No pretendo hacer de este caso la evidencia máxima y contundente de la descomposición del País, ni pienso que con esto se derrame el vaso. El vaso se desbordó hace mucho, no cabe duda. Hablo del tema porque las coordenadas donde sucedió se conectan con un momento especialmente significativo en mi vida. Y aunque sé que eso no cambia las cosas, sí me obliga a lanzar un nuevo grito —no el primero, ojalá fuese el último— de furia, de frustración.El comentario aludía a Monterrey, que atravesaba horas difíciles, horas que no han terminado todavía. Nada nuevo se me ocurre hoy. Hace una semana conversaba con una querida prima que vive en Guadalajara y le decía lo hermosa que me parece su ciudad. Ciudad que, como Monterrey, tiene fuertes conexiones emocionales con mi vida. Hoy, ya no sé qué decir, porque el dolor es tan grande pero a la vez tan compartido, todo suena a cliché.
Anoche, después de una semana de intenso calor, cayó un chubasco en los alrededores del Colegio. Cuando salí, percibí un poderoso olor a tierra mojada. "Huele a Guadalajara", pensé. Pero no, creo que en estos días Guadalajara desprende otros aromas. Si la lluvia pudiera llevarse el miedo, el dolor, la impotencia... y dejar el puro olor a tierra mojada.
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