miércoles, 27 de mayo de 2009

Ideas sueltas

Días intentando escribir unas cuantas cosas. Por aquí y por allá han quedado algunos apuntes, pero mis acostumbrados desórdenes me han impedido venir aquí y poner un poco de lógica a algo de lo mucho por decir y arrojar al aire.

La descarga emocional que recibí el viernes ha tenido sus secuelas. No ha sido fácil lidiar con tantas cosas. Sigo buscando la forma de canalizar tantas dichas y asignarles un lugar en la estructura de mi mente, de mi proyecto pedagógico, de mis nociones de educación. Y eso está resultando fascinante. Aunque confronta. (Quizá de ahí la fascinación.)

Siguiendo con la intensidad, el sábado las catarsis encontraron una excelente salida: el concierto de la Quinta Estación en el Auditorio Nacional. De inicio a fin, una delicia. Una tormenta de energía. No hay una canción de esta banda que no me guste; la que sea, me enloquece. Unas más que otras, por supuesto, pero todas geniales. Dos horas de cantar, gritar, brincar, bailar. Extraordinario sonido. Y una vibra indescriptible. 

El inicio y el final fueron apoteóticos. Arrancaron con "Que te quería", del nuevo disco; la página oficial en YouTube no deja insertar el video, pero no dejes de echar una oída por acá. Cerraron con dos canciones que hace tiempo se hicieron míticas: "Me muero" y "El sol no regresa".

Y para cerrar con estas divagaciones emotivas, vengo llegando de continuar mi reencuentro con el pasado, en nuevo intento por hacer de él parte del presente. Nos reunimos algunos de los chicos de la cena del viernes, con otras sonrisas que aquel día no pudieron estar presentes. Ya ni reseña escribo, porque me pongo a llorar otra vez. 

Una última sonrisa: ya están enviados a Barcelona mis dos proyectos de cierre de semestre. Uno ya incluso está calificado. Quedo en espera de la evaluación del segundo, para respirar un rato y después arrancar el artículo que debo presentar en septiembre. :)

En fin, cierro esta entrada sin lógica y cargada de emociones con aquello de "... y tras varios tequilas...". 

sábado, 23 de mayo de 2009

Gente de bien

«Lo que la Fotografía reproduce al infinito únicamente ha tenido lugar una sola vez: la Fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente.»
Roland Barthes, La cámara lúcida


Cuesta mucho trabajo empezar a escribir sobre anoche, pero tengo claro que sobre la marcha las ideas irán tomando su lugar y las palabras cederán. Así, sin afán de narrar el encuentro —ninguna narración que yo articulase se acercaría siquiera a la magia de lo vivido— me limito a dejar que fluyan unas cuantas ideas que revolotean aquí dentro.

Cada vez que he tenido la oportunidad de pasar cierto periodo de tiempo compartiendo el aula con un grupo de inquietos chicos adolescentes, hay una cuestión que irremediablemente cruza tarde o temprano mi cabeza: ¿qué será de ellos en cinco, diez, veinte o cincuenta años? ¿qué les espera o qué se prepararán ellos mismos para el futuro? En la medida que, con el pasar de un curso escolar, crece mi amor por cada estudiante que he tenido oportunidad de tener como compañero de aprendizaje, crecen también las preguntas y las expectativas sobre sus futuros. Al final, todo se resume en un deseo que opera también como humilde intención subyacente en todos mis actos: la esperanza de que cada uno llegue a ser «gente de bien». 

No sé bien qué pueda significar eso para otros, pero a mí la expresión «gente de bien» me ayuda para describir a quienes sin necesidad de grandes hazañas ni manifestaciones de dotes extraordinarios, hacen justicia a su dimensión de seres humanos, con las virtudes y los defectos que esa naturaleza encierra, pero siempre con la conciencia de aspirar a ser mejores. Me cuesta trabajo decir qué entiendo por «ser mejores», pero es claro que no estoy pensando necesariamente en mejores puestos en una empresa, o mejores sueldos en el mercado laboral, ni siquiera mejores calificaciones o más conocimientos reconocidos en el ámbito académico. Eso puede sumarse a la descripción de algunas «gentes de bien», pero ninguna de esas condiciones resulta indispensable. 

