omisión ignorante (imperdonable, por cierto, para un editor serio). El plagio le pasa al que es víctima del mismo: me plagian si me reproducen sin citar, eso sí no puedo evitarlo; pero afirmar que a quien plagia eso "le pasa", es un sinsentido indefendible. 

Pienso en muchas consecuencias que derivan de un affair como este. Me detengo en una que siempre me ha inquietado: ¿cómo sobrevive el valor de la confianza a estos incidentes? La confianza ha ido perdiendo valor notablemente en nuestras comunidades, hemos aprendido a desconfiar, a dudar de todo y de todos. Nos regimos por la sospecha. Como docente, los casos de plagio académico siempre me han producido un enorme malestar, sobre todo porque me molesta descubrirme dudando de todo texto que esté razonablemente bien escrito. Basta encontrar un ensayo con dos párrafos sin mácula para ir a Google para descartar que sea producto de un "copiar-pegar". Cuando eso sucede, empiezo por lamentar el tiempo que invierto buscando la trampa, pero me aflige aún más darme cuenta que parto del principio del engaño. Triste asunto, por donde se mire.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Dos columnas

El "Panteón de los Ingleses", en el pueblo de Real del Monte —muy cerca de Pachuca, Hidalgo—, es un lugar que cautiva desde el primer momento. Uno puede recorrerlo a voluntad y disfrutar de sus recónditos rincones o apostar por la visita guiada. Cuando hace unos meses visité el lugar, vencí mi acostumbrada tendencia a la autonomía y acepté participar en el recorrido que ofrece Doña Carmen, hija mayor de Don Inocencio. "Don Chencho" —como lo conocía la gente del pueblo— cuidó del panteón durante más de cuatro décadas y hasta su muerte, sucedida apenas un par de meses antes de mi estancia en el poblado. Doña Carmen cumple hoy la labor que otrora ejercía su padre, y puede hacer las explicaciones tan completas o veloces, como uno esté dispuesto a escuchar. Nosotros visitábamos el sitio sin prisas, por lo que la invitábamos a contar tantas historias como fuera posible y descifrar tantos símbolos como ella se sintiera capaz. Fue ahí donde escuché por primera vez el sentido de las columnas y obeliscos que coronan algunas tumbas: en los casos donde éstas figuras se elevan cabalmente, se celebra que quien ahí yace vivió una vida plena y cumplió su misión en el mundo como era deseable; por el contrario, cuando la columna o el obelisco se truncan, señalan que la vida en ese caso fue interrumpida repentina y prematuramente.

El viernes hacia medio día recibí una noticia que de inmediato trajo a mi mente la imagen de una de esos mausoleos donde la ruptura del pilar cimbra aún sin saber su significado. César, una gran persona muy cercana a mi corazón y a los corazones de mi familia, había muerto horas antes en un terrible accidente. No viene a cuento aquí entrar en mayores detalles. Sin embargo, desde ese momento no han cesado las ganas (¿la necesidad?) de escribir y compartir lo que uno siente. Tuve la fortuna de viajar ocho horas hasta la ciudad donde parte de la familia se iba reuniendo necesitando un abrazo. Poco más de 12 horas estuve ahí, compartiendo la tristeza y buscando sentido a la tragedia.

Regresé a casa y después a mi tierra, para pasar un par de días cerca de gente que pudiera extender los abrazos en horas como estas. El viaje en carretera en compañía de mi padre me había hecho no revisar ninguna red social en internet desde esa madrugada. Llegando a la ciudad recibí un mensaje de Liz, quien apenas hace unas semanas descubrimos es vecina de mi papá. Liz es también prima de Amaya, y en su mensaje me compartía la triste noticia de su fallecimiento apenas horas antes. Llegué a dejar a mi papá y aproveché la cercanía para conocer por primera vez a Liz y darle un abrazo. Sentí que en ese abrazo estaban presentes muchos otros que jamás hemos visto ella o yo y que a pesar de todo nos sentimos cerca desde hace cuatro años. Sí, gracias a Amaya.


Muchas cosas han pasado por mi cabeza en estos días. Y descubro que solo viniendo a escribirlas consigo darme un poco de claridad. Se me ocurre así que al compartir lo que voy escribiendo, pueda completar significados o, ¿por qué no?, ayudar incluso a otros a construir los propios.


En las historias de César y Amaya hay mucho en común, a pesar de que en uno caso la partida haya sido brutalmente inesperada y en el otro haya sido resultado de un doloroso proceso que en el fondo todos sabíamos tenía cerca su final. De nuevo, no sé si éste sea un lugar para hablar sobre todo esto. Lo cierto es que la ausencia de ambos es irreparable y, si bien reconozco que ambos gozan hoy de una vida distinta y admito que los que acá andamos encontraremos tarde o temprano la manera de confortar nuestras almas, todos sabemos que no es tarea fácil.

Es evidente que el consuelo no se encuentra siempre a la misma velocidad, que cada ser humano vive sus duelos a su manera y que las almas se reconfortan siguiendo muchas veces rutas que para algunos serán incomprensibles. Aquí sí, todo se vale. Aunque para mí ese todo es mejor si el camino que buscamos nos conduce a vivir el presente con la plenitud que merecemos, con el sentido al que tenemos legítimo derecho. En estos días escribí en alguna otra parte que, en estas circunstancias, a los que aquí seguimos nos toca estar a la altura y ser testimonio vivo del amor y la alegría que los que hoy no están nos predicaron con sus acciones. Lo reitero: nos toca vivir, y viviendo honrar a quienes nos acompañaron en parte de este andar.

Ayer, pensando en todo esto, recordé un pequeño texto que escribí hace poco más de tres años, intentando que fuera un cuento. En ese entonces lo compartí solo con una persona, pues el texto cumplía un objetivo que poco tiene que ver con lo que hoy me trae aquí. Y, sin embargo, al leerlo en estas horas, encontré ahí un mensaje que me ayudaba a dar sentido a la ausencia. Se me ocurrió entonces soltarlo por primera vez al resto del mundo. En las horas siguientes se dieron reacciones de todo tipo, varias completamente insospechadas para mí.

El fin de semana, cada vez que me descubría llorando —lo cual sucedía sobre todo con cada abrazo—, pensaba para mis adentros: "Lloramos por nosotros. Lloro por mí. Ellos están bien. Mi llanto no suma ni resta para ellos. Estas lágrimas son mías, porque me hacen falta." Sí, mucho de egoísmo hay en nuestras reacciones cuando alguien nos deja. Supongo que es un egoísmo natural, parte de nuestra naturaleza. Y ahí las lágrimas están bien. Lo que sigue es encontrar en el fondo de nuestra tristeza la fortaleza para seguir adelante. En ese camino andamos.

lunes, 23 de enero de 2012

Esos mundos donde no estamos solos

Mientras nos hablan por enésima ocasión de la inminente desaparición del libro de papel…, mientras productores y consumidores de letras migran a la “nube” en aras de conseguir la mayor disponibilidad de bibliografía en línea para ser descargada y leída en un sinfín de dispositivos…, mientras autores, casas editoriales y lectores trazan los nuevos rumbos de la industria y del viejo soporte para llevar hasta los más antiguos vestigios tangibles al terreno donde los únicos caracteres con sentido son 1 y 0…, mientras todo esto sucede, existimos algunos cuantos que anhelamos ir en la dirección contraria: transferir nuestros arrebatos lingüísticos del mundo digital a la condición mortal de lo palpable. Sí, mientras hordas de escritores, editores y lectores transfieren textos de lo material al mundo intangible de lo digital, algunos buscamos la ruta para el viaje opuesto y deseamos poner nuestros ingenuos juegos de letras en diálogo con la tinta y el papel.

Entre esos locos que viajan en sentido contrario está Amaya Marichal. Las primeras entradas en su blog, El Mundo según Amaya, están fechadas en agosto de 2004. Desde entonces, ha publicado ahí un sinnúmero de textos. Como buena apasionada de la palabra que ha crecido de la mano de los libros, Amaya anhelaba desde hace tiempo publicar un libro, siendo que de alguna manera llevaba ya mucho tiempo escribiéndolo y compartiendo con un creciente número de lectores. Pero, claro, convencido de compartir con Amaya un vínculo especial con ese objeto que hace más de cinco siglos hiciera posible el invento de Gutenberg, entiendo que esa gran obra no fuera considerada por su creadora como equivalente a un verdadero libro.

En estos días en que Amaya atraviesa uno de los momentos más dolorosos de su enfermedad, su amiga Miriam se apuntó para acompañarla en la aventura de llevar al papel ese mundo que a lo largo de más de 7 años se ha gestado en un blog.

