miércoles, 9 de septiembre de 2009

Cuentos

Ayer la Directora de Primaria me pidió si podía apoyarla redactando un "Prólogo" para la antología de cuentos escritos por los chicos del colegio el ciclo escolar pasado. Con tantos pendientes acumulados no logré cumplir la misión anoche y hoy prometí que estaría listo a primera hora de mañana. Así que hace rato intenté desconectarme de las millones de inquietudes que me invaden y elaboré un pequeño texto de presentación para la susodicha edición. Mientras probaba ideas recordé un apunte de Michael Ende sobre el sentido de los cuentos; le di una releída y lo usé como punto de partida para mi reflexión. Una vez concluida la tarea, revisé mi texto y decidí compartirlo aquí, porque en buena medida ayuda a lanzar al viento una de tantas cosas que uno necesita liberar para alimentar la propia esperanza de un mundo distinto.

Había una vez un mundo donde las personas habían dejado de contar historias y se habían olvidado de soñar… La frase parece el principio de un cuento, pero lo cierto es que cada día se asemeja más a la realidad. Tantos años de exaltar a la razón y la ciencia, nos han hecho olvidar el sentido de echar a volar la imaginación. En el mejor de los casos, hemos relegado el mundo de los cuentos a los niños, a grado tal que señalamos como indicio de “madurez” el momento en que dejamos de creer en tales historias. El escritor alemán Michael Ende —famoso sobre todo por sus narraciones fantásticas para niños— afirmaba que para comprender cabalmente el valor de la realidad contenida en los cuentos sería necesario «cambiar toda la dirección del pensamiento de nuestra civilización». Suena complicado. Pero cada vez que nos adentramos en los mundos imaginados por nuestros niñas y niños, descubrimos nuevamente que en todos habita la semilla de ese otro mundo que también es posible. Estas páginas son evidencia de ello. Con cada relato de estos pequeñas y pequeños, se abre una posibilidad. En buena medida es tarea de nosotros —lectoras y lectores urgidos de una buena dosis de fantasía— procurar que se conserve viva esa otra dimensión de tantos niñas y niños ansiosos por alimentar su alma con un poco de imaginación. Llegará así el día en que la madurez se mida también en función de nuestra auténtica capacidad para soñar.

PD. El texto de Ende al que hago referencia se titula "¿De qué hablan los cuentos?" y aparece en su Carpeta de Apuntes (Alfaguara, 1996). Aquí, para los interesados, la transcripción del mismo.
Los verdaderos cuentos no son unas historias fantásticas que el pueblo supersticioso e ignorante imaginara en tiempos remotos. El pueblo no se inventa tales cosas, pero las transmite textualmente de generación en generación porque percibe la verdad que contienen. Los cuentos auténticos informan sobre experiencias de un mundo real distinto (digamos, interior), dadas a conocer por autores anónimos que sabían exactamente, hasta en el último de los detalles, lo que decían. Como el hombre moderno, occidental, debido a su mentalidad abstracta se ve privado casi totalmente de la experiencia de esa otra realidad, interpreta esos informes -si es que los tiene en cuenta- o bien hisróricamente (la bruja, el hijo del rey, el dragón, la espada mágica, etcétera) o psicológicamente. Ambas interpretaciones me parecen erróneas o, al menos, insuficientes.
El cuento no habla de un mundo exterior social, y si se utilizan elementos de ese mundo, tan sólo es como metáfora de aquella otra realidad. Allí existe la bruja, el hijo del rey, el dragón y la espada mágica: y existirán siempte. La interptetación psicológica me parece insuficiente porque suele entender esas cosas sólo simbólicamente. Parte por así decir de la idea de que la imagen del cuento es lo impropio que mediante la interpretación ha de ser transformado en lo propio, o sea, en conceptos concretos, para poder llegar al núcleo del asunto. En la interpretación de los sueños también se procede de esa manera. Así se introduce una lógica causal, que tiene indudablemente una cierta justificación para la realidad exterior, en esa otra realidad en la que rigen otras reglas y otras leyes totalmente distintas. Y tampoco el tema de la crueldad, como en general la cuestión del bien y del mal, encaja allí con las ideas morales que son válidas en el mundo exterior.
¿No nos queda, pues, ninguna posibilidad de entender los cuentos? Pienso que sí.
En cada persona existe desde el origen la posibilidad de experimentar esa otra realidad. Allí es posible plantear preguntas y pasar pruebas. Eso presupone, desde luego, que no se obture por todos los medios el acceso a esa realidad, sino que se cuiden, se enseñen desde muy pronto los conocimientos relativos a ella. Pero eso significaría naturalmente cambiar toda la dirección del pensamiento de nuestra civilización, que está orientado exclusivamente hacia fuera.
Puede que en un futuro haya alguna vez escuelas en las que se enseñe el verdadero soñar.

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