— ¿Mocca blanco? — preguntó ella claramente.
— ¡Queso con chocolate! El que está ahí... — le dijo su compañero señalando la vitrina de pasteles que había estado yo contemplando segundos antes.
Tardé en reaccionar, pero lo hice a tiempo para responder a la chica:
— ¿Te refieres al café?
Afirmó con la cabeza y sonriendo, mientras el chico de a lado caía en la cuenta de su error.
— No, creo que hoy cambiaré de pecado. El pastel nada más.
El incidente es quizá intrascendente. Aún si lo fue, sirvió para dejarme claro porque esa maldita sucursal de Starbucks sigue siendo mi único refugio auténtico en esta ciudad.
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