Hoy fue un día gris en todo sentido. En este pueblo no dejó de llover durante todo el día. Un martes que no terminó de nacer. Un día que se quedó a medias. Muchas cosas quisieron suceder. Pero al final no pasó ninguna. O casi.
Entre las sombras, que dominaron la mayor parte de la jornada, se acumula el peso de que las cosas no me salen. Me quedo entonces en una suerte de limbo, donde nada sucede. Quizá la señal más contundente es el repetido fracaso en mi intento de clase. Cada día pierdo la calma con más facilidad. Hoy leí la retroalimentación que, sobre mi clase, entregaron los niños a la Directora de Secundaria. Fueron duros, pero creo que justos. Tengo que darles la razón. Quise luego reaccionar positivamente ante sus señalamientos. Y nada. El jueves habrá oportunidad de intentarlos de nuevo.
Entre las luces, el recuerdo de gente que quiero y que cada día echo más de menos. En muchas latitudes y desde muchos puntos en mi línea del tiempo. Particularmente me caló el encuentro digital con el pasado reciente, con parte del equipo de trabajo que me acompañó de alguna manera los últimos tres años. Mientras a una de ellas le escribía un correo, me cayó el veinte de parte de mi frustración y mi melancolía. Comprendí que con ellos me sentí útil, como pocas veces. Lo que hacíamos tenía sentido y nos alimentaba a todos. Compartíamos algo, con nuestras limitaciones, con nuestros defectos —que seguro eran muchos—, lo cierto es que nos rodeaba una peculiar sensación de trascendencia. Con el paso del tiempo ese equipo fue desintegrándose. Y al día de hoy no perdemos ocasión de recordarnos lo que significó coincidir en el tiempo y el espacio, lo mucho o poco que haya sido para cada uno.
La lluvia refuerza la nostalgia. Qué le vamos a hacer. Por hoy ha sido bastante. A descansar que mañana el mundo sigue de este lado. Y habrá que seguir buscándole esa chispa de sentido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario