Hace unos minutos hice algo que creo nunca antes había hecho o al menos no de esta manera: agarrar el muro de Facebook como herramienta para desahogar toda la frustración y furia que he venido acumulando durante largos meses de calvario enfrentando la absurda maquinaria burocrática que tiene a nuestro País postrado y sin posibilidad alguna de salir adelante. No recordaba que justamente para eso sirve también este blog empolvado. Cuando el texto se alargaba, recordé que podía venir también aquí, pero recordé también que por primera vez sentía ganas de que ese grito virtual se escuchara, y hace tiempo que aquí mis gritos resuenan poco. Da igual, así que recupero ese grito arrojado al muro de Facebook y lo comparto acá.
Quisiera pensar que estoy ante cuestiones locales, que solo suceden en el municipio que habito o en la entidad a la que éste pertenece, pero es mucho más que eso. Quisiera tener ejemplos que me demuestren que me equivoco: que realmente contamos con servidores públicos, funcionarios y representantes dignos de tales cargos, que esos buenos son la mayoría y que los corruptos que solo velan por intereses personalísimos son unos cuantos, tan visibles que por eso echan a perder la foto. Pero no encuentro esos ejemplos. Mientras más trato con la gente que tiene en sus manos las decisiones de las cuales depende nuestro devenir, más frustración y más ira siento. Sé que esto no significa que todo esté perdido. Sé que desde donde estemos podemos y tendremos que hacer algo —y hacer mucho—. Sin embargo, repugna corroborar una y otra vez que quienes tienen la posibilidad de hacer algo para que las cosas sean mejores, más se empeñan en mirar solo el pequeño metro cuadrado que les rodea y se construyen impresionantes fantasías que les llevan incluso a defender cuanto hacen como si fuera un auténtico servicio a la humanidad. Me enfurece atestiguar la manera en que las diferentes direcciones del municipio de León han convertido la gestión pública en una verdadera máquina de hacer dinero; la manera en que la Secretaría de Educación de la entidad, en todos sus niveles, justifica cualquier decisión citando la quimera del Guanajuato Educado que jamás será capaz de materializar porque simple y sencillamente no le interesa hacerlo; el modo en que tantos ciudadanos se suman alegremente —a veces con plena conciencia, a veces con lamentable ceguera— a la maquinaria económica del estado que en todos lados ha decidido combatir la corrupción de antes con la extorsión institucionalizada, dejando en el último rincón de sus posibles intereses el bien común. Hace años que he repetido en cuanto foro me lo permite, mi convicción de que cada salón de clases es una trinchera fabulosa para librar la batalla, para hacer la Revolución y derrocar este sistema que nos tiene esclavizados, incapaces de plantearnos siquiera que otro mundo es posible. Hoy como nunca me siento Iwri, el protagonista de Las Catacumbas de Misraim, de Michael Ende. Y no sé qué signifique eso. Respirar. Necesito respirar. No busco consejos, porque no sabría qué hacer con ellos. Claro, sé que al venir a desahogarme aquí, me arriesgo justamente a recibir no una sino muchas sugerencias. Ninguna será mal recibida, solo digo que no hace falta, pues al final sé que tengo que ir a mi propia caverna y decidir en algún momento. Mientras tanto, solo quería gritar, y viendo que tantos lo hacen aquí, me atreví y decidí venir a hacerlo y ver qué se siente.
Respirar.
Ya estoy más tranquilo.
Veremos.
viernes, 22 de noviembre de 2013
jueves, 26 de septiembre de 2013
Lo malo no es que una conductora de televisión se desgañite intentando defender lo indefendible. Lo preocupante es que esa persona conduzca uno de los programas más vistos en nuestro país y que, para tragedia de todos, tenga razón cuando vocifera que la gente la reconocería antes y con más esperanza que a una periodista, más allá de las simpatías o fobias ideológicas que ésta pueda provocar. Sueño el día en que el repudio a semejantes programas sea general y nuestros medios lleven contenidos más constructivos, que nos humanicen.
Sueño y, desde mi trinchera, trabajo por ese sueño.
#OtroMéxicoEsPosible
Sueño y, desde mi trinchera, trabajo por ese sueño.
#OtroMéxicoEsPosible
martes, 10 de septiembre de 2013
Reformas Mágicas (II)
Hoy no cumpliré mi palabra. Si alguno solía leerme, recordará que estas traiciones a mí mismo, no son cosa rara. Los demás, espero sepan perdonarme, pero se darán cuenta que uno propone y las circunstancias muchas veces son las que disponen.
El tema de gravar servicios educativos con IVA empieza a tambalearse de acuerdo con las primeras reacciones de algunos legisladores. Aprovechando esto, sin intención de cantar victoria, quisiera dejar el tema educativo para mañana y ocuparme de una breve revisión general de la Reforma Hacendaria, mesurando un poco mi reacción de ayer, misma que reconozco cargada de la ironía que caracteriza mis enfados.
No pienso echarme para atrás, al menos no por el momento: sigo creyendo que la iniciativa presentada por Presidencia con la bendición del Pacto por México, es una mala propuesta. Pero no es cuestión de blanco y negro, naturalmente. Es una iniciativa terriblemente gris, y ese me parece su mayor defecto.
El Paquete Económico 2014 parece haber sido diseñado para dar gusto a todos y es quizá justamente por eso que termina gustando a muy pocos. Más allá de lo que muchos salgan a decir en la escena pública, me atrevo a señalar que pocos creen que esta es la Reforma Hacendaria que México necesita. Si fuese una reforma de derecha, estaríamos ante el IVA generalizado, incluyendo alimentos y medicinas, y no veríamos al sector empresarial denunciando la eliminación de ciertos mecanismos que les estaban sirviendo de máscara para abusar de beneficios fiscales. Si fuese una reforma de izquierda, estaríamos ante medidas mucho más drástica en el gravamen a los grandes empresarios y ante un paquete que replanteara por completo la lógica del gasto gubernamental. Pero no, estamos a medio camino, en una propuesta que busca quedar bien con Dios y con el Diablo.
El paquete es calificado de reforma social y se expone con el lenguaje que caracteriza al populismo: una reforma al estilo Robin Hood, que ofrece quitar a los ricos para repartir entre los pobres. El problema es que en el fondo, no permitirá lo uno y mucho menos lo otro. Si estuviésemos ante una reforma que en verdad buscara mejorar las condiciones de vida de los más pobres, si estuviésemos a la puerta de una auténtica transformación de los sistemas de seguridad social y de generación de oportunidades para quienes son y han sido víctimas de la explotación de un sistema injusto por naturaleza, yo sería el primero en votar a favor. El problema, insisto, es que no estamos frente a eso.
Me apuro, que seguro ya muchos están fastidiados de lecturas sobre la reforma.
¿Hay cosas buenas? Sin duda. Eliminar el esquema de consolidación fiscal, por ejemplo, así como proponer una ruta para acabar con las irregularidades que esconden los famosos REPECOS. Incluso eliminar el Impuesto a Depósitos en Efectivo parece sensato, considerando que se propone no solo derogar dicha obligación, sino complementarla con el informe de operaciones en efectivo (cosa que en sí misma me parece todavía muy peligrosa y que estaría pendiente comprender bien cómo habría de operar). Ya siendo muy generoso con la iniciativa, estoy dispuesto incluso a aceptar la idea del 32% como tope en el ISR.
El problema es que todas estas cosas, si bien pueden ayudar a acabar con algunos problemas de evasión fiscal, no ayudan a incorporar al sistema tributario a muchos que bien merecen aportar de una buena vez a este País. La justicia social que propone la iniciativa es, por tanto, muy limitada y, en consecuencia, injusta.
Dejemos de lado lo de las mascotas, los chicles y los refrescos, no por ser poco importantes, sino porque si hablamos de una reforma social, las tres cosas son bastante superfluas. No así las hipotecas, las actividades culturales o los servicios educativos que ofrecen los particulares, que de concretarse, uno esperaría estuviesen sustentados en una lógica que realmente propusiera una nueva formulación del papel del Estado en relación con la educación en manos de particulares, una nueva política cultural de fondo o un nuevo proyecto de País en lo relativo a la vivienda. Pero no, ha sido irse por la fácil: grava el consumo de educación y habitación como si fuera cualquier otro artículo de consumo, pues al fin en la lógica del consumismo, bienes y servicios son todos iguales.
Veremos en los días por venir qué "transita" y que no de todo el paquete propuesto. Dos meses como máximo para tener certeza de por dónde se moverán las cosas para 2014.
Queda ahora sí por comentarse el asunto educativo. Sin embargo, me he dado cuenta que la posibilidad de retirar la exención de impuesto al consumo de servicios educativos, me sirve solo como pretexto para proponer una reflexión más amplia, sobre el papel de las instituciones privadas en el escenario de los servicios educativos. Por este motivo, en la lógica que proponía yo mismo ayer, lo dejo para otra entrada.
