Son muchas las cosas sobre las que quisiera divagar hoy. Qué digo hoy, ¡desde hace días! El problema, ya lo anticiparán, tiene cara de reloj. Sí, sé que se trata de un viejo pretexto, pero el hecho es que el tiempo y yo no hemos tenido una buena relación en las últimas semanas.
Veo que esta es la cuarta entrada que publico en marzo. Y, siendo hoy el último día del mes, marzo habrá empatado a agosto del año pasado con el menor número de entradas publicadas. Pero, que conste en actas, no será por falta de motivos. Si queremos culpables, ahí tenemos al tiempo, que yo no estoy para andar asumiendo responsabilidades.
Vale, suena a broma. Y aunque en cierto modo lo es, también es verdad que este mes me ha invadido, como pocas veces, ese afán de desprenderme de todo. Incluyendo mis responsabilidades. Es decir, ese conjunto de compromisos derivados de decisiones tomadas aquí y allá.
La crisis se ha apoderado de mí y ha minado mis fuerzas, particularmente en territorios que solían ser tablas de salvación. Pienso sobre todo en el trabajo. Los trabajos, debería decir. Aceptando cualquier propuesta que me hacen, termino por abarcar mucho y apretar poco, cuando hubo días en que podía abarcarlo y apretarlo todo por igual.
¿Qué ha cambiado? Pocas cosas. Pero sobre todo, mi fe en lo que hago. A ratos el mundo en que me muevo me parece tan carente de sentido. Sí, me refiero, para variar, a la escuela. Y no quiero sonar derrotista. Al contrario: quiero creer. Más todavía: necesito creer en el proyecto que traigo entre manos. Porque de ello dependen muchas cosas.
Y así, como tantas veces en los últimos meses, me dedico a recoger trozos de futuro regados por el camino, con ganas de armar poco a poco este rompecabezas interminable.
Necesito paz. Serenidad. Un poco de aire para respirar. Una pequeña cima para echar un vistazo al panorama desde lo alto. Y tirar pa'lante, pues supongo que de eso se trata.
Apunte. Me leo y reconozco que no sueno muy animado. Cansado, quizá. Para no desatar alarmas innecesarias, aclaro: las cosas marchan bien. Me sigue costando mucho trabajo entender el lugar en el que estoy. No me refiero a la escuela donde trabajo en particular, sino al mundo de la escuela en el sentido más general posible. Sigo buscando la fórmula para sacar adelante el proyecto y, al mismo tiempo, responder a mis llamados internos y reinventar la tarea institucional de educar. Parafraseando a los altermundistas, "Otra escuela es posible".