El viernes hacia medio día recibí una noticia que de inmediato trajo a mi mente la imagen de una de esos mausoleos donde la ruptura del pilar cimbra aún sin saber su significado. César, una gran persona muy cercana a mi corazón y a los corazones de mi familia, había muerto horas antes en un terrible accidente. No viene a cuento aquí entrar en mayores detalles. Sin embargo, desde ese momento no han cesado las ganas (¿la necesidad?) de escribir y compartir lo que uno siente. Tuve la fortuna de viajar ocho horas hasta la ciudad donde parte de la familia se iba reuniendo necesitando un abrazo. Poco más de 12 horas estuve ahí, compartiendo la tristeza y buscando sentido a la tragedia.
Regresé a casa y después a mi tierra, para pasar un par de días cerca de gente que pudiera extender los abrazos en horas como estas. El viaje en carretera en compañía de mi padre me había hecho no revisar ninguna red social en internet desde esa madrugada. Llegando a la ciudad recibí un mensaje de Liz, quien apenas hace unas semanas descubrimos es vecina de mi papá. Liz es también prima de Amaya, y en su mensaje me compartía la triste noticia de su fallecimiento apenas horas antes. Llegué a dejar a mi papá y aproveché la cercanía para conocer por primera vez a Liz y darle un abrazo. Sentí que en ese abrazo estaban presentes muchos otros que jamás hemos visto ella o yo y que a pesar de todo nos sentimos cerca desde hace cuatro años. Sí, gracias a Amaya.
Muchas cosas han pasado por mi cabeza en estos días. Y descubro que solo viniendo a escribirlas consigo darme un poco de claridad. Se me ocurre así que al compartir lo que voy escribiendo, pueda completar significados o, ¿por qué no?, ayudar incluso a otros a construir los propios.
En las historias de César y Amaya hay mucho en común, a pesar de que en uno caso la partida haya sido brutalmente inesperada y en el otro haya sido resultado de un doloroso proceso que en el fondo todos sabíamos tenía cerca su final. De nuevo, no sé si éste sea un lugar para hablar sobre todo esto. Lo cierto es que la ausencia de ambos es irreparable y, si bien reconozco que ambos gozan hoy de una vida distinta y admito que los que acá andamos encontraremos tarde o temprano la manera de confortar nuestras almas, todos sabemos que no es tarea fácil.
Es evidente que el consuelo no se encuentra siempre a la misma velocidad, que cada ser humano vive sus duelos a su manera y que las almas se reconfortan siguiendo muchas veces rutas que para algunos serán incomprensibles. Aquí sí, todo se vale. Aunque para mí ese todo es mejor si el camino que buscamos nos conduce a vivir el presente con la plenitud que merecemos, con el sentido al que tenemos legítimo derecho. En estos días escribí en alguna otra parte que, en estas circunstancias, a los que aquí seguimos nos toca estar a la altura y ser testimonio vivo del amor y la alegría que los que hoy no están nos predicaron con sus acciones. Lo reitero: nos toca vivir, y viviendo honrar a quienes nos acompañaron en parte de este andar.
Ayer, pensando en todo esto, recordé un pequeño texto que escribí hace poco más de tres años, intentando que fuera un cuento. En ese entonces lo compartí solo con una persona, pues el texto cumplía un objetivo que poco tiene que ver con lo que hoy me trae aquí. Y, sin embargo, al leerlo en estas horas, encontré ahí un mensaje que me ayudaba a dar sentido a la ausencia. Se me ocurrió entonces soltarlo por primera vez al resto del mundo. En las horas siguientes se dieron reacciones de todo tipo, varias completamente insospechadas para mí.
El fin de semana, cada vez que me descubría llorando —lo cual sucedía sobre todo con cada abrazo—, pensaba para mis adentros: "Lloramos por nosotros. Lloro por mí. Ellos están bien. Mi llanto no suma ni resta para ellos. Estas lágrimas son mías, porque me hacen falta." Sí, mucho de egoísmo hay en nuestras reacciones cuando alguien nos deja. Supongo que es un egoísmo natural, parte de nuestra naturaleza. Y ahí las lágrimas están bien. Lo que sigue es encontrar en el fondo de nuestra tristeza la fortaleza para seguir adelante. En ese camino andamos.
2 comentarios:
"nos toca estar a la altura y ser testimonio vivo del amor y la alegría que los que hoy no están nos predicaron con sus acciones. Lo reitero: nos toca vivir, y viviendo honrar a quienes nos acompañaron en parte de este andar."
hermosas palabras Ernesto.
Hay que dolerse, y sólo después de dejar que el dolor nos posea, puede irse. Pero como bien dices, toma su tiempo y este es diferente para cada persona.
Un abrazo fuerte,
Ale.
Ernesto, ay, quisiera tener la facilidad y el talento para plasmar lo que siento en letras como lo hacía mi chiquita y como lo puedes expresar tú, no lo tengo, sólo te quiero dar las gracias por ese cariño para Amaya que siento que me llega muy dentro, siempre he seguido tus comentarios en el blog de Amaya y te siento muy cercano, gracias.
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