Esta madrugada, gracias a los buenos oficios de la querida Liz, tuve en mis manos por primera vez El Mundo según Amaya. Como acostumbramos muchos nostálgicos con esos objetos, lo primero que hice fue sentirlo, palparlo, pasar sus hojas entre mis dedos. Abrí una página al azar y mis ojos se toparon con un texto que no tardó en arrancarme la primera de lo que sin duda serán muchas lágrimas. No fue una lágrima de dolor ni de tristeza. No. Fue acaso melancolía. Fue también alegría ante la certeza de que, como dice el título de ese texto en la página 140, “todos estamos conectados”.

Por la tarde me di un tiempo y fui a la versión en línea del mundo de Amaya, seguro de que en aquel octubre de 2008 en que el texto había sido publicado, más de uno habríamos escrito ahí alguna reacción. No me equivocaba: ahí estaban los comentarios de varios de los que en aquel año habíamos comenzado a formar una peculiar red que hoy sigue vigente, pese a las distancias y los abandonos de la mayoría de nuestros blogs. No me sorprendió encontrar que lo que pensé esta mañana ya estaba registrado ahí, hace más de tres años.

Hace unas semanas, a finales de 2011, Amaya expresaba en su cuenta de Twitter y en su blog algo acerca del sentido de necesitar un abrazo. En estos días, estoy seguro, Amaya está recibiendo muchos abrazos. Los recibe de quienes están cerca, pero también a través de comentarios en las redes sociales en las que tanto ha participado. Cada palabra que recibe es un abrazo que dice “no estás sola”.

Y a partir de este punto me permito hablarte a ti, Amaya. Porque mis palabras en particular quieren ser un abrazo que dice “gracias por lo que tu existencia ha dado al mundo”. Y cuando digo al mundo pienso en el mío, pero pienso también en los mundos que de alguna manera se ligan a mi pequeño entorno. Mundos de gente que jamás te ha visto y a través de terceros ha llegado a conocerte y seguirte incluso con mayor ahínco que yo mismo. Porque han encontrado en ti una manera de dar sentido a la existencia.

Es curioso, escribo como si yo sí te conociera en persona. Como si yo hubiese ya tenido la fortuna de escuchar tu voz o haberte dado uno de esos abrazos con los brazos verdaderos. Y no. Sin embargo, son ya cuatro años de conocerte. Cuatro años que de alguna manera nos hemos seguido la pista.  Hace un mes, en ocasión de mi cumpleaños, usaste aquella frase que nos permitió conocernos, aquella de “la obligación ciudadana de vivir en la indignación permanente”. Y de ahí pa’l real. Aquí estamos.

Leyendo el último capítulo de tu libro me doy cuenta que empecé a leerte en los mismos días en que recién aparecía aquella infame parálisis facial. Hacer un recuento de los hechos que han colmado tus días desde entonces no aporta mucho en este momento, seguro lo repasas con cierta frecuencia. Pero entre todo ello, hay un hecho que sin duda brilla con singular luz y se impone como el hecho que otorga nuevos significados a todo: la llegada de ese ‘goldito’ que tantos hemos aprendido a querer con un par de imágenes y unas cuantas palabras.

No pretendo, insisto, caer aquí en una crónica de acontecimientos, pero sí me gustaría que se leyera como un humilde relato de afectos. Afectos que se extienden en redes difícilmente imaginadas por cualquiera de los que hoy forman parte de ellas. Digo redes, pero quizá es una sola. Una red de amor en la que, como escribiste ese 22 de octubre de 2008, todos estamos conectados. Nos sabemos cerca. Nos sabemos juntos. Nos sabemos todo, menos solos.

*

Post Scriptum. Quizá este mundo del que hablo no tenga relación aparente con algunos lectores (aunque en sentido estricto la conexión existe a través de mí, claro). Pero estoy cierto que aún sin conocer Amaya y sin tener el menor interés en quién sea o cómo sea su mundo, todos tienen un mundo parecido al cual le han pedido carta de ciudadanía. Todos, estoy seguro, pertenecemos a alguna República ajena a la propia y hemos construido a través de nuestros afectos un mundo que nosotros sabemos propio y que compartimos con unos cuantos, pocos o muchos. Si mi tesis es correcta, comprenderán y disculparán que una vez más haya usado este medio para compartir algunas ideas a propósito del mundo según Amaya.

jueves, 19 de enero de 2012

Eufemismos

Hay eufemismos que me resultan sencillamente insoportables. Sí, ningún eufemismo me agrada, pero estos a los que me refiero son de una clase peculiar que termina por sacarme ronchas. Comparto un par de ellos.

