Una serie de circunstancias que si no se tratara de mi vida calificaría de azarosas, condujeron a que el jueves pasado recibiera una llamada de la Capacitadora-Asistente Electoral de mi sección (electoral, disculpando la cacofonía) anunciándome que tenía un nombramiento para mí. Horas más tarde estaba yo recibiendo la correspondiente capacitación para fungir como funcionario de casilla en la jornada electoral del próximo domingo. Mi formación fue completada con diversos materiales (manual, cuaderno de trabajo, formatos para prácticas) y un simulacro con otros funcionarios el fin de semana.
Sin duda me siento honrado de participar de este modo en un proceso electoral que ha sido cuestionado por algunos desde los cuatro costados. Considero una gran oportunidad vivir por primera vez el proceso desde esta trinchera. Sin embargo, como anticipaba hace unos días, me inquieta la fragilidad de un proceso semejante en manos de ciudadanos mayoritariamente bien intencionados, pero bajo la lupa de quienes acechan con intereses particulares dispuestos a cuestionar cuanto sea necesario para que al final la voluntad popular –acertada o suicida, razonada o visceral, informada o banal– sea marginada y manipulada con absoluto desdén hacia el ciudadano de a pie.
El proceso electoral es claro pero está lleno de minucias. Y es en esos detalles donde los operadores electorales –de todos los colores, no tengo duda– estarán buscando el modo de dar vuelta a los resultados que nos les favorezcan.
Pensando en ello, y consciente de que el número de observadores electorales registrados es menor a lo deseable, creo que nos toca a los ciudadanos comunes y corrientes actuar sensatamente y promover una elección limpia y en la que el resultado –favorezca o no a nuestros gallos o gallinas– se respete.
Después de estudiar a conciencia los materiales de capacitación para funcionarios de casilla del IFE y las normas del proceso electoral federal, me gustaría compartir algunos consejos que pueden permitirnos a los electores aportar certeza a los resultados de sus casillas. Actuar local, pensando en incidir a gran escala.
Van pues algunos las sugerencias que se me ocurren. Si alguno considera oportuno agregar algo, ahí tiene la opción de comentar para sumar.
1. Inicio de la votación. Si bien se anuncia que la jornada inicia a las 8:00, en realidad a esta hora nadie podrá votar. Las reglas marcan que no puede iniciarse la instalación de la casilla antes de las 8 de la mañana. Incumplir esta norma puede conducir a anular los resultados de toda la casilla, así que pase lo que pase, los funcionarios debemos cuidar este punto. Los electores madrugadores, tengan paciencia. Tomen en cuenta que hay una tolerancia de 1 minutos para iniciar la instalación, y que el proceso de armado y llenado de actas iniciales difícilmente toma menos de 15 minutos. Así, consideren que en promedio la votación iniciará pasadas las 8:30. Si llegan antes de iniciar la votación, echen la mano no presionando a los funcionarios. Con calma, todo arrancará como debe ser.
2. Cierre de la votación. Las reglas son claras: a las 6 de la tarde se cierra la casilla. Si hubiera electores en la fila, solo los que estén formados a las 6 en punto podrán votar. Cada casilla tendrá, en función del espacio, el modo de declarar ese cierre y deja claro que ya nadie puede formarse después de las 6, por más que insista y por más argumentos que esgrima. De nuevo, incumplir esto pone en riesgo la elección de la casilla entera. La manera de ayudar es clara: organizar la agenda para llegar a votar temprano. Ponerse como límite las 5 puede ayudar: si algo se te complica, tendrás un margen. No apuestes al límite por favor.