Ser «gente de bien» y aspirar a «ser mejor» significa, para mí, la posibilidad de contribuir en algo a enaltecer la dignidad propia y de los demás. Y eso se oye rimbombante, pero creo que es bastante más sencillo de lo que parece. Se logra a veces con una sonrisa auténtica, con un abrazo fraterno, con una mirada compasiva, con una mano extendida en medio de la necesidad del otro, con un gesto de agradecimiento ante la ayuda recibida. Se consigue también cuando se ríe con el otro, cuando se llora con el otro; cuando las dichas ajenas alimentan las propias alegrías, cuando se comparte el dolor o el sufrimiento que no es de uno; cuando reímos juntos, cuando recordamos juntos, cuando nos reconocemos juntos.

*

Decía líneas arriba que uno como profesor suele preguntarse qué será de sus alumn@s. La verdad es que no sé si le suceda a tod@s los profesor@s ni si les suceda con tod@s sus alumn@s. Pero en mi caso así ha sido. Desde la primera vez. Y normalmente uno conserva la esperanza de que ese deseo e intención de que sean «gente de bien» se materialice; que la vida les trate con generosidad y que ell@s sepan reconocer y otorgar su lugar a aquello que la vida, en las buenas y en las malas, les depare. A veces sucede que esa misma vida me regala un encuentro casual con un@ u otr@ alumn@, casi siempre para ver que esa esperanza, al menos en términos generales o al menos en apariencia, va dando frutos.

Y de pronto sucede que esa misma vida me brinda la oportunidad de encontrarme con un numeroso grupo de jóvenes que fueron alguna vez mis alumn@s y que hoy me gusta pensar como amig@s. Y compruebo que son gente de bien. Y me emociono hasta las lágrimas mientras escribo esto. Así que hago una pausa. 

*

Aquel otoño en que estuve por vez primera frente a ell@s parece de pronto tan cercano. Usando un lugar común —de esos que no me gustan pero tanto nos sirven— diré que "parece que fue ayer". Tenía yo entonces la edad que en promedio tienen ell@s ahora. 23, 24 años. Eran mi primera clase. Estudiaban tercero de secundaria. Yo era un auténtico novato recién salido de la universidad y llegaba a sustituir a una maestra que probablemente había huido despavorida semanas antes. Un jueves antes de conocerl@s me entrevisté con el director: "Profesor, empieza mañana". ¿Profesor? ¡Yo jamás había dado clases antes! Conseguí la oportunidad de comenzar el lunes siguiente, y así dedicar el fin de semana a conocer y estudiar los planes y programas de la asignatura que habría de impartir en los tres grados de secundaria. A ell@s, a mis primer@s alumn@s, l@s conocí el lunes 15 de noviembre de 1999.

Mi alma entera está invadida de recuerdos que las palabras pocas veces han sido capaces de evocar. Son recuerdos que se llevan en la piel y que no suelen ir acompañados de imágenes concretas. Podría describir sólo unas cuantas anécdotas. Recuerdo más las conversaciones en los recreos que las sesiones en aquella aula improvisada con lámina en medio de un jardín. Recuerdo sus gestos y sus miradas, pero me confieso incapaz de decir qué hacíamos en clase, o qué les dejaba de tarea. 

Ayer vari@s de ell@s demostraron tener una memoria muy superior a la mía. No me extraña, por supuesto, que sean capaces de reconstruir cada segundo que compartieron durante años en su escuela. Me sorprende, en cambio, que conservaran la imagen de alguna corbata que yo usaba en aquellos días, o algunas anécdotas de mi vida que solía compartir con ellos; me sorprende la evocación de algunos diálogos en los que, me dicen y les creo, yo participé. Las descargas de evocaciones hicieron pronto que se activaran también algunos enmohecidos mecanismos de mi memoria. Y pronto estaba yo contribuyendo a la lista de recuerdos. 