Cada vez que viajo en la oruga (sobrenombre con el que cariñosamente nos referimos en León al Optibús, un medio de transporte articulado semejante al Metrobús chilango), me topo con un par de esos eufemismos, colocados para señalar los asientos "reservados". De acuerdo con los letreros en cuestión, tres son los posibles beneficiarios de esos asientos: mujeres embarazadas, adultos en plenitud y personas con capacidades diferentes (en algunos casos llamadas capacidades especiales). Gracias a unas imágenes risibles (y gracias también a que uno está tristemente familiarizado con esos eufemismos), teng claro que no son asientos para mí, aunque estoy convencido de que, rigurosamente, califico en dos de las tres categorías. Si tenemos claro que no soy mujer (y por tanto no existe posibilidad de que estuviera embarazada), quedan las otras dos.

Hace un mes cumplí 36 años. Soy un adulto, ¿cierto? Y evaluando mis logros, mi potencial, mis acciones, en el marco de cuanto he vivido hasta hoy, puedo decir que estoy viviendo con plenitud. No creo vivir a medias ni mucho menos. Me dirán que la plenitud remite a un máximo; siguiendo esa lógica, ni hoy ni a los 70 estaré en plenitud, acaso en proceso de alcanzarla.

Lo otro lo tengo más claro. Cada ser humano, me cuentan, puede considerarse único e irrepetible. Como tal, sus potenciales y capacidades nunca serán estrictamente iguales a las de sus semejantes. Más allá de eso, quizá porque soy muy soberbio o quizá porque en mi casa siempre me hiceron sentir que era verdad, estoy seguro de tener capacidades especiales. Demuéstrenme lo contrario. En todo caso, ¿de qué depende que una capacidad sea más especial que otra?

Lamentablemente no tengo una credencial que acredite mi plenitud ni mis capacidades especiales o diferentes. Así las cosas, no me queda sino resignarme a seguir viajando de pie en la maldita oruga.

NB. Cuando digo "oruga", lo digo como apodo con mucho cariño, no es ningún eufemismo ;)

martes, 17 de enero de 2012

Otro propósito

Aquí mismo compartía, hace apenas un par de semanas, mi propósito central para este 2012. De alguna manera he ido consiguiendo ser fiel a ello, al menos si comparo mi desempeño con la sequía verbal que reinó en mis blogs durante buena parte de 2011. Lo mismo con los libros: un par en lo que va del año no son mal promedio.

Viendo que poco a poco voy logrando algo, me he dado cuenta que debería proponerme algo más. Y no he tardado en descubrir lo que quiero: sufrir menos mi vida. Sí, como se lee. Al menos esa es la manera en que se me ocurre plantearlo. Y es que me doy cuenta el agobio que suelen producirme mis acciones y el entorno que me rodea. Lo digo, ciertamente, sobre todo por el ámbito laboral, el cual de alguna manera ha venido condicionando mucho de mi ser a lo largo de los años.

Es verdad, nos sucede a todos. Al fin, el trabajo es parte de nuestras vidas. Yo mismo he criticado esa tendencia a distinguir entre una vida personal y otra laboral, siendo que la vida es una misma, aunque en ella coexistan diferentes dimensiones. El asunto es que a veces las preocupaciones surgidas del trabajo, se convierten en angustias o agobios que no merecerían tal peso.

Por eso quiero sufrir menos. Dejar de angustiarme con tanta facilidad. Fluir un poco más. Lo escribo ahora, pero confieso que llevo semanas, meses (quizá años) intentándolo. Va siendo hora de lograrlo.

viernes, 13 de enero de 2012

Nota al margen



Sabía que al publicar mi entrada anterior corría algunos riesgos. Sabía que podía provocar molestia o que al menos no todos mis amigos estarían de acuerdo. Sin embargo no esperaba las respuestas, mismas que agradezco infinitamente. Desde que apareció el primer comentario en la entrada, me puse a pensar si sería conveniente responder, particularmente por respeto a la persona a quien dediqué esas palabras, mismas que, creo, recibió con afecto y buen agrado.