Aquí nos vemos mañana.
lunes, 9 de septiembre de 2013
Reformas Mágicas (I)
La mayor tragedia de los mexicanos parece originarse por una irrefrenable dominación del pensamiento mágico sobre nuestras mentes. Consideremos, para no complicarnos, la más básica de las manifestaciones de la magia: la de nuestra niñez. Esa magia que se hace posible gracias a una combinación de ignorancia, ingenuidad y necesidad. Cuando niños, ignoramos por nuestra pequeñez, por falta de experiencia, porque lo que tenemos más cerca se nos aparece como universal y el poder de lo concreto, por particular y limitado que sea, define nuestras preguntas y traza el límite de nuestras respuestas. Cuando ese límite resulta insalvable a través de los medios de los que disponemos, la magia encuentra uno de sus más básicos componentes. En tales casos, imaginamos porque ignoramos. Si al desconocimiento sumamos nuestra confianza, la magia puede fortalecerse, de tal suerte que ya no solo imaginamos: creemos, porque nos lo dice alguien digno de confianza. ¿De qué otra manera explicarse la aparición de los juguetes que tanto deseamos, al pie de un árbol iluminado? No solo lo imaginamos: nos han dicho que sucede de cierta manera. Pero no es suficiente: el pensamiento mágico se robustece y se hace pleno cuando además de ignorantes y crédulos, estamos necesitados. ¿Cuántas veces, incluso siendo adultos, no hemos terminado repitiéndonos una y otra vez que necesitamos creer?
Pienso que es esta mezcla de ignorancia, credulidad y urgente necesidad, la que hace que el pensamiento mágico constituya hoy la manera más sencilla de resolver nuestras dudas. Quienes llevan las riendas del país —y quienes desean llevarlas— lo saben. Por eso las premisas con las que nos ofrecen sus respuestas, operan sobre mecanismos de una racionalidad equiparable a la del esoterismo. En esa lógica, aprobar la Reforma Energética tendrá como efecto directo más energía a menor costo, la Reforma Educativa permitirá que niños y jóvenes cuenten con educación de calidad y con mayores oportunidades. El problema con el pensamiento mágico es que no cuestiona, no pone en duda: acepta las respuestas, ya sea por ignorancia, por ingenuidad, por necesidad o —para desgracia nuestra— por las tres cosas al mismo tiempo.
Lo opuesto al pensamiento mágico, al menos como aquí he intentado describirlo, sería un pensamiento racional. Mejor aún: una lógica racional y razonable. Una lógica que cuestiona, que está abierta a la reformulación de las ideas.
Tomemos el caso de la Reforma Hacendaria. El sitio de internet promovido por el Ejecutivo para explicar su propuesta, es una galería fascinante de muestras del pensamiento mágico. ¿Para qué es la Reforma? "Para que le vaya mejor a la gente." ¿Cómo se justifica cualquiera de los aumentos propuestos? Es cuestión de justicia social: con una mayor recaudación podremos mejorar los servicios públicos. Vale, pues ya está: votémosla a favor y a lo que sigue, que sin duda nos habrá de ir mejor a todos.
Me dirán, por supuesto, que no espere yo una explicación en 140 caracteres. Pues no, pero cuando uno lee los millares de folios que constituyen el Paquete Económico 2014 presentado a consideración del Legislativo, uno no encuentra mucha racionalidad en las explicaciones. Aclaro: no las he leído todas, pero sí leí por completo el documento con los Criterios Generales de Política Económica 2014, así como las iniciativas de reforma a Ley del IVA y Ley del ISR. En estos centenares de cuartillas, parece que todo se resume en un par de premisas que suenan hermoso: a mayores recursos, mejor gasto. Genial. ¿En serio?
Vamos viendo algunas muestras. Se propone, por ejemplo, gravar con IVA las rentas e hipotecas. Entre Godínez, Gonzalitos y Cantinflas redactaron esta joya de racionalidad para justificar el gravamen:
Exentar la enajenación de casa habitación del IVA implica el que la enajenación de propiedades de alto valor, que son las adquiridas por la población de más altos ingresos en el país, se beneficien de dicha medida, lo cual implica que los hogares de mayores ingresos absorban la mayor parte de la renuncia recaudatoria que implica mantener la exención. Una situación similar se presenta en el caso del arrendamiento de casa habitación.
