Como si no tuviera ya suficientes distractores y pretextos para la evasión, esta semana ando como niño con juguete nuevo explorando mi suscripción al Met Player de la Metropolitan Opera de Nueva York. Una maravilla cargada de horas en audio y video de las producciones que han engalanado ese mítico escenario.
Estrené el nuevo artilugio gozando la producción de Franco Zeffirelli para La Bohéme, mi all-time-favorite-opera. Impactante por su majestuosidad, su intensidad, su emotividad, su precisión... Para mí, escuchar —y aún más observar— La Bohéme es garantía de llanto y piel de gallina. Y por supuesto el montaje en cuestión no fue la excepción.
Ahora mismo estoy deleitándome con Lucia de Lammermoor, de Donizzeti, con Joan Sutherland y Alfredo Kraus en una producción de 1982. Se trata de una de esas obras de las cuales sólo conocía fragmentos y que ahora, en las voces de estos dos intérpretes míticos, se incorpora a mi repertorio de imperdibles.
Ya he estado echando vistazos a la Tosca de Puccini en manos de Zeffirelli, y tengo en fila la Flauta Mágica de Mozart dirigida por la genial Julie Taymor, y todo el ciclo del anillo de Wagner en las producciones de la temporada 1989-1990. En pocas palabras, ópera para rato... y distracciones para dar y regalar.
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