Debo advertir que no ando muy inspirado, pero realmente tengo ganas de cumplir un segundo reto de la Semana Mortuoria 2009. Poco inspirado y muy cansado. De pronto se me olvida que el día comenzó a las tres y media de la mañana con tres horas y media de carretera para llegar a mi trabajo. Los ojos pesan. La ardilla del cerebro cuando mucho trota a paso lento. Quizá este estado entre vigilia y sueño sirva para hablar de algo tan poco ordinario como mi propio funeral.
El reto sonaba divertido de entrada. Pero mientras se acercaba el día propuesto para publicar mis expectativas sobre el asunto, las cosas se fueron complicando. Cierto que en mi adolescencia el tema de mi muerte y el consecuente sepelio fueron un tema recurrente en sueños y divagaciones más o menos conscientes. Sin embargo, hacía mucho que no me planteaba el tema. Ya advertía hace unos días que tiendo a evadir el hablar de la muerte. Quizá más en tiempos recientes. Pero la provocación lanzada este año con motivo del día de muertos me obliga una vez más a plantearme el asunto. Esta vez con el pretexto de "qué hacer y qué no hacer en mi funeral".
Mientras intento arrancar mi lista de indicaciones, descubro que las complicaciones derivan de no estar seguro de querer un funeral. Pero entiendo que al final eso me rebasa. Ya decidirán otros por mí y, siendo francos, muy en su derecho. En cierto modo, a mí qué más me da. Vale: algo me importa, se trata de mí, pero en cierto modo se trata de la forma en que otros querrán "despedirse" de mí.
Como suele suceder con tantas cosas, pensé que sería más fácil comenzar con lo que NO ha de hacerse. Pero me doy cuenta que, como suele suceder en tantas facetas de mi vida, me cuesta trabajo prohibir. Descubro después que casi todas mis restricciones van asociadas a una afirmación en positivo. En cualquier caso, dado que no me gusta mucho la idea de dar órdenes, tómense estas ideas como sugerencias, propuestas que ya en su momento decidirán los involucrados cumplir o no.
Imagino mi "funeral" en un espacio poco común. No me imagino en una agencia funeraria. Me gusta pensar en un espacio más o menos abierto, donde el aire circule, donde sea posible ver el cielo; un espacio en donde la energía que liberen los asistentes pueda liberarse, no acumularse y reciclarse infinitamente. [De pronto, me gustaría pensar en un pueblo, algo ajeno al contexto urbano. Me gustaría tener un pueblo favorito como para decir, "llévenme ahí para velarme". Pero no lo tengo, al menos hasta ahora.]
Siempre he creído que mi funeral debería tener música. Sin embargo, me cuesta trabajo decir qué música. A veces digo que me gusta de todo, pero ciertamente hay cosas que no imagino mientras me despido de este mundo. Si yo pudiera escoger la lista de complacencias, elegiría sin duda temas que ayudaran a acompañar las emociones de quienes estuvieran reunidos. [Escribo esto y pienso en música que pudiera casi inducir esas emociones. No en un afán de chantaje afectivo, pero sí música capaz de producir imágenes asociadas a ciertos momentos compartidos y reproducir así ciertos estados anímicos.] Ejemplos: Handel, Morricone, Piazzolla, Tiersen, Preisner, Gershwin. Ok, igual y suena de flojera para algunos, pero pienso sobre todo en música sin letra. No sé por qué. Creo que puede inducir menos la conducción de las ideas. Vale, ya estoy alucinando; paso mejor a otro punto.
Creo que si estuviera en mis manos, me gustaría evitar que la gente estuviera toda vestida de negro. Preferiría que cada quien llegase vestido como le diese la regalada gana. Esta cuestión de la vestimenta dictada por normas sociales me pone nervioso. Me incomoda. Entiendo que a muchos les podrá brindar seguridad. En esos casos, comprenderé —es un decir, creo— que lleguen vestido según la regla. Pero, en lo posible, preferiría que nadie se sintiera condicionado por semejante mandato. [Quizá este anhelo sea sólo una proyección de mi propia dificultad e incomodidad para responder a los dictados en la materia. Insisto: tampoco se sienta nadie limitado por mí en este sentido.]
Y después, ¿qué hacer con mis átomos? ¡Diantres! No sé qué responder. En conversaciones de familia sobre nuestros respectivos destinos al morir es un tema que siempre genera debates. A muchos [¿les? ¿nos?] importa que exista un lugar para visitar al que se ha ido. Y parece una inquietud razonable. Sin estar seguro de que mi respuesta sea definitiva, se me ocurre que me repartan en diversos lugares —incinerado, por favor, no anden arrojando extremidades por ahí nada más—. Sonará cursi o un poco a pose, pero en la lista de sitios me gustaría que se incluyera Catalunya: particularmente, arrojar un poco desde la cima de Montserrat, sitio que, como es bien sabido por algunos, marcó para mí un particular renacimiento. Ya estando para tales fines en el Viejo Mundo, otro poco me gustaría que fuera lanzado al Mediterráneo, para reencontrarme con algunos de los secretos que deposité en sus olas. Acá, en México, son muchos los sitios donde podría quedar algún rastro. Me viene a la cabeza un árbol en particular en el Parque México, de la colonia Condesa. Es una burrada, quizá, pero ese sitio encierra significados muy poderosos. Hay más lugares, sin duda, pero lo poco que me queda de claridad esta noche está por extinguirse. Lo dicho aquí seguro es suficiente para expresar el planteamiento central.
Ea, pues. Me marcho a descansar que la semana apenas inicia. A ti, que te detienes aquí una vez más a leer mis divagaciones, gracias. Sé que de uno u otra manera estarás presente el día que inevitablemente esa muerte me llegue. Estarás porque eres parte de mi historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario