Por convicción y necesidad he cuidado siempre excluir de este espacio cualquier manifestación política —entendiendo, en este caso, por "política" el ámbito de la vida pública vinculado particularmente con el ejercicio del poder y la organización del Estado—. En mis interacciones personales me gusta debatir esos temas siempre que la discusión se enmarque en un mínimo de condiciones para el intercambio respetuoso de ideas, pero no me gusta hacer de tales asuntos el pan nuestro de cada día.
Todo esto viene a cuento porque desde hace semanas ha pasado por mi cabeza la idea de publicar una entrada sobre las elecciones de mañana y, en particular, sobre el voto en blanco. Esta intención se vio reforzada sobre todo la semana pasada ante la diversidad mercadológico-política que vivió mi propio blog de modo un tanto involuntario. Algunos habrán visto ya que en la columna de la extrema derecha —dicho sin connotación política— aparece un recuadro de GoogleAds, cuyo contenido se define de modo "inteligente" en función del contenido del mismo blog. Así, por ejemplo, la entrada pasada que titulé "Vértigo", propiciaba que entre los anuncios apareciera una clínica especializada en tratar este padecimiento, o cuando he hablado de la escuela y mi trabajo, suelen desplegarse vínculos ligados a esa materia. El caso es que en las semanas previas, el inserto de GoogleAds alternaba banners de diferentes partidos políticos que contienden en las elecciones intermedias. Un día mi blog parecía patrocinado por los intentos de social-demócratas y al día siguiente cedía el espacio a Sodi y su actual postulación panista, para después salir con el verde y su manía con que "el gobierno te lo pague". Gracias a Dios han acabado las campañas y el banner publicitario vuelve a la normalidad. Gracias al cielo ya mañana votaremos, anularemos o lo que decidamos, y al menos disminuirá un poco la grotesca saturación de mensajes de campaña que, me parece, sólo acrecentaron más la aversión del electorado hacia la clase política. Ya mañana es 5 de julio. Pero, claro, no todo puede ser tan positivo: al día siguiente empezará —¿continuará?— la maldita carrera por el 2012. Cuento de nunca acabar.
Apunte. Ya que me animé a tocar este tema hasta ahora intocable en mi blog, pongo sobre la mesa algunas de mis divagaciones sobre la anulación del voto. Comparto al 100% el diagnóstico de buena parte de quienes promueven la idea del voto en blanco o el tachar toda la boleta. El 17 de junio el IFE auspició un debate sobre el voto razonado, en el que quedan bastante bien representadas las posturas de quienes apoyan y quienes rechazan la anulación: Denise Dresser y Sergio Aguayo hablaban por los primeros, José Woldenberg y Jorge Alcocer a los segundos. Aquí pueden escucharse las posiciones de los cuatro que, insisto, me parece resumen bien buena parte del debate. Personalmente, confieso mi emoción cuando leí hace unos años el Ensayo sobre la lucidez, de Saramago: un país decide acudir por entero a las urnas, y una mayoría absoluta e indiscutible anula su voto. La ficción construida por Saramago en ese entonces fue recibida de muchas maneras. A mí la posibilidad de que un escenario así se presentase en la realidad me resultaba francamente motivadora. Tristemente, estoy convencido de que la legislación actual no permite que esa anulación se traduzca en consecuencias claras para los partidos —que son a quienes se supone estaría enviándose un mensaje—. En sentido económico, que es el único que los partidos importa, la anulación no tiene ningún efecto. (Es mentira lo que afirma un correo que circula por ahí diciendo que si anulamos le darán menos dinero a los partidos. Eso sucede en otros países de Europa y América Latina, donde la legislación electoral sí reconoce el voto anulado como un voto válido y no lo descuenta del total, como sucede en México.) Ahora bien, mi razonamiento por el voto en blanco se orienta más por criterios éticos. Como ciudadano, sigo creyendo en la importancia de acudir a las urnas y con esa convicción acudiré mañana. Tengo claro que anularé alguna de las boletas ya que, auténticamente, no me satisface ni me parece correcto apoyar a ninguno de los nombres que en ella aparecerán impresos. En otras, apoyaré a quienes, hasta donde los elementos disponibles me permiten afirmar, promueven causas en las que creo. Si alguno de ellos llegara al poder, ya me tocará buscar la forma de seguir cumpliendo mi papel de ciudadano y exigir cuentas. Esto último es quizá una de las ideas que todo el debate sobre la anulación nos ha dejado. Ojalá una vez superado el 5 de julio la ciudadanía conserve el tema sobre la mesa y promueva auténticas vías para esa rendición de cuentas que tanto nos hace falta.
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