*

La propensión a la nostalgia es un sello indiscutible de mi personalidad. Así que el asunto de la memoria y las consecuencias que han acompañado desde anoche a su reactivación, prefiero dejarlo de lado. Lo que ayer más me emocionó, fue la oportunidad de compartir con el grupo un rato y agradecer que la vida ha sido buena con ell@s y ell@s han sido buen@s con la vida.

Ayer comprendí, una vez más y por si me hiciera falta, por qué después de casi una década sigo en el mismo camino. Comprobé también que est@s chic@s me cambiaron la vida. No sé realmente si yo haya jugado un papel en sus vidas. Lo digo en verdad y no como un ejercicio de falsa modestia. Al fin y al cabo fueron unos cuantos meses. A veces creo que mi trabajo es más ser testigo que constructor de algo. No lo sé. Lo cierto es que atestiguar anoche que aquell@s adolescentes inquietos son hoy gente de bien, con sueños, con esperanzas, sencillamente me entusiasma, me emociona. 


Esa fotografía que, junto con otras publicadas en Facebook, detonó el encuentro de anoche, repite mecánicamente y hasta el infinito aquellos días. Certifica que hubo un día en algún lugar que un grupo de personas compartieron parte de sus vidas. Ni la mañana en que se tomó esa desordenada foto ni ninguno de los momentos capturados en foto alguna, habrán de repetirse; esas imágenes son sólo testimonio de que aquello «ha sido». La buena noticia es que tienen en sus manos la oportunidad de crear existencialmente —y también hasta el infinito en cierto modo— nuevos instantes compartidos. 

martes, 19 de mayo de 2009

Consenso

«No será con todos ni será siempre, pero a veces ocurre lo que estamos viendo estos días: que, porque ha muerto un poeta, aparecen en todo el mundo lectores de poesía que se declaran devotos de Mario Benedetti, que necesitan un poema que exprese su desconsuelo y tal vez también para recordar un pasado en que la poesía tuvo un lugar permanente, cuando hoy es la economía la que nos impide dormir.» Son palabras de José Saramago, ayer, en su blog. Cierto. Con Benedetti, me parece, pasa lo que sólo con esos grandes poetas de lo cotidiano. Pasa con Benedetti lo que con Neruda o con Sabines. Esos que no en vano se ganaron no sólo el reconocimiento de los letrados sino la pasión de los analfabetos.

Sigue diciendo Saramago: «Y esto, en pocas líneas, es lo que está sucediendo: murió Mario Benedetti en Montevideo y el planeta se hizo pequeño para albergar la emoción de las personas. De súbito los libros se abrieron y comenzaron a expandirse en versos, versos de despedida, versos de militancia, versos de amor, las constantes de la vida de Benedetti, junto a su patria, sus amigos, el fútbol y algunos boliches de trago largo y noches todavía más largas.»

En la blogósfera sucedió lo que pocas veces: cibernautas de todas los perfiles demográficos y todas las adscripciones ideológicas coincidieron por un día. Cada uno buscó su personal manera de despedirse. Su forma de evocar al poeta. De los blogs en mi lista, Amaya fue de las primeras en dar la mala nueva, citando el inmortal "Táctica y Estrategia". El "Chau Mario" de Jacka se valió de un texto extraordinario y nunca más oportuno: "Pequeñas Muertes". Desde Argentina, desde ese sur que también existe, Jake se despidió haciendo una relación del amplio legado que nos dejó el uruguayo, mientras J. P. Hajime se declaraba jodido y radiante citando el otro clásico: "Viceversa". Ángeles Mastreta construyó en su blog un maravilloso pastiche para narrar sus encuentros con el poeta, Luna trajo a la mesa aquello de "preciso tiempo..." (que muy bien me viene en estos días de tantos pendientes) y Mariana —alumna mía hace casi una década y lo más nuevo en mi blog roll— evocó el "Chau número tres" para agradecer a Mario por el amor y el desamor, por Santomé, por las letras que son más que letras.