Ahora bien, en el caso de los intereses de créditos hipotecarios, este tratamiento permite exentar del pago del IVA a los contribuyentes que obtienen intereses que tienen como origen la adquisición de propiedades de alto valor, beneficiándose con este régimen especial en mayor medida a los hogares de mayores ingresos. (Iniciativa de Ley del IVA, p. VIII)
Lo anterior es así, toda vez que no obstante los esfuerzos del Gobierno Mexicano para promover estas actividades, las mismas requieren ser apoyadas. En efecto, los datos estadísticos del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) al realizar encuestas que permiten vislumbrar los porcentajes a nivel nacional del acceso y asistencia a estos espacios culturales, reflejan la conveniencia de que sean apoyados. (Iniciativa de Ley del IVA, p. XII)
De lo anterior, debemos concluir que los ricos que compran grandes mansiones justifican derogar la exención. Total, los que rentan departamentos y casas pequeñas, ni lo van a sentir. ¿Cierto?
Educación y cultura se verían también afectadas de aprobarse íntegramente el Paquete Económico propuesto. Dejo el tema de educación —que me es especialmente sensible— para una reflexión aparte, y pongo el caso de los "espectáculos públicos". Para explicar a propuesta, cedemos la voz nuevamente a Cantinflas y compañía:
El gasto corriente monetario en espectáculos públicos está concentrado en los hogares de mayores ingresos: el 30% de los hogares de mayores ingresos realiza el 80% del total de gasto por este concepto, en comparación con 3.7% que significa para el 30% de los hogares de menores ingresos. Considerando lo anterior, con el fin de darle mayor progresividad al sistema impositivo en su conjunto, se propone a esa Soberanía eliminar la exención en el IVA a los espectáculos públicos, manteniéndola únicamente para las funciones de teatro y circo en los términos que hoy se prevé.
Clarísimo, ¿no? De lo anterior, concluye el Señor titular del Ejecutivo, lo siguiente:
De esta manera, para que las actividades artísticas más antiguas e influyentes de la humanidad adquieran fortaleza y se remonten a la grandeza de sus inicios, se propone conservar la exención prevista para los espectáculos públicos, únicamente el teatro y circo, con lo que se logrará promover y fomentar las actividades culturales más antiguas de la civilización. (Iniciativa de Ley del IVA, p. XIV)
Además de una lección de justicia social, el documento nos deja una valiosa lección de Historia del Arte, que deja a la música y la danza, por ejemplo, como menores derivaciones del arte circense. O, ¿estoy interpretando mal la noción de "espectáculos públicos"? De veras, leí al derecho y al revés la iniciativa y no encuentro el parámetro. (No descarto estar en un error, así que si alguno encuentra la respuesta, recibiré con gusto sus señalamientos.)
Seguramente ya la mitad dejo de leerme a estas alturas, así que no me extiendo mucho, pero cito solo un caso más de la magia contenida en la propuesta del IVA: agregar un peso por litro a las bebidas "saborizadas con azúcares" ayudará a eliminar la obesidad infantil. Quiero verlo. Para mayor información, transcribolas fracciones XVIII y XIX del artículo 3º de la Ley del IEPS, donde se detalla la definición de las bebidas, polvos, concentrados y jarabes saborizadas, pues no me queda muy claro si podrán ustedes seguir envenenándose con químicos endulzantes bajos en calorías o si solo les van a quitar lo que no es "light":
Bebidas saborizadas, las bebidas no alcohólicas elaboradas por la disolución en agua de cualquier tipo de azúcares y que pueden incluir ingredientes adicionales tales como saborizantes, naturales, artificiales o sintéticos, adicionados o no, de jugo, pulpa o néctar, de frutas o de verduras o de legumbres, de sus concentrados o extractos y otros aditivos para alimentos, y que pueden estar o no carbonatadas.
Concentrados, polvos y jarabes, esencias o extractos de sabores, que permitan obtener bebidas saborizadas, a los productos con o sin edulcorantes o saboreadores, naturales, artificiales o sintéticos, adicionados o no, de jugo, pulpa o néctar, de frutas, de verduras o legumbres y otros aditivos para alimentos. (Art. 3º de la iniciativa de Ley de IEPS)
En fin. La gran pregunta es: ¿qué rol nos toca jugar a los ciudadanos ante iniciativas planteadas bajo premisas propias del pensamiento mágico? Supongo que una alternativa —al menos una— es recibirlas con la lógica de la racionalidad y actuar en consecuencia.
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PD. He dejado fuera por ahora el tema de IVA en colegiaturas y servicios de enseñanza en general. Por cuestiones profesionales, es evidente que el tema me involucra de manera particular. Es por ello que he preferido dejarlo para una reflexión por separado. Aquí mismo, mañana martes.
sábado, 7 de septiembre de 2013
#HumildadTEC
Consulto el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua:
orgullo. (Del cat. orgull). 1. m. Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.
