Un ciclo escolar más que concluye. Muchas emociones. La conciencia ineludible de la enorme responsabilidad que tenemos como educadores. Comparto con ustedes el mensaje que dirigí esta mañana a los alumnos que concluyeron 3º de Secundaria en el Colegio que encabezo.
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Se han preguntado: ¿de qué les ha servido venir a la escuela durante más de 10 años continuos? ¿Por qué tendrían que seguir asistiendo otros tres años por lo menos, y completar la educación obligatoria?
Algunos dirán que deben prepararse para la vida, para salir al mundo, para conseguir un trabajo, para ganar dinero. Algunos piensan que vamos a la escuela para que nos enseñen cómo deben ser las cosas, para que nos digan lo que debemos saber, cómo debemos actuar.
En Monclair no creemos eso. En Monclair pensamos que nuestro trabajo es empujarlos para preguntarse por lo que funciona y lo que no; moverlos a imaginar nuevas maneras de hacer las cosas; ayudarles a encontrar herramientas para transformar el mundo.
Quizá algunos se pregunten: “¿Por qué habría que transformar el mundo? ¿No está bien como está?”
Vivimos un mundo de contrastes.
Hace mucho tiempo que el entusiasmo, el crecimiento, la alegría y las celebraciones, conviven todos los días con el dolor y la injusticia.
Cuando ustedes nacían, el escritor uruguayo Eduardo Galeano escribió un libro que muestra crudamente estos contrastes. El libro se llama: Patas Arriba, la escuela del mundo al revés. En las primeras páginas nos dice:
“En el mundo al revés, quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen. (…) El mundo al revés nos entrena para ver al prójimo como una amenaza y no como una promesa. (…) El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo.”
Mientras millones de personas observan la televisión y celebran un mundial de futbol, mientras la selección y el pueblo alemán festejan su campeonato, el pueblo palestino en medio oriente vive horas oscuras, bajo los bombardeos israelíes.
¿Les parece que eso está muy lejos? Vamos más cerca…
Mientras unos cuantos se pueden dar el lujo de pasear e ir de compras a Altacia, creyendo que es el lugar más bonito de León, miles pasan horas de angustia pensando cómo sacar el mayor provecho a unas cuantas monedas que cada día les alcanzan para menos.
¡Y todavía hay quien piensa que los pobres son pobres porque no le echan ganas, porque no se esfuerzan suficiente!
No nos detenemos a pensar que buena parte de la pobreza es producto de la injusticia: que mientras unos cuantos se reparten el pastel, otros no alcanzan ni las migajas.
Lo más triste, es que además algunos quieren enseñarnos que debemos convertirnos en los que sacan las rebanadas más grandes, cuando deberíamos aprender a preparar juntos pasteles que puedan alcanzar para todos.
En unas semanas estarán ingresando al bachillerato: un nivel que representa la conclusión de su educación obligatoria y al mismo tiempo establece las bases para la construcción de su proyecto de vida adulta.
Les queda mucho por aprender, mucho por cuestionar, mucho por descubrir. En ese camino, no renuncien al regalo más preciado que tienen: su libertad. No actúen porque el instructivo lo dice, o porque la mayoría lo hace, o porque Google o un algoritmo informático les dicen que eso es lo que les conviene.
Tomen decisiones haciendo uso de su libertad y asumiendo conscientemente la responsabilidad que esa libertad les exige.
Los invito a tomar el consejo de Galeano: no permitan que les enseñen a padecer la realidad, atrévanse a cambiarla; escuchen el pasado e imaginen el futuro.
Otro uruguayo, el poeta Mario Benedetti, se preguntaba qué les quedaba por vivir y probar a los jóvenes en un mundo de rutinas, ruina, consumo y humo.
Y se respondía… Les queda…
no dejar que les maten el amor
recuperar el habla y la utopía
ser jóvenes sin prisa y con memoria
situarse en una historia que es la suya
no convertirse en viejos prematuros
tender manos que ayudan / abrir puertas
entre el corazón propio y el ajeno /
sobre todo les queda hacer futuro
a pesar de los ruines de pasado
y los sabios granujas del presente.