De Benedetti, dice Ángeles Mastretta ayer en su blog: «Tuvo una vida llena de cansancios. Y con ellos andaba por el mundo, escribiendo canciones. Perseguido, lastimado, sonriente.» Y afirma Saramago que al morir, Mario «hizo de nosotros herederos del bagaje de una vida fuera de lo común.»

domingo, 17 de mayo de 2009

Cantemos

Ha dejado ya esta Tierra. En su honor, ¿por qué no cantamos?
EPC

Si cada hora vino con su muerte,
si el tiempo era una cueva de ladrones,
los aires ya no son tan buenos aires,
la vida nada más que un blanco móvil
y usted preguntará por qué cantamos...

Si los nuestros quedaron sin abrazo,
la patria casi muerta de tristeza,
y el corazón del hombre se hizo añicos
antes de que estallara la vergüenza
Usted preguntará por qué cantamos...

Cantamos porque el río está sonando,
y cuando el río suena suena el río.
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.

Si fuimos lejos como un horizonte,
si aquí quedaron árboles y cielo,
si cada noche siempre era una ausencia
y cada despertar un desencuentro
Usted preguntará por qué cantamos...

Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la Vida
y porque no podemos, ni queremos
dejar que la canción se haga cenizas.
Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto, ni la bronca.
Cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota.
Cantamos porque el Sol nos reconoce
y porque el campo huele a primavera
y porque en este tallo, en aquel fruto
cada pregunta tiene su respuesta...


"Por qué cantamos" de Canciones del desexilio (1983)
Mario Benedetti
14.09.1920 - 17.05.2009

viernes, 15 de mayo de 2009

Reflejos

En las últimas 48 horas el sol que venía aquejando a esta ciudad ha brillado por su ausencia. (Vaya paradoja.) A diferentes horas, el cielo se ha convertido en escenario perfecto para filmar alguna secuencia para las películas apocalípticas que se avecinan. Las tormentas eléctricas en la madrugada han resultado una aterradora banda sonora para una que otra de mis pesadillas. 

En medio del gris panorama, hay momentos de indescriptible luminosidad. Salir a caminar un rato después de un chaparrón resulta una experiencia siempre reconfortante. Los charcos evidencian el paso de un Tláloc enfurecido, o quizá la catarsis de un Indra que ya cargaba demasiado, o tal vez la celebración de un Chaak eufórico. Pese a su oscuridad, el agua acumulada en ellos permite que uno lancé una mirada apurada y encuentre algún rastro de su propio reflejo. 

En una de estas tardes, justo la tarde que las lluvias de mayo comenzaron a dejarse sentir, salí a caminar un rato por el barrio. Me topé con un parque de aquellos que se "amueblaron" en la década de los 1970 a lo largo y ancho de la Delegación Benito Juárez. Me refiero a pequeñas plazas en las que se instalaron juegos infantiles y piezas de concreto representando animales, todo ello entre caminos de piedras y círculos de colores. En un parque de estos R y yo jugábamos los domingos en que tocaba ir a misa cerca de la casa de abuelita. Aquellos gigantes de acero y concreto se convertían en toda clase de escenarios para nuestros juegos. 

La nostalgia se apoderó de mí por enésima vez en la semana. Saqué el móvil y tomé tres fotos para colgarlas aquí. No es el parque de mi infancia, pero sí son tres de las piezas que formaban parte de nuestra escenografía dominical. El paso previo de la tormenta por el barrio, acentúa sin duda el tono melancólico de las imágenes. Se parecen a mi reflejo en las charcas. Las observo. Cierro los ojos. Y me pongo a soñar unos cuantos juegos.



