lunes, 11 de agosto de 2014

Problemas de identidad

No quiero desperdiciar muchas palabras —y, sobre todo, tiempo— en este asunto; pero forma es fondo, así que no puedo resistir al menos unas cuantas líneas sobre la nueva "identidad visual" del Tecnológico de Monterrey, institución a la cual, como saben la mayoría de mis amigos y lectores, pertenecí como alumno y maestro, y con la cual siempre estaré irremediablemente ligado.

Saliendo del asunto meramente estético, el asunto da mucha tela. Me centraré en un par de cuestiones.

Dicen que detrás de esa nueva imagen hay mucho trabajo e investigación. No lo dudo. Trabajo e investigación sin adjetivos, pueden ser cualquier cosa. Me tocó alguna vez participar de ejercicios de revisión de la filosofía del Tec y sus metodologías suelen zar bastante cuestionables. No dudo que en este caso se haya compartido el trabajo con unos cuantos; sin embargo, viendo y leyendo las reacciones de muchos, creo que la investigación para la nueva imagen se quedó cortita.

De las cosas que llaman la atención, está sin duda el asunto de doble identidad visual: una para cuestiones formales y "de alta importancia", y la otra para lo "cotidiano", según sus propios boletines.


El meollo en este asunto de doble identidad está, a mi juicio, en la distinción entre escudo y "logotipo". Antaño, las grandes instituciones educativas nacían con un escudo que reflejaba sus valores, sintetizaba sus creencias, proyectaba su razón de ser y procuraba ofrecer a sus miembros una identidad, un sentido de pertenencia. Ahora, esas escuelas tienen logotipos; coherentes con su naturaleza comercial por encima de todas las cosas, buscan construir marcas, posicionarse, vender. El Tec busca conservar su escudo y usar un nuevo logo, buen reflejo de la esquizofrenia institucional que le caracteriza.

La controvertida imagen fue encomendada por el Tec a Chermayeff & Geismar & Haviv, despacho neoyorquino que se presenta a sí mismo en su página de internet con la siguiente descripción:


Si revisamos su portafolio, encontramos que C&G&H (perdonarán que no repita en cada mención el nombre completo de estos amigos) ha tenido logros brillantes, como proponer a National Geographic una imagen inspirada en su mítico marco amarillo. Es en serio.

En cuanto ingresé a la sección de casos de éxito de identidad diseñados por C&G&H, busqué si había otros asociados a instituciones educativas. Aparecen algunos sellos editoriales vinculados con universidades como Harvard y Princeton.


Pero el caso que atrapó mi atención fue el de la New York University, la célebre NYU:


Por supuesto que de inmediato imaginé a algún ocurrente vendiendo la idea al Tec: si la NYU hace esto, ¿por qué ustedes no?

(Un paréntesis sobre el caso NYU. Esta versión de la antorcha fue comisionada a Tom Geinser en 1965. Sí, hace casi 50 años. Me parece que se trató entonces de una apuesta visionaria, lejos de una reacción comercial o una moda, como sucede en nuestros días.)

Nada barato le habrá costado el chiste al Tec. Yo no sé de memes y mames, pero para que duela más pensar cuánto se habrá pagado por el logotipo estilo aseguradora, de inmediato empezaron a compartirse en las redes imágenes reales de otras instituciones como esta:


¡Y seguro hay miles semejantes!

El asunto es, para renovar tu filosofía y valores, ¿hace falta renovar tu escudo? A menos que esa "innovación" altere tu esencia, me parece un cambio absolutamente innecesario.

Si a la nueva identidad visual sumamos la parafernalia que el Tecnológico invirtió en el "lanzamiento" de sus nuevos elementos identificadores (visuales y filosóficos, pues se presentó nueva visión y valores), una conclusión es inevitable: el Tec se suma con todo cinismo al tren de la sociedad espectáculo con una campaña de mercadotecnia vestida de filosofía universitaria que viene muy ad hoc con sus ridículos videos musicales y que —según leo— no puede sino resultar repulsiva para buena parte de sus egresados. Al menos es mi caso.

lunes, 14 de julio de 2014

¿Padecer la realidad o transformarla?