La definición es sencilla, clara, contundente. Y da mucha tela de dónde cortar. Por supuesto que todos nos hemos sentido orgullosos, y seguramente muchas veces ese orgullo a nacido de causad nobles. Quizá el problema del término está cuando lejos de ser un sentimiento, el orgullo se convierte en una condición de nuestro ser.
Hoy me parece especialmente ilustrativo el énfasis con el que este sustantivo (y el adverbio derivado del mismo), constituye uno de los ejes del festejo del 70º aniversario de mi alma máter, el Tecnológico de Monterrey.
"Orgullosamente Ex-A-Tec", reza la credencial dorada que recibí al concluir mi licenciatura a finales del siglo pasado. "Orgullosamente LCC", ilustra la imagen de perfil de muchos de mis colegas en las redes sociales. (Están por supuesto las variantes correspondientes a un amplio número de carreras y programas.) #OrgulloTEC y #OrgullosamenteTec son dos de las etiquetas promovidas con más fuerza por el Tec en las redes sociales para celebrar su septuagenario.
Seguro que muchas de las expresiones que celebran los 70 años del Tec nacen del agradecimiento. Pero sería ingenuo negar que mucho del #OrgulloTec está más cerca de la definición que da la Real Academia: arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia. Cierto, a veces nace de causas nobles: me consta que noble fue y es la causa de muchos de los que fuimos y son parte del Tec... tanto, como arrogante ha sido el discurso que por mucho tiempo ha acompañado a la institución.
Muchas veces —primero como estudiante y después como colaborador— me tocó escuchar discursos del Dr. Rafael Rangel, otrora rector del Tecnológico, infundiendo ese espíritu de superioridad que caracteriza a muchos egresados: "La mejor milésima de la sociedad", afirma en uno de esos discursos. Suponiendo sin conceder que los egresados del Tec realmente fuésemos la mejor parte de la sociedad, tendríamos que admitir un rotundo fracaso en contribuir a la transformación social y económica del País. Lamentablemente esos discursos orientados a la exaltación de un injustificado sentimiento de superioridad, rara vez canalizaban ese orgullo al compromiso social. (En justicia, cabe precisar que ese discurso de la superioridad no es privativo del Tec, sino que está trágicamente presente en las universidades privadas de mayor prestigio.)
En estos días de festejo, agradezco una vez más el privilegio que tuve de estudiar en el Tec de Monterrey. Privilegio, sí, pues no se de qué otra manera podría calificar la oportunidad de estudiar en una institución cuyas colegiaturas son superiores a los ingresos mensuales de prácticamente el 60% de las familias mexicanas.
En junio de 2010, a propósito de la renuncia de Rangel a la rectoría del Sistema Tec, relaté aquí el origen de los sentimientos encontrados que me vinculan a mi universidad. Al Tec le atribuyo algunas de las mejores experiencias de mi vida, como también la debo algunas de las más desagradables. Agradezco ambas, por supuesto, aunque admito que las huellas de algunas de las experiencias negativas todavía me duelen. Y me duele especialmente atestiguar de qué manera el #OrgulloTEC, quizá por nacer de causas de dudosa nobleza y frágil virtud, se convierte en soberbia.
Recuperando algo que he dicho a lo largo de ya casi dos décadas, estoy convencido de que el Tecnológico de Monterrey está llamado a jugar un papel importante en la historia de este País. Lo ha jugado ya, por supuesto, pero hablo de un papel que contribuya auténticamente a transformar el rostro de la pobreza y la injusticia que divide dolorosamente a nuestra Patria. Y estoy convencido de que para alcanzar ese llamado, sería interesante dejar de lado el orgullo y empezar a cultivar algo mucho más grande y sin duda mucho más poderoso. Sueño lo mejor para mi casa de estudios. Sueño que un día a su gente, nos distinga una nueva etiqueta: la #HumildadTEC
Mientras construimos esa nueva virtud, te agradezco una vez más todo lo que me has enseñado, en las buenas y en las malas. ¡Feliz cumpleaños 70 querido Tec!
jueves, 25 de abril de 2013
La muerte, otra vez
La muerte es, sin lugar a dudas, uno de los temas que más trabajo me cuesta enfrentar. Y, sin embargo, hace un rato me di cuenta que es de los motivos que más me han llevado a escribir en los últimos años, dejando de lado quizá la literatura y la música. La muerte ha sido, sin duda, el tema que más veces me ha llevado a romper el silencio escrito. Porque, aunque es un asunto del que me resisto a hablar, me vuelco con cierta naturalidad a escribir sobre ella. Lo que me produce la muerte es innombrable y, pese a ello —o quizá justamente debido a ello—, he terminado muchas veces escribiendo largas páginas sobre ella.
El primer recuerdo plenamente consciente que tengo de la muerte se remonta a un cuarto de siglo atrás. Una mañana, mientras los cientos de niños que poblábamos la primaria donde estudié nos encontrábamos formados para una ceremonia cívica en el patio, nos anunciaron que Carlos, un chico de mi grupo, había muerto a raíz de un accidente montando a caballo. Carlos, como yo, tenía entonces 10 años.
Mi niñez, como he contado algunas veces, parece haber sido eliminada de mi memoria hace mucho tiempo. De ahí que no conservo mucho más de aquel momento ni de los que vinieron después. Recuerdo, eso sí, la ausencia incomprensible y lo que ésta me provocaba. Soy incapaz de evocar lo que me hayan dicho los adultos al respecto. Ignoro si eso haya influido en mi modo de procesar la pérdida, si es que realmente conseguí procesarla.
Con los años, no han sido muchas las partidas que me ha tocado vivir, pero han sido profundas. Todas, acompañadas —como con casi cualquier circunstancia en mi vida— de una larga cadena de interrogantes y reflexiones que me animo a tildar de filosóficas —con efe minúscula, eso sí— a falta de un mejor adjetivo.
Este año la primavera me ha traído dos despedidas radicalmente distintas y, pese a ello, semejantes en sus efectos. Sobre la primera de ellas —harán este sábado cuatro semanas—, quise escribir para ayudarme y no fui capaz: mi abuela Esperanza murió el Sábado de Gloria, después de casi 90 años en este mundo —60 de los cuales compartió de la mano de mi abuelo— y tras 10 años de despedirnos de ella sin querer que el adiós fuera cierto. La despedimos con lágrimas, con llanto, pero también con Mariachi, con fiesta, dichosos y agradecidos por las nueve décadas que su sonrisa iluminó este mundo.
En contraste, como hace 27 años que despedimos a Carlos en el colegio, hoy volví a enfrentarme a la incomprensible pérdida de una vida que apenas había dado sus primeras flores. Y hoy, como entonces, la ausencia me paralizó y se quedó con todas mis palabras. Cualquier intento por decir algo terminaba en un nudo en la garganta, por instantes convertido en llanto, aunque las más de las veces contenido quizá indebidamente.
Hoy Georgina, una niña que estudiaba la secundaria en la escuela donde trabajo, se nos adelantó prematuramente. Hasta ahora que escribo estas líneas, el nudo en la garganta me ha llevado a evadir el tema en mis conversaciones. En unas horas, sin embargo, debo romper ese silencio. Sus amigos y maestros, tras algunos ejercicios de catarsis en los que, cada uno a su modo, ha tenido oportunidad de iniciar el proceso de duelo, organizaron para mañana una pequeña ceremonia de despedida para agradecer a Geo el habernos regalado un trozo de su vida. Será entonces que habré de decir algo.
No sé qué palabras saldrán de mi boca. Quisiera escribirlas antes, previniendo una crisis de llanto frente a las decenas de niños que estarán reunidos con nosotros. Mi alma sabe lo que quiere transmitirles, pero no ha encontrado las palabras adecuadas. ¿Existirán siquiera? Sé muy bien, eso sí, lo que no quiero decirles. Tengo claro que no me interesa hacer de su duelo una oportunidad para el chantaje. Suena terrible, lo sé, pero con el paso de los años he escuchado ya suficientes prédicas que convierten la pérdida de los que queremos en un pretexto para moralizar. Peor aún: mientras más prematura es la despedida, más se abusa de semejante discurso.
No. Mañana quiero ser capaz de celebrar la vida honrando y agradeciendo lo mucho que Geo nos dejó en su brevísimo paso por este mundo. Posiblemente dentro de 30 años, muchos de los compañeros de Geo no recordarán lo que yo diga mañana —tal y como me sucede hoy tratando de recordar esa lejana mañana de 1986—. Sin embargo, si en alguno queda algo, me gustaría que fuera la idea de que la vida tiene sentido por breve que sea y que merece vivirse con plenitud, sin remordimientos; con alegría, celebrando con cada acto el regalo que encierra cada mañana. Quisiera ser capaz de decirles que lloren si quieren, que se enojen si les hace falta, que se abracen cada que lo necesiten. ¡Que hagan lo que les venga en gana! Y que recuerden, sí, pero cuidando que el recuerdo no sea un obstáculo que les impida vivir lo que les corresponde, sino una fuente de luz para seguir haciendo su propio camino.
