Desde que mi hermano y yo éramos todavía muy pequeños... Bueno... Desde que éramos más pequeños, el cine se hizo pronto parte de nuestras historias. A unas cuadras de casa estaba el imponente Cine Bella Época —en donde hoy está la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica—. En esa sala llegamos a ver infinidad de películas. Recuerdo en particular, Travesuras de una bruja (Bedknobs and Broomsticks me entero que es su título original) y puedo vernos caminando con mi papá de regreso a casa, planeando la forma en que habríamos de recrear las escenas que más nos habían gustado.
Un día, a través de unos vecinos, descubrimos un peculiar invento: los videocasetes. Nosotros aún no disponíamos de semejante tecnología, pero en la casa de enfrente pudimos, por ejemplo, descubrir y disfrutar varias veces Willy Wonka y la fábrica de Chocolate, otro clásico de nuestra infancia. Llegó cierto día la ocasión de tener nuestro propio reproductor beta en casa, lo cual no confinó la experiencia fílmica al cuarto de papás, pues las invitaciones a ver películas seguían teniendo anfitriones en sedes externas: la extravagante vecina de atrás de la casa, con quien vimos una y otra vez la versión animada de Robin Hood, y mi tía Y., con quien ir a quedarse un fin de semana era toda una aventura —era necesario ir "hasta" Tlalpan—. (Por cierto, en su casa vimos un montón de veces otra de mis all-time-favorites, The Sound of Music o La Novicia Rebelde, como le conocemos en México.)
La videocasetera iba ligada a otra creación de aquellos tiempos: el video club. Además de alquilar películas en Video Centro, éramos socios en un video club más austero, cerca de casa de abuelita. Ahí encontrábamos con frecuencia películas menos conocidas, al menos para nosotros. En ambos casos, lo cierto es que llegábamos a rentar la misma película en varias ocasiones. (Eso cambió un poco cuando, ya entrando en la adolescencia, un compañero del colegio lograba copiar películas de un casete a otro, iniciando tempranamente su negocio de piratería.)
Pero más allá de la experiencia del cine en casa, siempre estuvo la asistencia a las grandes salas, para presenciar desde los taquilleros estrenos de aquellos días, hasta películas que a veces ya no sé si existieron o si fueron imaginadas por mí.
Lo cierto es que algunas películas, ya fuese en la pantalla grande o en el televisor de casa, marcaron especialmente nuestra infancia. (Y digo "nuestra" pues aunque las huellas dejadas seguramente han sido distintas, estoy seguro que en algunos casos esa marca es igual de significativa.) Mientras escribo, vienen a mi mente muchos títulos por distintas razones. Desde hits ochenteros tan míticos como Cazafantasmas, hasta películas casi de culto en la historia de nuestra infancia, como F/X Efectos Especiales; producciones fantásticas como Regreso a Oz o íntimas como Milagro en la Calle 8; producciones atrevidas como Las aventuras del Barón Munchaussen o entretenidas a morir como Los Muppets toman Nueva York; clásicos como La Historia Sin Fin, o cintas hoy olvidadas, que no lograron ese registro en la historia y cuyos títulos ahora no soy capaz de evocar (¿te acuerdas una de extraterrestres?).
Papá y mamá fueron obviamente responsables de todo esto en buena medida. Siempre estimularon mucho nuestro interés en cualquier cantidad de cosas, entre ellas el cine.
Y toda esta cascada de recuerdos viene hoy porque ayer vi después de muchos años una de esas películas de nuestra infancia. Una que recuerdo sobre todo porque le encantaba (y seguramente él me pedirá que lo diga en presente: le encanta) a papá: Los dioses deben estar locos. La compré en DVD hace tres navidades, pensando en regalársela... y por alguna razón me la quedé. Nunca la abrí. Y ayer se dio la oportunidad de revivir la locura de esos dioses que arrojaron una botella de Coca-Cola al profundo desierto del Kalahari. Recordaba imágenes. Pero al mismo tiempo dudaba si realmente la había visto o sólo creía haberlo hecho. Lo cierto es que ayer sentí que la veía por primera vez. Y me encantó. Una película vista con otros ojos. Vista desde otra historia. Vista a ratos con nostalgia, casi escuchando al pequeño Ernesto a un lado, compartiendo ingenuos recuerdos.
Una película que tiene un poco de todas las nostalgias que aquí he referido. Y que me deja con ganas de viajar en busca de muchas otras en las que permanece atrapado el tiempo.
4 comentarios:
hahahaha, una de extraterrestres? pueden ser varias
Flight of the Navigator?
Enemy Mine?
The Last Starfighter?
Lo mas bonito de aquellas epocas es que como bien recuerdas al salir del cine pasabamos horas y horas tratando de averiguar y recrear como habian los cineastas realzado los efectos especiales , que si eran animatronics, cables, miniaturas, efectos opticos, parte de la diversion era el encontrar respuesta a esa duda, desgraciadamente esos tiempos quedaron muy atras y hoy en dia la respuesta del como se hizo algun efecto es 98% del tiempo la misma : CGI , y bueno mejor me cayo porque como dirian "my fellow filmmakers, rodrigo you are purist" a lo cual respondo" yes I am" ;)
jajaja bingo!!! Estaba pensando en The Last Starfighter... Con ese recordatorio me fui ya a YouTube a refrescar imágenes y, uf, es increíble... Ayer tratando de hacer memoria, le decía a mamá que teníamos hasta algún libro para colorear de esa película... será verdad? o ya estoy alucinando demasiado? jaja y Flight of the Navigator!!!! Qué cosas! Creo que tengo que darle una actualizada a mi pequeña colección de Sci-Fi movies ;) Un abrazo fuerte!
jeje, mientras escribías el segundo comentario, yo respondía el primero, así que agrego nada más que en eso coincido contigo plenamente en la nostalgia por aquellos días en los que no todas las respuestas estaban en la animación digital... sin duda creo que la industria ha abusado de ella... claro, quizá por ser una industria. Pero de pronto uno encuentra a esos que, como tú, de tanto en tanto ayudan a recuperar en sus áreas algo de aquellas técnicas casi artesanales pero poderosamente mágicas :)
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