miércoles, 13 de mayo de 2009

Varia

  • Mi número de horas frente a grupo aumenta por cuarta ocasión en lo que va del semestre. Esta vez, pasan a mis manos dos grupos de Literatura y dos de Taller de Lectura y Redacción. Mis meros moles. El reto entusiasma. Las labores no-docentes van pasando a segundo plano, al menos durante lo que queda del curso. Y eso me viene bien. Ya ando tramando locuras con mis nuevas asignaturas, lo cual me emociona. La oportunidad que yo mismo me di al proponer este nuevo escenario, es un arroyo en medio del desierto en que se ha venido convirtiendo a fechas recientes el contexto laboral. Más trabajo, o al menos más laborioso, más cansado, pero que se agradece. 
  • Y hablando de cargas de trabajo, voy entrando en la recta final del semestre también para el doctorado. Este fin de semana tengo que terminar y enviar mis dos proyectos. Esto es la locura absoluta. Voy avanzado, pero ha llegado el momento de afinar conclusiones y pulir algunos pendientes. Y la inspiración aferrada a llegar a deshoras; rechaza las invitaciones a horarios fijos e insiste en presentarse cuando en la agenda está citado ya el descanso. Y hacer coincidir a ambos invitados puede ser productivo cuando se trata de imaginar y proyectar fantasías, pero no saben convivir cuando hablamos de entregas académicas formales. Así que ya me veré lidiando en estos días con los caprichos de las musas y las exigencias del sueño.
  • El rol lateral de blogs favoritos ha ido creciendo en los últimos días. Algunos hallazgos causales, otros no tanto. Blogs con largos antecedentes que ya habrá tiempo de ir explorando, y otros de reciente creación. Blogs de autores consagrados —como el cuaderno de Saramago o el puerto de Mastreta—, de autores a quienes no conozco —como las soledades de Juan P o el espacio de la multifacética Saray—... y el más nuevo de todos, el recién inaugurado blog de Janet, ex-alumna, amiga, injustamente auto-nombrada discípula de un servidor y talentosa pluma desde tiempo atrás. Sus páginas virtuales orientadas a explorar el "ingrediente faltante", me tienen ya enganchado desde el primer párrafo. 

martes, 12 de mayo de 2009

Disco rayado

Pensaba escribir sobre mis inútiles esfuerzos por organizarme y enfrentar los retos impuestos por la fragmentación del tiempo y el exceso de límites que se dibujan ya en el horizonte de mis agendas. Pensaba escribir sobre mis agobios, mis saturaciones informativas, mis divagaciones sobre las lamentables manifestaciones de la dimensión negativa de la naturaleza humana ante la tragedia. Pensaba escribir sobre mi añoranza de aquella aparente libertad y aquellos días de inconsciente e irresponsable independencia frente a los criterios compartidos por las mayorías. Pensaba escribir sobre algunos de mis efímeros pero intensos entusiasmos, producidos por trivialidades maravillosas como una canción, una imagen o un verso. 

Y me di cuenta de que empiezo a parecer disco rayado. Me descubrí repitiéndome a mí mismo hasta el cansancio. Me di cuenta de lo urgente que resulta renovarme, sacudirme el polvo, cambiar un rato de carril. Un instante de lucidez me dejó ver que necesito alzar la mirada. Ver más allá de mi nariz. Acabar con uno que otro fantasma. Y dejarme escapar de algunas de las prisiones que me he venido construyendo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Umbral

Quienes me conocen saben bien que el umbral de mi sensibilidad es bajo. Y lo saben pues, aunque usualmente procuro ocultarlo, con frecuencia suele evidenciarse claramente. Quizá debería ser más preciso. Hablo de sensibilidad en general, pero sobre todo de la que se da frente a las más esenciales emociones. Alegría, tristeza, dolor, rabia. Y hoy son sobre todo estas tres últimas las que por diversas razones se mezclan en el coctel de mi mente.

A lo largo de ya un par de semanas he venido resistiendo en lo posible la tentación de hablar aquí sobre la contingencia que vivimos. En un par de momentos he cedido y he lanzado una que otra idea al aire, pero nada más. Hoy, sin embargo, la acumulación de cosas es ya muy grande. Pide una salida. Y a falta de mejor espacio, este parece ser el que conserva mejor el equilibrio entre la intimidad y la posibilidad de poner en común, entre lo público y lo privado, entre la necesidad de lanzar un grito y las ganas de permanecer en silencio.