Un ciclo escolar más que concluye. Muchas emociones. La conciencia ineludible de la enorme responsabilidad que tenemos como educadores. Comparto con ustedes el mensaje que dirigí esta mañana a los alumnos que concluyeron 3º de Secundaria en el Colegio que encabezo.


Se han preguntado: ¿de qué les ha servido venir a la escuela durante más de 10 años continuos? ¿Por qué tendrían que seguir asistiendo otros tres años por lo menos, y completar la educación obligatoria?

Algunos dirán que deben prepararse para la vida, para salir al mundo, para conseguir un trabajo, para ganar dinero. Algunos piensan que vamos a la escuela para que nos enseñen cómo deben ser las cosas, para que nos digan lo que debemos saber, cómo debemos actuar.

En Monclair  no creemos eso. En Monclair pensamos que nuestro trabajo es empujarlos para preguntarse por lo que funciona y lo que no; moverlos a imaginar nuevas maneras de hacer las cosas; ayudarles a encontrar herramientas para transformar el mundo.

Quizá algunos se pregunten: “¿Por qué habría que transformar el mundo? ¿No está bien como está?”

Vivimos un mundo de contrastes.

Hace mucho tiempo que el entusiasmo, el crecimiento, la alegría y las celebraciones, conviven todos los días con el dolor y la injusticia.

Cuando ustedes nacían, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió un libro que muestra crudamente estos contrastes. El libro se llama: Patas Arriba, la escuela del mundo al revés. En las primeras páginas nos dice:

“En el mundo al revés, quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. (…) El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa. (…) El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo.”

Mientras millones de personas observan la televisión y celebran un mundial de futbol, mientras la selección y el pueblo alemán festejan su campeonato, el pueblo palestino en medio oriente vive horas oscuras, bajo los bombardeos israelíes.

¿Les parece que eso está muy lejos? Vamos más cerca…

Mientras unos cuantos se pueden dar el lujo de pasear e ir de compras a Altacia, creyendo que es el lugar más bonito de León, miles pasan horas de angustia pensando cómo sacar el mayor provecho a unas cuantas monedas que cada día les alcanzan para menos.

¡Y todavía hay quien piensa que los pobres son pobres porque no le echan ganas, porque no se esfuerzan suficiente!

No nos detenemos a pensar que buena parte de la pobreza es producto de la injusticia: que mientras unos cuantos se reparten el pastel, otros no alcanzan ni las migajas.

Lo más triste, es que además algunos quieren enseñarnos que debemos convertirnos en los que sacan las rebanadas más grandes, cuando deberíamos aprender a preparar juntos pasteles que puedan alcanzar para todos.

En unas semanas estarán ingresando al bachillerato: un nivel que representa la conclusión de su educación obligatoria y al mismo tiempo establece las bases para la construcción de su proyecto de vida adulta.

Les queda mucho por aprender, mucho por cuestionar, mucho por descubrir. En ese camino, no renuncien al regalo más preciado que tienen: su libertad. No actúen porque el instructivo lo dice, o porque la mayoría lo hace, o porque Google o un algoritmo informático les dicen que eso es lo que les conviene.

Tomen decisiones haciendo uso de su libertad y asumiendo conscientemente la responsabilidad que esa libertad les exige.

Los invito a tomar el consejo de Galeano: no permitan que les enseñen a padecer la realidad, atrévanse a cambiarla; escuchen el pasado e imaginen el futuro.

Otro uruguayo, el poeta Mario Benedetti, se preguntaba qué les quedaba por vivir y probar a los jóvenes en un mundo de rutinas, ruina, consumo y humo.

Y se respondía… Les queda…

no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros

tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.