lunes, 17 de enero de 2011

Amaya

En septiembre del año pasado declaré que bajaba la cortina de este changarro. Pese a ello, desde entonces a la fecha he vuelto en un puñado de ocasiones por motivos especiales. Hoy es una más de esas ocasiones. Y lo hago con sentimientos muy revueltos.

Llegué al fascinante mundo de la blogósfera en diciembre de 2007, mientras vivía mi exilio temporal en Barcelona. Poco sabía yo de estas libretas virtuales que sirven tanto para alimentar el ego como para impulsar la más poderosa de las causas sociales. Mi primer experimento fue un espacio en LiveJournal a partir del nacimiento de mi primer sobrino. El ejercicio fue efímero pero poco después arranqué con Ernesto en Barcelona y de ahí derivaron un par de experimentos más (Tras Alicia y De-Formación Docente, los cuales tengo tristemente abandonados desde hace casi un año).

Mientras buscaba la identidad de mi espacio, en enero de 2008, empecé a dar con algunos blogs que me ayudaban a establecer mis primeros diálogos auténticamente digitales. Algunos pronto me atraparon. Uno en particular me cautivó. Googooleando un conocido discurso de Denise Dresser, el buscador me arrojó a la entrada de un blog donde una chica destacaba algunas ideas clave del discurso que yo estaba buscando. El sitio en cuestión era El mundo según Amaya. En los días siguientes fui devorando sus locuras y sus reflexiones, identificando muchas coincidencias y una que otra disonancia provocadora. Me encantó la forma en que esta mujer podía hablar de cuestiones sociales o asuntos internacionales de primeras planas para después pasar a los temas más cotidianos y triviales en apariencia.

Con el tiempo, toparme con ese blog haría que mi vida en cierto modo fuese otra. Descubrir el mundo de Amaya fue una de esas pequeñas cosas que terminan por transformar lo impensable. A partir de Amaya mi red de interacción con otros blogueros (y tiempo después tuiteros) comenzó a extenderse hasta alcanzar a personas bellísimas que hoy son fundamentales en mi vida.

Quienes son o fueron blogueros en algún momento de su vida, comprenderán de qué hablo cuando afirmo que a través de esos rincones virtuales uno llega a establecer lazos inimaginables. Llega un día en que de tanto leer a ciertas personas, descubres que les conoces más que a muchas personas con las que interactúas cotidianamente. Así me sucedió con Amaya en su blog y después cuando se animó a incursionar en Twitter.

Por eso cuando empezó a relatar su ires y venires a partir de una inexplicable parálisis facial y el posterior anuncio del cáncer echándole pleito, sentí como muchos otros que podía acompañarla en esos días difíciles, ofrecerle algún hombro hecho de bits o simplemente dejarle saber lo obvio: que no estaba sola. Con la misma intensidad que uno intenta aún hoy acompañarla en los días grises, uno se emociona y encuentra fuerzas en las constantes manifestaciones de entereza y pasión por la vida que Amaya demuestra día con día. Por eso —como muchos sin duda— me emocioné cuando nos contó la forma en que superaba esa primera etapa del cáncer y más todavía cuando anunció su embarazo o cuando el pequeño Aleks Jr. vio la luz por primera vez. Y, de nuevo con la misma profundidad, sentí removerse el alma cuando poco después, el cáncer decidió que quería una revancha. Una revancha que con toda la racionalidad y el corazón del mundo hoy Amaya enfrenta... sabiendo, claro, que no está sola.

Hoy leo con entusiasmo la forma en que blogueros y tuiteros empiezan a organizarse para ayudar a Amaya en una auténtica cruzada. Y pienso muchas cosas. Amaya no merece menos que un poderoso activismo en esas redes en las que nos ha dado tanto. Gente bellísima ya se moviliza para juntar recursos que ayuden a nuestra querida Amaya a vencer en forma definitiva. Y así será.

Los que andan en Twitter, pueden seguir a @PorAmaya para encontrar alguna forma de ayudarle. Si por alguna razón no está a su alcance alguna de esas posibilidades, les invito al menos a leer su blog y, si les nace después de ello, difundir este ejercicio de solidaridad con una mujer que merece eso y mucho más.

PD. Sé que me he extendido, pero quiero permitirme una postdata. Leyendo algunos de los tantos posts de Amaya y estando yo en mis días de crisis ante el mundo que tenemos, volví al texto de Denise Dresser que alguna vez nos hizo coincidir. Amaya cita como su frase favorita de ese discurso una que yo también elijo como la mejor de ese poderoso discurso: "Yo creo en la obligación ciudadana de vivir en la indignación permanente". A partir de esa frase quise hace un par de años iniciar un espacio donde pudiéramos movilizar ideas todos los indignados que queremos hacer de este un mundo mejor. Mi intención, derrotada por mi desidia, nunca prosperó. Sin embargo, mi indignación no ha muerto. Y quizá en este año que me he propuesto tanto conmigo mismo, debería recuperar la idea. No. No quizá. Lo haré.