3. Claridad en la intención del voto. La forma en que aparecen las coaliciones en esta ocasión, puede confundir a los electores. Hay muchas maneras válidas de votar, pero esa variedad implica riesgos. Mi consejo es concreto: elijan de preferencia un solo recuadro. Si deciden votar por un candidato en coalición, elijan, de los partidos que lo postulan, al que consideren conveniente apoyar. Recuerden: al marcar a ese partido suman en favor de su porcentaje de votación, con todo lo que ello implica (presupuesto federal incluido). Otra sugerencia: marquen de la manera más sencilla posible. Sugiero la tradicional X o, si les parece más positivo, una palomita. Eviten textos o anotaciones que puedan confundir a los funcionarios al momento de contar los votos
4. Promover el orden. Quizá suena hasta ridículo decirlo, pero todos podemos contribuir a ello. Una casilla cuya jornada se desarrolle sin incidentes, tendrá naturalmente resultados respaldados por una mayor certeza jurídica. Todos podemos contribuir a que la elección en nuestra casilla transcurra sin pormenores. Suena a cliché, pero es posible hacer de la jornada electoral una fiesta ciudadana. Hagamos pues que sea una fiesta en paz, promoviendo la armonía, sumando y multiplicando cuando en nuestro entorno algo pudiera manifestarse con intención de restar o dividir.
5. Denunciar irregularidades. Dentro de las casillas, los ciudadanos que actuamos como funcionarios tenemos obligación de vigilar que se cumplan las leyes, que el voto se emita en secreto y libremente, que no se promueva ni se ataque a candidato o partido alguno... Pero fuera de la casilla, el resto de la ciudadanía tiene la obligación de vigilar y cuidar esos mismos principios. Por eso, es importante denuncia ante la FEPADE aquellas conductas que puedan tipificarse como delitos electorales. El voto, subrayo, es libre y secreto. Cualquier conducta que contravenga este principio, debe rechazarse y, en su caso, denunciarse.
No tengo idea de cuál vaya a ser el resultado de la elección que se avecina. Pero sí tengo certeza de algo: lo que suceda esa noche o al día siguiente, será responsabilidad de todos. Todos jugamos alguna parte. Este país es NUESTRO país. Y cuando un país pertenece a tantos y tan diversos, el reto de la convivencia no es poca cosa. Tengo fe en que estaremos a la altura.
miércoles, 27 de junio de 2012
viernes, 22 de junio de 2012
Emociones encontradas (y las respectivas reflexiones) ante mi primera vez
Las primeras veces siempre se producen rodeadas de emociones, aunque éstas pueden ser tantas y tan distintas que pretender identificar un patrón resulta por lo menos ingenuo, cuando no ridículo.
El 1 de julio tendrá lugar una de mis primeras veces: será mi primer participación como funcionario de casilla en un proceso electoral. Las circunstancias que han permitido que esto suceda son muchas y el simple hecho de narrarlas sería en sí mismo suficiente para escribir por lo menos un par de cuentos. Pero no son esas aventuras las que me traen hoy aquí, sino reflexiones que aunque resultan menos alegres, considero necesario compartir antes del día de la votación.
Este texto surge a partir de la capacitación que he recibido del IFE en preparación para la jornada. Ya saben, a mí cualquier cosa me deja pensando y mis divagaciones suelen de pronto llevarme quizá demasiado lejos. El caso es que tras la capacitación llegué a dos conclusiones iniciales. La primera: estoy convencido de que los procedimientos y el diseño en general de la jornada es muy claro, preciso y, estando en manos de ciudadanos bien intencionados –como son en lo general todos los funcionarios nombrados– ofrece condiciones más que suficientes para garantizar una elección limpia. Pero (siempre hay un pero, que en este caso corresponde a mi segunda conclusión), creo que esa misma calidad y precision del proceso, va ligada a una cierta fragilidad que los partidos políticos fácilmente pueden aprovechar para poner en riesgo la limpieza o la transparencia del proceso, operando a través de personas que no necesariamente tienen la neutralidad de la mayoría o que, más aún, trabajan movidos por incentivos e intereses particulares muy cuestionables.
Quizá, víctima de mi habitual paranoia, estoy alucinando de más, pero mientras recibía la capacitación para la jornada y al revisar a detalle mi manual de funcionario, no podía evitar pensar en cómo los partidos políticos pueden operar (y seguramente operarán) durante y después de la jornada, para que el trabajo de miles de ciudadanos y la votación emitida por millones más, se pongan en duda o se modifiquen en su favor. Y lo pienso no por unos u otros, lo afirmo exactamene igual para todos los partidos.