Al final, decidí que sí necesitaba responder o, mejor aún, dialogar. Primero, porque me da la impresión de que en cierto modo fui mal interpretado, mal entendido. Claro que si eso sucedió, en buena medida se debe a que no supe expresarme con puntualidad, lo asumo. Segundo, porque incluso si logré explicarme con claridad, el desacuerdo y los comentarios recibidos me han conducido, como suele suceder, a revisar mis ideas y reformularlas. Creo que pocas cosas hay más valiosas que esa posibilidad de pensar y repensar las cosas. Yo sabía que al compartir mi sentimiento me podía meter en problemas, así que ahora intentaré navegar entre ellos buscando clarificar mis propias ideas.

Pero antes de responder en la sección de comentarios de la entrada anterior, preferí abrir una nueva entrada sobre esto, ya que me gustaría que ese espacio no fuera el testigo de un debate sobre la importancia de creer en Dios o el papel de la religión. Me gustaría que esa entrada quedara como lo que intentó ser: un abrazo para alguien que atraviesa un momento difícil y a quien esperaba así dar un pequeño aliento, nada más.

Entrando ahora sí al asunto...

Anónimo dice algo muy interesante y me gustaría retomarlo por un momento. Advierto sin embargo que me cuesta trabajo dialogar con alguien sin saber con claridad de quien se trata, pues la falta de contexto nos puede llevar a hacer comentarios poco atinados. Pese a ello, asumo el riesgo de comentar el tema, pues el concepto de Dios no es para usarlo a la ligera y evidentemente no era mi intención hacerlo. Entiendo que bajo ciertos criterios, Judíos y Cristianos hablan del mismo Dios. Es más, a la luz de ciertas consideraciones, ese Ser de los Mil Nombres, como suele llamarle alguien a quien admiro mucho, es el mismo al que bajo diferentes rostros se ha dirigido buena parte de la humanidad. En ese sentido, acepto que mi referencia era muy apresurada, pues solo aspiraba a un sentido simbólico y de ninguna manera literal. (Con eso no descarto que para algunos teólogos, conceptualmente, el Dios del Antiguo Testamento se distingue en varios aspectos del Dios del Nuevo Testamento, sin que eso signifique que sean dos seres o entes distintos. En fin, son temas de una enorme complejidad que no pretendían ser materia de mi reflexión anterior.)  Sobre el comentario de Anónimo, respeto la percepción de que mis palabras parezcan un bla bla bla y acepto que quizá son solo eso. La verdad es que con lo que escribo a ratos no pretendo mucho más. Trataré, sin embargo, de ser cuidadoso para no enviar mensajes equivocados.

Lunita expone su punto de vista, su convicción, y la respeto también, aunque como decía yo en mi texto, lo que me hace sentir incómodo es que la gente se aferre a convencernos a los demás de que si no creemos lo mismo estamos mal, pues eso de alguna manera nos puede señalar como responsables de males que son completamente ajenos a nuestra voluntad, o al menos eso creo yo. Y en eso difícilmente estaré de acuerdo. Sin embargo, no quería con mis palabras atacar a las religiones, aunque en lo personal pueda estar de acuerdo con LM en muchos sentidos. Mi intención en este caso particular era otra. Incluso quise ser un poco irónico con la visión de quienes asumen la filosofía del optimismo y el pensamiento positivo casi como una religión (sobre este tema, que me parece digno de la mayor atención, he escrito algunas cosas hace tiempo, aunque no sé si al evocarlas desate alguna reacción iracunda). Y lo mismo diría para quienes asumen incluso a la Ciencia como única verdad, criticando cualquier viso de espiritualidad por adelantado. No dudo que, como afirma mi amiga Luna, la vida se vea distinto desde la posición que ella propone. Pero no creo que sea sano para nadie convertir eso en argumento para imponer una verdad. La historia está llena de ejemplos que algo nos dicen sobre el tema. (Recuerdo ahora a Locke, por ejemplo, que en su tratado sobre la tolerancia da escasa muestra de esta virtud al referirse a los católicos, que tampoco es que se la pintaran de muy ecuménicos.)

En fin. Quien crea, bien. Quien no, también. Ambas cosas, siempre que nuestras convicciones no se conviertan en un impedimento para la convivencia armónica, respetuosa y constructiva de nuestras vidas en los individual y en lo colectivo. Al menos en esto último, estoy seguro que Amaya está de acuerdo conmigo.