Parece que tenía que estar viviendo en el Bajío para poder estar alguna vez en el Festival Cervantino. Más de una vez estuve tentado a lanzarme, pero nunca he sido lo suficientemente aventurero. Quien me conoce sabe, además, que si bien no estoy negado a la fiesta, tampoco es que me entusiasme sobre manera. Mis repentinos deseos de viajar a Guanajuato estaban más relacionados con una que otra presentación artística que con las ganas de callejeonear de marcha hasta el amanecer. Insisto: no estoy peleado a muerte con la pachanga, pero es claro que he sido medio abuelo desde siempre.
El caso es que, viviendo ahora donde vivo, ya era el colmo que dejara pasar algunos eventos de la cartelera cervantina de este año.
Ya en la entrada anterior reseñaba Sin Sangre, mi primera incursión oficial al festival. El fin de semana la experiencia siguió con Nebbia, una co-producción del Cirque Éloize con Teatro Sunil. De nuevo, las palabras no me alcanzan. El brillante Daniele Finzi Pasca crea un espectáculo lleno de poesía en movimiento; una provocación tras otra: del asombro a la carcajada, de la reflexión al suspiro, de la sorpresa a una que otra lágrima. Hace ya varios años que me crucé por vez primera con el trabajo de este director-creador-clown suizo, a través de Ícaro, maravilloso montaje que presentó en México. En Nebbia, se repite uno de sus temas recurrentes: la frontera entre cordura y locura, entre fantasía y realidad. Los actos circenses se mezclan con la lírica en un delicado viaje rodeado de neblina. Viaje que invita a mirar al cielo como una forma de mirar hacia adentro y hacia el Otro. El resultado es de una elegancia magistral.
Y siguiendo con las artes escénicas, esta semana rematé con una de las piezas cumbre del drama occidental: la compañía lituana Meno Fortas presentó su galardonada puesta en escena de Hamlet, de Shakespeare. Hamlet siempre ha sido una de mis obras predilectas. Más allá de la fuerza que encierran forma y fondo de esta tragedia, la identificación que siempre he sentido con el joven príncipe de Dinamarca no deja de intensificarse con el tiempo. Durante tres horas y media, la propuesta del director Eimuntas Nekrošius permite adentrarnos en una lectura inusual de personajes tan míticos que uno creería conocerlos a la perfección. En particular, me impresionó el papel que juega el asesinado Hamlet padre, que se nos presenta más allá del mero espectro. La atemporal propuesta de Meno Fortas deja en evidencia una vez más la innegable vigencia y universalidad de una obra que, bien trabajada, no puede dejar de sorprender.
Entre una cosa y otra, se intercalaron escapadas musicales a la Calzada de las Artes, en el Fórum Cultural de León, pasando del Carmina Burana al son cubano, pasando por el tango de la Orquesta Típica Fernández Fierro. Pero quizá el momento más poderoso con el que asociaré mi primera incursión al Cervantino, será el café que me bebí anoche a un costado del imponente Teatro Juárez de Guanajuato. Quiso el azar que se alinearan los astros para que Howard Gardner viniera esta semana a León, y convocará a tres millares de personas vinculadas con la educación, entre quienes estaban tres amig@s y ex-colaboradores querid@s. Todo se conjuntó inmejorablemente y quizá las energías desatadas por la música, las letras y la buena charla, desencadenaran una racha de entusiasmo que hoy me tiene mirando el futuro con más optimismo. La posibilidad de la que hablaba hace poco se reafirma y me decido a hacer frente a lo que viene. Sea lo que sea.