Mientras escuchaba y analizaba los procedimientos a seguir ese día, pensaba en miles y miles de funcionarios de casilla que trabajarán ese domingo en comunidades marginadas (urbanas y rurales) de nuestro País. Por más didáctico que sea el material (y vaya que sí lo es), por más claros y amigables que sean los formatos (y vaya que sí lo son), el peligro está ahí, latente. La buena voluntad de un funcionario de casilla puede dar pie al abuso de un representante de partido vestido con piel de oveja.
Si para un elector promedio puede resultar confuso el tema de marcar casillas cuando piensa votar por un candidato postulado en coalición, ¿podrán los miles de escrutadores aplicar adecuadamente los criterios para separar los votos y decidir cuáles han de anularse? El material de los funcionarios para clasificar los votos es casi a prueba de cualquier carencia neuronal, pero, ¿es eso suficiente? ¿No se pone en riesgo la imparcialidad de unos funcionarios cuando su falta de entereza les haga dudar y aceptar la ayuda del que amablemente les diga que sí sabe cómo y les sugiera amablemente alguna decisión en su favor?
Les confieso: la presencia de representantes en todas las casillas me parece cada día más un arma de dos filos. Ya veo a uno representante asignado a un distrito donde las encuestas no son favorables a su color: observa, deja pasar las irregularidades silenciosamente, quizá incluso proponga alguna acción que se desvíe del procedimiento oficial y, si no hay observadores neutrales y firmes o representantes de su color rival, insisto, deja pasar... Total, tiene cuatro días para impugnar y propiciar la anulación de la casilla.
Voy a un ejemplo extremo, quizá ridículo, pero perfectamente posible: los funcionarios de casilla se reúnen a las 7:45. Saben que la jornada inicia a las 8:00, pero una callada aspiración de parecerse a los ingleses les ha invitado a ser religiosamente puntuales. Están todos listos minutos antes de la hora. Pero no solo ellos: también hay electores a los que se les quedó tatuada aquella enseñanza de sus abuelas según la cual "al que madruga, Dios le ayuda". Un malicioso representante de partido completa el cuadro. A la gente le dijeron que la jornada iniciaba a las 8:00 y alguno de los votantes se sorpende de ver que los funcionarios no han armado ni sus mamparas. Ese votante ignora que el procedimiento marca que nadie mueve un dedo antes de la hora marcada; el ciudadano en cuestión se molesta pues quería ser el primero y tenía ya planes previstos para las 8:15 lejos de ahí. Se queja con los que van llegando y el representante de partido sugiere a los funcionarios que abran, total, faltan nada más tres minutos y, en cambio, ya hay gente haciendo fila. Los funcionarios de casilla no recibieron la puntual formación de parte de mi capacitadora y... se doblegan. A las 7:58 se comienza la instalación y así se asienta en el acta. Nadie dice nada y la vida sigue. La gente vota, los ciudadanos respetan el resto de los procedimientos y la jornada acaba felizmente con el conteo de sufragios y el llenado de actas. Todo bien, excepto la hora. Porque la jornada debía iniciar a las 8:00 (ni un minuto antes) con la instalación de la casilla. Y eso podría ser suficiente para que, tras formalizar su impugnación unos días después, los resultados de esa casilla pudieran cancelarse –anularse– con todo lo que ello implica.
¿Suena tonto? Quizà. Pero pienso que no lo es. Y es que como éste, un sinnúmero de detalles pueden ser causales de anulación de los resultados de una casilla. ¿Se imaginan el peligro que eso significa en una casilla donde los funcionarios sean gente sencilla, espantadiza, insegura, que se deje dominar por la seducción de gente con ganas de tener elementos para pedir la anulación en caso de que los resultados no sean favorables a sus intereses? A mí, me aterra. Me aterra porque un proceso bien diseñado, con reglas claras y materiales adecuados –pero también con muchas minucias– se puede manipular si no estamos atentos y solidarios los muchos que somos de buena fe... Esos muchos que somos, sin duda, más.