Tristeza, dolor, rabia. Porque, pese al escepticismo y más allá de todo lo que se ha dicho y escrito sobre lo que sin duda terminará siendo el uso político del tema, lo poco o mucho que hay de cierto en todo esto ahí queda, circulando, aprovechando por enésima vez nuestras divisiones, pasando por alto la urgencia de transformar un sistema de salud que —con virus nuevo o sin él— clama por una reinvención o refundación o como quiera uno llamarla. Porque me duele que, sin ser de los que exigían “conocer a los muertos” como prueba para creer, me ha tocado estar cerca de lo que puede la enfermedad —ésta, aunque si hubiese sido cualquier otra pudo ser otra, igual hubiese sido terrible—. Porque aún no soy capaz de encontrar la manera de reaccionar ante lo que ya se avecina sobre aquellos que hoy merecen consuelo y están, en cambio, en la víspera del vituperio colectivo y el escarnio público, si no es que de la burla descorazonada.

Tristeza, dolor, rabia. Porque la intolerancia vuelve a ser la gran triunfadora. Esa intolerancia que desde siempre he vivido como mi gran enemiga, enemiga de todos. Esa que oculta el rostro tras el disfraz de la libertad de hacer y decir lo que nos venga en gana. Esa que se viste de verdad y seduce con egoístas promesas a olvidarnos del Otro, el que piensa distinto, el que actúa distinto, el que cree distinto. Esa que igual enarbolan los intolerados de cada bando para exigir lo que no están dispuestos a dar: oídos abiertos y amorosos a la diferencia. Cierto que las acciones de algunos frente a lo que hoy vivimos, sea lo que sea —virus, complot, exageración, estrategia política o económica—, se antojan intolerables. Pero igual de intolerable me parece la reacción de quienes, a partir de lo que uno o unos hacen o dicen, actúan contra todos los que algo tienen en común con esos pocos, así sea ese algo sea una nacionalidad o un color de piel. 

Tristeza, dolor, rabia. Porque lo que falta no es uso de la razón —quizá al contrario, hemos abusado mucho últimamente de ella y de sus trampas—. Lo que brilla por su ausencia es compasión. Mucho instinto ahogado en racionalizaciones. Y poco sentimiento humanamente auténtico. Mucho miedo jugando a las vencidas con la soberbia del conocimiento racional. Y poco respeto por el espíritu y el reconocimiento de uno mismo en los ojos del otro. Al final, como siempre, la serenidad, la calma, la prudencia, son las grandes ausentes del banquete.

No tengo idea de si se entiende una sola frase de lo aquí escrito. Quisiera a veces ser capaz de transmitir las cosas en una imagen. Y no sé decir las cosas así de claras, así de directas. No sé decir que el azul es azul, pues termino siempre describiendo para ello alguna interpretación del cielo o del mar. Quizá porque en el fondo nada me parece tan claro como para decirlo “como es”, sino simplemente como pasa por mi cabeza.

martes, 5 de mayo de 2009

Relatividad

El tiempo está corriendo. Cierto. El tiempo, como tantas cosas, es relativo. Corrijo entonces: el tiempo que rodea a mis eternos pendientes está corriendo. Su velocidad rebasa, y por mucho, al pausado ritmo de mi respiración. Si lo pienso con calma, cada parte de mí sigue un ritmo absolutamente distinto. A veces, es verdad, esos tiempos se armonizan y avanzan como uno solo. Pero en ocasiones, como ahora, pierden toda sincronía. Y volteo en todas direcciones, intentando decidir cuál de todos los ritmos ha de marcar la pauta. Y en tanto me debato en semejantes extravagancias, el ritmo de esas cosas que no dependen de mí, parecen acelerar. Mientras, permanezco suspendido. Quizá la coordinación de tiempos llegará por sí misma. Como en los casos de alineación planetaria. Y entonces, no queda sino esperar. Desprenderse de las ataduras que nos impone la medición del tiempo, que nada sabe de minutos, segundo, días o años.

domingo, 3 de mayo de 2009

Atrapar el tiempo (III)

Desde que mi hermano y yo éramos todavía muy pequeños... Bueno... Desde que éramos más pequeños, el cine se hizo pronto parte de nuestras historias. A unas cuadras de casa estaba el imponente Cine Bella Época —en donde hoy está la librería Rosario Castellanos, del Fondo de Cultura Económica—. En esa sala llegamos a ver infinidad de películas. Recuerdo en particular, Travesuras de una bruja (Bedknobs and Broomsticks me entero que es su título original) y puedo vernos caminando con mi papá de regreso a casa, planeando la forma en que habríamos de recrear las escenas que más nos habían gustado. 

Un día, a través de unos vecinos, descubrimos un peculiar invento: los videocasetes. Nosotros aún no disponíamos de semejante tecnología, pero en la casa de enfrente pudimos, por ejemplo, descubrir y disfrutar varias veces Willy Wonka y la fábrica de Chocolate, otro clásico de nuestra infancia. Llegó cierto día la ocasión de tener nuestro propio reproductor beta en casa, lo cual no confinó la experiencia fílmica al cuarto de papás, pues las invitaciones a ver películas seguían teniendo anfitriones en sedes externas: la extravagante vecina de atrás de la casa, con quien vimos una y otra vez la versión animada de Robin Hood, y mi tía Y., con quien ir a quedarse un fin de semana era toda una aventura —era necesario ir "hasta" Tlalpan—. (Por cierto, en su casa vimos un montón de veces otra de mis all-time-favorites, The Sound of Music o La Novicia Rebelde, como le conocemos en México.) 

La videocasetera iba ligada a otra creación de aquellos tiempos: el video club. Además de alquilar películas en Video Centro, éramos socios en un video club más austero, cerca de casa de abuelita. Ahí encontrábamos con frecuencia películas menos conocidas, al menos para nosotros. En ambos casos, lo cierto es que llegábamos a rentar la misma película en varias ocasiones. (Eso cambió un poco cuando, ya entrando en la adolescencia, un compañero del colegio lograba copiar películas de un casete a otro, iniciando tempranamente su negocio de piratería.)

Pero más allá de la experiencia del cine en casa, siempre estuvo la asistencia a las grandes salas, para presenciar desde los taquilleros estrenos de aquellos días, hasta películas que a veces ya no sé si existieron o si fueron imaginadas por mí. 

Lo cierto es que algunas películas, ya fuese en la pantalla grande o en el televisor de casa, marcaron especialmente nuestra infancia. (Y digo "nuestra" pues aunque las huellas dejadas seguramente han sido distintas, estoy seguro que en algunos casos esa marca es igual de significativa.) Mientras escribo, vienen a mi mente muchos títulos por distintas razones. Desde hits ochenteros tan míticos como Cazafantasmas, hasta películas casi de culto en la historia de nuestra infancia, como F/X Efectos Especiales; producciones fantásticas como Regreso a Oz o íntimas como Milagro en la Calle 8; producciones atrevidas como Las aventuras del Barón Munchaussen o entretenidas a morir como Los Muppets toman Nueva York; clásicos como La Historia Sin Fin, o cintas hoy olvidadas, que no lograron ese registro en la historia y cuyos títulos ahora no soy capaz de evocar (¿te acuerdas una de extraterrestres?). 

Papá y mamá fueron obviamente responsables de todo esto en buena medida. Siempre estimularon mucho nuestro interés en cualquier cantidad de cosas, entre ellas el cine. 