El primer recuerdo plenamente consciente que tengo de la muerte se remonta a un cuarto de siglo atrás. Una mañana, mientras los cientos de niños que poblábamos la primaria donde estudié nos encontrábamos formados para una ceremonia cívica en el patio, nos anunciaron que Carlos, un chico de mi grupo, había muerto a raíz de un accidente montando a caballo. Carlos, como yo, tenía entonces 10 años.
Mi niñez, como he contado algunas veces, parece haber sido eliminada de mi memoria hace mucho tiempo. De ahí que no conservo mucho más de aquel momento ni de los que vinieron después. Recuerdo, eso sí, la ausencia incomprensible y lo que ésta me provocaba. Soy incapaz de evocar lo que me hayan dicho los adultos al respecto. Ignoro si eso haya influido en mi modo de procesar la pérdida, si es que realmente conseguí procesarla.
Con los años, no han sido muchas las partidas que me ha tocado vivir, pero han sido profundas. Todas, acompañadas —como con casi cualquier circunstancia en mi vida— de una larga cadena de interrogantes y reflexiones que me animo a tildar de filosóficas —con efe minúscula, eso sí— a falta de un mejor adjetivo.
Este año la primavera me ha traído dos despedidas radicalmente distintas y, pese a ello, semejantes en sus efectos. Sobre la primera de ellas —harán este sábado cuatro semanas—, quise escribir para ayudarme y no fui capaz: mi abuela Esperanza murió el Sábado de Gloria, después de casi 90 años en este mundo —60 de los cuales compartió de la mano de mi abuelo— y tras 10 años de despedirnos de ella sin querer que el adiós fuera cierto. La despedimos con lágrimas, con llanto, pero también con Mariachi, con fiesta, dichosos y agradecidos por las nueve décadas que su sonrisa iluminó este mundo.
En contraste, como hace 27 años que despedimos a Carlos en el colegio, hoy volví a enfrentarme a la incomprensible pérdida de una vida que apenas había dado sus primeras flores. Y hoy, como entonces, la ausencia me paralizó y se quedó con todas mis palabras. Cualquier intento por decir algo terminaba en un nudo en la garganta, por instantes convertido en llanto, aunque las más de las veces contenido quizá indebidamente.
Hoy Georgina, una niña que estudiaba la secundaria en la escuela donde trabajo, se nos adelantó prematuramente. Hasta ahora que escribo estas líneas, el nudo en la garganta me ha llevado a evadir el tema en mis conversaciones. En unas horas, sin embargo, debo romper ese silencio. Sus amigos y maestros, tras algunos ejercicios de catarsis en los que, cada uno a su modo, ha tenido oportunidad de iniciar el proceso de duelo, organizaron para mañana una pequeña ceremonia de despedida para agradecer a Geo el habernos regalado un trozo de su vida. Será entonces que habré de decir algo.
No sé qué palabras saldrán de mi boca. Quisiera escribirlas antes, previniendo una crisis de llanto frente a las decenas de niños que estarán reunidos con nosotros. Mi alma sabe lo que quiere transmitirles, pero no ha encontrado las palabras adecuadas. ¿Existirán siquiera? Sé muy bien, eso sí, lo que no quiero decirles. Tengo claro que no me interesa hacer de su duelo una oportunidad para el chantaje. Suena terrible, lo sé, pero con el paso de los años he escuchado ya suficientes prédicas que convierten la pérdida de los que queremos en un pretexto para moralizar. Peor aún: mientras más prematura es la despedida, más se abusa de semejante discurso.
No. Mañana quiero ser capaz de celebrar la vida honrando y agradeciendo lo mucho que Geo nos dejó en su brevísimo paso por este mundo. Posiblemente dentro de 30 años, muchos de los compañeros de Geo no recordarán lo que yo diga mañana —tal y como me sucede hoy tratando de recordar esa lejana mañana de 1986—. Sin embargo, si en alguno queda algo, me gustaría que fuera la idea de que la vida tiene sentido por breve que sea y que merece vivirse con plenitud, sin remordimientos; con alegría, celebrando con cada acto el regalo que encierra cada mañana. Quisiera ser capaz de decirles que lloren si quieren, que se enojen si les hace falta, que se abracen cada que lo necesiten. ¡Que hagan lo que les venga en gana! Y que recuerden, sí, pero cuidando que el recuerdo no sea un obstáculo que les impida vivir lo que les corresponde, sino una fuente de luz para seguir haciendo su propio camino.
martes, 5 de febrero de 2013
Existencia: A un año de la partida de Amaya
Hace unas horas el espíritu de Amaya Marichal cumplió un año de haber abandonado el cuerpo contra el que libró una dura batalla. La cercanía de lo material dificulta comprender quién derrotó a quién, pero para mí es claro, pues al final quien sobrevive es más fuerte, y en este caso ha sido el espíritu de Amaya, que sigue entre nosotros.