Todo esto me ha puesto a pensar pero me obliga también a actuar. No me importa por quién vayas a votar o qué pienses hacer dentro de la mampara con tu boleta electoral antes de convertirla en sufragio. Creo que al margen de lo que decidas en ese instante, todos estamos obligados a velar por la limpieza de la jornada y evitar que el voto de millones y la labor de miles de ciudadanos que fungirán como funcionarios de casilla, se eche por la borda.
Por mi parte, me propongo publicar acá en un par de días, una lista de sugerencias de cosas que electores, funcionarios y observadores electorales, convendría cuidemos ese día. Sí, serán consejos, y aconsejar no es lo mío, pero a veces creo que se vale. Se aceptan por supuesto objeciones, pues mis ninguna de mis palabras ha pretendido jamás ser la última. Ya tú decidirás si alguno de mis consejos merece ser difundido.
El 1 de julio tendrá lugar una de mis primeras veces: será mi primer participación como funcionario de casilla en un proceso electoral. Las circunstancias que han permitido que esto suceda son muchas y el simple hecho de narrarlas sería en sí mismo suficiente para escribir por lo menos un par de cuentos. Pero no son esas aventuras las que me traen hoy aquí, sino reflexiones que aunque resultan menos alegres, considero necesario compartir antes del día de la votación.
Este texto surge a partir de la capacitación que he recibido del IFE en preparación para la jornada. Ya saben, a mí cualquier cosa me deja pensando y mis divagaciones suelen de pronto llevarme quizá demasiado lejos. El caso es que tras la capacitación llegué a dos conclusiones iniciales. La primera: estoy convencido de que los procedimientos y el diseño en general de la jornada es muy claro, preciso y, estando en manos de ciudadanos bien intencionados –como son en lo general todos los funcionarios nombrados– ofrece condiciones más que suficientes para garantizar una elección limpia. Pero (siempre hay un pero, que en este caso corresponde a mi segunda conclusión), creo que esa misma calidad y precision del proceso, va ligada a una cierta fragilidad que los partidos políticos fácilmente pueden aprovechar para poner en riesgo la limpieza o la transparencia del proceso, operando a través de personas que no necesariamente tienen la neutralidad de la mayoría o que, más aún, trabajan movidos por incentivos e intereses particulares muy cuestionables.
Quizá, víctima de mi habitual paranoia, estoy alucinando de más, pero mientras recibía la capacitación para la jornada y al revisar a detalle mi manual de funcionario, no podía evitar pensar en cómo los partidos políticos pueden operar (y seguramente operarán) durante y después de la jornada, para que el trabajo de miles de ciudadanos y la votación emitida por millones más, se pongan en duda o se modifiquen en su favor. Y lo pienso no por unos u otros, lo afirmo exactamene igual para todos los partidos.
Mientras escuchaba y analizaba los procedimientos a seguir ese día, pensaba en miles y miles de funcionarios de casilla que trabajarán ese domingo en comunidades marginadas (urbanas y rurales) de nuestro País. Por más didáctico que sea el material (y vaya que sí lo es), por más claros y amigables que sean los formatos (y vaya que sí lo son), el peligro está ahí, latente. La buena voluntad de un funcionario de casilla puede dar pie al abuso de un representante de partido vestido con piel de oveja.
Si para un elector promedio puede resultar confuso el tema de marcar casillas cuando piensa votar por un candidato postulado en coalición, ¿podrán los miles de escrutadores aplicar adecuadamente los criterios para separar los votos y decidir cuáles han de anularse? El material de los funcionarios para clasificar los votos es casi a prueba de cualquier carencia neuronal, pero, ¿es eso suficiente? ¿No se pone en riesgo la imparcialidad de unos funcionarios cuando su falta de entereza les haga dudar y aceptar la ayuda del que amablemente les diga que sí sabe cómo y les sugiera amablemente alguna decisión en su favor?
Les confieso: la presencia de representantes en todas las casillas me parece cada día más un arma de dos filos. Ya veo a uno representante asignado a un distrito donde las encuestas no son favorables a su color: observa, deja pasar las irregularidades silenciosamente, quizá incluso proponga alguna acción que se desvíe del procedimiento oficial y, si no hay observadores neutrales y firmes o representantes de su color rival, insisto, deja pasar... Total, tiene cuatro días para impugnar y propiciar la anulación de la casilla.