Y toda esta cascada de recuerdos viene hoy porque ayer vi después de muchos años una de esas películas de nuestra infancia. Una que recuerdo sobre todo porque le encantaba (y seguramente él me pedirá que lo diga en presente: le encanta) a papá: Los dioses deben estar locos. La compré en DVD hace tres navidades, pensando en regalársela... y por alguna razón me la quedé. Nunca la abrí. Y ayer se dio la oportunidad de revivir la locura de esos dioses que arrojaron una botella de Coca-Cola al profundo desierto del Kalahari. Recordaba imágenes. Pero al mismo tiempo dudaba si realmente la había visto o sólo creía haberlo hecho. Lo cierto es que ayer sentí que la veía por primera vez. Y me encantó. Una película vista con otros ojos. Vista desde otra historia. Vista a ratos con nostalgia, casi escuchando al pequeño Ernesto a un lado, compartiendo ingenuos recuerdos. 

Una película que tiene un poco de todas las nostalgias que aquí he referido. Y que me deja con ganas de viajar en busca de muchas otras en las que permanece atrapado el tiempo.

viernes, 1 de mayo de 2009

Varia

  • Como siempre y contra la opinión generalizada, me parece que la mejor manera de acercarse a la realidad no está en la objetividad de la ciencia ni en el intento descriptivo de la "información" a secas. Quizá por eso he dejado en las últimas horas de leer reportes "objetivos" sobre el tema, limitándome en lo posible a las crónicas o acercamientos "subjetivos", esos que están más cerca del arte que de la ciencia. En esa línea, el para mí siempre impecable Juan Villoro escribe hoy en Reforma: «Enfrentamos la catástrofe unificados por una prenda. No siempre es fácil decir "nosotros". ¿Qué representa la palabra?, ¿qué clase de identidad convoca? Una tribu adicta a la compañía atraviesa el infierno del aislamiento y la falta de aglomeraciones. ¿Quiénes somos? Los del rostro con una tela azul. Aparte de eso, sabemos poco.» Cierto, sabemos poco. Y para mí, por ahora, es mejor saber poco. Ya en unas semanas habrá tiempo de discutir —quien tenga ánimo y ganas— las infinitas teorías sobre el tema. Como escribía ayer Ángeles Mastreta en su blog, haciendo referencia a la idea qeuivocada de sus amigos que desde el extranjero suponían que los locales estaríamos mejor enterados de todo: «La ignorancia de cerca se padece el doble, pero no se tiene menos. Sólo se ve más.» Villoro remata su artículo de hoy preguntándose qué lección habrá de dejarnos esta enfermedad: «Entre otras, el renovado asombro de vernos cara a cara.» Me quedo con esa respuesta. Ya después veremos si queda algo más.
  • Esta semana llegó a casa mi CD doble del concierto que hace un mes diera Peter Gabriel en el Foro Sol. Como parte de la serie de CD's Encore, el sitio TheMusic.com en colaboración con Real World Music, editó la grabación en vivo de todos los conciertos que integraron la reciente gira latinoamericana del músico inglés. Llevo un par de días reviviendo sin parar la experiencia musical vivida entonces, con una calidad de sonido impecable. Las más de dos horas de concierto están contenidas íntegramente, lo cual me ha permitido además descubrir con claridad las introducciones que, hablando en español todo el tiempo, hacía Gabriel de sus canciones. Una maravilla.
  • Estos días han puesto en evidencia una vez más que ante la crisis la salida se llama creatividad. Ante la destrucción, la creación como respuesta. Hay mucho que puede explorarse en el interior de uno mismo y en la relación con los demás. Más allá del origen y el destino al que nos lleve la situación presente, sigo creyendo que estamos ante una significativa oportunidad de replantearnos muchas cosas. Varios alumnos y sus familias me externan su desesperación o sus dificultades para enfrentar las horas en casa. Mi equipo de profesores ha respondido maravillosamente ante el reto de ofrecer alternativas. Y la tecnología ha jugado en todo esto un papel extraordinario, que me pone nuevamente en la línea de explorar fragmentos de futuro a través de las muestras de presente disponibles. En fin. Es tiempo de crear.