Lo admito: la dicotomía cuerpo/espíritu es peligrosa. Me obliga a pensar en la enfermedad y sus metáforas, observadas y descritas con mirada crítica por la eterna Susan Sontag, quien también —como Amaya— dejó este mundo por complicaciones ligadas al cáncer. Acepto que al final esas metáforas son quizá muletas para explicarnos nosotros mismos el mundo en la manera en que nos viene mejor comprenderlo.
A lo largo de cuatro años —de 2008 a 20111— escribí varias veces sobre y para Amaya. Pero fue en el arranque de 2012 cuando más letras lancé en este blog refiriéndome explícitamente a ella. El primero fue "Basta", el 12 de enero; a este texto tuve que responderme yo mismo con una nueva entrada al día siguiente, para separar de canal la discusión, por respeto a la misma Amaya. Sin embargo, para mí era evidente que Amaya simpatizaba con lo que yo había intentado transmitir ese 12 de enero: pedir respeto, al margen de discusiones teológicas en las que seguramente tendría yo mucho por aprender. Al menos eso he creído desde ese día, cuando la propia Amaya compartió mi texto en su cuenta de Twitter, con el que fuera dolorosamente su último RT.
Días más tarde, el 23 de enero de 2012, con la edición impresa de El Mundo según Amaya en mis manos, escribí sobre "Esos mundos donde no estamos solos". No me extiendo sobre el tema, que ahí sigue el texto para quien quiera leerlo.
La siguiente referencia a Amaya en este blog apareció iniciando febrero, para despedirme de ella y de otro entrañable joven que había fallecido un par de días antes que ella. "Dos columnas" era mi pequeño homenaje en esos dolorosos días llenos de confusión, días en que casi cualquier pensamiento remataba con un por qué buscando una pequeña señal de sentido.
Curiosamente, el texto que más me gusta leer para pensar en Amaya no lo publiqué en este blog —ni en su precursor, que fue donde nos conocimos—. Me refiero a un brevísimo texto titulado "Existencia", escrito en ese mismo enero de 2012. Ahí la pregunta no es un por qué, sino para qué. Y eso puede hacer una diferencia importante.
No exagero si digo que la existencia de Amaya es una de esas que han marcado —quizá incluso cambiado— el rumbo de la mía propia. Lo sé: suena extraño cuando uno se refiere así a una persona con la que nunca tuvo oportunidad de charlar cara a cara. O quizá sí: porque a veces las palabras, cuando son sinceras, muestran mejor nuestros rostros que la presencia física. Y a través de las palabras Amaya y yo nos encontramos muchas veces.
Ya he narrado más de una vez el papel de Amaya en mis primeras incursiones en el universo de los blogs e incluso nuestro arranque casi simultáneo en Twitter, siendo uno de los primeros seguidores en la lista del otro y viceversa. Pero la trascendencia de Amaya en mi vida va mucho más allá del acceso a una plataforma tecnológica: se encarna en rostros, en vínculos; se materializa en decisiones, se explica a través de provocaciones, coincidencias y diferencias que siempre terminaban en crecimiento.
¿Idealizo? Probablemente. Lo he hecho siempre y en casi cualquier circunstancia, con un gran número de personas. Lo hacemos todos. Las cosas son lo que son sólo en la medida en que nuestros sentidos y nuestra memoria registran que han sido. Y ese idealizar me ha permitido escudriñarme y explorar nuestra condición desde numerosas perspectivas. Con Amaya tuve oportunidad de encontrar diálogo en esa tarea de escudriñar y, sobre todo, de ampliar el número de interlocutores que a veces uno echa tanto en falta.
A un año de distancia, el para qué sigue abierto. Es un para qué orientado a movilizar el pensamiento y las acciones. Porque no sé si las cosas pasan por algo, pero estoy convencido que pasan para algo. Y eso hay que descubrirlo todos los días.
Para mí, que con frecuencia caigo en el fatalismo, la certeza de que existe un sentido —a veces claro, a veces oculto— en todo lo que nos rodea, justifica toda existencia. Pues, aunque somos un instante, somos parte de algo mucho más grande; de ahí que no tengo duda: en nuestra insignificancia, tenemos la trascendencia al alcance.
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