Voy a un ejemplo extremo, quizá ridículo, pero perfectamente posible: los funcionarios de casilla se reúnen a las 7:45. Saben que la jornada inicia a las 8:00, pero una callada aspiración de parecerse a los ingleses les ha invitado a ser religiosamente puntuales. Están todos listos minutos antes de la hora. Pero no solo ellos: también hay electores a los que se les quedó tatuada aquella enseñanza de sus abuelas según la cual "al que madruga, Dios le ayuda". Un malicioso representante de partido completa el cuadro. A la gente le dijeron que la jornada iniciaba a las 8:00 y alguno de los votantes se sorpende de ver que los funcionarios no han armado ni sus mamparas. Ese votante ignora que el procedimiento marca que nadie mueve un dedo antes de la hora marcada; el ciudadano en cuestión se molesta pues quería ser el primero y tenía ya planes previstos para las 8:15 lejos de ahí. Se queja con los que van llegando y el representante de partido sugiere a los funcionarios que abran, total, faltan nada más tres minutos y, en cambio, ya hay gente haciendo fila. Los funcionarios de casilla no recibieron la puntual formación de parte de mi capacitadora y... se doblegan. A las 7:58 se comienza la instalación y así se asienta en el acta. Nadie dice nada y la vida sigue. La gente vota, los ciudadanos respetan el resto de los procedimientos y la jornada acaba felizmente con el conteo de sufragios y el llenado de actas. Todo bien, excepto la hora. Porque la jornada debía iniciar a las 8:00 (ni un minuto antes) con la instalación de la casilla. Y eso podría ser suficiente para que, tras formalizar su impugnación unos días después, los resultados de esa casilla pudieran cancelarse –anularse– con todo lo que ello implica.
¿Suena tonto? Quizà. Pero pienso que no lo es. Y es que como éste, un sinnúmero de detalles pueden ser causales de anulación de los resultados de una casilla. ¿Se imaginan el peligro que eso significa en una casilla donde los funcionarios sean gente sencilla, espantadiza, insegura, que se deje dominar por la seducción de gente con ganas de tener elementos para pedir la anulación en caso de que los resultados no sean favorables a sus intereses? A mí, me aterra. Me aterra porque un proceso bien diseñado, con reglas claras y materiales adecuados –pero también con muchas minucias– se puede manipular si no estamos atentos y solidarios los muchos que somos de buena fe... Esos muchos que somos, sin duda, más.
Todo esto me ha puesto a pensar pero me obliga también a actuar. No me importa por quién vayas a votar o qué pienses hacer dentro de la mampara con tu boleta electoral antes de convertirla en sufragio. Creo que al margen de lo que decidas en ese instante, todos estamos obligados a velar por la limpieza de la jornada y evitar que el voto de millones y la labor de miles de ciudadanos que fungirán como funcionarios de casilla, se eche por la borda.
Por mi parte, me propongo publicar acá en un par de días, una lista de sugerencias de cosas que electores, funcionarios y observadores electorales, convendría cuidemos ese día. Sí, serán consejos, y aconsejar no es lo mío, pero a veces creo que se vale. Se aceptan por supuesto objeciones, pues mis ninguna de mis palabras ha pretendido jamás ser la última. Ya tú decidirás si alguno de mis consejos merece ser difundido.
martes, 19 de junio de 2012
Yo confieso...
Después de semanas de leer con qué contundencia y tono de certeza se expresa sobre materia política –tanto en persona como en redes digitales– la mayoría de la gente que conozco, solo puedo llegar a una conclusión: soy un absoluto pendejo incapaz de formarme a cabalidad un juicio certero sobre estos asuntos; admiro la capacidad que tantos tienen para identificar y defender la verdad absoluta (aunque, a decir verdad, si junto sus verdades algo no me cuadra). Espero algún día alcanzar su nivel de iluminación; por ahora, solo puedo decir que mi concepción del mundo es cada día más confusa y mis pocas certezas más tentativas.
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