Sabía que podía suceder. Y me arriesgué. Dejé pasar los días y, ahora que vuelvo a mirar la promesa que me hacía a mí mismo hace una semana, no logro tener claro qué me proponía contar. Hago un esfuerzo. ¿Lecturas? Cierto. Dos en particular. ¿Sueños realizados? En efecto. También un par. Me concentro ahora mismo en las primeras. [Y anoto aquí en un papel algunas notas para volver luego con los segundos.]
Por un lado, las vacaciones fueron propicias para devorarme una investigación de Rosalía Winocur, maestra de la UAM, quien explora desde diferentes ángulos el papel que juegan los teléfonos móviles y el internet en nuestras vidas. Su aproximación no es desde la perspectiva tecnológica sino más bien existencial. A través del trabajo de campo con diferentes grupos a lo largo de los últimos años, se pregunta sobre el papel que estos artefactos juegan en nuestra construcción de relaciones y vínculos. El trabajo quizá no descubre ningún hilo negro. Pero arroja ideas que ayudan a detonar la reflexión y el análisis. Al menos a mí me permitió recuperar, aunque fuese por un instante, la urgente necesidad de retomar el proyecto de Tesis. [Esta urgencia se ha visto reforzada en días recientes ante nuevas divagaciones que me han provocado el Twitter y el Facebook. Ponerme en marcha con esto resulta ya impostergable. No quiero que se marchiten las ideas que vengo elaborando al respecto.]
La otra lectura que marcó las semanas previas fue una vez más una novela de Murakami. Esta vez el popular escritor japonés me enganchó de madrugada en el aeropuerto de la Ciudad de México, me acompañó en la travesía hasta la Gran Manzana —con prolongada escala en Dallas— y acabó conmigo a media noche en un Starbucks [como el que me acoge ahora mismo, pero en la esquina de Astor Place]. After dark comienza y acaba en las antípodas del recorrido que siguió mi lectura: arranca cercana la medianoche y concluye justo cuando la oscuridad empieza su retirada. Una vez más, Murakami consiguió colarse en la profundidad de mi vacío y se puso a jugar sin darme tregua. Terminando mi Mocha Blanco [igual que éste, al que acabo de dar un sorbo], di vuelta a la última página, como buscando la respuesta a una pregunta que no había sido capaz de formular.
Mientras amanecía para los protagonistas de la novela, en Manhattan se acercaba la media noche. Ahí estaba yo, sentado en la barra de un café, cerrando el libro, exprimiendo la última gota a mi bebida, contemplando en la inmensa vitrina de cristal la imagen de esa gran ciudad confundiéndose con el tenue reflejo de mi rostro. Quise adivinar en esa peculiar mirada mía alguna señal. Y creo que, pese a lo que pueda evidenciar el insomnio de las últimas dos semanas, en ese momento me quedé dormido y como Eri —la mujer que contemplamos desde las primeras páginas del relato de Murakami— no he vuelto a despertar.
3 comentarios:
Gracias por compartir tu detonantes.
Es curioso, hace unas semanas terminé de leer After Dark, en una noche tranquila en el Pacífico mexicano.
Y creo que nos ha pasado lo mismo, estoy negada a despertar, pero parece que esta tierra que me vio nacer y me vio irme (a Barcelona, como tu), empieza a abrazarme con todas sus ganas para que nos convirtamos en uno de nuevo y vuelva a abrir mis ojos a la vida.
Seguro que en algún momento, tú sentirás lo mismo.
Un abrazo.
Sr. Perez Castro!! ¿Qué es despertar?
Me siento algo perdida.
Solo pasaba de rapidin a saludar, por aqui ando. Un fuerte abrazo.
@ Marbe, En ese despertar anda uno. A veces es difícil reconocer la frontera entre vigilia y sueño. Y eso también esta guay jejeje :) ¡Saludos!
@ Luna, Sus saludos en este territorio siempre son una dicha. Sobre el despertar, ya lo decía, tampoco lo tengo muy claro. Y, ¿perdidos? ¡Todos! ¿O no? :) ¡Un abrazo!
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